Pasar al contenido principal

El fantasma del Azul

Juan José Esparragoza, “El Azul”
Juan José Esparragoza, “El Azul”, en una de las pocas fotografías que existen de él.

El FBI lleva cinco años buscando un fantasma. Según su familia, el narcotraficante Juan José Esparragosa, “El Azul”, murió en el 2014 de un paro cardiaco, y sus restos los incineraron en una ceremonia íntima. O no. El gobierno estadounidense sospecha que fingió su muerte y ofrecen una recompensa de cinco millones de dólares por información que lleve a su captura. El Azul es uno de los narcotraficantes más longevos y misteriosos de México. De seguir vivo tendría setenta años, y lleva casi cinco décadas en la cima. A diferencia de otros socios (como el Chapo Guzmán), siempre ha cultivado un perfil bajo. Apenas existen un par de fotografías suyas y la última vez que estuvo preso fue a finales de los ochenta.

Su leyenda asegura que está tan obsesionado con mantener un perfil bajo que ha prohibido que se escriban narcocorridos en su honor. Nació en Badiraguato, Sinaloa, una zona en la que también nacieron el Chapo Guzmán y el Mayo Zambada, entre muchos otros narcotraficantes. Su mote se debe al color de su tez, muy oscura, casi azulada. La mayor fuente de información sobre su vida proviene de los test psicológicos que le realizaron durante los siete años que estuvo encarcelado y que reveló el periodista Humberto Padgett. Allí contó que fue un niño “travieso” y su psicólogo apuntó que su madre era muy rígida, mientras que su padre, ganadero, fue una figura sobreprotectora y positiva. Fue quien le enseñó a disparar y con quien se inició como comerciante.

El Azul dejó el colegio en segundo de primaria y a los dieciséis tenía una tienda de abarrotes con su padre. A los veintidós se hizo narcotraficante y agente de la Dirección Federal de Seguridad (la DFS, el corruptísimo servicio de inteligencia del régimen priísta). Miguel Ángel Félix Gallardo, el Padrino del narcotráfico mexicano, convirtió al Azul en su lugarteniente, y desde entonces (década de los setenta) se ha podido mantener en la cúpula del narcotráfico sin apenas problemas.

Su paso por la cárcel fue bastante cómodo. Lo primero que hizo fue poner el lugar a su agrado. “Quería que la cárcel se viera bonita”, declararon a la prensa algunos de los guardias destinados en el Reclusorio Sur en aquella época. Por ello construyó un ala con todas las comodidades (como agua corriente en las celdas), televisiones, hornos de microondas, jacuzzis. Utilizaba el teléfono del director para despachar sus asuntos, tenía vía libre para traer visitas a cualquier hora del día –incluidas prostitutas– y en su celda se consumía langosta aderezada con los mejores licores y las mejores drogas que se podían conseguir. No todo era derroche, también mandó construir un frontón en la cárcel, una fuente en el parking de los guardias y una zona infantil con columpios y sube y bajas. Los días de Navidad los presos adinerados podían salir de la cárcel.

Tras una inspección al Reclusorio Sur de la Comisión Nacional de Derechos Humanos en la que documentaron el control que ejercía el capo, este fue trasladado a la cárcel de máxima seguridad de Almoloya en marzo de 1992. No fue un gran impedimento y, según la DEA y el FBI, continuó manejando el cártel. Le faltaba poco para cumplir su condena y quedó libre un año después, en mayo de 1993. Al salir de la cárcel se instaló en Morelos, a sesenta quilómetros de la ciudad de México, un estado en donde gobernaba un exdirector de la DFS. Durante su mandato, el estado se convirtió en un santuario de narcotraficantes y secuestradores.

El Pacificador

El panorama que se encontró el Azul al dejar la cárcel era caótico. Los Arellano Félix estaban en guerra con el Chapo Guzmán y el 24 de mayo de 1993 –el mismo mes en que el Azul salió de la cárcel– asesinaron al cardenal de Guadalajara. La presión de las autoridades sobre el crimen organizado se recrudeció, y las crónicas periodísticas aseguran que Esparragosa hizo lo posible por negociar una paz entre los cárteles y “solucionar” el asesinato del cardenal con el gobierno y con la Iglesia. De las pocas fotografías que existen del Azul, una de ellas le provocó enormes dolores de cabeza. La publicó Proceso, en 1997, y aparece estrechando la mano del arzobispo emérito de México, Ernesto Corripio Ahumada. La Iglesia minimizó el retrato asegurando que el arzobispo estrecha la mano de cualquier feligrés, aunque sea un “maloso”; una explicación que no hizo nada para disipar las suspicacias que muchos mexicanos tienen sobre el asesinato del cardenal de Guadalajara.

Tenía vía libre para traer visitas a cualquier hora del día –incluidas prostitutas– y en su celda se consumía langosta aderezada con los mejores licores y las mejores drogas

Cuando murió el Señor de los Cielos en 1997, el Azul se encargó de repartir territorios e intentar mantener una frágil paz que duró hasta el nuevo milenio. El gobierno de Vicente Fox encarceló a algunos de los capos más importantes (y permitió que se fugara el Chapo), lo que dio al traste con la paz diseñada por el Azul y empezó una brutal guerra entre cárteles. El Azul lo siguió intentando. En el 2006 intentó poner en marcha una alianza entre los cárteles de Sinaloa, Sonora y Juárez llamada La Federación. La conformaban traficantes de la vieja guardia como el Chapo, los Beltrán Leyva y el Mayo Zambada, y su objetivo era hacer frente al creciente poder y violencia que ejercían los Zetas en buena parte de las “plazas”, las zonas por las que transita la droga.

El invento de La Federación saltó por los aires dos años después de su creación, en enero del 2008, cuando el ejército arrestó a Alfredo Beltrán Leyva. Su hermano, Arturo, culpó al Chapo de haberlo delatado, y los Beltrán Leyva se asociaron con los Zetas. Empezó así una brutal guerra que se saldó con miles de muertos. A Arturo Beltrán, jefe del clan, lo mató el ejército en un operativo en diciembre del 2009, mientras que la sociedad del Chapo, el Mayo y el Azul todavía perdura.

El Azul sobrevivió a todas las guerras entre cárteles, y gracias al perfil discreto que ha cultivado, se ha mantenido alejado del radar de la policía. En el 2012 sufrió un contratiempo cuando el Departamento de Justicia estadounidense reveló una lista de empresas –en su mayoría propiedad de la esposa o de los hijos del Azul– desde las que lavaban las ganancias que obtenían por la venta de droga. Entre las empresas figuraban inmobiliarias, constructoras y gasolineras.

Su presunta muerte sucedió el 7 de junio de 2014 y, según los rumores, sufrió un infarto. Dos semanas antes había estado en un fuerte accidente de tráfico en Jalisco que le dañó la columna vertebral, y por ello lo internaron en un hospital privado (algunas versiones afirman que en la Ciudad de México, otras que en Guadalajara). Ese día el Azul se intentó poner en pie y se desplomó. La familia dijo que se llevaron el cuerpo a Badiraguato, donde lo cremaron, y que sus cenizas las esparcieron en Culiacán. A pesar de que han pasado cinco años de su presunta muerte, el gobierno mexicano todavía no tiene comentarios sobre esa información. El FBI, por su parte, sigue ofreciendo una recompensa de cinco millones de dólares por un fantasma.

Test psicológico

Durante su estancia en prisión, el Azul se sometió a diversas pruebas psicológicas. Los médicos le describieron de “inteligencia promedio y dotación cultural pobre”. Depresivo, vivía angustiado, y según uno de sus psiquiatras: “Es un borderliner, un hombre atrapado entre la neurosis y la psicosis, con rasgos esquizoides”. Las respuestas que dio en los test psicológicos y que se reproducen a continuación fueron publicados por el portal Sin Embargo.

“Pienso que mi padre rara vez... dejó de estar conmigo”.

“Siempre he querido que... mi familia viva bien”.

“El futuro me parece... difícil”.

“Cuando era niño... fui muy travieso”.

“Comparada con la mayoría de las familias, la mía era... ideal”.

“Mi ambición secreta en la vida... ser un buen padre”.

“La gente que trabaja bajo mis órdenes... es gente respetada”.

“Al dar órdenes a otros... me porto serio y recto”.

“Cuando no estoy presente, mis amigos... me admiran”.

“Mi mayor debilidad es... ser muy sensible”.

“Cuando veo venir a mi jefe... me pongo a sus órdenes”.

“Creo que la mayoría de las mujeres... son divinas”.

“Cuando era más joven, me sentía culpable por... la ignorancia”.

“Mi recuerdo infantil más vívido... un viaje a Disneylandia”.

“Lo peor que hice hasta ahora... es no haber terminado mis estudios”.

 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #255

Te puede interesar...

¿Te ha gustado este artículo y quieres saber más?
Aquí te dejamos una cata selecta de nuestros mejores contenidos relacionados:

Suscríbete a Cáñamo