Roberto Suárez es, probablemente, el narcotraficante más famoso de Bolivia. Su vida fue la inspiración del personaje de Alejandro Sosa, el antagonista de Tony Montana en la famosa película Scarface. Durante la década de los ochenta y noventa, a Suárez le apodaban el Rey de la Cocaína, dado que era el principal proveedor del cártel de Medellín de Pablo Escobar. Se decía que la cocaína que producía era la más pura del mundo. En su apogeo, presuntamente llegó a producir dos mil kilos al día, y su fortuna se estimaba en tres mil millones de dólares. Una de las curiosidades de Suárez es que antes de dedicarse al narcotráfico era un próspero empresario. Según su viuda, Ayda Levy, que en el 2012 publicó El Rey de la Cocaína. Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narcoestado, se dedicó al narcotráfico por una extraña mezcla de patriotismo y ambición.
Suárez nació en 1932 en el departamento de Beni, una de las zonas más remotas de Bolivia, en la frontera con Brasil. Se podría decir que nació en la realeza: su abuelo, Nicolás, era conocido como el Rey del Caucho (un reinado que culminó cuando la goma de caucho fue sustituida por la goma sintética a principios del siglo xx), mientras que su padre, Nicómedes, era apodado el Rey del Ganado. Por si fuera poco, su hija Heydi fue coronada como la Reina de la Belleza de Bolivia. Suárez heredó el negocio familiar y durante sus primeros años profesionales se dedicó a la ganadería, llegando a controlar miles de cabezas de ganado en sus haciendas.
El futuro Rey de la Cocaína aprendió a pilotar aviones, dado que contaba con una flotilla de avionetas, con las que transportaba la carne que vendía por todo el país. Según la DEA, fue a mediados de los setenta cuando conoció a Pablo Escobar y a Gonzalo Rodríguez Gacha, y se le ocurrió utilizar sus avionetas para transportar otro tipo de productos. Una de las razones por las que Suárez se convirtió en un rey fue porque consiguió aglutinar a buena parte de los productores de hoja de coca bolivianos en una sola organización, a la que llamó la Corporación. Fue tan exitosa que las autoridades estadounidenses la describían como “la General Motors de la cocaína”.
Al reunir a todos los productores de coca en una sola organización, también logró que aumentara el precio que recibían. Mientras que a principios de los setenta por un kilo los campesinos recibían ciento ochenta dólares, a finales de la década los agricultores cocaleros recibían seis mil dólares. Suárez también construyó escuelas y hospitales en comunidades indígenas y pagó becas para que estudiantes de Beni se fueran a estudiar fuera de Bolivia. Evidentemente, los campesinos cocaleros lo idolatraban. La revista Time le describió en un perfil publicado en 1986 como un Robin Hood, que vendía farlopa a los ricos para ayudar a los pobres.
Según relata su viuda en el libro, su marido entró al negocio de la cocaína por una especie de patriotismo cuando cayeron los precios del estaño, que era el principal producto de la economía boliviana: “[Mi esposo] me explicó que, de la misma manera que algunos países tenían inmensas reservas petroleras y auríferas, a nosotros nos había tocado la coca. […] Su argumento principal fue [que] ante la caída del precio del estaño en los mercados internacionales la coca era el único recurso estratégico renovable que le quedaba al gobierno para sacar al país del subdesarrollo y saciar el hambre del pueblo”.
El nazi
Suárez también construyó escuelas y hospitales en comunidades indígenas y pagó becas. Los campesinos cocaleros lo idolatraban. La revista Time le describió en un perfil publicado en 1986 como un Robin Hood, que vendía farlopa a los ricos para ayudar a los pobres
Suárez contaba con una gigantesca red de protección política que le permitió controlar el tráfico de coca durante una década. Su contacto con los poderosos provenía de un ciudadano alemán, llamado presuntamente Klaus Altmann, quien le presentó a múltiples contactos en el ejército. Altmann era en realidad Klaus Barbie, un oficial de las SS apodado “el Carnicero de Lyon”, que se había refugiado en Bolivia huyendo de la justicia. Tenía conexiones con la CIA y con los dictadores de Argentina y Chile. Altmann se lo presentó al general García Meza en 1979, quien estaba preparando un golpe de estado, y este pidió a Suárez cinco millones de dólares para financiarlo.
Suárez accedió, uno de sus primos, Luis Arce Gómez, era uno de los golpistas y, de hecho, fue ministro del Interior entre 1980 y 1981. Arce Gómez es uno de los personajes más siniestros de la historia boliviana. Se hizo “célebre” cuando, desde el Ministerio, recomendó a los bolivianos “dormir con el testamento bajo el brazo”, alertándoles de la represión que vendría. También elaboró una lista de un centenar de personas a las que el régimen buscaría para asesinar. Una vez triunfó el golpe, según Levy, Arce Gómez le pidió que siguiera traficando con cocaína para financiar programas estatales.
Durante los años de la dictadura, la DEA incluyó a Suárez en su lista de los delincuentes más buscados, y el segundo de la lista era su hijo, también llamado Roberto, pero a quien llamaban Roby para distinguirlos. A Roby lo detuvieron en Suiza por viajar con documentación falsa. Estados Unidos pidió una extradición, pero el asunto se fue retrasando porque Suiza no tenía un tratado de extradición con Estados Unidos. Según Levy, el Gobierno estadounidense envió un comando de marines a la cárcel en la que estaba recluido, lo secuestraron, lo subieron a un avión y se lo llevaron a Estados Unidos. El juez fijó una fianza de quinientos millones de dólares, la más alta en la historia del país.
Suárez, desesperado, escribió una carta al presidente Ronald Reagan, que publicó en la prensa boliviana. Le pedía la liberación de su hijo y, a cambio, Suárez se entregaría a la justicia estadounidense y también pagaría la deuda externa de Bolivia, que en esos años alcanzaba los tres mil millones de dólares. La carta, según Levy, fue leída por el entonces presidente estadounidense, quien no respondió. Al final, Suárez no tuvo que hacer nada de lo que prometía en la carta porque el jurado absolvió a su hijo de los cargos de narcotráfico que pesaban sobre él y pudo volver a Bolivia, aunque murió en 1990 después de un enfrentamiento con policías.
La caída en desgracia de Suárez vino en 1988 cuando fue detenido y condenado a quince años de cárcel por narcotráfico. No cumplió toda su condena; una parte la pasó en arresto domiciliario en una clínica por problemas de salud y fue liberado en 1994. Se instaló en Beni, donde seguía manteniendo sus ranchos ganaderos y, según su viuda, no tuvo nada más que ver con el narcotráfico. Escribió un libro de memorias de quinientas páginas, que nunca fue publicado y con el que, presuntamente, lo enterraron. Poco antes de su muerte, en el año 2000, concedió una entrevista a la televisión boliviana en la que aseguró: “El peor error que cometí en mi vida fue involucrarme con el tráfico de cocaína”.
Levy ofrece una visión edulcorada de la vida de su exesposo (se separaron en 1981, aunque mantuvieron una relación cordial hasta su muerte). En las entrevistas de promoción del libro afirmaba sin rubor: “Además de los riesgos a los que se expone un consumidor de cocaína y de las muertes por sobredosis, Roberto no fue responsable de ninguna muerte”. Según Levy, la violencia era de los extranjeros, porque los bolivianos son “un pueblo pacífico”. También, según su relato, su exmarido se alejó de Escobar cuando este ordenó los asesinatos de Luis Carlos Galán y Rodrigo Lara.