El primer cultivo colectivo
Recuerdos del “botánico” de ARSEC
Fue hace un cuarto de siglo, en 1991, un año antes de las Olimpiadas en Barcelona. Teníamos entonces la edad de aquellos a los que a los policías les gustaba parar. A la policía en Barcelona le gustaba saber quiénes éramos los que teníamos pintas de jóvenes fumetas.
Fue hace un cuarto de siglo, en 1991, un año antes de las Olimpiadas en Barcelona. Teníamos entonces la edad de aquellos a los que a los policías les gustaba parar. A la policía en Barcelona le gustaba saber quiénes éramos los que teníamos pintas de jóvenes fumetas. En un control rutinario por la calle me encontraron marihuana, lo que supuso el paso por la comisaria. Tras un registro minucioso, me dejaron marchar, pero entonces yo les pedí que me devolvieran lo que me habían requisado.
No les sentó bien y me metieron en el calabozo, sin cordones en los zapatos, no vaya a ser que me lesionara. Tuve que esperar a un abogado para que estuviera presente en el interrogatorio. Cuando me preguntaron de dónde había sacado la hierba, les respondí la verdad: que la había plantado en mi casa. Eso puso nervioso al comisario. No se lo creían: “No puede ser –me decían–, debes de haberla comprado en la plaza Reial”. E insistían en que les describiese al hombre que me la había vendido. La respuesta que le di fue de lo más surrealista. Y me dejaron marchar después de cinco horas y de haberme tomado los datos. Creo que era la primera vez que aquel viejo comisario había visto marihuana, pues lo habitual en aquella época en España era fumar hachís.
El caso es que el mal rollo vivido, y la eminente puesta en práctica de la recién aprobada Ley de Seguridad Ciudadana, que nos quería multar por posesión en vía pública, nos animó a unos cuantos amigos de Vic a crear una asociación de consumidores cannábicos para defendernos y revindicar nuestros derechos. Hicimos la primera reunión para tirar adelante esta iniciativa, y al comentar la jugada con más gente nos enteramos de que en la plaza del Pi había una asociación recién creada con las mismas características. Fue entonces cuando decidimos unirnos a ellos. Bajamos a Barcelona y nos afiliamos a ARSEC.
Entonces me di cuenta de las diferencias entre el mundo rural y la capital. Allí solo conocían el hachís, y más de uno dudaba de que la hierba hiciera efecto: “¿Coloca?”, me preguntaban incrédulos. Enseguida me nombraron el “botánico” de la asociación. Los primeros meses fue un continuo desfile por otras asociaciones, casas okupas y demás dando conferencias sobre qué es la marihuana y cómo se planta. Por entonces ARSEC tenía intención de ir a Marruecos, comprar hachís y declararlo en la aduana, con el consiguiente ruido mediático y proceso judicial. Les propuse entonces plantar un campo de marihuana, así no molestábamos a nadie y no utilizábamos ni mafias ni mercado negro: yo me lo guiso, yo me lo como.
En aquella época debíamos ser unos cien socios. En una asamblea multitudinaria en el Glaciar debatimos y, con grandes esfuerzos para conseguir la unanimidad, decidimos la creación de un cultivo colectivo, eso sí, enviando antes una carta al fiscal antidroga, comentándole la jugada para que nos aconsejara.
La respuesta del fiscal jefe antidroga de aquel momento, José María Mena, fue: “La referencia para el consumo se especifica que se acota exclusivamente a la producción concreta del autoconsumo, que debe entenderse como individual, no punible, y no al autoconsumo colectivo de la asociación, que plantearía serios problemas de tipificación penal”. No nos resolvió las dudas, pero nos animó a seguir.
Conseguimos un campo para la plantación en Montbrió del Camp gracias a las propiedades de nuestro socio y amigo el Conde; doscientas plantitas fueron las encargadas de iniciar el proceso. El cultivo no salió del todo bien. Un clima seco y lejos de la residencia hizo que las plantas recibieran menos agua de la deseada, lo que supuso poca cosecha. Era finales de agosto y nuestro propósito era autodenunciarnos para iniciar un debate social, más que consumir lo poco que hubiéramos conseguido.
En cualquier caso no dio tiempo a que las plantas florecieran, ya que la benemérita arrasó el cultivo. Se adelantaron a los Mossos d’Esquadra, quienes por su parte ya estaban investigando el asunto. Entonces llegaron los interrogatorios en comisaria y el juicio en la Audiencia Nacional, donde Sus Señorías comulgaron con nuestras tesis y nos absolvieron. El fiscal, a pesar de que no nos creía delincuentes, presionado por sus superiores, recurrió al Supremo. El ministro de Justicia de aquel entonces, el inolvidable Ángel Acebes, tenía claro que no nos saldríamos con la nuestra. El TS nos acabó condenando con la figura de “peligro abstracto”.
Pero entretanto el debate empezó, y el ruido mediático consiguió que en ARSEC se afiliaran casi tres mil personas en pocos meses, y en el Estado español empezaron a surgir muchas asociaciones como la nuestra. Y, en fin, unos cuantos socios convencidos de la necesidad de un órgano de comunicación que sirviera de altavoz antiprohibicionista y aunara a los consumidores en una gran familia que les diera seguridad, crearon esta revista.
ARSEC murió años más tarde habiendo conseguido, con la ayuda de la Asociación de Mujeres Enfermas de Cáncer de Mama, que el Parlament catalán aprobara resoluciones para instar al uso de cannabis medicinal.
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