Los supérstites de la quinta del imperdible pudieron verlo en diferido por el primer canal de televisión. Los aficionados a la espeleología subcultural menos provectos, en cambio, tendríamos que esperar a YouTube para dar con este valioso documento. Sea como fuere, Punks, o cómo colgarse un imperdible en la nariz se estrenó durante la sabatina sobremesa del 1 de octubre de 1977, después del telediario. El título, un remedo socarrón de aquellos manuales de urbanidad y buenas maneras decimonónicos, revelaba la carpetovetónica chanza con que los reporteros iban a tratar la última moda juvenil. El programa recorre los puntos calientes de un Londres en plena eclosión punk, adoptando chuscamente las formas del documental de naturaleza (rugidos de pantera cuando aparece un punki negro, maullidos gatunos si es una chica con el pelo erizado, rótulos innecesariamente aclarativos y forzadamente etnográficos del tipo “punks bailando”, etc.). Todo ello, como decía, desde una visión absolutamente cerril y celtíbera –en la acepción más carandelliana del término–, haciendo continuo hincapié en la tontería supina de aquella inexportable moda que les ha sorbido el cerebro a los jóvenes de Albión. El intrépido cronista es el corresponsal de guerra sevillano Jesús González Green, que cumple con creces el encargo de transmitir en todo momento una palmaria sensación de violencia, si bien esta viene motivada más por su empeño en ganarse a pulso una merecida hostia cada vez que abre la boca para preguntar una impertinencia (“¿Eres marica?”, “Los ojos de tu novia son bonitos, pero ¿de verdad te gusta esa pelambrera que lleva?”, “Si fueras a España, ¿te atreverías a ir con estas pintas?, etc.”) que por el pitorreo de los adolescentes británicos hacia aquel cernícalo meridional.
Tras la secuencia de apertura que muestra a la juventud entachuelada bebiendo cerveza, fumando y bailando en su hábitat natural: The Roxy, un veterano filo-punk oriundo de Barcelona es el primero en hacer aparición. El catalán es más talludo –y más docto– que los pollos que testimoniarán más adelante. Sus pupilas parapetadas tras las gafas de sol, masca chicle y habla español con un marcado acento xava en cuya dicción, sin embargo, no entorpece demasiado la considerable aguja que luce clavada entre la comisura y la mejilla. Más problemas con el idioma cervantino mostrará Palmolive, de The Slits (que los créditos en pantalla traducirán jocosamente como la “batería del conjunto ‘Las Rajitas’”), la otra cicerone ibérica de este documental, que casi lo ha olvidado tras dos años y medio atrincherada en la primera línea del subsuelo londinense. “Si no hay normas –le pregunta el desubicado reportero al catalán–, ¿porqué se dice que los punks no toman drogas, no beben alcohol?” “¡¿Quién lo dice?! –Se escandaliza él–. ¡¿Qué tontería es esa?!… Mira”, y procede a mostrarle la imagen estampada en su camiseta: una alteración del clásico eslogan y logotipo de Coca-Cola en la que se lee Enjoy Cocaine. “Cada uno hace lo que quiere, no hay normas… Lo que pasa es que este movimiento que la gente llama punk ha querido cortar con la cultura hippie. […] Y para cortar a veces se exagera y se dice ‘no fumamos marihuana porque tal y cual…’. Pero es un cuento. Si tienes ganas de fumarla, ¿porqué no?”.
“Sobre el punk y las drogas, en mi opinión, no se puede asociar a los punks con una droga concreta cómo el LSD a los jipis, las anfetaminas a los mods o la maría a los rastafari. Los punks tomábamos lo que cayera en el momento. La heroína la tomaba alguna gente de la zona alta, los que tenían dinero para pagársela, como Los Psicópatas del Norte o Perucho’s. También muchos punks muy jovencitos, que fueron los primeros en palmarla. El Morfi estuvo una época, pero consiguió salir…”
“En el 79 formé un grupo con músicos de Els Masturbadors Mongòlics y el batería de Rockcelona, y montamos un concierto en La Orquídea de Gràcia solo para amigos. Un amigo trajo más de 100 anfetaminas y las repartimos entre todo el público (que ya venían anfetamínicos de casa). Recuerdo tirarme del escenario al público, que me cogieron, y dejarles el micro para que gritaran ellos mientras yo salía a la calle para correr dando la vuelta a la manzana… Tenía que quemar todo lo que me había metido”
Xavi Cot (Cuc Sonat).
Un chien catalan
Anfetaminas, metanfetamina, hongos psilocibios, micropuntos, thai sticks, dexies, benzos, polvo de ángel, crank, xtc, china white… Ciertamente, el barcelonés que apareció en el 77 ante las cámaras de Televisión Española con un imperdible incrustado en el moflete experimentó con todo lo que se le puso (literalmente) en las narices. Respondía –y sigue respondiendo– por Jordi Valls, y tras varias décadas como nuestro topo en Londres (llevaba allí desde principios de los sesenta), de un tiempo a esta parte ha cambiado definitivamente Covent Garden por la barcelonesa Vila de Gràcia. “En la página cuatro de mi libro Vagina Dentata Organ presents THE LONDON PUNK TAPES (Arts Santa Mònica, 2010) nombro una cantidad importante y muy diversa de drogas ilícitas sobrepuestas a la imagen de la explosión de la bomba atómica que los americanos lanzaron sobre Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial –Me cuenta Valls–. Alguien dijo que a las drogas se las tiene que agarrar por los cuernos, sin miedo ni prejuicios. A los 13 años, si mal no recuerdo, teníamos un importante examen y el profesor nos aconsejó ir a la farmacia y pedir un frasco de Centramina (anfetaminas) para poder estudiar toda la noche. Todo salió perfectamente bien, sin problemas. Estos fueron mis primeros pasos dentro de un drugstore. Luego, a partir de los 15 y 16 años, el proceso natural era, en las primeras fiestas de bailoteo con los amigos y amigas, mezclar la anfetamina con Coca-Cola y ron jamaicano: el famoso ‘cuba-libre’. Más adelante, a los 17 años, me fui a vivir a Londres, donde vi actuar a los Rolling Stones, todavía con Brian Jones. Entonces se me abrieron las puertas del cielo. Fueron tiempos de experimentar con todo. Por primera vez nadie quería parecerse a sus padres. Allí viví el fin de los teddy-boys, pero también el nacimiento de los mods, el flower-power, los hippies… Hasta que llegó el punk en 1976. Como en toda metrópoli, el mercado de la droga en Londres era variado y plural. En mi caso, mi actitud hacía las drogas es igual que ir a un bar a tomar un ‘dirty-martini’. Personalmente, después de probarlo casi todo, me inclino por los alucinógenos y estimulantes. Los punks éramos personas muy libres e individualistas. Es solo una cuestión de actitud.”
“Para cortar con la cultura hippie a veces se exagera y se dice ‘no fumamos marihuana porque tal y cual…’. Pero es un cuento. Si tienes ganas de fumarla, ¿porqué no?”, Jordi Valls.
Entre las numerosas gestas que Valls cuenta en su haber –abróchense los cinturones de pinchos– está el registrar, grabadora al cuello, los primeros conciertos de TODOS los nombres esenciales de la primera ola del punk británico antes de que sacaran ningún disco (Sex Pistols, Clash, Damned, Buzzcoks, Subway Sect, The Slits, Generation X…), impulsar uno de los primerísimos libros –si no el primero– en documentar aquella eclosión: PUNK (Star Books. Barcelona, 1977), con fotos tomadas por su primo Salvador Costa Valls (quien se había formado en el estudio de Oriol Maspons, era amigo de La Banda Trapera del Río y trabajaba como fotógrafo publicitario) de unos debutantes The Jam, XTC, The Stranglers, Cherry Vanilla, Johnny Rotten, etc., así como de los locales, las pintas y el ambientillo en los conciertos, para más adelante integrarse activamente en la escena industrial con de Throbbing Gristle, Whitehouse y Psychic TV (es el autor de la letra del tema y protagonista del daliniano-buñuelesco metraje de Catalan), amén de su proyecto personal, Vagina Dentata Organ, a través del cual empezó a editar oscuros y cotizadísimos discos de no-música (cuyos surcos reproducen desde aullidos de lobo y rugidos de tubos de escape a speeches suicidas del reverendo Jim Jones y los tambores de Calanda) y a perpetrar provocativas perfomances. Este catalán universal volvería a comparecer siete años después, en 1984, ante las cámaras de TVE (en esta ocasión encapuchado y en directo desde un plató de la cadena con público asistente) para escenificar una de sus acciones en La edad de oro como parte de un sonado programa para el que vino acompañado de sus colegas Genesis P-Orridge y Derek Jarman, y cuya emisión provocó que las fuerzas ultramontanas del país presionaran hasta conseguir el cierre del programa.
Pero volvamos al reportaje emitido en los setenta. Pese a que por aquel entonces el de Jordi Valls era ya un rostro conocido dentro del underground londinense, y admirado aquí por sus homólogos, gracias sobretodo a que PUNK –en cuyas páginas aparecía fotografiado– se vendía como churros a ambos lados del canal de la Mancha, los realizadores del reportaje tuvieron a bien acreditarle con un escueto y apócrifo rótulo: “Punk catalán (único)”. Chascarrillos de lado, la etiqueta estaba lejos de la realidad. Si bien Valls podría haber sido el paciente cero, más coterráneos se habían contagiado ya de aquella epidemia británica. En Londres, por lo pronto, corrían en libertad otro par de especímenes que serían decisivos para la importación y consolidación de aquel movimiento en nuestra península: Xavi Cot y Silvia Escario.
“En el 77 yo bordeaba los veinte años, y de entrada lo que tenías a mano fijo era el alcohol, el chocolate, más que el cannabis, empezaba también a popularizarse mucho. Cuando la heroína empezó a ocupar el entorno en que nos movíamos, me fue, digamos, provocando un rechazo natural desde el principio. Veía al colega que se acababa de meter un pico y se quedaba dormido, tirado por el suelo, incapaz de hacer nada… Eso iba en contra de mi naturaleza y nunca la probé. A posteriori, ya en los años 80, cuando me introduje un poco más en el sistema del show bussines musical, las discográficas y el management en Barcelona, tuve acceso infinidad de veces, en todas partes y con todo tipo de gente a las rayas blancas de cocaína. Yo la consumía puntualmente, pero también me di cuenta enseguida que me ocasionaba un problema: siendo una persona de naturaleza tan espitosa, aquello me provocaba taquicardias continuas, así al final me quedé solo con el cannabis y el alcohol, que a posteriori también fui ralentizando su consumo, afortunadamente. Soy una persona que actualmente –toco madera– estoy perfectamente sana: corro, camino kilómetros, hago ejercicio a diario y estoy muy bien.”
Xavi (cantante y guitarra de Mortimer)
Sinfónico no, gracias
Xavi Cot fue un asiduo pernoctante en diversas squatters entre el 74 y el 75 que, al año siguiente, con un pie en el underground londinense y otro en la escena freak barcelonesa, puso en marcha Cuc Sonat (gusano pirado, algo así), la anti-empresa (promotora de conciertos y proyecciones de documentales musicales sin demasiado ánimo de lucro, ruinosa agencia de viajes contraculturales en autobús por diferentes capitales europeas y proyecto de grabación de recopilatorios y discos colectivos que lamentablemente quedó en el tintero) y asociación que, sin embargo, fraguaría los cimientos para construir en aquella Barcelona que levantaba cabeza tras el franquismo algo similar a lo vivido en la capital británica. Cot y Valls se conocieron durante un concierto de Palmolive y las suyas al que el primero había acudido con la intención de traerlas a tocar, y al salir se encontraron con medio centenar de skinheads del National Front. Lejos de amedrentarse, y pese a no conseguir que The Slits llegaran a pisar la Ciudad Condal (creo que no lo harían hasta treinta y cuatro años después, en un Primavera Sound), Xavi Cot volvió a su ciudad para organizar los primeros saraos punk del país. Tras poner patas arriba Barcelona (y muchos otros lugares de la geografía catalana) durante más de una década y salvaguardar celosamente del olvido multitud de documentos gráficos, literarios, videográficos y discográficos que dan testimonio de ello, lleva un par de años merecidamente retirado en una centenaria casita de un pueblo de la comarca del Moyanés. Y allí acudo a su encuentro.
“No es lo mismo estar apalancado en casa escuchando a los Pink Floyd y fumando canutos que ir de bar en bar, de concierto en concierto, recorriendo la ciudad durante toda la noche. Y para tocar también, evidentemente, si vas de anfetaminas tocas más rápido que si tocas de porros”, Xavi Cot.
“Si la ciudad está podrida, ¿por qué iba a quedarme allí?”, me dice con sorna en alusión a la célebre canción de La Banda Trapera del Río. Xavier Cot, como bien dejaron escrito el libro Barcelona on the rocks 2 (Fernando Muñiz y Sergio Fidalgo. Cara B Ediciones, 2014): “Posee la apariencia austera y frugal del corredor de fondo y parece no querer darse por enterado de que él –junto con algunos más que se le parecen– es el responsable y detonante de algunas de las cosas interesantes que han pasado en esta ciudad desde 1976”. ¿Y qué pasó a partir de esa fecha que no pasara antes aquí? “Deja que te explique antes una anécdota: en Londres, un día fui al concierto de un grupo rockabilly, los Wild Wind, que después se haría muy famoso… ¡A las 12 de la mañana, de un martes o un miércoles! Y en pleno centro, ¿eh? En Leicester square, y todo el público eran escolares, niños y niñas de 14 o 15 años que tenían el descanso en clase y habían acudido a bailar rocanrol. Yo me lo encontré por casualidad y flipé… Esto en Barcelona era imposible. ¿Como vas a comparar una ciudad o una cultura musical con otra? Aquí, un poco antes, a principio de los 70, la música progresiva, Pan y Regaliz, Màquina! y grupos así, lo dominaba todo –cantautores tipo Raimon de lado–. Poco después, Zeleste y la compañía de discos Edigsa empezaron a aglutinar una serie de gente como Gato Pérez, la Orquestra Plateria, La Companyia Elèctrica Dharma, Toti Soler, Esqueixada Sniff, etc., lo que se conoció como Ona Laietana, y también quedaba alguna gente recogida de la música progresiva, como Jordi Batista, Sisa o el Pau Riba. Y esto es lo que dominó hasta el 76 o 77. Se habla mucho de estos grupos, pero por ejemplo Secta Sónica duraron solo un par de años. Acabó porque no interesaba, no podían vivir de esto”.
“Nuestro sentido de la provocación tenía mucho que ver con el hedonismo y el humor, con vivir la vida. […] Las drogas no tenían nada que ver, todavía no habían aparecido. A lo sumo algún porro suelto y mucha cerveza. Lo de la droga empezó con lo que ya entonces llamaban los pastilleros, que eran los que tomaban Bustaid o Torinal mezclado con mucho alcohol, fármacos que creo que hoy ya no existen. Bustaid, que es la anfetamina, para darse marcha; y el Torinal para ir hecho un guarro… Y chocolate el que lo pudiera pillar, que haberlo había.”
Morfi Grei en La Banda Trapera del Río. Escupidos de la boca de Dios (Jaime Gonzalo. Munster Ediciones, 2006)
“Escuché punk por primera vez en el 76 –sigue contando Cot–, cuando vivía entre Londres y Barcelona. Aquí llegaba solo la parte espectacular del punk a través de la mala prensa, y esto ya me enganchó. Todo lo que se decía era terrible: que era una moda, que eran violentos, fascistas… Y sobre todo, que no sabían tocar. A mí eso me hizo gracia. ¿Por qué hay que saber tocar? La gente se lo podía pasar mejor con alguien que no supiera tocar que con los layetanos, que prácticamente tocaban de espaldas al público. Los grupos punk eran de los nuestros, del barrio. Podían no ser muy buenos, pero eran grupos que la gente podía ir a ver y pasárselo bien. Con el punk había un contacto físico directo, la gente se empuja, se escupe, una conexión que no tienes con lo otro. La Trapera, por ejemplo, conectó con el público de una manera que otros músicos no conectan. Fíjate en las Jornadas Libertarias del Parc Güell en 1977, es muy importante ver quién tocó allí: no había gente de la música layetana, sino grupos como Perucho’s, La Propiedad es un Robo, Suck Electrònic, Los Psicópatas del Norte, La Trapera… Yo en esa época básicamente me metía alcohol, anfetas, porros y lo que cayera… Hachís cuando había o cocaína algo más tarde. La diferencia con la generación anterior era la marcha. Los hippies eran más contemplativos, y en consecuencia las drogas también lo eran. Pero si mezclas porros con anfetaminas es otra historia. No es lo mismo estar apalancado en casa escuchando a los Pink Floyd y fumando canutos que ir de bar en bar, de concierto en concierto, recorriendo la ciudad durante toda la noche. Y para tocar también, evidentemente, si vas de anfetaminas tocas más rápido que si tocas de porros. Y el alcohol por supuesto, eso no faltaba nunca. Piensa que la gente hasta entonces veía los conciertos sentada… Montamos lo de la Aliança cuando todo eso estaba a la baja.”
“Javier (Granja, el mánager de la banda), su mujer y sus colegas iban muy salidos de todo, heroína, cocaína… Llevaban unas bolsas de coca acojonantes. Por lo que me contó Morfi, supe que venían huyendo del norte, donde les estaban buscando. Viajaban en un Seat 1430, con motor de 2000cc. Iban con pistolas. Estábamos en casa de Morfi, éramos trece personas, y Javi quiso hacer rayas para todos. Le pidió un espejo a Morfi, y Morfi se fue a su habitación, desencajó la puerta con espejo de un armario ropero y volvió a la sala con él. Lo estoy viendo ahora mismo: Javi, su novia y un tal Coyote sentados en el sofá, con la puerta encima. Empezaron a volcar coca a sacos, tío. Ellos hicieron una apuesta y se metieron una raya que iba de extremo a extremo del espejo… Yo estaba intranquilo. A aquellos tíos les estaban persiguiendo, podía aparecer la policía en cualquier momento y encontrarnos en aquellas circunstancias y con aquella gente. Pasé miedo, mucho miedo”
Jordi Subidas (bajista de LBTR) en La Banda Trapera del Río. Escupidos de la boca de Dios (Jaime Gonzalo. Munster Ediciones, 2006)
En la tarde del domingo 4 de diciembre de 1977, a escasos dos meses de distancia desde que González Green dudara en televisión que el punk pudiera llegar nunca a España (y semanas después de que Ajoblanco publicara el desafortunado artículo “Punk y fascismo: dos caras de la misma moneda”), Cuc Sonat –con el apoyo de la revista Disco Expres, propiedad de Gay & Company– consiguió que más de mil personas acudieran al Casino de la Aliança del Poblenou para asistir al primer festival estatal de punk-rock. Allí se subieron prácticamente por primera vez a un escenario las bandas Marxa (con Panotxa al frente, quien poco después formaría Basura), Mortimer, Peligro, La Banda Trapera del Río (que entró en el cartel en el último momento a causa del vacío dejado por Masturbadors Mongòlics, grupo que meses más tarde se convertiría en uno de las más celebrados del garage-punk barcelonés pero que entonces no tenía suficiente repertorio) y Ramoncín & WC (única formación madrileña, a la que trajeron como reclamo comercial). También los Sex Pistols, aunque fuera en formato celuloide de 16 mm mientras God Save the Queen sonaba en un tocadiscos. Por supuesto, de aquellos grupos –salvo quizá Peligro–, aunque tuvieran, como diría Palmolive, mucha “attitude” y a partir del festival aparecieran en fanzines británicos y revistas musicales españolas como la primera ola del punk ibérico, ninguno tenía autoconciencia punk antes de atender al anuncio que Xavi Cot colgó en tiendas y publicó en revistas. Tampoco se contaban demasiados punks entre el público, la verdad, apenas un par. Una de ellas, la que más llamaba la atención, la ya mencionada Silvia Escario.
“¡Menos agua, de todo! De pastillas, bastante, mucho Maxibamato (hasta le dedicamos una canción: MXB)… Y después, lo que más, ya heroína. Una vez, un amigo que trabajaba en un laboratorio en Molins de Rei, sacó una especie de coca sintética, y una noche fuimos allí José Antonio (Gay, el cantante de Peligro) y yo, y nos metimos eso y era una locura, tío… Y luego de lo que habíamos abusado también era de los tripis: Ying-Yang, Estrellitas rojas, Micropuntos… Eso estaba a la orden del día, macho… Es más, donde vivíamos todos los del grupo, en la avenida Virgen de Montserrat, en el Guinardó (yo vivía en calle Génova, arriba, con Dr. Cadevall, cerca del parque y las barracas del Carmelo) es lo que más se movía: el Maxilabato, y después los micropuntos… El speed nos pasaban unos pavos que venían de Ripollet al Golden Box, una discoteca que estaba en la calle de la Bisbal, esquina Virgen de Montserrat. A la disco esa iba el Vaquilla, y de hecho aparece en una de las pelis del Torete… ¡Tenía tela! En el Bar Muñoz (que sigue abierto pero ha cambiado de dueños) había más camellos que clientes, imagínate… Una pasada. Había uno de ellos que se llamaba El Tirillas, que era cabo de la policía, de los que había antes, y lo llamaba y tal y entonces te pegaba la redada; o me avisaba, porque me apreciaba mucho, y me decía ‘Fito, que van a venir a hacer una redada, si tienes algo…’ y joder, no veas el tío cabrón. Yo era un chotilla… Eran años durillos. Yo tuve que plegar de estudiar porque realmente en casa íbamos justillos… Yo cuando le dije a mi madre lo del grupo me dijo ‘¡Estáis locos, os vais a drogar! Lo vieron mal… pero bueno, tampoco me lo privaron. Pero entré a trabajar jovencillo, tenía algo de dinero y pillé el mal camino, fue bastante duro”.
Fito (guitarrista de Peligro)
Cementerio caliente
“Justo ese día era mi veinte cumpleaños y yo estaba especialmente emocionada por ver llegar el punk a Barcelona. Ese mismo año había viajado a Londres en junio para ver al primer grupo de punk inglés, los Vibrators, y volví habiendo tomado la primera decisión importante de mi vida: montar un grupo y dirigir todos mis pasos hacia el mismo lugar: instaurar el punk en Barcelona. Supongo que es lo mismo que se había propuesto Xavi Cot cuando también volvió de allí”. Tan fuerte era la determinación de Silvia que incluso trajo decidido el nombre de su futura banda tras leer algo en la etiqueta de una pieza de ropa en una tienda londinense: “Last Resort”. Formados dos años después del festival de la Aliança, y en gran medida inspirados por este –como le pasaría a Fray con Decibelios–, Último Resorte fue uno de los más destacados grupos que mantuvieron viva la llama del punk –la acrecentaron, de hecho– en la ciudad de Barcelona en el cambio de década, junto a otros de la segunda ola como Clinic Humanoids, Tendre Temples, Attack, L’Odi Social, Frenopaticss o Kangrena. Pero mucho antes de registrar ninguna canción, Silvia Resorte era ya una leyenda local entre los punks de la Ciudad Condal, sobre todo por haber fotografiado a Sid y Nancy durante otra de sus visitas a Londres en 1978, en un episodio que terminó en una pelea entre las dos chicas antes de que el mismísimo Sid pusiera paz en un concierto de Johnny Moped.
“Y esto fue así hasta que llegó el speed en los ochenta y produjo el efecto contrario: confirió a sus usuarios la fuerza para abandonar de nuevo el jaco”, Silvia Resort.
“La droga del punk del principio, solo era una: la anfetamina –responde Silvia a la cuestión que da título a este fragmentario reportaje–. Si bien en esos tiempos el speed no existía todavía, y todos tirábamos de fármacos para adelgazar (de pura falsa receta) en farmacias permisivas. Hasta que luego, súbitamente, el gobierno cambio la normativa de recetas psicotrópicas y cerró el puño. Entonces hubo un importante despropósito, y es que todos, súbitamente, nos quedamos sin esa energía y ya no podíamos ensayar a la misma velocidad que antes… Y o te tirabas al hachís y los tripis con furia o –como les ocurrió a los Kangrena– te entregabas al jaco, con el perjuicio para muchas vidas que eso significó. Y esto fue así hasta que llegó el speed en los ochenta y produjo el efecto contrario: confirió a sus usuarios la fuerza para abandonar de nuevo el jaco.”
Tal vez el speed explique, en parte, la virulencia con que el punk (y después el harcore-punk) se propagó por Barcelona, tan bien explicada en libros como Harto de todo. Punk en Barcelona 1979-1987, de Jordi Llansamà (Ed. BCore Disc, 2011, y próxima reedición en Males Herbes), Que pagui Pujol! Una crónica punk de la Barcelona de los 80 (Joni D. La Ciutat Invisible edicions, 2011), BCN 1980-1986. Fotos Arturo Xalabarder. Punk & Ska-Oi! (Autoedición, 2021) o el más reciente El lado salvaje. 1983-1985 (Ana Torralva. Ojos de buey, 2024). O quizá sea también que la contracultura catalana, en aquellos años posteriores a la muerte de Franco en los que Catalunya daba forma a su cultura oficial mientras la sensación de frustración y engaño cuajaba en toda la generación, ha albergado una ávida necesidad de punk desde fechas muy tempranas. No en balde, la revista barcelonesa Star había adoptado ya en 1974 (en su nº 26) un lema tan precozmente punk como “Contra todo y contra todos”. Y poco después, en 1975, al ser Pau Riba preguntado por Àngel Casas, con motivo del primer Canet Rock, “¿Crees que ayudas a la cultura catalana?”, este respondió algo tan punk como: “Seh. Destruyéndola”. De cualquier manera, el papel de gente como Jordi Valls, Salvador Costa, Xavi Cot y Silvia Resorte como guías mestizos que antecedieron a la caballería, sumado a que Barcelona fuera un extenso coto progresivo (y peor: layetano) frente al cual el punk debía irrumpir como respuesta, que el espíritu libertario de la capital catalana siguiera anidando en los sótanos donde bandas de chavales, verdaderos punks avant la lettre, empezaban a practicar un rock desafiante y cavernario desde la periferia tanto de esa escena como de lo que hacían Ñu, Coz y demás apelativos del rock cabrío matritense, el hecho de que la Ciudad Condal concentrara el grueso del negocio musical y de la prensa cultural y musical o la visita temprana, de la mano de Gay Mercader, de referentes como Lou Reed (1975) y Patti Smith (1976), podrían ser otros de los motivos por los que el punk llegó directamente del Támasis al Llobregat i el río Besòs para bifurcarse después, como una ola, por el resto del mapa hidrográfico estatal. Si desean saber más sobre lo ocurrido en Barcelona durante el vertiginoso lapso de tiempo que va del 77 al 79, les recomiendo algunas de las pocas lecturas que hablan de ello: La Banda Trapera del Río: Escupidos de la boca de Dios (Jaime Gonzalo. Munster ediciones, 2006), Xavi Cot / Cuc Sonat (Xavi Cot. Ed. Ajuntament de Barcelona, 2017), Gestió Del Caos: Escenes de la contracultura a Catalunya 1973-1992 (Aleix Salvans. Angle editorial, 2018) y el ya mencionado Barcelona on the rocks 2, que dedica gran parte de sus páginas a contar con todo detalle el primer festival de punk rock del Casino de l’Aliança.