En 1961, mientras se construía el muro de Berlín, que dividiría a Alemania en dos, las autoridades de la nueva República Democrática Alemana (la Alemania Oriental, bajo el control soviético) estaban consternadas por el porvenir. Así que idearon un plan: conquistarían la gloria en los juegos olímpicos para que todo el mundo supiera que los mejores atletas del planeta eran alemanes del este. Para ello pusieron en marcha un salvaje programa de dopaje de sus atletas que dejó terribles secuelas en sus participantes.
El programa empezó cuando las autoridades emplearon a centenares de scouts, que recorrían los colegios en busca de los atletas más prometedores. Una vez los localizaban los enviaban a colegios especiales, en los que un grupo de entrenadores y doctores trabajaban con ellos para convertirlos en la élite deportiva de la Alemania socialista. Los jóvenes estaban encantados: gozaban de privilegios que la mayoría de sus compatriotas no tenían y podían viajar al extranjero o probar frutas –como naranjas y plátanos– que nadie más podía conseguir en el país.
En 1968 el gobierno puso en marcha un laboratorio secreto en Leipzig en el que un grupo de médicos experimentaban suministrándole testosterona a una campeona olímpica de lanzamiento de peso llamada Margitta Gummel. Gracias a las pastillas, los lanzamientos de Gummel llegaban 2,44 m más lejos. Entusiasmados con los resultados, en 1974, dos años antes de los Juegos Olímpicos de Montreal, lanzaron el Plan Estatal 1425, dirigido por el médico Manfred Ewald. La directriz del plan era distribuir esteroides a todos los atletas de élite. A los deportistas muchas veces no se les informaba de lo que estaban tomando y tampoco tenían la posibilidad de rechazarlas. Sus entrenadores les pedían que no lo comentaran con nadie, ni siquiera con sus padres.
Una cifra que ilustra la magnitud del programa es que, de cara a los Juegos de Montreal, el programa olímpico de la Alemania Oriental contaba con tres mil entrenadores que supervisaban a diez mil atletas. Con el contrato de cada entrenador se incluía una cláusula con el número de medallas que debían ganar en Montreal. Y los éxitos olímpicos determinaban el salario del entrenador. Así que, además de las drogas, los atletas estaban sometidos a sesiones de entrenamientos brutales. En los Juegos Olímpicos de Montreal, la Alemania Oriental obtuvo cuarenta medallas de oro, seis más que Estados Unidos. Las nadadoras ganaron once de las trece pruebas disponibles. “Eran muy fuertes y rápidas, pensábamos que eran máquinas”, recuerda la nadadora estadounidense Wendy Boglioli en el documental Doping for Gold.
Tras el éxito de los Juegos Olímpicos de Montreal, el programa de dopaje de la Alemania Oriental pasó a estar bajo el control de la Stasi, la policía secreta de la Alemania Oriental. Los médicos que participaban firmaron un contrato de confidencialidad en el que se les prohibía hablar de dopaje. Temían que si se sabía del programa otros países harían lo mismo y desaparecería la superioridad de la República Democrática Alemana. La Stasi empleó a centenares de topos, que le informaban si alguien se estaba yendo de la lengua sobre el programa.
Con el paso del tiempo, los médicos del laboratorio de Leipzig fueron conscientes del enorme daño que provocaba el dopaje en los atletas, especialmente en las mujeres. Observaron que tenían problemas cardiacos, hepáticos, alteraciones en la forma del cuerpo, cambio en la voz y crecimiento capilar. De hecho, a las atletas a las que la voz se les hacía muy grave les prohibían hablar con la prensa. Uno de los aspectos más polémicos del programa es que a las atletas se les suministraban también píldoras anticonceptivas para evitar embarazos. Oficialmente, les decían que la píldora era para tener un ciclo menstrual más regular, pero la realidad es que querían evitar posibles embarazos, dado que sabían que el feto podía tener malformaciones.
Con las manos en la masa
"Fueron conscientes del enorme daño que provocaba el dopaje en los atletas, especialmente en las mujeres. Observaron que tenían problemas cardiacos, hepáticos, alteraciones en la forma del cuerpo, cambio en la voz y crecimiento capilar. A las atletas a las que la voz se les hacía muy grave les prohibían hablar con la prensa"
Parte de la política del programa de dopaje era que los atletas debían parar de tomar los esteroides dos semanas antes de la competición. Esto con el fin de evitar que dieran positivo en los controles antidopaje que se realizaban en las competiciones. La lanzadora de peso Ilona Slupianek y su entrenador decidieron seguir con el tratamiento hasta el día antes de la prueba en el Campeonato Europeo de Helsinki de 1977. Dio positivo en el control y la Federación Internacional de Atletismo la suspendió durante doce meses, tiempo que utilizó para doparse y ganar el oro en el Campeonato Europeo de Praga del año siguiente. A raíz de este positivo, Ewald ordenó a los atletas de la Alemania Oriental hacerse test antidoping antes de viajar a las competiciones. En caso de dar positivo, les retiraba de la competición aduciendo alguna lesión de última hora.
Las sospechas de la comunidad internacional sobre el dopaje de las atletas de la Alemania Oriental, que pulverizaron los récords de atletismo y natación, seguían creciendo conforme se acercaban los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980. A ello contribuyeron las deserciones de atletas como Renata Neufeld, quien competía en 80 m con vallas desde los diecisiete años. “Un día mi entrenador me dijo que tomara vitaminas para mejorar mis resultados. Pero empecé a sentir calambres, mi voz cambió, me salió bigote y me paró la regla. Así que me negué a tomarlas”, declaró. En octubre de 1977, la Stasi se la llevó para interrogarla sobre su actitud poco socialista. Neufeld decidió huir a la Alemania Occidental, donde denunció lo que ocurría. Se llevó consigo algunas de las “vitaminas” que tomaba y que, tras ser analizadas, demostraron que eran esteroides.
El programa de dopaje continuó durante la década de los ochenta, aunque en 1980 Estados Unidos boicoteó los Juegos Olímpicos de Moscú por la invasión soviética de Afganistán. Cuatro años después, la Alemania Oriental –y otros catorce países de la esfera soviética– boicoteó los juegos de Los Ángeles. El dopaje también incluía a los atletas de los Juegos Olímpicos de Invierno. Hans Georg Aschenbach competía en salto de esquí hasta que escapó en los juegos de Seúl de 1988. Al hacerlo declaró que los esquiadores recibían inyecciones en las rodillas desde los catorce años. “Por cada campeón olímpico hay trescientos cincuenta inválidos”, aseguró, y describió que entre las gimnastas había niñas que usaban corsé desde los dieciocho años porque tenían la columna y los ligamentos muy desgastados.
El programa de dopaje llegó a su fin en 1990, con la caída del muro de Berlín y el fin de la dominación soviética. La Alemania Oriental se integró a la Alemania Occidental. Cuando se abrieron los archivos de la Stasi, en enero de 1992, el gobierno empezó a investigar el programa de dopaje. Alemania había creado una Oficina Central para Crímenes del Gobierno y la Unificación (ZERV), que, entre otras cosas, abrió un macrosumario para investigar el dopaje en el deporte. El ZERV invitó a mil atletas a que dieran su testimonio, aunque solamente declararon trescientos, que describieron los alcances del programa de dopaje. El Comité Olímpico estadounidense intentó que se retiraran las medallas y los récords obtenidos por los atletas de la Alemania Oriental en la década de los setenta, algo que fue descartado por el Comité Olímpico Internacional.