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Fiebre por la música etíope

La fascinante música pentatónica etíope seduce a Occidente gracias a la serie de discos Éthiopiques, que ha propiciado el descubrimiento del ethio-jazz y los sonidos tradicionales de la antigua Abisinia.

La fascinante música pentatónica etíope seduce a Occidente gracias a la serie de discos Éthiopiques, que ha propiciado el descubrimiento del ethio-jazz y los sonidos tradicionales de la antigua Abisinia.

Según el diccionario, etiópicas son ‘el grupo de lenguas de la familia semítica que se hablan en Etiopía, como el amhárico o el gueez’. Según Hugo Pratt, Las etiópicas son un conjunto de aventuras que vivió su gran héroe Corto Maltés en el Cuerno de África. Y según el musicólogo y productor francés Francis Falceto, Éthiopiques es una afamada serie de CD que rescata discos de la edad de oro de la música etíope, la que se realizó entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado, mayormente en Adís Abeba, la capital de Etiopía, durante el reinado del emperador Haile Selassie (1892-1975). El amor de Falceto por la música etíope empezó al descubrir al cantante Mahmoud Ahmed. Y no paró hasta reeditar su álbum Erè Mèla Mèla, una joya del ethio-jazz. El éxito que obtuvo en Europa y Estados Unidos le impulsó a crear en 1996 la colección Éthiopiques, que exhuma mayormente discos grabados entre 1950 y 1975 por los productores Amha Eshèté (Amha Records) y Ali Abdella Kaifa (Kaifa Records).

Nersès Nalbandian & the Haile Selassie I Theatre Orchestra, 1959
Nersès Nalbandian & the Haile Selassie I Theatre Orchestra, 1959

Lo que en principio era solo una música exótica para iniciados –editada por un pequeño sello especializado en músicas del mundo llamado Buda Musique– dejó de serlo cuando se fijó en ella el cineasta Jim Jarmusch, que la escogió como banda sonora de su célebre película Broken Flowers (2005), conocida aquí como Flores rotas. Más en concreto, fue la música de Mulatu Astatke que contenía el volumen número 4 de la serie, titulado Ethio jazz & musique instrumentale 1969-1974, cuya portada ilustra una fotografía de cuando Mulatu hizo de cicerone de Duke Ellington, en una visita a Etiopía en 1973, poco antes de fallecer. La foto es además significativa porque el gran jazzman aparece sosteniendo bajo el brazo una lira krar, uno de los instrumentos determinantes del sonido etíope.

Getatchew Mekuria, coloso del saxo

A partir de este momento, la música etíope, o mejor dicho, el jazz etíope, se puso de moda y fueron muchos los que empezaron a quedar fascinados por estos embriagadores y originales sonidos, que mezclan música tradicional pentatónica con jazz, funk, soul y ritmos latinos. Entre ellos cabe destacar al grupo holandés The Ex, adalides del anarco-punk evolutivo, que descubrieron también en la serie al saxofonista Getatchew Mekuria (1935-2016), junto al que crearon el ethio-punk en dos memorables álbumes: Moa Anbessa y el doble Y’Anbessaw Tezeta, que incluye un disco en estudio, junto a amigos como Ken Vandermark, abanderado del free-jazz, y otro en directo, con temas grabados en el primer concierto en el Paradiso de Ámsterdam y un par de bonus tracks, sacados de viejos casetes. La potencia y espectacularidad de su ethio-punk, que desarrollaron en un centenar de actuaciones, se puede visualizar en el DVD 11 Ethio-Punk Songs, documental que alterna imágenes de un concierto en París con los ensayos previos.

Getatchew Mekuria, swinging Addis
Getatchew Mekuria, swinging Addis

Mekuria fue pionero en transcribir canciones en amhárico para saxofón, lo que le valió el calificativo de azmari, nombre que reciben los juglares ambulantes, cantantes y músicos que son comparables a los bardos europeos y a los griots africanos, y que normalmente actúan –acompañándose de una especie de rústico violín de una sola cuerda llamado “masenqo”– en bares y establecimientos donde se sirve el tej o vino amarillo, bebida alcohólica típica, producto de la fermentación de un arbusto llamado “gesho”, que se mezcla con miel. La popularidad de este vino es solo superada por la planta khat, que allí se denomina “chat”, cuyas hojas, que contienen un alcaloide estimulante, se mascan.

Para entender la particularidad de la música etíope hace falta saber que la antigua Abisinia nunca fue colonizada y que es un país con muchos contrastes, con un norte montañoso y verde y un sur como la sabana africana. También, su diversidad excepcional, ya que en él conviven muchas etnias y tribus, y el cristianismo ortodoxo con la fe musulmana. Más de ochenta lenguas vivas y culturas antiguas se reflejan en sus músicas y danzas tradicionales, con instrumentos endémicos y ancestrales como la begena o bèguèna, que –tal como refleja el volumen 11 de Éthiopiques, dedicado al músico Alemu Aga– también se llama “el arpa del rey David”. Y es que la música etíope se remonta al siglo vi, cuando el santo Yared inventó un sistema de notación para la música sacra de la Iglesia ortodoxa.

Juglar azmari con masengo
Juglar azmari con masengo.

En su evolución, tuvo un papel fundamental Nersès Nalbandian (1915-1977), músico y pedagogo de origen armenio que, tras la liberación del país de la ocupación italiana, se convierte en 1941 en el responsable de las principales instituciones musicales, como la orquesta de la Guardia Imperial, la Orquesta de la Policía, la Orquesta Municipal de Adís Abeba o la del Teatro Haile Selassie. Su influencia fue determinante, al incorporar a las escalas pentatónicas tradicionales los principios de la música clásica y del jazz, incluyendo el uso de secciones de metales, modernizándola pero sin occidentalizarla. Su contribución sirvió para cimentar en los años cincuenta el ethio-jazz, ya que la mayoría de los músicos y cantantes que luego lo desarrollaron fueron parte de sus orquestas. Entre ellos cabe destacar a Tlahoun Gessesse, Bzunesh Beqele, Alemayehu Eshete, Mahmoud Ahmed y Hirut Beqele. Todos ellos se pueden escuchar en la serie Éthiopiques, que en la actualidad ya va por el volumen 29.

Mulatu Astatke, el inventor del ethio-jazz

Haile Selassie no es solo un personaje fundamental para los rastafaris jamaicanos y los autóctonos, que aún perviven en pequeñas comunidades. Durante su reinado floreció la música etíope, país del que fue emperador hasta 1974, cuando lo derrocó un golpe de estado que impuso una dictadura de corte comunista liderada por Mengistu Haile Mariam. El que es conocido como periodo Derg impuso un terror revolucionario que además de bañar el país en sangre cercenó cualquier actividad musical, al considerarla proclive a la decadencia occidental. Eso se llevó por delante la efervescencia que se había vivido en los años anteriores, y que tuvo en Mulatu Astatke uno de sus máximos exponentes. El nacer en 1943 en el seno de una familia aristocrática le permitió ser el primer músico etíope en estudiar fuera de su país. Durante sus años de formación en Londres, Boston y Nueva York, tocó calipso con Frank Holder, bongos en la big band latina de Edmundo Ros y grabó un par de discos con un grupo que aunque se llamase Ethiopian Quintet estaba integrado por portorriqueños. Tras volver a Adís Abeba participó de lleno en los bulliciosos Swinging Seventies, siendo determinante en la creación del ethio-jazz, un estilo que diseñó para que el color y el sentimiento de la música de su país permanecieran como una parte clave del sonido, teniendo en cuenta su variedad y riqueza cultural, que se basa en cinco tonos con diversas diferencias regionales; el norte, más asiático, con grandes comunidades japonesas, chinas e indias; la parte de Harar, al este, con una música marcada por los modos arábigos, y el sur, en él tienen una gran influencia las músicas africanas. Esa época se resume en el doble álbum New York-Addis-London: The Story of Ethio Jazz 1965-1975.

Mulatu Astatke al vibráfono
Mulatu Astatke al vibráfono.

Mulatu Astatke vive ahora una segunda juventud musical, que le ha llevado a publicar discos muy recomendables, como la tercera entrega de la colección Inspiration Information, junto al colectivo británico The Heliocentrics, y otros a su nombre: Mulatu Steps Ahead y Sketches of Ethiopia. Además, anda empeñado en investigaciones técnicas en aras de modernizar la lira krar, electrificándola para poder competir con la guitarra y tocar cualquier tipo de música.

Fiebre por la música etíope

La popularización de la música etíope ha propiciado que no solo se redescubran sus grandes intérpretes, sino que incluso se rescaten rare grooves que solo habían circulado en el mercado local y en formato de casete. Especialmente significativo en este sentido es lo que ha hecho Awesome Tapes from África (ATFA) –célebre blog dedicado a rescatar casetes de música africana y también compañía de discos– con la obra de Hailu Mergia, un músico que vivió la edad de oro de la música etíope para acabar haciendo de taxista en Estados Unidos. Un destino que cambió desde que una cinta llegó a manos de Brian Shimkovitz, el responsable de ATFA. Se trataba de la casete Shemonmuanaye, acreditada a Hailu Mergia & His Classic Instrument, editada originalmente en 1985, ya en el crepúsculo de su fama; un original trabajo en el que actualiza melodías tradicionales añadiendo, a su melancólico acordeón, sintetizador Yamaha DX7, piano eléctrico Rhodes y caja de ritmos. El resultado son unos evocadores instrumentales que juntan temas de diferentes orígenes étnicos –amhara, oromo o tigriña–, dándoles una dimensión entre jazzística, lounge exótica y retrofuturista kitsch. Reeditado en el 2013, se convirtió en un pequeño fenómeno, ayudando a relanzar su carrera, ahora de manera internacional, afianzándose aún más tras la reedición de un álbum pretérito, Tche Belew (1977), que lo mostraba en pleno esplendor, junto a los Walias, un grupo que fundó para tocar en clubs nocturnos y hoteles, haciendo un jazz instrumental etíope lleno de groove y que conectaba con el funk y el soul de la época. La resurrección de Mergia se completa con la digitalización de otro raro casete, Wede Harer Guzo (1978), que grabó con Dahlak Band, un grupo más progresivo y pop.

Police Band & Eritrea Police Band (1962-63)
Police Band & Eritrea Police Band (1962-63).

Muy influyente para las nuevas hornadas de músicos devotos de la música etíope ha sido Negus of Ethiopian Sax, volumen 14 de la serie Éthiopiques; se trata de la reedición de un disco de Getatchew Mekuria grabado en 1972 para la Philips y el bonus track “Shellèla bèsaxophone”, la versión original de un tema que dos décadas después, transformado en “Shellèla”, se convirtió en joya del ethio-jazz, con un groove de teclados, bajo y batería que lleva en volandas el exótico y tempestuoso fraseo del saxo, que Francis Falceto llama “free jazz avant la lettre” y otros ven como la transcripción del sonido tradicional del violín masenqo.

La trascendencia de este disco ha contribuido a generar una nueva fiebre por el ethio-jazz. Así, uno de sus temas, “Akalé Wubé”, da nombre a un grupo francés devoto del groove etíope, uno de los muchos que han surgido en los últimos años en todo el mundo, como la Imperial Tiger Orchestra, Badume’s Band, The Budos Band, Dub Colossus, Either/Orchestra, Debo Band, Arat Kilo y Krar Collective, tiñendo la música etíope de diversos colores, que van del rock de los franceses uKanDanZ al reggae de los israelitas Zvuloon Dub System, pasando por el hip-hop y la fusión de los australianos Black Jesus Experience, que acaban de publicar su quinto disco, Cradle of Humanity, junto a Mulatu Astatke. Una buena introducción en esta nueva y fascinante escena son los recopilatorios que edita el sello alemán Trikont, Beyond Addis, cuyo reciente segundo volumen lleva el aclarativo subtítulo de Modern Ethiopian Dance Grooves Inspired by Swinging Addis. También es ideal para iniciarse otro disco que se acaba de publicar, The Rough Guide to Ethiopian Jazz, mezcla de clásicos y propuestas actuales como la del pianista Samuel Yirga o la cantante Gabriella Ghermandi, autora del muy recomendable álbum Celebrating Emperor Tewodros II.

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Etiópicas

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #230

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