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Motes de narcos

“Cayó José Antonio López Romo, alias ‘la Hamburguesa’, uno de los líderes más buscados del cártel del Golfo” fue un titular que abrió casi todos los telediarios y periódicos de México en mayo de este año. Los presentadores se esforzaban para no reír cuando tenían que informar que, en el momento de su detención, la Hamburguesa iba acompañado por dos de sus fieles guardaespaldas: el Huevotes y don Garras, que portaban cuatro metralletas, dos pistolas, cargadores y “sustancia granulada, aparentemente, cristal”.

“Cayó José Antonio López Romo, alias ‘la Hamburguesa’, uno de los líderes más buscados del cártel del Golfo” fue un titular que abrió casi todos los telediarios y periódicos de México en mayo de este año. Los presentadores se esforzaban para no reír cuando tenían que informar que, en el momento de su detención, la Hamburguesa iba acompañado por dos de sus fieles guardaespaldas: el Huevotes y don Garras, que portaban cuatro metralletas, dos pistolas, cargadores y “sustancia granulada, aparentemente, cristal”. Lo que ninguna de las piezas periodísticas explicaba era de dónde provenían los peculiares motes de López Romo y sus secuaces. A continuación, un breve repaso por algunos de los apodos más inusuales de los narcotraficantes, así como la historia de su origen.

La Barbie

Edgar Valdez Villareal tiene el curioso mote de “la Barbie” porque es, posiblemente, el primer narcotraficante metrosexual. Nació en Texas, y fue jugador de fútbol americano en el instituto hasta que se pasó al bando de los malos. El mote le viene por su cabello rubio y por su afición a los tratamientos de belleza. Allá donde iba tenía siempre a mano un estilista y un esteticista para tener su cutis terso y rejuvenecido. Eso no maquilla que fue uno de los narcotraficantes más sanguinarios, y bajo las órdenes del Chapo Guzmán libró una cruenta batalla contra los Zetas. Lo detuvieron el 30 de agosto de 2010 en un rancho a las afueras de la ciudad de México.

El Pozolero

El pozole es un delicioso caldo de la comida mexicana elaborado con maíz grueso y carne de cerdo. A Sergio Meza López le apodaban “el Pozolero” por su capacidad para hacer pozole a los enemigos del cártel de Sinaloa para el que trabajaba. Él no mataba, solo hacía desaparecer los cuerpos. Los metía en bidones, los disolvía en sosa cáustica, añadía hierbas aromáticas para disimular el hedor y los enterraba. La Policía mexicana lo detuvo en el 2009, y el hombre confesó que llevaba años haciéndolo y que así había pulverizado a unas 300 personas. Los investigadores mexicanos encontraron 17.000 litros de restos humanos enterrados en tres fincas. En México se calcula que hay 26.000 personas desaparecidas producto de la guerra entre cárteles de la droga.

El Lic. y el Mini Lic.

Dámaso López, apodado “el Lic.”, obtuvo su apodo porque es de los pocos capos de su generación que fue a la universidad. Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Luego fue jefe de la Policía de Sinaloa y subdirector de la cárcel de máxima seguridad de Puente Grande, donde estuvo recluido el Chapo Guzmán hasta el 2001. El Lic. fue quien tejió una red de custodios corruptos y organizó la primera fuga del Chapo, después se fue a trabajar para él y rápidamente se convirtió en su mano derecha (y en el 2015 facilitó la segunda fuga, por el túnel). También trajo a trabajar al negocio a su hijo, apodado “el Mini Lic.”, aunque no está claro si su vástago estudió una licenciatura. Tras la caída definitiva del Chapo, el Lic. empezó una guerra con los hijos del Chapo hasta que fue detenido en mayo de este año. Dos meses después, el Mini Lic. cruzó la frontera con Estados Unidos y se entregó. Hoy es testigo protegido.

El Azul

A Juan José Esparragoza le apodan “el Azul” porque su piel es tan oscura que parece ser azul. Podría tener sesenta y ocho años, y aunque estuvo siete en prisión en la década de los ochenta, desde entonces ha estado libre. Fue agente de la Dirección Federal de Seguridad, la corrupta política secreta mexicana, y de ahí dio al salto al crimen organizado. En los ochenta fue uno de los fundadores del cártel de Guadalajara, luego trabajó para el Señor de los Cielos y finalmente fue socio del Chapo Guzmán en el cártel de Sinaloa. Desde 2014 se dice que murió de un ataque al corazón y que su familia incineró el cuerpo y esparció las cenizas en su Sinaloa natal. Esa versión, sin embargo, no ha sido corroborada por las autoridades mexicanas o estadounidenses. Por si acaso, el FBI lo mantiene en su lista de los criminales más buscados.

El Boliqueso

Las mujeres fueron la perdición del narco colombiano Edward Giraldo, que tiene el peculiar mote de Boliqueso, en honor a un asqueroso snack elaborado con bolitas de maíz con presunto sabor a queso. Giraldo, uno de los sicarios más sanguinarios de Cali, tuvo que huir de Colombia asediado por la policía, y se instaló en Brasil a finales del 2015, donde siguió haciendo vida “normal”. Tenía morriña. Todos los días mandaba flores, osos de peluche y regalos a sus tres amantes, y también pasaba largas horas al teléfono con su bruja de confianza, quien le asesoraba sobre cómo seguir en libertad. En el 2016 Boliqueso decidió traerse a Brasil a Leidy Melo, una de sus amantes (algo que la bruja ya le había desaconsejado). La policía la siguió y pudo capturar a ambos sin problemas.

El Hummer

Jaime González Durán fue un soldado de élite del Ejército mexicano que desertó para ser uno de los fundadores del cártel de los Zetas. Era un tipo violento e impulsivo que, entre otras cosas, asesinó a un cantante de narcocorridos, Valentín Elizalde, porque no le gustaba su música. Le apodaban el Hummer por su gusto por los coches blindados del Ejército estadounidense (cada uno cuesta en torno a 40.000 euros). Tal era su afición que, cuando González Durán fue jefe de plaza en Reynosa, Tamaulipas, prohibió a toda la población que se comprara un Hummer. El suyo debía ser el único que circulase en su ciudad, y quien no cumplía moría. A González lo detuvieron en el 2008 en Reynosa. Iba a bordo de su Hummer y la policía se enfrentó a balazos con sus sicarios, que después lo intentaron liberan cuando lo trasladaban al aeropuerto para llevarlo a la Ciudad de México. No lo consiguieron.

El Grande, el Chiquilín y el Cochiloco

En ocasiones, los narcos se ponen motes resaltando la fisionomía de quien los porta. Es el caso de Sergio Villareal, apodado “el Grande” porque mide más de dos metros, o de Martín Avendaño, “el Chiquilín”, quien también roza los dos metros y pesa unos ciento cuarenta kilos. Más curioso es el caso de Manuel Salcido, a quien se referían con el alias del Cochiloco, pues rengueaba tras haber sobrevivido a un tiroteo. Uno de sus “amigos” consideró que caminaba como un cerdo enloquecido, y así nació su nombre de guerra. A Cochiloco lo ejecutaron en 1991 por haberle robado un cargamento a los Arellano Félix, mientras que el Grande y el Chiquilín fueron detenidos en el 2010 y el 2014, respectivamente.

Los Viagras

Uno de los cárteles más recientes se hace llamar Los Viagras, y el mote no viene porque controlan la producción de metanfetaminas en Michoacán. Los jefes del cártel son tres hermanos, y se denominan así porque el más pequeño tiene la afición de usar cantidades industriales de gomina para tener el pelo con pinchos perennes.

Un sociólogo, por favor
Joker

Los apodos de narcos ya no son lo que eran, y este es un tema que los sociólogos mexicanos estudian de vez en cuando. Hoy los capos ya no se apodan “el Rey”, “el Señor de los Cielos” o “el Jefe de Jefes”. Los jefes actuales se hacen llamar “Mataperros”, “Comegusanos”, “Chino Ántrax” o “Rata”. Estos apodos son, por un lado, una muestra de la brutalidad que ha adquirido la guerra contra las drogas. “Estos sobrenombres reflejan el hecho de que ellos mismos no se toman en serio”, dijo el catedrático de la UNAM Pedro de la Cruz en declaraciones al periódico Excelsior. El académico cree que estos apodos reflejan que se ven a sí mismos con un punto de “cinismo” y “burla”.

Según Juan Abelardo Hernández, catedrático de la Universidad Panamericana, el personaje del Joker en Batman inspiró a toda una generación de narcos que buscaron apodos con un toque irónico. De ahí la camada de sobrenombres como “Tony Tormenta”, “la Perra” y “la Quinceañera”. Hernández también considera que algunos de estos apodos pueden venir de los nombres en línea o avatares que utilizaban los narcos mileniales, y que ahora han trasladado a su oficio.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #238

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