Para poder otear más allá de la innata sensibilidad de Federico García Lorca es necesario tener en cuenta el “cocktail” químico-anímico que pudiera haber condicionado su personalidad y su obra.
Federico y sus neuralgias
A los siete años pudo recibir tratamiento con opiáceos para tratar una infección bucal (manuales farmacéuticos de la época lo señalan como remedio para odontalgias) que lo puso a las puertas de la muerte. Su hermano Francisco escribe en Federico y su mundo: “El poeta no se libró del tifus. Tendría unos catorce años cuando le acometió la enfermedad con terrible virulencia. Estuvo a la muerte”. “Hay que decir que el médico estaba en casa en cuanto nos dolía un dedo. Mi padre tomaba la precaución, cuando nos marchábamos al campo, de llevar algunas medicinas que pudieran ser necesarias […]. Yo achaco esta actitud a que se le murió de una infección un hijo, Luis, cuando el niño tenía dos años. Luis venía entre Federico y yo”. A través de su epistolario reconocemos los continuos padecimientos de muelas, que asedian al poeta en 1920 y 1921. Fleming no descubrirá la penicilina hasta 1928, y el opio (morfinas y láudanos) era tratamiento generalizado para todo tipo de dolencias. “He padecido unas terribles neuralgias y fiebres; además, me dolían las muelas”, “He atravesado dos veces por el agua verde de las neuralgias”, “Me parece que estoy convaleciente de alguna enfermedad y tengo cansancio como si hubiese atravesado los deseos turbios de la fiebre”, escribe a sus amigos en distintas cartas.
Un aire divinamente irrespirable
La poesía de Federico está trufada de referencias botánicas. Era gran conocedor de la naturaleza, se había criado en la Vega de Granada y era ávido lector de libros de historia natural. En la obra Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores se hace referencia a la datura estramonio, y a la “seta venenosa” en Poeta en Nueva York.
En el Romancero gitano, Federico escribe: “Siete gritos, siete sangres / siete adormideras [amapola del opio, Papaver somniferum] dobles, / quebraron opacas lunas / en los oscuros salones”.
En 1926 escribe a Pepín Bello: “Un aragonés no puede nunca saber del dolor de cabeza producido por las flores en la noche andaluza. Del jardín sube a mi cuarto un aire divinamente irrespirable”. Quizá se refiera al aire de las adormideras que crecían de forma silvestre y cultivada en el sur de España. Así ocurría en casa del músico Manuel de Falla, tal y como explica Isabel García Lorca en Recuerdos míos: “Por eso aquellas tardes del carmen de la Antequeruela son inolvidables, con aquella vista de la Vega y la sierra llena de luz, de rumores lejanos, de campanadas, con el olor de las rosas y de las adormideras, que estaban en otro bancal superior al que don Manuel, con su extrema sensibilidad para todo, no podía subir porque se mareaba con su perfume. Bien es sabido que la gente hacía cocimiento de estas flores para dormir y calmar los nervios”.
Sus dibujos suelen estar rematados por elementos vegetales. Donde algunos ven campanillas, otros ven adormideras
En su obra de teatro Así que pasen cinco años, hablando del ambiente “enrarecido” de la casa en donde se desarrolla la escena, Lorca pone en boca del Criado: “Dicen que con las anémonas y adormideras duele la cabeza a ciertas horas del día”.
En 1927 le escribe a Sebastià Gasch: “Tu carta la recibí en plena fiebre de cuarenta grados. He sufrido una gran intoxicación. Ya estoy en franca mejoría […] porque todavía no tengo la cabeza firme y te escribo en la cama”. Ian Gibson no explica a qué pudo deberse dicha intoxicación. En las continuas cartas a su familia escribe sus padecimientos de “nervios” y su “constipado crónico”, quizá por abstinencia de láudanos.
Sus dibujos suelen estar rematados por elementos vegetales. Donde algunos ven campanillas, otros ven adormideras. En Retrato de Dalí, Federico dibujó al pintor con una pipa de opio en la mano derecha que desprende un humo azul que se le mete por la boca, amén de una “copita” en la mano izquierda. En lo que parece ser un “autorretrato” se atisban sendas adormideras brotándole de la cabeza. En El público, escrita en 1930 aunque publicada y representada póstumamente, el personaje del Director (trasunto del propio Lorca) se trasforma en otros personajes, entre ellos Maximiliana, “una mujer vestida con pantalones de pijama negro y una corona de amapolas en la cabeza”. En 1988, Alberti lee una serie de poemas inéditos de Lorca en la Residencia de Estudiantes. En uno de ellos dice: “¡Pero vamos! / ¿te desvelas? / Adormidera amarilla / te daré mañana mismo”. Estudio aparte merecería La rosa de la muerte, dibujo que Federico elabora para el libro Una rosa para Stefan George, del poeta argentino Ricardo E. Molinari.
La desesperación del té
En el libro Federico y su mundo, su hermano Francisco cuenta cómo Lorca, de niño, era adicto a las guindas en aguardiente, “que Federico asaltaba en las casas de todos los tíos, tías y conocidos. ¡Había que ver a Federico extrayendo del bote de cristal las guindas, o las enormes uvas moradas, con una aguja de hacer media del costurero de mi madre!”. Su hermana Isabel recuerda cómo la criada de la casa, Dolores, era bastante noctámbula y jugaba a las cartas en la cocina hasta altas horas de la madrugada con los hermanos García Lorca: “Jugaban y tomaban lo que Federico llamaba ‘café iluminado’, café con algo más que gotas de aguardiente”. También recuerda cómo sus hermanos iban a la romería de Moclín en contra de la voluntad de su padre: “Pues aquello era una verdadera bacanal. ‘Más de cuarenta toneles de vino he visto a las espaldas de la ermita”.
José Mora Guarnido, amigo granadino de Federico, cuenta cómo Ramón Pérez Roda iniciaba a los tertulianos de El Rinconcillo en “los ritos excitantes del whisky y la absinta [sic]”.
Ya en Madrid, Federico continuaría sus correrías alcohólicas como “residente” a principios de los años veinte en el Rector’s Club, situado en el hotel Palace. “El whisky costaba tres pesetas, antes solían beber cosas más baratas para irse entonando”. Dalí cuenta en sus memorias cómo Buñuel era el maestro de ceremonias, quien solía rebajar la euforia alcohólica a base de champagne. Lorca escribe a Claudio de la Torre unos versecillos donde hace referencia al asunto: “¡Me gasté en el bar del Palace / mis monedillas de agua!”.
En Conversaciones con Buñuel, Max Aub recoge el siguiente comentario del director aragonés: “Empecé a beber con los Federicos y los Pepines en Madrid, a los veintidós años. Vamos, a tomar con los amigos mucho Valdepeñas, una copa de coñac”. Y más adelante, Buñuel añade: “En el grupo de la Residencia, estábamos divididos entre los vegetarianos, que seguían a Juan Vicens, el cual era naturista extremista, y los que estaban conmigo, que éramos alcohólicos”.
Buñuel confiesa a Max Aub: “Íbamos a beber y a beber. Todo el día. No comíamos. Y luego nos íbamos al paseo, a la Alameda,
y a vomitar por sobre el pretil que da al Tajo”
El director de la Residencia de Estudiantes, Alberto Jiménez Fraud, tenía prohibida la ingesta de alcohol en las instalaciones, por lo que las tardes en la habitación se hacían eternas para Federico, fumando y tomando tisanas en lo que él vino a llamar “la desesperación del té”. Buñuel le apostilla a Max Aub: “El ron era nuestra bebida favorita, además del té”.
Buñuel en Mi último suspiro hace referencia a la fundación en 1923 de la Orden de Toledo: “Aquella Orden funcionó y siguió admitiendo nuevos miembros hasta 1936. Pepín Bello era el secretario. Entre los fundadores estaban Lorca y su hermano Paquito”, y que básicamente consistía en correrse grandes borracheras hasta el amanecer. De nuevo Buñuel confiesa a Max Aub con claridad: “Íbamos a beber y a beber. Todo el día. No comíamos. Chato de manzanilla tras otro, y tapas. Y luego nos íbamos al paseo, a la Alameda, y a vomitar por sobre el pretil que da al Tajo. Nos acostábamos a la hora que fuese”.
El escenógrafo Santiago Ontañón nos cuenta en sus memorias: “Federico era un noctámbulo que no solía madrugar”. Un día en una de sus correrías etílicas se quedó sin dinero y no dudó en subir a la redacción de la Revista de Occidente, donde acababa de publicar el “Romancero gitano”, para cobrar sus emolumentos: “Subió solo, con mucha arrogancia, a que se lo dieran, y al poco bajó con algunas pesetas, gracias a las que seguimos bebiendo y pudimos cenar juntos”.
En carta a Pepín Bello de agosto de 1926 le escribe: “No bebo cerveza porque no me gusta la de Granada, pero sí bebo vino y de ¡buena clase! Se hace lo que se puede”. Federico hace esta apostilla, seguramente, refiriéndose al poema Tardecilla de viernes santo, que le dedicó en 1924, donde le reprendía en clave lírica: “Pepín: ¿por qué no te gusta la cerveza?”.
Poeta en Nueva York
No hay que olvidar que García Lorca llega a Nueva York en 1929, durante la ley seca, lo que no le impedirá, en palabras de Campbell Hackforth-Jones, beber ginebra de contrabando “antes de salir a cenar”, tal y como recogen Maurer y Anderson. En carta a sus padres habla de cómo, en una velada con la Argentinita y Lucrecia Bori, “comimos solos los tres en un pequeño restaurante cerca del Hudson. Bebimos Anís del Mono y ellas lo celebraban entusiasmadas, pero yo noté que nos daban una falsificación, ‘anís del topo”. En otra misiva les escribe que en casa de Miss Adams, de “distinguida familia”, se le ha organizado “una reunión” donde se tocó música de Albéniz y Falla: “En el comedor había, ¡oh, divina sorpresa!, botellas de jerez y cognac Fundador”.
Federico visita durante una semana Eden Mills, desde donde escribe a Ángel del Río: “Un paisaje prodigioso, pero de una melancolía infinita […] cuando pienso que puedo beber en la casa donde vives me pongo muy alegre. […] Toda mi infancia viene a mi memoria envuelta en una gloria de amapolas [sic] y cereales […] Urgente el cognac para mi pobre corazón”. Y remata la misiva con un “perseguido en Eden Mills por el licor del romanticismo”.
Para reconstruir el clima “químico” del Nueva York portuario, nada mejor que el Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez. El moguereño escribe sobre la “charla melancólica” que sostiene un “señor que toma opio”. Narra los “cuadros de opio” en Long Island y de unas señoras atacadas de esnobismo que “fuman en una actitud de abandono” en un club cosmopolita de Nueva York. Hay que destacar la presencia del “marinero” dentro de la simbología de Federico, tan presente en sus dibujos.
Louis Lewin escribe en Phantastica: “Según los informes que en 1921 realizó la mayor institución de sanidad de la ciudad de Nueva York, los americanos toman doce veces más opio que cualquier otro pueblo del mundo”.
Ian Gibson cuenta: “Lorca describió con pelos y señales el ambiente gay de Harlem en una carta a Rafael Martínez Nadal nunca publicada por este. Lo sabemos gracias al testimonio del escritor Luis Antonio de Villena, a quien Nadal se la mostró en 1982”. Villena escribió un artículo en 1995 donde cuenta que Federico “relataba vivamente, sin pudores, una orgía con negros”.
El profesor Ángel Flores recuerda que “un día García Lorca y él cruzaron el puente de Brooklyn y llamaron a la puerta de [el poeta] Crane […], estaba bastante ebrio y tenía reunidos en su piso a media docena de marineros ya borrachos con el alcohol ilegal que Crane les había proporcionado […] Flores se dio cuenta de pronto de que Lorca y Crane tenían mucho en común, que a Lorca ‘le interesaban también los marineros’ y que la situación despertó en Lorca la curiosidad. [...] Crane invitó a Lorca a quedarse en la compañía de los marineros; Flores se despidió, y Lorca permaneció con el grupo. El último recuerdo de Flores fue un vistazo de Crane bromeando con un grupo de marineros, y de Lorca ya con otro grupo a su alrededor”.
John Crow, compañero de Federico en la residencia universitaria de Columbia, habla de cómo su “fascinación por las orquestas negras de jazz lo llevaba a realizar frecuentes visitas a los antros de Harlem, a altas horas de la noche”. “En más de una ocasión se adentró por los antros de Harlem a altas horas de la madrugada, se paseaba a medianoche por el puente de Brooklyn […]. A veces debe haberse sentido muy solitario, pero el resto de veces él bebía, repartía abrazos y se iba de juerga como cualquier otro”. El ambiente nocturno de la ciudad le lleva a Federico a declarar en Blanco y Negro que “la influencia de los Estados Unidos en el mundo se cifra en los rascacielos, en el jazz y en los cocktails. Eso es todo. Nada más que eso. Y en cocktails, allá en Cuba, en nuestra América, hacen cosas mucho mejores que los yanquis”.
La Habana y vuelta a España
El poeta era muy aficionado al ron. Dalí, incluso, le regala Naturaleza muerta con botella de ron en 1925. El poeta Nicolás Guillén habla de un encuentro entre amigos “donde nos esperaba una botella de ron”, rematando: “La estancia de Lorca sobrepasó el tiempo que él tenía de compromiso para sus charlas en la Hispano-Cubana, dedicándose, no sé si deliberadamente, al conocimiento de la vida nocturna popular habanera, en cuyos medios se sentía como en casa”. Dulce María Loynaz corrobora: “El poeta llegaba a nuestra casa todos los días a eso de las tres de la tarde. Le teníamos la botella de whisky y el agua de sifón […]. Bebía, se sentaba al piano y comenzaba a tocar y cantar”.
En una crónica de 1938, Adolfo Salazar escribe sobre la estancia del poeta en La Habana: “Ya en la calle soltaba el torrente de sus carcajadas y, cogiéndose de mi brazo, me conducía a cualquier parte donde hubiese un piano y una botella de ron”.
En 1933, Lorca viaja a Buenos Aires. Cuando marcha es preguntado por la prensa si tiene pensado volver, a lo que contesta: “¡Ojalá! Pero yo no quiero ir para estrenar ni dar conferencias. Me gustaría ir para estar con mis amigos […] para beber el vodka ruso en las tabernillas de la calle 25 de Mayo”.
Luis Antonio de Villena recuerda cómo Vicente Aleixandre le contaba que en su casa se organizaban “fiestas por las tardes, con muchachos jóvenes, y sus amigos literatos. Federico toca el piano alguna vez, y se beben cócteles”. El libro de Ian Gibson Lorca y el mundo gay es imprescindible para conocer las tendencias del poeta hacia el mundo de la noche y su promiscuidad sexual: “A Lorca le gustaba beber, necesitaba un trago de vez en cuando, e incluso cuando incumbía, caía en el exceso”.
En carta a Carlos Morla escribe: “Tengo a veces ataques intensos de cariño que curo bebiendo vino de Granada”. Su íntimo amigo Rafael Martínez Nadal refiere en el programa A fondo, de TVE, cómo Federico bebía “muchísimo whisky, cosa que hacía con mucha frecuencia” rematando con un prudente “sin emborracharse jamás”. El propio Nadal escribió acerca de la última entrevista que mantuvo con el poeta horas antes de viajar hacia su asesinato: “Nos sentamos y pedimos dos dobles de Fundador. El taxista bebía en otro velador con el camarero […]. / En mi lugar, ¿Tú que harías? No supe qué contestarle y pedimos otros dos dobles de coñac”.
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