A los esencialistas de la vieja contracultura se les atragantará visualizar lo que sigue, quedan avisados. Timothy Leary, Aldous Huxley, Humphry Osmond, Alan Watts, Michael Hollingsead, Ken Kesey y Terence McKenna, todos juntos en el Gol Sur de un modesto campo de fútbol, vestidos con exclusivas marcas de ropa deportiva, gafas de sol, el pelo más bien corto, sujetando pancartas y agitando bufandas, lanzando al linier improperios de eructoso retrogusto cervecero, dando botes al unísono y coreando cánticos loloístas. Sin ánimo de ganarnos enemistades entre las subculturas de grada –las antipatías del bando hippie nos preocupan menos–, y más allá de la butade chusca, pueden observarse ciertas concomitancias entre la experiencia de animar al equipo de tu barrio un domingo desde la tribuna y lo vivido en enero de 1967 en el Human Be-In, aquel gran acontecimiento, celebrado en el Golden Gate Park de San Francisco, que anticipó el Verano del Amor y popularizó la psicodelia cuando Owsley Stanley se puso a repartir LSD gratis… Vale, intentamos explicarnos antes de llevarnos una hostia:
¿Qué relaciones pueden establecerse entre la contracultura y las subculturas de grada? Pues como bien sabrá quien alguna vez se haya metido un tripi, el ácido lisérgico derriba la frontera entre la propia consciencia y la del entorno. Es lo que llaman la “muerte o disolución del ego”. El “no-yo” huxleyano. El manoseado “Turn on, tune in, drop out”, ya saben. Bueno, pues tal vez sea nuestro particular –y bizqueante– punto de vista, pero nos parece una experiencia homologable a cuando, en el último suspiro de la prórroga, un gol taumatúrgico desata la locura al conceder el título o salvar del descenso a tu equipo. El instante en que estallan la euforia colectiva, los abrazos apasionados, los cánticos desaforados, la felicidad compartida. Aquella sensación de dejar de ser un individuo para pasar a formar parte de un único cuerpo social. Lo que el sociólogo francés Émile Durkheim llamó efervescencia colectiva: los ritos durante los cuales las sociedades, desde tiempos matusalénicos, celebran su existencia manifestándose como un solo ser. Los cantos y los movimientos rítmicos, uniformes y continuos como expresión de un estado mental en que la conciencia individual se ve acaparada por un único sentimiento, una única idea, alucinante, la del fin común. Ese momento extático de culto organizado, dentro de un estadio deportivo, en que la personalidad del participante se diluye alrededor de un ritual aunador de voluntades y transformador de toda la grada en una sola entidad; una hinchada que es un único cuerpo: el Anima mundi. Se destruye el yo, pero también se fortalece. Se experimenta una muerte que a su vez potencia la vida. Se trasciende la psique a la vez que se siente más lúcida que nunca… (bueno, quizá eso ya sea pasarse).
Leo Hernández es antropólogo y bajista del grupo de neo ye-yé, freak pop e iberic soul, Los Retrovisores, entre otros proyectos musicales, y reflexiona sobre lo descrito arriba en Émile Durkheim marca un gol, un breve ensayo que pronto verá la luz gracias a la editorial Colectivo Bruxista: “El mismo hecho de pertenecer a una colectividad es contracultural. Frente al individualismo imperante en las sociedades contemporáneas, el fútbol popular ofrece un espacio que permite abandonar momentáneamente el ‘yo’ para pasar a formar parte de un único cuerpo social que comparte una misma pasión y un deseo común. Este sentido de comunidad es, sin duda, contracultura. Además, la grada de animación del CE Europa se aleja un poco de la imagen tradicional de hinchada futbolera. Más allá de que en ella se encuentra gente vinculada a la producción cultural y a distintas subculturas con ideología de izquierdas (skinheads, mods, etc.), podríamos decir que el Gol Sur del Nou Sardenya es un reducto contracultural: defiende al fútbol popular frente al fútbol-negocio, a lo local frente a lo global y a la clase trabajadora frente al poder”.
Y añade: “Barcelona es hoy una ciudad pensada para que las masas consuman ocio genérico, y eso complica la supervivencia de todo aquello que se desarrolla en los márgenes. El actual contexto sociocultural deja en la marginalidad a las subculturas, que pierden cada vez más terreno por culpa de la turistificación de las ciudades o a causa de la desaparición de salas de conciertos, incapaces de competir con los macrofestivales de música que se han impuesto como la principal forma de consumo cultural. Hay muchas similitudes entre ser del Barça y asistir al Primavera Sound, y entre ser del Europa y acudir a pequeños conciertos en salas de la ciudad. Optar por la segunda opción es un acto de militancia, pues conlleva formar parte de un movimiento político de resistencia frente al modelo hegemónico”.
Mods contra el futbol moderno
“Hay muchas similitudes entre ser del Barça y asistir al Primavera Sound, y entre ser del Europa y acudir a pequeños conciertos en salas de la ciudad. Optar por la segunda opción es un acto de militancia”
Algo parecido opina a este respecto Kitiara F., la muy honorable presidenta de MODS Europa, la hinchada más estilosa del CE Europa: “Hace tres años nos empezamos a acercar al equipo del barrio coincidiendo con su ascenso a 2.ª RFEF y atraídos por todo el alboroto que se estaba generando en torno al club. Además, el desencanto con el Barça –y el modelo de multinacional deshumanizada de fútbol que representa– jugó un papel clave. Teníamos ganas de darle un giro a los domingos, yendo a hacer el vermut viendo fútbol, y decidimos montar un grupo de animación que en seguida fue bien acogido por Eskapulats y el resto de secciones en la grada. Mods Europa es un grupo de animación apasionado, respetuoso, abierto y amigable donde reina el buen humor y el aprecio a la música, la estética y el futbol de barrio. Defendemos al Europa como símbolo de la Vila de Gràcia y estamos claramente alineados con los valores recogidos en los estatutos del club: el antifascismo, el antirracismo, la antihomofobia, el feminismo y el rechazo al acoso. Elegimos el nombre de “Mods” como homenaje a los grupos de animación en las gradas italianas de finales de los ochenta y primeros noventa, que también se denominaban así. Al final eran grupos de amigos, más o menos vinculados a la subcultura mod, que se juntaban para ver el fútbol tras una pancarta en la que únicamente ponía ‘Mods’. Nos pareció conceptualmente divertido y, además, poco o mucho, todos teníamos algún vínculo con esta subcultura. Al principio algunos hacíamos la broma, ‘Mods Europa: ni mods ni del Europa... Ahora seguimos sin ser mods en el sentido más estricto… ¡pero del Europa, a muerte!”
Rayas de cal y porros de aire
La imagen dio la vuelta al mundo. La esnifada más sonada de la historia tuvo lugar en Anfield, un 3 de abril de 1999, durante el derbi de Merseyside, una de las rivalidades más tradicionales del balompié inglés. Olivier Dacurt anotó para los visitantes en el primer minuto, y al poco pitaron penalti sobre Robbie Fowler, que es uno de los máximos goleadores de la historia del Liverpool. Sin embargo, Fowler será siempre recordado por este tiro (nunca mejor dicho) desde los doce pasos –o más bien por la celebración del mismo–: tras meterlo raso por el palo izquierdo, el jugador se agachó frente de la tribuna del Everton, se tapó con la mano una narina y por la otra, culebreando sobre el césped, simuló esnifar los más de 100 metros de cal de la línea de banda. El festejo, según explicó el jugador en declaraciones posteriores, no pretendía apologizar el alcaloide que los cárteles colombianos descargan a mansalva en los muelles de su ciudad, sino ironizar los vilipendios sobre abuso de drogas que los toffees lanzaban sobre su persona por el hecho de haber nacido en Toxteth, el gueto scouser que en los ochenta ardiera al ritmo del Ghost Town de los Specials.
Un cuarto de siglo después de que Fowler se “pasara de la raya” (así reprobó al futbolista la siempre aguda prensa deportiva), la reciente celebración de otro gol ha evocado aquel episodio drogota, si bien en versión blanda. El pasado mes de abril, en las “semis” de la Copa de Alemania que enfrentaban al Bayer Leverkusen con el Fortuna Düsseldorf, el holandés Jeremie Frimpong, tras marcar el primer tanto para el Leverkusen, corrió a buscar a su compañero Amine Adli, quien hizo toda la mímica de liar un gran porro imaginario y pasárselo al defensa para que este le diera unas caladas con la mirada torcida hacia el cielo. De esta manera, Frimpong y Adli elogiaron a lo Cheech y Chong el inicio de la legalización del cannabis recreativo en el país germano.
Una y otra celebraciones de gol ante la tribuna muestran que, obviamente, como ninguna otra, la fiesta del fútbol no es impermeable a las drogas y su imaginario social. ¿Pero cómo se vive esta mundología estupefaciente tras las vallas del campo de juego, entre las diferentes subculturas presentes en la grada y lejos de las máximas categorías? Sigue Leo Hernández: “El alcohol –y, en menor medida, otras drogas– lleva a los aficionados a una especie de excitación narcótica que ayuda a transgredir los límites de la cotidianidad y permite expresar libremente el éxtasis que se experimenta durante los momentos de efervescencia colectiva que surgen durante un partido de fútbol sin preocuparse por la opinión pública. Pero lo cierto es que el mismo hecho de la aglomeración actúa como un excitante extraordinariamente poderoso. Como apunta el sociólogo Émile Durkheim, cuando todos los individuos se reúnen para celebrar un rito, su acercamiento genera una especie de electricidad que los conduce rápidamente a un grado extraordinario de exaltación y en ese momento cada sentimiento expresado encuentra un eco sin obstáculos en todas las conciencias. Podría decirse que el efecto que produce formar parte de una multitud que se manifiesta al unísono en un estadio de fútbol es similar a la estimulación que proporcionan las drogas”.
Neblina cannábica en las catacumbas del infrafútbol
Domingo, hora del vermut. Deambulando por Gràcia Nova (topónimo de carácter administrativo con menos arraigo popular que las stories de whatsapp) un extraterrestre o, en su defecto, cualquier turista medio, es sorprendido por un bramar enfervorecido. Si la curiosidad supera el pavor inicial y sus pasos rastrean el alboroto, en un lapso corto se plantará delante del Nou Sardenya, el modesto pero inexpugnable fortín del Club Esportiu Europa, donde durante 90 minutos cánticos y vítores ensordecerán el entorno. De entre ellos, uno se reiterará especialmente: “Ser de Barcelona és molt fàcil, ser de Gràcia és molt millor”.
No. Ni ser de Barcelona es tan fácil, ni ser de Gràcia es mucho mejor. Tanto la ciudad como la vila adolecen del mismo menoscabo, a escala idéntica y consecuencias igual de nefastas. Gentrificación, substitución de comercios, turistificación… en definitiva: homogeneización en la media alta de renta que las convierten en no-lugares con un decorado de carácter global caro, impersonal y hostil para sus habitantes. Afortunadamente, frente a este modelo desarraigador, existen bastiones de resistencia de pequeña escala pero impacto de lo más trascendente. Uno de ellos es el fútbol de barrio que, en el caso que nos ocupa, es representado por el Europa.
Nacido en el año 1907 y fundador de la primera división española de fútbol, la década más gloriosa de la entidad fueron los años 20… del siglo pasado. Desde aquel entonces, el club ha ido dando tumbos en un ir sin venir que le ha relegado paulatinamente a las catacumbas del infrafútbol, comportando la consecuente pérdida de masa social así como de trascendencia… hasta hace bien poco. ¿El cambio de dinámica? Multifactorial. Ante un mundo que tiende a la estandarización, ser aficionado de un equipo minúsculo es un grito de rebeldía identitaria. Ante una ciudad-decorado como es Barcelona, ser de Gràcia, o de cualquier otro barrio, “és molt millor”. Ante una empresa multinacional del fútbol que se llama Barça, el Europa es el producto de proximidad: un conjunto tangible, de dimensiones humanas, propio. Súmale unos estatutos donde el club se declara antifascista, antimachista, antirracista, antibullyng y antihomofóbico. Ya lo tienes.
“Cada vez se hace más urgente la preservación de estos espacios colectivos, los últimos reductos de un mundo tocado de muerte”
El viejo fútbol. Entrar al Nou Sardenya con un bocadillo de fuet envuelto en papel de plata y una bota de vino cargada de Terra Alta a granel. ¿Estás desprovisto de estos elementos? Dentro del campo, en el bar de la Chus (más famosa y venerada que media plantilla europeista), podrás comer un buen cap i pota y hacerte con una papelina de morros fritos y una cerveza a precios del siglo pasado. A continuación, dirigirte al Gol Sud a vivir el partido de pie con Eskapulats (grada de animación del Europa de ideología antifascista y principal voz del campo) donde durante 90 minutos vivirás una catarsis colectiva en la que los abrazos con desconocidos, que pronto sentirás como parientes, son la norma. Y a cantar contra el fútbol moderno. “Diuen que estem fatal tots de la xaveta, però als de Gràcia això ens importa una merda, perquè t’animaríem a catalana, perquè ens fundim la birra i la marihuana”. Sí, las birras caerán a pares y la neblina cannábica no se desvanecerá en todo el partido.
Pau Marbre es aficionado del Europa. De hecho, lo propio sería definirlo como incondicional. Sí, sin duda lo es. De local o de visitante, te resultará fácil encontrarle entre Eskapulats. También es amante de las pipadas, con lo cual, un día en medio de la humareda, él y sus compinches tuvieron a bien crear un microgrupo dentro la grada de Eskapulats llamado Eskafumats. “La ecuación fue fácil y el juego de palabras nos resultó desternillante… ¡ya teníamos montado nuestro pequeño club cannábico en la grada!”. Eskafumats no son para nada una rara avis. “Sin querer reflejarnos en nadie, sabíamos de la existencia de multitud de grupos de aficionados que comparten causa fumetil y simbología: es muy habitual ver banderas de Jamaica, efigies de Bob Marley, banderas con la hoja de Marihuana… en gradas de medía Europa. Sin ir más lejos, los aficionados del Olimpique de Marsella se sacaron de la manga un tifo gigante con el lema ‘Smoke them all’ en el que aparecía el rostro de Bob con un buen canuto… ¡del que salía una fumarada creada con un bote de humo!”.
Y prosigue: “Las gradas no son ajenas a las drogas, al final se trata de espacios enmarcados en el ocio que reúnen a gente con ganas de diversión… de modo que es fácil que la potencien con alguna sustancia”.
Bufanda, birra y CE Europa como ideales
Uno de los cánticos que resuenan en el Nou Sardenya dice “¡El año que viene Europa-Liverpool! ¡El año que viene Europa-Liverpool!” Es, claro, una adaptación de aquel “El año que viene, Rayo-Liverpool” que a principios de siglo popularizaron los Bukaneros, la grada rebelde del equipo vallecano, que comparte en gran medida su ideario con la de Gràcia. En uno y otro grupo, la posibilidad de un hipotético encuentro con el antiguo equipo de Robbie Fowler tira más bien de chanza y grandes dosis de optimismo, pero ya conocen el dicho: entre broma y broma, la verdad asoma… ¿Qué pasaría si el CE alcanzara la élite del fútbol? De momento, y mal que nos pese, podemos seguir tranquilos: el Betis Deportivo –acompañado de su hinchada neonazi– frustró hace unos días el ascenso de los escapulados a Primera RFEF. Pero no bajemos la guardia: hay quien advierte de la cada vez más habitual presencia de turistas en el campo, y cualquier día podrán verse los callos con cap i pota de la Chus en alguna enervante revista de gastrotendencias –Dios no lo quiera– y gourmetizan el bar del estadio.
“El fútbol popular siempre ha sido un punto de reunión y cohesión social en los barrios, muy alejado de la mercantilización del fútbol de élite de primera división o los proyectos de ricos excéntricos que se retransmiten por Twitch”, tercia Kitiara F. “Es importante apoyar a estos clubes más pequeños, sobre todo el CE Europa, por los valores que representan y por cómo se puede educar y cambiar los estereotipos del fútbol a las siguientes generaciones”.
Y los firmantes añadimos que el fútbol es colectividad y un reflejo más de esta, de sus aficiones, de sus realidades y de sus voluntades. En un mundo como el actual, los elementos identitarios de carácter local son los que mayor transgresión a la norma confieren. Cada vez se hace más urgente la preservación de estos espacios colectivos, los últimos reductos de un mundo tocado de muerte. Son lugares de socialización y formas de ocio politizado que corren el riesgo de desaparecer bajo la piqueta y ser borrados de la memoria oficial, en una ciudad, Barcelona, siempre en constante lucha por mantener encendida la llama de la resistencia. Y sí, debemos evitar a toda costa que sean manoseados por las élites que ven en este fútbol otro nicho comercial alternativo al que poderle sacar rédito comercial. Así que coge tu bufanda, píllate unas latas y algo de hierba, sal a ver al equipo de tu barrio, sea cual sea, y diluye la frontera entre tu ego y la grada. Serás partícipe de una pequeña gran revolución contracultural.