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Los ‘zombis’ de Filadelfia

Los ‘zombis’ de Filadelfia

En la avenida Kensington de Filadelfia se sitúa el epicentro de la epidemia de opiáceos en EE UU.

En el último año, la avenida Kensington, en Filadelfia, ha visto la aparición de una nueva droga, el tranq o Xilacina, un sedante de uso veterinario que los camellos mezclan con el fentanilo. El barrio ha sido descrito por autoridades como la zona cero de la epidemia de opiáceos que azota a Estados Unidos desde hace dos décadas.

La avenida Kensington, en Filadelfia, ha sido descrita por autoridades como la zona cero de la epidemia de opiáceos que azota a Estados Unidos desde hace dos décadas. En el último año, este barrio ha visto la aparición de una nueva droga, el tranq o Xilacina, un sedante de uso veterinario que los camellos mezclan con el fentanilo. El colocón, aparentemente, es inigualable. También su poder adictivo. 

Uno de sus efectos secundarios es que provoca picores en la zona donde se inyecta. Los que están muy enganchados se rascan hasta arrancarse trozos de piel. A algunos se les tiene que amputar alguna extremidad. Para darse una idea de la magnitud del problema, basta con entrar a cualquier red social e introducir en el buscador “zombis de Kensington”, y aparecerán decenas de vídeos. Los supuestos zombis caminan encorvados –en ocasiones, con la aguja clavada todavía en el brazo– y parece que están durmiendo en esa posición. 

Aunque la aparición del tranq es un fenómeno nuevo, la reputación de Kensington como un mercado de la droga es mucho más antiguo. El New York Times lo describió hace siete años como el Walmart de la droga. Las substancias que allí se venden atraen a yonquis de todo el país, algunos van por turismo y otros se terminan quedando a vivir en las calles. Solo en el último lustro, unas cien mil personas han muerto cada año en Estados Unidos a causa de sobredosis. Filadelfia, que en la actualidad es la sexta ciudad más poblada del país (con 6,24 millones de habitantes), tiene una de las tasas por sobredosis por cien mil habitantes más alta del país (en el 2022 fue de 72,1, frente a la media nacional, 32,6; Nueva York, por su parte, tuvo una tasa de 42,3). 

Kensington era un barrio industrial hasta la década de los sesenta. En ese momento empezó un proceso de desindustrialización: cerraron muchas de las fábricas, los blancos se fueron a los suburbios, la zona fue habitada por latinos y negros y la inversión de la alcaldía en la zona también disminuyó. En los setenta se empezó a vender heroína del Sudeste Asiático: las fábricas vacías servían como picaderos, las vías del tren abandonadas se convirtieron en hogares para indigentes y la ciudad hacía la vista gorda. 

En la década de los 2000 llegaron las bandas de dominicanos que importaban la cocaína desde Colombia. Esta era de una mayor pureza que la asiática y también más barata. La reputación de la zona se extendió por todo el noreste de Estados Unidos y atrajo una nueva ola de migrantes. Una de las particularidades de Kensington es que no hay un capo que domine el mercado, sino que se trata de decenas de pequeños vendedores. Esta competencia hizo que los precios bajaran (en la actualidad, una micra de heroína se vende por cinco dólares) y que para la Policía fuese muy difícil desarticular las bandas.

Purdue Pharma 

"Una de las particularidades de Kensington es que no hay un capo que domine el mercado, sino que se trata de decenas de pequeños vendedores. Esta competencia hizo que los precios bajaran (en la actualidad, una micra de heroína se vende por cinco dólares) y que para la Policía fuese muy difícil desarticular las bandas"

A la par que las bandas de dominicanos llegaban a Kensington, un fenómeno paralelo recorría Estados Unidos. La farmacéutica Purdue desarrolló el OxyContin, aun a sabiendas de que este opiáceo era más potente que la morfina. Comenzaron una agresiva campaña de marketing para conseguir que miles de médicos la recetaran a pacientes que habían sufrido un accidente o una cirugía. El resultado fue que miles de personas se engancharon a los opiáceos. Cuando el gobierno estadounidense comenzó a limitar la venta de estos fármacos, muchas personas empezaron a consumir fentanilo, con efectos similares y disponible a un menor precio en el mercado ilegal. 

Los efectos se notaron en Kensington, que se empezó a poblar de personas que habían sufrido un accidente y se habían quedado enganchados a los opiáceos. Cuando no podían pagarlos (cada pastilla de OxyContin se vendía en el mercado negro a unos cincuenta dólares), se pasaron a la heroína, que costaba diez veces menos. En el 2018, el Departamento de Salud de Filadelfia estimaba que setenta y cinco mil residentes eran adictos a la heroína. Los reportajes realizados en la zona revelan que algunos llegaban a consumir hasta diez dosis al día, y que una de las maneras en las que lo podían costear era recurriendo a la prostitución. Poco antes de la pandemia, muchos de los camellos de Kensington empezaron a mezclar la heroína con fentanilo o con la Xilacina, haciendo que quienes estaban enganchados lo estuvieran aún más. 

En el 2019, el estado de Massachusetts demandó a un grupo de farmacéuticas (entre las que estaba Purdue Pharma) y a farmacias por provocar la crisis de los opiáceos para lucrarse. A esta demanda se sumaron la de otros estados contra otras compañías y farmacias (como Walmart) por su responsabilidad. Ninguna de estas demandas llegó a juicio, dado que las compañías prefirieron alcanzar un acuerdo extrajudicial para evitar el litigio. De esta forma, Purdue Pharma acordó pagar una multa de ocho mil trescientos millones de dólares para resarcir a las víctimas de la crisis de los opiáceos. En total, todas las empresas demandadas tendrán que pagar, durante los próximos veinte años, cincuenta y seis mil millones de dólares. El dinero ha empezado a ser distribuido en el 2023: cada estado recibe una cifra en función de los efectos que la epidemia ha tenido en ellos. 

La forma en que se han empleado estos fondos ha distado de la ejemplaridad. Dieciséis, de los cincuenta estados que forman Estados Unidos han accedido a transparentar la manera en la que emplearán estos fondos. Pero otros dieciséis estados han optado por no divulgar la forma en la que emplean los fondos, mientras que los dieciocho estados restantes solo darán información parcial sobre el uso de estos recursos. Algunos estados, por ejemplo, han utilizado estos fondos para comprar más patrullas de policía, algo que los familiares de víctimas de los opiáceos consideran que no ayuda a los adictos y que no es el espíritu del acuerdo extrajudicial. 

La ciudad de Filadelfia recibirá doscientos millones de dólares durante los próximos dieciocho años, y el barrio de Kensington es una de las zonas en donde se emplearán. De momento, una parte se ha utilizado para repartir kits de sobredosis. Un grupo de voluntarios del ayuntamiento van casa por casa y reparten test de fentanilo (unas tiras reactivas que al entrar en contacto con las sustancias detectan la presencia de la droga). También reparten cajas de Narcan –un espray nasal que revierte las sobredosis de opiáceos; aunque el Narcan requiere receta médica en la mayoría de los países (como en España), en Estados Unidos es de venta libre desde el 2023 (una caja con dos dosis cuesta cuarenta y cuatro dólares). Solo en el 2023 se repartieron veintidós millones de dosis. 

Otra de las propuestas que la ciudad intentó llevar a cabo es poner en marcha narcosalas, centros supervisados por profesionales de la salud en los que se proporciona jeringuillas limpias a los adictos, se analiza que el producto que se van a inyectar no sea tóxico y hay profesionales que ponen las inyecciones. En febrero del 2020 había empezado a operar una de estas salas en Kensington, pero tuvo que cerrar en el 2023, después de las protestas vecinales y de que el Senado de Pensilvania vetara la apertura de estos centros. Lo mismo ha ocurrido en otros estados que lo han intentado, en parte porque las narcosalas son ilegales para el gobierno federal. En la actualidad, y a pesar de las cien mil muertes por sobredosis al año, solo hay una funcionando en Nueva York.

Colocado de vida

Jeff Weeks

Jeff Weeks reside en Filadelfia y tiene cuarenta y cuatro años. Estuvo enganchado a la heroína hasta el 2016, cuando la dejó definitivamente después de un tratamiento con metadona durante un año. En 2020 puso en marcha un canal de YouTube, Jeff’s High on Life (‘Jeff colocado de vida’) en el que retrata la crisis del fentanilo en su ciudad. En algunos vídeos recorre las calles de Kensington desde su coche, retrata a la gente que vive en tiendas de campaña sobre la avenida o en las vías del tren. En otros vídeos, grabados durante la noche, se ve a un grupo de indigentes rodeando un tambo en el que hay una fogata con la que intentan entrar en calor. 

Sin embargo, lo que le ha hecho famoso (ha grabado mil seiscientos vídeos y tiene casi veintiocho mil suscriptores) son las entrevistas que graba en el coche. Los adictos se suben a su coche y Jeff les entrevista –“sin prejuicios”, como siempre aclara– sobre la forma como se engancharon a las drogas y su vida en Kensington. Además de humanizar a las personas que se encuentra, Jeff les ayuda a conseguir vendajes nuevos y les aconseja cuándo deben ir al hospital. Weeks conecta con sus entrevistados, a quienes realiza entrevistas de seguimiento a lo largo del tiempo. Hay muy pocas historias con final feliz: en casi todas las entrevistas posteriores, Weeks documenta el deterioro que sufren las personas por el fentanilo y el tranq

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #319

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