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Los narcosatánicos de Matamoros

Los narcosatánicos de Matamoros
Adolfo Constanzo y Sara Aldrete, “el Padrino” y “la Madrina” de la banda narcosatánica.

En abril de 1989, la prensa amarillista se daba un festín con el descubrimiento de un rancho en el que había trece cadáveres mutilados. En seguida los apodaron narcosatánicos, dado que los responsables, además de traficantes, presuntamente realizaban rituales de santería con los cadáveres.

La noticia se hizo viral al instante: “Quinceañera se toma fotos en casa narcosatánica de Matamoros”. En Latinoamérica, las fiestas para celebrar el décimo quinto aniversario de las niñas marcan simbólicamente la transición de niña a mujer”. Es un evento inquietante, y no solo por las enormes cantidades de dinero que se derrochan, sino por sus similitudes con una boda: la quinceañera suele llevar una especie de vestido de boda, hay una misa, baila un vals con un chambelán (que suele ser un joven que roza la mayoría de edad) y realiza sesiones de fotos, frecuentemente en tonos pastel. Sin embargo, Yaretzi Martínez, la quinceañera viral, optó por un vaporoso vestido de tul negro, maquillaje en mismo tono, una tiara plateada con muchos brillantitos y un ramo de flores turquesa. El titular abre muchas preguntas, pero en este espacio nos vamos a centrar en una: ¿quiénes fueron los narcosatánicos?

En abril de 1989, la prensa amarillista se daba un festín con el descubrimiento de un rancho en el que había trece cadáveres mutilados. En seguida los apodaron narcosatánicos, dado que los responsables, además de traficantes, presuntamente realizaban rituales de santería con los cadáveres. Los jefes de la banda eran Adolfo Constanzo y Sara Aldrete, o “el Padrino” y “la Madrina”, como los llamó la prensa. Ambos estaban lejos del rancho cuando llegó la policía y se enteraron de su orden de captura por las noticias. Así se inició una fuga desesperada, junto a dos de sus “ahijados”, por las calles de la ciudad de México. Estuvieron poco más de un mes escondidos, mientras la policía iba arrestando a diversos miembros de la banda con apodos tan variopintos como el Sodomita de Iztapalapa, el Panzas, el Trompas y el Cepillín. La fuga terminó con tres de los hombres muertos. Aldrete y otros dos ahijados sobrevivieron.

Adolfo Constanzo nació en Miami en 1962 en una familia cubana, aunque se crio en Puerto Rico. Su madre era una sacerdotisa del palo mayombe, una religión afrocubana, Le enseñó los secretos del oficio y, según su leyenda, también le enseñó a robar tiendas. En 1984 se mudó a Matamoros (México) a trabajar de modelo. También empezó a ofrecer sus servicios de santero. La santería no es solo habitual entre las clases populares, sino también entre políticos, artistas y narcotraficantes. Entró en contacto con el cártel del Golfo haciendo rituales para asegurar que los cargamentos llegaran a buen puerto. Algunos de estos ritos, según las autoridades, implicaban el uso de sangre o partes humanas. Constanzo empezó a reclutar jóvenes sicarios al servicio del cártel del Golfo.

Sara Aldrete, “la Madrina”, conoció a Constanzo en 1987. Ella tenía veintitrés años y era de clase media. Tenía un grado en Educación Física de una Universidad de Brownsville, al otro lado de la frontera. También tenía una beca para estudiar danza y daba clases de tenis. Le interesaban las religiones, entre ellas la santería, y así fue como entró en contacto con el Padrino. Aldrete –que lleva presa desde 1989– ha relatado en entrevistas que Constanzo la “bautizó” con la sangre de un gallo y un chivo. Ella siempre ha negado que fuesen amantes, y, de hecho, hay algunas versiones que sostienen que Constanzo era abiertamente gay.

Según la versión oficial, la pareja se dedicó a reclutar ahijados, el eufemismo con el que se referían a los sicarios que ejecutaban sus órdenes. También “protegían” los cargamentos del cártel, y para ello utilizaban la columna, el corazón y el cerebro de aquellos a quienes asesinaban. Su suerte cambió a finales de 1988 cuando un importante cargamento fue interceptado por las autoridades estadounidenses. Constanzo decidió que, para garantizar el éxito del siguiente envío, tenían que utilizar los órganos de una personas con rasgos físicos muy particulares (rubio, alto y blanco). Y así fue como asesinaron a Mark Kilroy, un estudiante de medicina estadounidense que había viajado desde Brownsville para vivir los desfases de la noche de Matamoros.

Presión yanqui

"También “protegían” los cargamentos del cártel, y para ello utilizaban la columna, el corazón y el cerebro de aquellos a quienes asesinaban"

El gobierno estadounidense se tomó como una prioridad esclarecer el asesinato de Kilroy y presionó al gobierno mexicano para que hiciese algo. Así que lanzaron una operación policial en la zona para buscar a los responsables. En uno de los retenes que montaron detuvieron a uno de los ahijados de Constanzo, quien llevaba un arma y drogas. Tras torturarlo –el método de investigación preferido por las fuerzas policiales mexicanas–, les llevó hasta el rancho donde ejecutaban a los rivales del cártel. En una fosa encontraron los trece cadáveres mutilados, lo que les llevo a concluir de manera inequívoca que se trataba de narcosatánicos.

Aldrete, desde la cárcel, siempre ha defendido su inocencia. Según su relato, ella no tenía nada que ver con el narcotráfico y solo era santera. Sostiene que cuando la policía descubrió el rancho, Constanzo y cuatro de sus ahijados la secuestraron cuando aterrizó en Ciudad de México. Ese día las autoridades descubrieron el rancho con los restos. Durante un mes deambularon por sus calles, cambiando de casa constantemente e instalados en la paranoia. Según la policía, en el mes que duró su fuga asesinaron a dos capitalinos para realizar rituales santeros que les protegiesen de la persecución.

Aldrete estaba harta de la situación y un día, mientras estaban ocultos en un piso, escribió una nota que decía: “Por favor, llamen a la policía judicial y díganles que en este edificio están los que buscan. Díganles que tienen a una mujer como rehén”, y la arrojó por la ventana para que la descubriese una vecina, quien, efectivamente, los llamó. Los narcosatánicos estaban rodeados y Constanzo tuvo una idea que precedió a La Casa de Papel: se puso a arrojar dólares por la ventana para atraer a una muchedumbre y huir en medio de la confusión. El plan fracasó y, sabiéndose derrotado, prefirió morir. Le pidió a uno de sus ahijados que le disparara a él y a otro de sus ahijados y que después se pegase un tiro.

Dos de los ahijados y Aldrete fueron detenidos. La policía no creyó su relato de que ella estaba secuestrada y que era una víctima de Constanzo. Se negó a confesar su rol como sacerdotisa del clan y la tuvieron incomunicada y encadenada a una cama durante más de dos meses, en los que fue torturada y vejada de forma brutal. Todavía tiene la marca de la cadena alrededor de uno de los tobillos y le falta una uña que le arrancaron sus torturadores. En 1995, el juez la sentenció a cincuenta años de prisión, de los cuales ya ha cumplido treinta y tres; ahora tiene sesenta años.

Durante su estancia en prisión ha sido una presa modelo. Aprendió inglés, a pintar y tomó un curso de escritura. En el 2013 publicó Me dicen la narcosatánica, que se presentó en el reclusorio. Es, posiblemente, la presa más famosa de México. Ha dado varias entrevistas a periodistas –especialmente, durante la promoción del libro–, y también asesoró a los productores de HBO para la serie Capadocia. La historia de Constanzo y Aldrete, además de inspirar a quinceañeras, también inspiró a HBO Max, que próximamente estrenará una serie sobre su historia: Brujo.

La Concubina del Diablo

La Concubina del Diablo

“Desde el 13 de abril de 1989 se me conoce con varios alias: la Sacerdotisa, la Madrina, la Concubina del Diablo, la Narcofanática y la Narcosatánica. O, simplemente, Satánica”. Así arranca el libro de Aldrete, publicado en el 2013 por De Bolsillo, donde cuenta la relación que tuvo con Constanzo. Se conocieron al volante. Ella conducía por la avenida que lleva hasta el Puente Internacional (que conecta Matamoros con Brownsville, en Estados Unidos). Constanzo la vio y, también al volante, le cerró el paso con el coche para intentar hablar con ella. Así empezó una persecución que cesó cuando Aldrete paró el coche y accedió a hablar con él. Él se presentó como brujo y miembro de la corruptísima Policía Judicial Federal, que en esos años era un nido de narcotraficantes y delincuentes de todo tipo.

Aldrete narra el intenso flirteo con Constanzo, aunque ella sostiene que no eran amantes y que su relación se cimentaba en el interés que ella sentía hacia la santería. Cuenta que un día estaban en el puente que lleva a Brownsville cuando Constanzo le preguntó si creía en él y en su magia. Aldrete respondió que sí. El brujo le dijo que se iba a bajar del coche y cruzaría a pie la frontera sin ser detectado por ningún agente de aduanas estadounidense. Constanzo bajó del coche y cruzó sin problemas, según el relato de Aldrete, quien muy sorprendida lo recogió al otro lado de la garita fronteriza.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #290

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