Pasar al contenido principal

Fentanilo

El último trócolo

De la cuestión del fentanilo ya nos advirtió hace más de treinta años Antonio Escohotado, que en gloria esté: “Es posible que buena parte de lo que en el futuro se llame heroína sean variantes del fentanil”. En muchos lugares de Estados Unidos eso ya sucede hoy. 

Hola. El fentanilo es, sin duda, la droga de moda. Raro es el día en el que los medios no nos angustian, desde el alarmismo más rabiosamente populista, con las sombrías amenazas de esta peligrosísima droga, aunque sea a miles de kilómetros de aquí. La simpatiquísima presidenta madrileña llegó incluso más lejos vinculando sibilinamente el auge del fentanilo con la regulación del consumo de cannabis. ¡Menuda intoxicación! Bueno, pero no se lo tenemos en cuenta porque como se lo dijo una voz por el pinganillo... 

En fin, no les sorprenderá descubrir que, de la cuestión del fentanilo, nos advirtió ya hace más de treinta años Antonio Escohotado, que en gloria esté. En Para una fenomenología de las drogas (Mondadori, 1992), tras informar brevemente sobre las particularidades de esta molécula, nos decía el maestro: “Es posible que buena parte de lo que en el futuro se llame heroína sean variantes del fentanil”. En muchos lugares de Estados Unidos eso ya sucede hoy. También nos explicó muchas veces el visionario Escohotado que la prohibición, al restringir el acceso a ciertas drogas, acaba provocando que se generalice el uso de sucedáneos más potentes, más tóxicos y peores. Lo que no se imaginaba nadie es que, para llegar a la candente crisis del fentanilo, antes hiciera falta crear y consolidar un amplio mercado legal de consumidores de opioides sintéticos. 

La génesis de este drama norteamericano contemporáneo comienza en 1995, cuando la empresa farmacéutica de la poderosa familia Sackler, Purdue Pharma, obtiene el visto bueno gubernamental para vender OxyContin. Son pastillas de liberación controlada de oxicodona, un potente opioide, el mismo que le daban a Hitler con sus pastillas de Eukodal. Purdue Pharma basó su éxito en negar el potencial adictivo de su OxyContin. Era falso y lo sabían. Además, como todos los derivados del opio, la oxicodona crea tolerancia rápidamente y, mientras se disparaban las ventas, se multiplicaban los adictos. El tristísimo caso del OxyContin, con su codicia, con sus sobornos más o menos encubiertos, con sus salvajes campañas de márquetin, está magistralmente explicado en la serie Dopesick (2021). Si aún no la han visto, ya están tardando. En serio. 

Muchas otras farmacéuticas, además de las grandes distribuidoras, participaron del pingüe negocio de los opioides, mientras los adictos pasaban del OxyContin a la heroína callejera, pasando por el Percocet, el Vicodin, el Demerol o lo que hubiera más a mano. En ese escenario aparece a gran escala el fentanilo, un opioide sintético derivado de la fenilpiperidina, un anestésico común desde hace décadas en todos los quirófanos del mundo y que rara vez aparecía en las calles. El fentanilo es unas cincuenta veces más potente que la heroína y hasta cien veces más potente que la morfina. Es activo, por tanto, en cantidades ínfimas y, además, como contaba hace poco en El País un médico: “Se desarrolla tolerancia al efecto eufórico y analgésico, pero no a la depresión respiratoria que el fentanilo también provoca. Buscando el efecto euforizante se llega a la dosis letal”. Como diría Escohotado, el margen de seguridad es muy pequeño.

En 1999, los estadounidenses muertos oficialmente por sobredosis no llegaron a cinco mil. En el 2021 y 2022 se han superado ampliamente las cien mil muertes anuales. Sintetizado y producido en China, primero, en la India, después, y en México, últimamente, el fentanilo ha inundado el mercado y ya no solo aparece en las muestras de heroína y otros opioides y opiáceos, sino también en la cocaína, el éxtasis, la metanfetamina e, incluso, en la marihuana. Y eso por no hablar de los derivados del fentanilo, algunos de extrema potencia, como el carfentanilo, diez mil veces más potente que la morfina. 

En su magnífico libro La fiesta se acabó. Por qué siempre perderemos la guerra contra las drogas sintéticas (Temas de Hoy, 2021), Ben Westhoff indaga al detalle acerca de la fabricación, la distribución y la venta del fentanilo y sus análogos, y nos deja la aterradora conclusión de que, al final del camino de la prohibición, los consumidores quedan en manos de un delincuente mexicano analfabeto que echa cucharadas de fentanilo a ojo de buen cubero en las sustancias que va a vender. Una imagen apocalíptica pero real, que resume con crudeza a qué criminales extremos de barbarie nos conduce una política prohibicionista que pretende, siempre entre comillas, defender la salud pública. Adiós. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #307

Comprar versión impresa

Te puede interesar...

¿Te ha gustado este artículo y quieres saber más?
Aquí te dejamos una cata selecta de nuestros mejores contenidos relacionados:

Suscríbete a Cáñamo