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Metanfetamina: más potente y más adictiva

Mientras las muertes por fentanilo comienzan a estabilizarse en algunos sectores de Estados Unidos, una nueva amenaza se consolida silenciosamente: la metanfetamina. 

Esta sustancia que ha evolucionado hasta convertirse en un estimulante más potente, adictivo y peligroso que nunca, es fabricado casi exclusivamente por cárteles mexicanos, siendo su expansión y transformación química tan profundas que expertos en adicciones advierten que estamos ante una droga radicalmente distinta a la que se consumía décadas atrás.

La metanfetamina no es una sustancia nueva. Se sintetizó por primera vez en Japón a finales del siglo XIX. Sin embargo, la actual metanfetamina poco tiene que ver con esos orígenes. La DEA ha alertado de que los cárteles han adaptado sus métodos para sortear regulaciones, prescindiendo de la pseudoefedrina —el precursor tradicional— y desarrollando fórmulas aún más potentes a base de químicos industriales.

Los efectos inmediatos incluyen euforia, hiperactividad y falta de apetito y lo siguen el insomnio extremo, episodios de psicosis, paranoia aguda, alucinaciones y conductas compulsivas. Los largos periodos de vigilia y comportamiento errático, se vuelven cada vez más frecuente entre usuarios crónicos. A largo plazo, el daño es devastador: deterioro cognitivo, fallos cardíacos, pérdida de piezas dentales y depresión.

Según reporta el The New York Times, en 2023, casi 35.000 muertes en EE UU estuvieron relacionadas con el consumo de metanfetamina u otros estimulantes, según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades. La cifra representa un aumento del 870% respecto a 2013. 

A diferencia de los opioides, no existe ningún antídoto equivalente a la naloxona, ni fármacos aprobados para tratar esta adicción. Las terapias actuales se limitan a abordajes conductuales donde se recompensa a las personas por mantenerse libres de consumo.

La expansión de esta droga no debe interpretarse como una simple “moda” en el consumo, sino como resultado directo de políticas represivas mal diseñadas, la falta de infraestructura de salud mental y la marginación sistemática de poblaciones vulnerables. Como ha ocurrido históricamente con otras sustancias, la criminalización y el estigma agravan la situación y dificultan las respuestas efectivas.

La metanfetamina es una crisis de salud pública que avanza sin ruido, pero con consecuencias cada vez más profundas. Frente a ella, urge reforzar los servicios de reducción de daños, el acceso a tratamientos dignos y una política de drogas que deje de lado la guerra y apueste por el cuidado.

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