
Pequeño rapado (circa 1980).
Belfast, un pegajoso –que no demasiado caluroso– agosto de 1983. Casi doscientos imberbes con la cabeza rapada, camiseta sin mangas para lucir tatuajes, vaqueros “lejiaos” elevados por tirantes a modo de suspensorio testicular y botas altas con nombre de médico alemán, recorren las avenidas de la capital del Úlster a fin de reventar el acto de la Campaña para el Desarme Nuclear que tiene lugar en el ayuntamiento. Entre ellos, la imberbe pandilla de Johnny “Mad Dog” Adair, Donald Hodgen, Sam “Skelly” McCrory, “Fat” Jackie Thompson, James Millar y otros norirlandeses lealistas que tocan en bandas oi! de Rock Against Communism, apoyan al National Front, al British Movement y la Ulster Defence Association, beben sidra y apalean tanto a católicos como a fans de The Specials y The Beat. También le pegan fuerte a la cola, al pegamento de carpintero. Eso hasta el punto de que esta pretendida demostración de fuerza unionista y pronuclear será apodada por los tabloides como la infame “The Glue Sniffers March” (la marcha de los esnifadores de cola), pues las fotos se hacen eco de cómo los desfilantes se amorran sin recato a bolsas de plástico con disolvente. Ver a cachorros nazis drogándose no debería extrañar a nadie, pues, irónicamente, aunque el Tercer Reich criminalizó las drogas mandando a los consumidores a campos de concentración o matándolos, es bien sabido que a la vez suministraba a estudiantes, durante los años 30, una metanfetamina Hergestellt in Deutschland llamada Pervitin; la misma que luego sus soldados bautizarían, durante la guerra, como “el chocolate del tanque”. El propio Führer esnifaba cocaína para tratar su sinusitis y se hacía inyectar Eukodal, un opioide analgésico hoy conocido como oxicodona (el famoso OxiContin de la familia Sackler) que lo transformaba, según su círculo íntimo, en “un apasionado que le gritaba a Mussolini”. ¿Pero, inhalar cola?… ¿Cómo han llegado a pervertirse así los hábitos de las juventudes nórdicas? O quizá primero cabría preguntarse, ¿cómo el skinheadismo, una subcultura nacida de la fascinación de los jóvenes de clase obrera londinense por la música, la estética y las drogas importadas por la diáspora antillana (el early reggae, el estilo rude boy y la marihuana) se ha venido degradando hasta ser reemplazado en el imaginario social por un sucedáneo de rapados racistas, desaliñados y adictos al pegamento?

El fotolibro de culto Skins (1994), de Gavin Watson, documentó el espíritu radical e integrador que animó en sus orígenes la emergente cultura skinhead de los años 70.
Parte de la culpa puede achacarse a James Moffat, un escritor británico nacido en Canadá que, bajo el seudónimo de Richard Allen, inventó para la New English Library un subgénero del pulp que podríamos tildar de skinheadxploitation fiction. Allen escribió varios centenares de novelas cuyos rudos protagonistas pertenecían a subculturas juveniles surgidas en la Gran Bretaña de finales de los 60 y los 70, como skinheads, suedeheads, hard mods y smoothies. Gran cantidad de ellas narran las correrías ficticias de Joe Hawkins, un joven pelao del East End que se lo pasa pandereta bebiendo, violando y arreando soplamocos a cualquiera “lo suficientemente desafortunado como para interponerse en su camino”; preferentemente hippies, si le dan a elegir. Títulos baratos, hoy de culto, como Skinhead (1971), Suedehead (1971), Boot Boys (1972), Skinhead Escapes (1972), Skinhead Girls (1972), Trouble for Skinhead (1973), Skinhead Farewell (1974), etc., que, a remolque de una atención pública empeñada en criminalizarlos, ayudaron a forjar la reputación de los rapados como, en palabras del sociólogo Stanley Cohen, “folk devils and moral panics”. Oséase, a ser desmesuradamente percibidos como una amenaza para la sociedad. Aunque, en honor a la verdad, las palizas a estudiantes, a quienes acusaban de clase acomodada, así como las la práctica habitual del queer-bashing o fag-bashing –agresiones a homosexuales– y el paki-bashing –violencia contra la comunidad india y pakistaní– por parte de las primeras pandillas de skins de finales de los años 60, tampoco contribuyeron a la buena reputación del estilo.

Joven rapado frente a la imagen de Nicky Crane en la cubierta del disco Strength Thru Oi! (1981). Crane, a quien le borraron los tatuajes nazis para la portada, acabaría por convertirse en un icono neonazi y en modelo de masculinidad para muchos chavales. En 1993, y a punto de morir de sida, confesó su homosexualidad para pasmo e indignación de propios y extraños.

Skinheads bailando el moonstomp en Londres (1980).
Viñas analiza el fenómeno de forma exhaustiva y metodología académica, […] pionera en un país donde los estudios sobre la cultura juvenil se han limitado a zafios reportajes sobre “tribus urbanas” en revistas de crónica social o prensa rosa
Con el revivalismo del estilo a finales de los 70, y haciendo gala de su proverbial majeza, parece que Margaret Thatcher manifestó su afán de “crucificar a todos los skinheads”, lo cual dio origen, como respuesta coñona, al símbolo del skinhead crucificado que muchos se tatuaron –a veces en forma de cruz taleguera en la frente o en los dedos–, y que fue diseñado en la tienda londinense de ropa punk y skin Last Resort. Último Resorte, la legendaria banda punk barcelonesa capitaneada por Silvia Resorte, huelga decirlo, sacó su nombre de dicho comercio (y lo hizo antes que The Last Resort, la banda londinense de oi!). Por su parte, corre por internet una foto de Quique Gallart, cantante de Skatalà –el primer skin certificado de nuestro país– luciendo una camiseta con la ilustración del skinhead clavado en la cruz estampada entre sus tirantes. Cuento esto para evidenciar que la historia del estilo y la subcultura pelona fue y sigue siendo, naturalmente, de alcance “glocal”: su dimensión local es inseparable de otra internacional. Por eso Carles Viñas, doctor en Historia contemporánea y máxima autoridad indiscutible –e indiscutida– de la materia en nuestro país, tras la cercana publicación de Skinheads. Historia global de un estilo (Bellaterra, 2022), acaba de regresar a la carga con Rapados. Una historia de la subcultura skinhead autóctona, editado en catalán por Manifest y en castellano por Verso. Viñas, quien entre ambos ensayos escribió el incidental Ultras: los radicales del fútbol español (Bellaterra, 2023), analiza el fenómeno de forma exhaustiva y método académico, en la línea de los Cultural Studies de Stuart Hall y compañía, sin renunciar por ello a ofrecernos una lectura ágil, entretenida y, por momentos, hasta divertida; pionera en un país donde los estudios sobre la cultura juvenil se han limitado a zafios reportajes de “tribus urbanas” en revistas de crónica social o prensa amarilla. Y a él acudo para interrogarle sobre la ropa, los sonidos, los rituales de resistencia y, cómo no, las drogas que dopan las cabezas rapadas.
La skinhead es, con toda probabilidad, la subcultura que más espacio ha ocupado en los medios de comunicación. Paradójicamente, al margen de estereotipos erróneos, también es la más desconocida o malinterpretada.
A principios de los años 90 se produce un pico de noticias sobre el estilo skinhead que ocupan portadas de la prensa escrita casi a diario. Pero es precisamente la prensa quien empieza a difundir este estereotipo erróneo que identificaba los skins con el neonazismo y el racismo. Y, evidentemente, esto es totalmente desacertado: los orígenes del estilo son multiétnicos, fruto de una mezcla racial de jóvenes ingleses blancos de clase obrera con jóvenes negros de origen antillano que habían llegado a la Gran Bretaña. De esta fusión nacerá, en la segunda mitad de los años 60, el estilo skin, que acabará de consolidarse a finales de la década. Por lo tanto, estos estereotipos que se difundieron profusamente en los 80 y 90 fueron fruto, en la mayoría de los casos, del desconocimiento que existía sobre el fenómeno, y proyectaron a la sociedad una imagen errónea del movimiento skinhead que, desgraciadamente, todavía perdura.

Carles Viñas, autoridad indiscutible –e indiscutida– en materia skinhead de nuestro país, fotografiado frente al Arc de Triomf de Barcelona en 2017.
¿Por qué una investigación académica sobre un fenómeno que, al menos en España, a la institución se la ha traído al pairo?
Yo estoy especializado en historia contemporánea, y es un tema que me interesaba y que, como bien dices, aquí nunca se había estudiado desde la academia. Por lo tanto, creí adecuado adentrarme y empezar a investigar para ofrecer unas bases sólidas, con cierto rigor, sobre el estilo skin. A diferencia de, por ejemplo, Gran Bretaña, donde la historiografía anglosajona ha abordado el mundo de la juventud y los estudios subculturales desde los años 60 hasta el día de hoy, en nuestro país hay un vacío importante. Y mi idea era intentar tapar agujeros en este sentido con alguna aportación histórica rigurosa.
Para hacerla has tenido que pisar las calles y los campos de fútbol, apoyarte en la barra de los bares, hablar con rapados de todos los signos, ir a conciertos y empaparte de fanzines. Es decir, levantar el culo del pupitre.
“La ganja, la marihuana de los jamaicanos, y las anfetaminas de los mods fueron las dos primeras drogas fundacionales del estilo durante su eclosión a finales de los años 60”
La idea era rehuir un poco la metodología tradicional del mundo académico, que acostumbra a hacerse través de la investigación bibliográfica y encerrado en un despacho. Entendía que no era adecuado y que, seguramente, reproduciría esos mismos estereotipos erróneos. Por lo tanto, primero es una investigación multidisciplinaria donde, por ejemplo, adopto el trabajo de campo de la antropología, así como técnicas de la sociología y la politología. La idea era hacer una historia desde bajo, donde los propios protagonistas pudiesen hablar, por eso he entrevistado a un centenar de integrantes del estilo, he estado in situ en varios conciertos, reuniones, campos de fútbol, bares, etc., porque no quería proyectar una visión equivocada y distorsionada, sino que los protagonistas hablaran, que fueran parte protagonista. Creo que la historia narrada desde abajo es importante, y por eso decidí hacer esta investigación en varios ámbitos. También a partir de sus propias publicaciones, los fanzines, y escuchando mucha música de todos los estilos que gustan al movimiento. Entiendo que es la única manera de poder hacer una radiografía tan fidedigna como sea posible de este fenómeno.
¿Cuáles eran las drogas de los skinheads originales?
Inicialmente fueron la mezcla de las dos referencias que tenían: por un lado la ganja, la marihuana de los jamaicanos; y, por el otro, las anfetaminas de los mods. Esas fueron las dos primeras drogas fundacionales del estilo durante su eclosión a finales de los años 60. Habitualmente se consumían en sitios de ocio juvenil: en clubes nocturnos con conciertos y salas de baile, donde los jóvenes negros de origen jamaicano y los jóvenes ingleses de clase obrera se encontraban. Allí compartían experiencias y, entre otras cosas, estupefacientes. Además de las drogas ilegales o prohibidas, también tiene una incidencia relevante entre los skinheads el consumo de alcohol. Concretamente, la ingesta de cerveza es uno de los productos más habituales en el ocio de los skins, y otra herencia de sus raíces británicas, de su extracción social de clase obrera baja. Un hecho que ya se remonta a la Revolución industrial, iniciada en Gran Bretaña en el siglo XVIII, y en que, tras jornadas laborales extensas, los obreros consumían una bebida ligera y económica (sobre todo a partir de la mejora de los sistemas de producción que abarataron los costes) como era la cerveza.

Skinhead girls.

Banda multirracial fotografiada en 1980 en el oeste de Londres.
Fanzines, canciones y prensa sensacionalista de la época retratan también, durante la segunda ola, un gusto por la inhalación de cola.
Sí, esto viene a colación del revivalismo del estilo skin a finales de los 70, coincidiendo con la eclosión del punk, y es aquí donde esta generación del no future, del ‘todo está perdido’, con la crisis del 73 subiendo sus efectos, cae en el consumo de otras drogas, en este caso de la cola. En esa época muchos skins que llegan al estilo a través del punk, quienes también son asiduos consumidores de cola. Y esto, como bien dices, se evidencia incluso en títulos de fanzines como Sniffin’ Glue o de canciones de grupos del momento.
La cultura skinhead llegó algo tarde a nuestro país, pero con mucha fuerza. ¿De qué manera irrumpe y se difunde el estilo en España a inicios de los años 80?
Aquí la dictadura tiene una importancia capital. Durante cuatro décadas el Estado español estuvo sometido a un aislamiento importante, y esto hizo que ciertas influencias no llegaran hasta más adelante. Así como en otros países del entorno, desde el centro de la subcultura, Inglaterra y Londres en este caso, el estilo se irradia casi desde el primer momento, aquí tarda por el efecto distorsionador que provoca el franquismo. Cuando el control comienza a relajarse, a finales de los 60 e inicios de los 70, gracias a la presión post-68, empiezan a aparecer las primeras influencias, y ya durante la transición es cuando las subculturas irrumpen con más fuerza. Se produce el estallido de una generación de jóvenes que quieren alejarse de la ultrapolitización precedente del antifranquismo, y la lectura es: estamos en una nueva etapa de libertad y, por lo tanto, lo que toca ahora es disfrutar del ocio. Por eso empiezan a aparecer los skins y otros fenómenos culturales como por ejemplo la movida madrileña.

Los barceloneses Decibelios fueron el primer grupo oi! y la primera banda skin referencial de aquí.
¿Qué singularidades adopta aquí el movimiento? ¿Cómo encaja esta subcultura en nuestra cultura parental?
La singularidad o la diferencia más importante respecto a otras plasmaciones o concreciones del estilo en toda Europa es que aquí reproduce el contexto sociopolítico existente. Cualquier concreción juvenil o postadolescente, del tránsito de la adolescencia a la edad adulta, como es el caso que nos ocupa, se ve afectada por el entorno, que tiene una incidencia importante. Aquí ese entorno, más allá del tradicional eje izquierda-derecha, era el de las reivindicaciones soberanistas, los nacionalismos periféricos enfrentados al nacionalismo centralista español, etc., y todo esto tiene un reflejo en la plasmación del contexto skin donde se reproduce, en menor escala, el contexto político. La característica diferencial más importante es esta politización que no encontramos en otros países.

Portada del disco Paletas y bolingas. Lo mejor de Decibelios (1994).
¿Y cuáles son las drogas de los primeros rapados aborígenes?
Básicamente, anfetaminas de todo tipo, que en la España de entonces se conseguían con facilidad en las farmacias mediante recetas falsas, hasta que se puso coto a ello. Y también el costo, el típico canuto o porro de los grifotas de toda la vida. Son las dos drogas principales en relación a este estilo en esos años; estamos hablando de los comprendidos entre el 79 y el 82, a finales de la transición política.
¿Alguna diferencia en relación al consumo con los boneheads nazis?
Sí, bueno… Se dio sobretodo, creo, más en la extrema derecha, en un intento de erigirse como los garantes de una raza pura, aria, sin consumo de drogas… Pero esto es el discurso y en la práctica es otra cosa, porque algunos de estos cabecillas fueron luego detenidos por tráfico de drogas. Por tanto, es bastante sintomático de cómo funciona el estilo en el sector de cabezas rapadas neonazis y la gente que se adhiere al mismo.
¿Qué hizo que Barcelona, como apuntas en tu libro, se convirtiera en el epicentro del movimiento?
“Las bandas latinas ocuparon el vacío dejado por los skins”
Básicamente, su proximidad con Francia. Las primeras influencias llegaban del norte y la gran urbe del momento era Barcelona. Ya a finales de los 60 y durante los 70 la contracultura llegó y se desarrolló aquí, y el hecho de ser una ciudad con puerto también ayudó. Y después, a inicios de los 80, empezaron a llegar rapados o skins franceses. Es un cúmulo de circunstancias, pero sobre todo yo lo vincularía al ámbito geográfico.
¿Cuáles fueron los elementos más destacados de la cultura skin que permitieron su difusión y desarrollo?
Creo que su carácter transgresor es lo que más seduce o fascina a un determinado sector de jóvenes que lo acaban adoptando o abrazando. Este carácter rompedor, incluso rupturista, respecto a la cultura parental. La voluntad de marcar una identidad diferenciada cuando eres joven… Todo esto influye en el hecho de que un segmento importante de la juventud, en los 80 e inicios de los 90, adopte, más o menos, en ciertas dimensiones, el estilo skin y todo lo que supone.

François “Roudoudou”, un skin parisino, y Quique Gallart, de Skatalà, el primer skinhead certificado del Estado.

Un joven Jordi Llansamà (actual capo del sello BCore Disc) convertido en skinhead tras un concierto de Decibelios.
¿Qué importancia tiene la música para esta subcultura?
“La coca es hoy una de las drogas más habituales de los skinheads, junto con el speed y otros sucedáneos”
Es capital. La música es uno de los elementos más relevantes, junto con la estética y aquí también la política: son los tres pilares que sustentan el estilo. La música es muy importante porque permite crear una identidad al margen. No es sólo una identidad en el ámbito estético o de comportamiento, de actitud, sino que se construye además en el ámbito musical: la adopción de referentes que en este caso llegan tardíamente: empiezan por el punk, la música oi!, y después los sonidos jamaicanos originarios de los años 60, al estilo primigenio de la Gran Bretaña, serán los que acabarán de concretar esta identidad diferenciada respecto a sus progenitores.
A mediados los años 80, muchos skinheads y aledaños, como casuals y hools, cambiaron el pub y las gradas de fútbol por la pista de baile, y con ello el alcohol, los porros y la cola por el éxtasis.
Sí, el declive del rivival skinhead coincide con la erupción de la escena acid-house, y una nueva generación incide en ello desde el mundo del casualismo en las gradas. Esto se entiende porque el fútbol es inherente al estilo skinhead. Es también cuando aparece aquí, en España, esta variante híbrida que recoge algunos de los rasgos estéticos del estilo skin, vinculados a la escena de la música makina, la ruta del bacalao, etc. Y nace este sucedáneo, los “pelaos makineros”, que yo no abordo con profusión en el libro porque es un tema que me parece tangencial, porque, al margen de ciertos rasgos estéticos, creo que es otra cosa. Otro fenómeno que tampoco ha sido muy abordado desde la academia ni las ciencias.

Skinhead esnifando cola a mediados de 1980 y dos skins posando en la misma época.
Muchos de los viejos skinheads lo siguen siendo, y gente jovencísima ha adoptado el estilo. Las pinchadas de early reggae, rocksteady, two tone, etc., proliferan. En cambio, hace tiempo que no cambio de acera al cruzarme con una pandilla de boneheads nazis… ¿Se han ido estos últimos al Congreso?
Tras vivir en España su momento álgido a inicios de los años 90, los episodios de violencia protagonizados por las bandas de cabezas rapadas neonazis atrajeron el foco mediático, comportando también una mayor presión social, institucional y policial. Fue entonces cuando se difundió y extendió el estereotipo mediático que asociaba, erróneamente, skins con nazismo y racismo. Todo ello comportó un declive de este, y también su sustitución por unos nuevos folk devils (demonios populares) como fueron las bandas latinas, que ocuparon el vacío dejado por los skins. El estilo, por lo tanto, pervive con unas dimensiones mucho más reducidas y, sobre todo, gracias a aquellos que se mantienen fieles a los orígenes, porque los ultraderechistas (por motivos varios) han ido abandonando el look precedente. La comprensión, poco a poco, va mejorando, pero desgraciadamente todavía persisten en el imaginario popular los tópicos mencionados.
¿Y qué drogas consumen los rapados de hoy?
Junto con este proceso de volver a los orígenes, sobretodo desde el ámbito musical, se ha retomado, por un lado, el consumo de marihuana, indisociable del estilo skin y la escena musical jamaicana, el reggae y sus antecedentes. Y por otro, como es un estilo que, evidentemente, discurre en paralelo a la evolución de una sociedad en la cual el consumo de cocaína ha experimentado un gran auge, pues también la coca es hoy una de las drogas más habituales de los skinheads, junto con el speed y otros sucedáneos.