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¿Ratas morfinómanas?

No siendo un delincuente, ni un criminal, ni habiendo atentado física ni psicológicamente contra nadie, un día un juez decide meterte en la cárcel. Eres una persona normal. No vamos a contar aquí lo que has hecho. Sabemos que nada por lo que objetivamente debieras ir a la cárcel. Pero las has cagado igual.

No siendo un delincuente, ni un criminal, ni habiendo atentado física ni psicológicamente contra nadie, un día un juez decide meterte en la cárcel. Eres una persona normal. No vamos a contar aquí lo que has hecho. Sabemos que nada por lo que objetivamente debieras ir a la cárcel. Pero las has cagado igual. A lo mejor te has manifestado pacíficamente en la puerta del Congreso de los Diputados, o te has negado a ser cacheado en un control policial rutinario, o, aunque no has asistido a una manifestación, se te ha ocurrido la atolondrada idea de tuitearla, o vete tú a saber en qué otra espuria acción habrás desperdiciado tu tiempo.

El caso es que estás en la cárcel, y, la verdad, nos da igual el motivo. Sí, debe de ser una faena. Pero a nosotros no nos importas tú. Hemos pactado con el Ministerio del Interior para, ya que eres un presidiario, poder experimentar contigo. Y al Sr. Ministro, como no podría ser de otra forma, le ha parecido bien.

En la cárcel hemos acondicionado dos tipos de jaulas. Una de aislamiento y otra en la que tendrás piscina, masajes tailandeses con final feliz hechos por tailandesas de Tailandia (si eres mujer, serán dominicanos de Santo Domingo), cine con palomitas, compañeros y compañeras de patio y un sinfín de actividades con las que te será difícil aburrirte. Es más, como tú,  a mucha gente corriente que nunca se ha fumado un porro en su vida –no digamos ya otras drogas–, personas educadas, tipos normales sin grandes problemas –algo relajados en cuestión de conocimiento jurídico, lo cual los hace más normales aún–, les ha tocado antes que a ti este tipo de confinamiento y, cuando se ha cumplido la pena, no querían salir. Tanto es así que a esta última modalidad de celda la hemos llamado “la cárcel de atracciones”.

El experimento consiste en que en los dos tipos de confinamiento dejamos libre acceso a heroína –sí, caballo, jaco, eso que antes se chutaban y que ahora fuman los yonquis–, para que la tomes cuando quieras. Tú, que no has probado un porro en tu vida y que, como buen y normal españolito, has crecido con toda la propaganda antidroga acechándote en cada rincón mediático. La cosa es que tú no puedes elegir a qué cárcel irás. Lo ha decidido por ti, antes de iniciarse el experimento, un programa informático que hace que sea el azar el que elija el destino de cada preso singular. Los experimentos científicos están diseñados para romper las leyes del karma.

Vaya, qué mala suerte. Te ha tocado la jaula de aislamiento. Estás tú solo. La buena noticia es que nunca te faltará heroína. Y, claro, te haces un adicto. Un puto yonqui de mierda. Nos creíamos que eras normal, pero no: resulta que en lo más profundo adentro de ti se escondía un monstruo reptiliano cuyos deseos más profundos no son otros que hacer el mal. Y ese monstruo ha emergido. Menos mal que estás en la cárcel, y aislado, porque si no estarías atracando viejecitas para comprar heroína con el dinero de sus pensiones. No tienes solución. Además, aunque te metiéramos en un programa de tratamiento, volverías a recaer. Lo llevas en tus genes. Tú no puedes decidir. Eres un enfermo y a día de hoy no conocemos la cura porque uno de los síntomas de tu enfermedad es que no quieres curarte. Y, si no, mira a todos los yonquis de ahí afuera, del mundo exterior. Son como tú. Su cerebro está secuestrado por la droga. Aunque ellos estén libres, su cárcel es como la tuya. Y nunca podrán salir de ella. Cuando salgas de la cárcel, no te preocupes, podrás seguir un programa de mantenimiento de metadona y, aunque ya no volverás a ser nunca normal porque siempre serás un enfermo, al menos sí podrás llevar una vida normal. ¿Que en qué te diferencias entonces de una persona normal si ambos lleváis una vida normal? Hombre, ¡te lo acabamos de decir!: tú eres un enfermo y ellos no.

Rat

Rat Park

Este experimento no es ficticio. Durante los años 1970, un científico llamado Bruce Alexander realizó este mismo experimento pero, claro, con ratas. Efectivamente, las ratas que fueron confinadas en jaulas individuales se volvieron adictas. Como todos los experimentos con animales se hacen en situaciones de aislamiento, el paradigma imperante de la adicción es que es una enfermedad del cerebro, crónica y de difícil cura –a pesar de que la realidad arroje unas cifras de más del 80% de recuperación para cualquier droga ilegal–. Volviendo al experimento, para sorpresa de todos, no ocurrió lo mismo con las ratas a las que les tocó vivir en el parque de atracciones para ratas (o “Rat Park”). Las ratas que vivían en el Rat Park, a pesar de tener acceso ilimitado a agua con morfina  –una droga que al llegar al cerebro se transforma en heroína y que, al igual que esta, produce dependencia fisiológica–, apenas la probaban y no se hacían adictas. Y es que a las ratas en concreto no les gusta la morfina, y si se les da la oportunidad de entretenerse en cosas más afines con su naturaleza social  (girar en norias, aparearse, jugar con sus congéneres…), dicen simplemente NO a la droga.

Pero aún hay algo más. Cuando a las ratas enjauladas en soledad y adictas a la morfina (una droga que produce dependencia fisiológica) se les sacaba de su aislamiento y se las instalaba en el Rat Park, su vida se enriquecía de estímulos acordes con su naturaleza –una naturaleza social, como la del ser humano–, y ellas mismas, sin ayudas de programas de mantenimiento de metadona ni fármacos antisíndrome de abstinencia, dejaban poco a poco la morfina.

Hoy en día, cuando el paradigma de la adicción parece estar cambiando debido a que muchos expertos empiezan a dudar del modelo de adicción a drogas como una enfermedad para considerarlo un hábito que se instaura por razones que escapan de los objetivos de este artículo –pero que no tienen nada que ver con un cerebro enfermo; ni con un vicio, obviamente–, la historia del Rat Park se ha popularizado mucho. Es difícil acceder a los artículos originales, pero una buena descripción de los experimentos de Bruce Alexander puede leerse en el libro Cuerdos entre locos. Grandes experimentos psicológicos del siglo xx, de Lauren Slater (Alba Editorial, 2006); un libro que todo estudiante de psicología debería tener en su mesilla de noche y en el que podrás aprender, entre otras cosas, qué hacer si quieres, estando mentalmente sano, que te internen en una institución mental con un diagnóstico de por vida tan solo pronunciando una palabra que aquí no te vamos a revelar. También puedes leer la historia del Rat Park en cómic (http://goo.gl/9lQAoH), e incluso hay varios vídeos de animación que puedes ver si tecleas en YouTube Rat Park.

Se me acaba el espacio. Ya les hablaré otro día de ratas cocainómanas, una plaga mucho más preocupante que la de ratas morfinómanas. Después de todo, la morfina es una droga de paz y raramente las ratas adictas se dejan ver fuera de las alcantarillas. Las ratas cocainómanas, por el contrario, en su búsqueda ansiosa de droga son tan osadas que pueden llegar a entrar hasta en nuestros domicilios. Y lo que es peor: mordernos y transmitirnos su enfermedad. Ya veréis, ya…

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