Hay pocos narcotraficantes tan fascinantes como Griselda Blanco. Ella inspiró a Pablo Escobar para empezar en el contrabando, quería ser como “la Madrina de la Cocaína”, como le apodaban. Blanco “inventó” la ejecución a bordo de una motocicleta (uno conduce y el pasajero dispara) como método para ajustar cuentas. Se le atribuyen más de doscientos asesinatos, entre ellos los de dos de sus tres maridos. También estuvo a punto de asesinar a su cuarta pareja, que se salvó por los pelos. Esta afición hizo que la prensa la apodara “la Viuda Negra”. Blanco fue la narcotraficante más importante de la década de los ochenta, un periodo en el que inundó Miami –su centro de operaciones– de cocaína y ejecuciones.
Blanco nació en Cartagena de Indias (Colombia) en febrero de 1943, pero creció en una paupérrima zona de Medellín con su madre alcohólica que la golpeaba. Su carrera delictiva fue precoz: con once años secuestró a un niño de una familia acomodada e intentó cobrar un rescate que no se materializó, así que lo mató. A los trece huyó de casa (su padrastro la violaba) y durante los siguientes años subsistió a través del hurto y la prostitución. Conoció a su primer marido, Carlos Trujillo, con el que tuvo tres hijos, pero murió a principios de los setenta (de cirrosis) y al poco tiempo la Madrina empezó un tórrido romance con un narcotraficante llamado Alberto Bravo.
La pareja se instaló en Nueva York, y a los pocos meses eran millonarios; importaban cerca de una tonelada de cocaína al mes. Al cabo del tiempo, Blanco supo que su marido la estafaba, así que lo asesinó. La Viuda Negra estuvo a punto de morir en ese parking de Medellín, dado que en el tiroteo con su esposo recibió un disparo en el estómago. Sobrevivió y, sin Bravo de por medio, nadie la detuvo en su ascenso. Las autoridades emitieron una orden de arresto contra ella en 1975, así que se mudó a Miami y el caso quedó en el limbo; en esos años, el narcotráfico no se perseguía con el mismo ímpetu con el que se hace ahora.
A principio de la década de los setenta, Miami era un pueblo cutre del sur de Estados Unidos, más parecido a Alabama que a la glamurosa ciudad en la que se convirtió. Blanco y sus narcodólares la transformaron: se edificaron rascacielos, clubes y sobre todo bancos, que abrían a un ritmo imparable porque no había sitio para almacenar los fajos de billetes de Blanco y sus socios. Todo se pagaba en efectivo. En pocos meses, Miami se convirtió en el lugar del mundo en el que más relojes Rolex se vendían.
Blanco no solo trajo plata, también plomo. Y mucho. Se desató una guerra; era despiadada, y la tasa de homicidios se disparó. La prensa acuñó la expresión cocaine cowboys para describir lo que pasaba en las calles de Miami, que se convirtió en la ciudad más peligrosa de Estados Unidos y que inspiró la serie Miami Vice. En 1981, el año más violento, se cometieron 621 homicidios. Eran tantos cadáveres que el forense tuvo que alquilar un camión frigorífico para poder almacenarlos. Las autoridades ignoraban quién estaba detrás de esos asesinatos, y sobre Blanco solo pendía una orden de arresto de Nueva York.
En su apogeo, Blanco llegó a tener a mil quinientos camellos y sicarios trabajando para ella según el documental Cocaine Cowboys, que aborda su figura. Tenía una mansión en Miami Beach en la que, presuntamente, había una escultura de oro de ella misma que los visitantes frotaban para que les diera buena suerte. Era vanidosa, le obsesionaba su imagen y odiaba que la llamaran “gorda”. Según su leyenda, el último que lo hizo terminó desmembrado en un vertedero de Florida. Sus sicarios tenían una fotocopia con una larga lista de gente a quien la patrona quería muerta. Junto al nombre, había la tarifa por el trabajo. La lista llegó a tener unos cincuenta nombres, con recompensas entre los veinte mil y los doscientos mil dólares.
El hito de su carrera delictiva ocurrió en julio de 1979. A plena luz del día, envió unos pistoleros al centro comercial de Dadeland, en donde asesinaron a dos camellos colombianos que estaban en una tienda de licores. Sus pistoleros dejaron un camión repleto de armas, y las autoridades se lanzaron en serio a buscar a los responsables sin mucho éxito. El éxodo de cubanos desde el puerto de Mariel, a lo largo de 1980, transformó la guerra entre cárteles. Fidel Castro aprovechó la política de puertas abiertas para vaciar las cárceles de los delincuentes más peligrosos, que fueron reclutados por los cowboys de la cocaína. Uno de ellos, Miguel Pérez, era sicario de Blanco y no tenía problema en asesinar niños o en clavarle una bayoneta en el pecho a un tipo en el aeropuerto de Miami porque así lo quería ver morir la Madrina.
Darío Sepúlveda fue el tercer esposo de Blanco. Se casaron a finales de los setenta y tuvieron un hijo, al que le pusieron el discreto nombre de Michael Corleone. Se separaron cuando el niño era muy pequeño, porque, presuntamente, Blanco no lo quería enviar al colegio sino que pretendía educarlo en casa para que aprendiera el negocio familiar. El padre se llevó al niño a Colombia, a donde la Viuda Negra lo mandó buscar y lo mataron frente a su hijo. Era 1983, y el asesinato le ganó enemistades, como la de Pablo Escobar, que hasta entonces había estado bajo su tutela. La violencia en Miami recrudeció, y las autoridades desplegaron una operación para capturarla, así que se mudó a California para abrir una nueva ruta.
En su mansión de Miami Beach dicen que había una escultura de oro de ella misma que los visitantes frotaban para que les diera buena suerte.
Su buena suerte se acabó en febrero de 1985, cuando la detuvieron. Solo la condenaron por el caso que le seguía por tráfico de drogas en Nueva York en 1975, y le dieron una sentencia relativamente leve, de veinte años en una prisión de baja seguridad. La Fiscalía contaba con un informante, Jorge Rivera, uno de los sicarios predilectos de la Madrina. Con su testimonio pretendían condenarla por tres asesinatos, entre ellos los de un niño, y asegurar la cadena perpetua y posiblemente la silla eléctrica. El caso, sin embargo, se desbarató cuando salió a la luz que Rivera tenía tórridas sesiones de sexo telefónico con las secretarias de la Fiscalía. El escándalo, en la América puritana, hizo que el Fiscal desistiera de la causa.
Blanco continuó manejando su emporio de narcóticos aun tras las rejas. En el documental Cocaine Cowboys 2 cuentan la increíble historia de Charles Crosby, un joven de veinticuatro años que le escribe una carta a la cárcel. Blanco le llama y empiezan una intensa relación telefónica (le llamaba unas seis veces al día) y, pronto, amorosa, con visitas conyugales. Crosby se convirtió en un capo gracias a su respaldo, aunque los hijos mayores no lo terminaban de aceptar por ser afroamericano y porque su madre tenía cuarenta y ocho años. El único que lo aceptó fue el menor, Michael Corleone, que entonces tenía once años, y para quien se convirtió en una figura paterna. Crosby es el único de los amantes de la Viuda Negra que sobrevivió, aunque estuvo a punto de morir cuando ella se enteró de que tenía una amante. Las balas no lo alcanzaron y luego se reconciliaron.
La Madrina cumplió su condena en el 2004, y la deportaron a Colombia. Se sabe poco de lo que hizo en esos años, se supone que se hizo cristiana renacida y que se centró en su familia (de sus cuatro hijos, solo Michael seguía vivo). Su vida acabó en septiembre del 2012, cuando salía de una carnicería en Medellín. La ejecutaron dos hombres que viajaban en motocicleta de dos tiros a la cabeza; el método que ella misma inventó.