“Myōboku tiene que ver con el control de la energía natural. Para mí es lo mismo que pasa con los porros. Si fumas y te da el blancazo es porque no has sabido controlar bien la energía natural de los porros, y acaban por tumbarte. En cambio si sabes controlarlo tienes una energía especial”, me dice Òscar Garrobé –“Garru”–, principal compositor y bajista de la banda, en los sótanos de la barcelonesa Sala Apolo. En unos pocos minutos los miembros del grupo Myōboku presentan su primer disco. La banda está en el camerino a dos pisos bajo tierra, bajo unas paredes de ladrillo rojo de varios metros de altura los componentes del grupo se mueven excitados. Están rodeados de amigos que colaboran con ellos: dos fotógrafos, un técnico de luces, un técnico de sonido y una modista. Discuten sobre su trabajo con la música y sobre su posible clasificación en un género; esta última una difícil cuestión. En sus manos hay cámaras, cigarrillos, cervezas y algún canuto de marihuana.
El grupo telonero abandona el escenario y los cuatro músicos de Myōboku se maquillan y visten rápido con los trajes de estilo oriental que ha traído la encargada de vestuario: kimonos y faldas con un color para cada componente, y sandalias con calcetines que recuerdan las indumentarias tradicionales japonesas que aparecen en los manga y las series anime. Bromean y ríen nerviosos. Es la hora de salir y esa excitación sube por la escalera de caracol hasta el escenario. Hay cuatrocientas personas en la sala y dos amigos locutan una presentación en directo como si se tratara de un ring de personajes de ficción.
Boum bein bom, el bajo empieza a hablar con voz grave y vacilante. Aparece la batería: Pu, pum, dos semicorcheas; silencio. Luego resplandece un acorde arpegiado en un teclado, y a continuación suena una discreta distorsión digital. La guitarra se descuelga con una melodía mientras un inmenso subsuelo de catacumbas vibran con el bajo y la batería. La gente grita y empieza a moverse. La música de Myōboku es un mundo de colores, como un videojuego plástico y vivo en el que descubrir rincones y paisajes desconocidos. Los sonidos forman árboles y montañas, lagos navegables en los que poder sumergirse. Se atraviesan pasajes de día y de noche y aparecen personajes bromistas escondidos. Hay aparente realidad y desfiguración glitch. La voz recorre todos estos paisajes que provocan placeres y tensiones duras, apretando al público para luego resolverse en un cambio melódico que se expande por toda la sala.
Garru es el responsable de pintar estos paisajes sonoros. Bajista joven con un extenso recorrido por varios grupos catalanes, el disco de Myōboku (marzo de 2020), ha sido su proyecto final del grado superior de música. Él compuso los temas y Marina Herlop puso la voz. Marina es también pianista y compositora de mundos densos en solitario. Su voz es la que se sumerge en las aventuras musicales creadas por Garru, para contarlas en su idioma propio, que no es el castellano ni el inglés, sino un conjunto de sílabas de fantasía. Myōboku lo completan Marçal Xirau a la guitarra y Toni Llull a la batería. Juntos forman este cuarteto ecléctico y friqui, que toca una música potente e inusual capaz de compungir y hacer bailar.
La estética musical de Myōboku es inclasificable en un solo género. “Compongo mucho a suertes y cuando encuentro algo que me gusta sigo por ese camino. Trato de encontrar el equilibrio entre lo que surge de dentro, como sin querer, y buscar aquello concreto que quiero”, me explica Garru. El resultado es la suma de todos los años que lleva escuchando música. Influencias mezcladas desde el neosoul como el de Hiatus Kaiyote, hasta el metal de Lamb of God, con los añadidos de compositores de principio de siglo como Debussy y Ravel, que cautivan a Marina. “Myōboku es una receta extraña con muchos vértices –dice Marina–, se nota que las melodías que yo hago vienen de otro lado, pero encajan”. Las composiciones son atípicas y tratan de huir de las fórmulas habituales usando diferentes compases con acentos rítmicos irregulares. Todo con un toque de efectos musicales propios de series de anime que fascinan a Garru como Bola de Dragón, One Piece o Naruto.
Myōboku y otros grupos forman parte de una escena underground barcelonesa estructurada alrededor de una asociación musical llamada el Pumarejo, referente de la musica instrumental emergente en Barcelona
Garru bromea constantemente sobre el escenario y en varias ocasiones suelta un “pena” o “damos pena”. Es como una fórmula para quitarle importancia a lo que están haciendo, una broma entre colegas que se permiten el lujo de decir sobre el escenario, a pesar de que pilla desprevenida a la mayoría de la sala. Con un “Damos pena” intentan espantar la presión de estar subidos al escenario de la Apolo presentando el disco y tener que dar apariencia de profesionalidad y triunfo. Convocan ese conjuro mágico que es reírse de uno mismo, y cada vez que dicen “Pena” les sirve para seguir adelante con mayor impulso. Garru ríe con amplia sonrisa. En otro momento dice “buah, vaya temazo” por el micro en medio de una canción. Marina me cuenta que a veces magnifican los errores: “En un concierto, Garru le dio con el bajo al micro sin querer y el golpe resonó fuerte por los altavoces, después cogió y le volvió a dar, pero esta vez a propósito”, explica. “Yo que vengo del conservatorio, donde todo es muy sereno, me entra la risa. El Garru me ha enseñado que da igual, que es más importante pasarlo bien, pero de verdad, porque es lo que quedará”.
El Pumarejo, un oasis artístico
Ambos llevan varios años dando conciertos, Marina con su proyecto de solista, ahora ampliado en el directo, y Garru en varios grupos distintos, que ahora son una media docena. Los otros componentes del grupo Toni y Marçal también tienen formaciones propias y tocan en otras. En conjunto con otros músicos forman un grupo amplio de bandas que comparten componentes y que desarrollan proyectos conjuntos. Estos grupos y unos cuantos más forman parte de una escena musical underground barcelonesa que se ha estructurado alrededor de una asociación musical llamada el Pumarejo, que desde hace unos años es la referencia de la música instrumental emergente en Barcelona.
El Pumarejo nació como el proyecto de tres músicos barceloneses que quisieron crear un espacio que no fuera un negocio sino un lugar de expresión y de exhibiciones artísticas. Proyecciones, talleres, teatro y charlas, pero sobretodo mucha música. A principios de 2016 el Pumarejo abrió sus puertas en el barrio de Vallcarca con tres locales de ensayo para músicos a muy buen precio y una sala principal de techos altos que tenía telas negras colgando, una barra para servir y, tras los micrófonos y amplificadores, un enorme mueble de madera para absorber frecuencias graves fabricado en los 80. Sofás, pequeñas lámparas y estanterías con libros convivían con una gran cantidad de instrumentos que llenaban las paredes de aquella sala. Allí se conocieron Marina y Garru, y muchos otros músicos de la ciudad que gracias al Pumarejo crearon nuevas propuestas musicales. Aquel espacio acogió durante casi tres años centenares de conciertos, la mayoría de los cuales no hubieran podido acceder a una sala con esas condiciones en la ciudad de Barcelona. El Pumarejo combinó la calidad técnica de una buena sala de conciertos con un ambiente acogedor, abierto a artistas y con condiciones accesibles para músicos y público.
Pero después de dos años y medio el local tuvo que cerrar por la presión inmobiliaria, cuando el propietario del edificio decidió vender. Como tantos otros proyectos y personas el Pumarejo se vio desahuciado por las subidas de precio de una ciudad que se abre a los capitales extranjeros y se cierra a las economías locales. Sus impulsores iniciaron una búsqueda para encontrar un lugar nuevo que pudiera acoger la propuesta y después de un año el Pumarejo abrió de nuevo sus puertas en la frontera entre Barcelona y el municipio vecino de L’Hospitalet de Llobregat. La asociación ha podido sobrevivir a la pandemia de covid-19 gracias a una campaña de apoyo y sigue funcionando en este nuevo local.
El Pan y la música
Pero el Pumarejo es un oasis y afuera abunda el desierto. “Dedicarse a la música está chungo. Es como ir a misa, tú crees en Dios pero Dios no se te aparece”, me comenta Garru sobre la dificultad de ganarse la vida. Los miembros de Myōboku y otros grupos son músicos profesionales que tratan de ofrecer propuestas distintas a lo que abunda. “Hay muchos grupos cuya esencia es repetir la fórmula que funciona en un momento determinado, y así les dan más oportunidades de hacer conciertos. Grupos nuevos que copian el estilo de otros que funcionan bien económicamente, pero que suenan iguales, no dicen nada a nivel artístico, y rechinan”, me explica Garru a propósito de la escena nacional. “Un chaval rayado con la guitarra puede ser mucho más tocho que cualquier grupo que llene un festival popular. En grupos como Myōboku, Marina Herlop, Ljubljana & the Seawolf, Monodimpled y otros se dice algo artísticamente, y todos forman parte del mismo movimiento de gente rallada y sin dinero; y de eso va el Pumarejo”.
“Los cuatro componentes de Myōboku somos muy rayados, tenemos un amor muy fuerte hacia la música, pero no somos la figura del éxito. Más bien podríamos ser la figura del antihéroe, nos gusta compartir el fracaso y la inseguridad. Está muy de moda ser el puto amo, y la gente quiere sentir que eres el puto amo, que tienes éxito. Quieren mirar hacia arriba y ver una figura indestructible a la que todo le va bien, un ídolo religioso. Es muy capitalista”, dice Marina.
El público de la sala Apolo aplaude después de escuchar el tema “Wtf Cafè +”. Garru me cuenta que lo compuso una mañana sobreestimulado de cafeína. La canción es frenética y la voz de Marina por una vez canta en inglés: “Intenta levantarse por la mañana, está colocada, quiere… está muerta; sobredosis, sobredosis para todos los que están por aquí”. Llega el final del concierto y el cuarteto toca el último tema, “Alfinaletquedesputusol” (“Al final te quedas puto solo”). Antes el Garru dice unas palabras para clarificar el título: “Va todo muy en serio, pero al final te quedas puto solo. Al final la palmas y la palma la peña de tu alrededor. Entonces ¿por qué tiene que ir todo tan en serio?”.
Algunos álbumes de la escena
Fotos
Fotos: Miguel Castejón