Once años después de su muerte, todavía no está claro por qué mataron a Valentín Elizalde, “El Gallo de Oro”. Se sabe que el gatillero trabajaba para los Zetas, aunque no los motivos. A Elizalde lo acribilló un comando armado en septiembre del 2006, cuando salía de dar un concierto en un palenque de Reinosa, en el peligroso Estado de Tamaulipas, bastión de los Zetas.
Hay tres versiones sobre el crimen. La primera es que durante el concierto cantó un tema llamado “A mis enemigos”, que se supone que era una de las canciones predilectas del Chapo Guzmán, y los Zetas lo consideraron una afrenta. Otra versión apunta que antes del concierto le ofrecieron ir a dar un show privado para un narco y rechazó la oferta. Por último, también se dice que era amante de la mujer de un poderoso narco. De lo que no cabe duda es de que en su profesión hay una alta tasa de mortalidad, y en la última década una docena de músicos han sido asesinados.
La música norteña goza de una enorme popularidad en México. Durante los años que me llevó al colegio, mi padre amenizaba el trayecto con una ecléctica selección musical que mezclaba los Beatles con los corridos de la revolución de los hermanos Zaizar. Muchas mañanas llegué a clase aturdido tras haber escuchado el corrido de “Pancho Villa”, el de la “Cárcel de Cananea” o el de “Valentín de la Sierra”. Desde el siglo xix, los mexicanos componen canciones que narran las hazañas de sus héroes y bandidos que llevan el desafortunado nombre (para oídos de un español) de corridos. Fueron (y son) un medio de comunicación que transmite a una sociedad fundamentalmente analfabeta las noticias. Aunque desde los inicios del género había algunas canciones que narraban las hazañas de los contrabandistas, fue durante la prohibición del alcohol en Estados Unidos (entre 1920 y 1933) que se empezaron a componer canciones para los tequileros, los mexicanos que transportaban whisky y tequila para los gringos.
El primer narcocorrido fue “El Pablote”, y lo grabaron en El Paso, Texas, en 1931. Narra la gesta de un narco de Chihuahua que acaba con la mafia china (que controlaba el tráfico de opio) pero muere tontamente asesinado tras un tiroteo con un policía federal a quien llama “horrible”. En los años treinta se grabaron algunos narcocorridos más, como “Por morfina y cocaína” o “Carga blanca”, aunque no fue hasta 1974 cuando nació el género moderno: “Contrabando y traición”, interpretado por unos desconocidos Tigres del Norte. La canción narra las aventuras de dos amantes, Emilio Varela y Camelia la Tejana, que conducen de México a Los Ángeles con las ruedas del coche “repletas de hierba mala”. Tras cerrar el trato, Emilio amaga con abandonar a Camelia y esta, despechada, le mete siete tiros. El corrido termina con un estribillo final: “La traición y el contrabando, terminan con muchas vidas”. La canción fue tan popular que los Tigres del Norte grabaron dos secuelas: “Ya encontraron a Camelia”, en el que los socios de Emilio Varela la ajustician, y “El hijo de Camelia”, en el que un hijo de la pareja acaba con los socios de su padre que ajusticiaron a su madre.
Los Tigres del Norte son los Rolling Stones de la música ranchera. La banda la componen cuatro hermanos y un primo que crecieron en Sinaloa pero migraron a California en los sesenta. En activo desde 1968, han producido cincuenta y cinco discos y más de setecientas canciones, que les han valido para ganar cinco Grammys. Entre sus temas hay incontables narcocorridos, y cuatro de estos (“La Banda del Carro Rojo”, “Los tres gallos”, “La camioneta gris” y “La muerte del soplón”) han sido llevados al cine. Si, los Tigres del Norte han grabado diez películas, que han sido tremendamente populares en México y Estados Unidos. No solo cantan odas a narcotraficantes, sino que también narran los problemas que afligen a los campesinos pobres en México (con temas como “La Navidad de los pobres”) y a los migrantes en Estados Unidos (canciones como “Tres veces mojado” o “La jaula de oro”).
Una de las grandes incógnitas es saber si alguna vez han tocado, en un concierto privado, para algún capo del narco. Cuando les preguntan lo niegan categóricamente y dicen que cantan de ello pero nunca se han asociado con ellos, lo que les ha permitido tener una carrera tan prolífica. Es imposible que en sus casi cinco décadas de carrera no se lo hayan propuesto, y no está claro que sea tan factible decirle que no a un emisario del Chapo Guzmán con un cheque en blanco. A los narcos, además, les encanta codearse con celebrities. En el 2008 circuló una fotografía de Roberto Gómez Bolaños (que encarnaba al Chavo del 8) con Pablo Escobar. Uno de sus compañeros de reparto (Quico), confirmó que tanto el Chavo como la Chilindrina (esposa del Chavo en la vida real) actuaron en numerosas ocasiones para narcos. La respuesta de Gómez Bolaños fue tibia: “No puedo asegurar con exactitud con quién o para quién he trabajado, no les pido su identificación al momento de firmar algún contrato”, aunque negó cualquier vínculo con el narco.
Muchos narcotraficantes pagan a sus cantantes favoritos para que les compongan canciones, otros capos optan por comprarle a sus primos o amigos instrumentos musicales, trajes con lentejuelas, y que les compongan odas. Las discográficas son una gran manera para que los cárteles laven su dinero. Las grandes tiendas de discos ya no comercializan narcocorridos, pero en las gasolineras de México y el sur de Estados Unidos hay una inmensa oferta del género, discos piratas que se venden con permiso del cártel, con temas tan sugerentes como “Contrabando en los huevos” o “Puro pinche narcocorrido pesado”. En las portadas aparecen los artistas, ataviados siempre con sombreros y botas vaqueras, que suelen llevar armas (con cachas de oro o piedras preciosas), camionetas de lujo o caballos. La moda de aparecer con armas en los discos la inició en los ochenta Chalino Sánchez, en cuyas portadas siempre lleva sombrero y una pistola calibre 45 en la mano. Murió asesinado en Sinaloa en mayo de 1992 al terminar un concierto, se sospecha que se había metido con la mujer de un narco.
Prohibido prohibir
Las autoridades mexicanas han intentado acabar con los narcocorridos prohibiendo su difusión, una política que ha fracasado. Desde hace muchos años las emisoras de radio no programan narcocorridos y tampoco se venden en muchas tiendas de discos. En el 2011, en el Estado de Sinaloa, fueron más lejos y prohibieron que se tocara la música en todo los bares, cantinas y fiestas de todo el Estado. La Suprema Corte de Justicia lo declaró inconstitucional en el 2013, aunque desde entonces el debate sobre su prohibición resurge de vez en cuando.
La prohibición y el auge de las redes sociales ha provocado una catarata de nuevos narcoartistas que sintetizan el narcocorrido con el gangsta rap y el hip-hop. En los primero vídeos, en los años ochenta, rara vez se veían mujeres en los videoclips, y lo que predominaba era la indumentaria norteña, caballos, camionetas y avionetas. Dichos elementos han sido sustituidos por jets, Ferraris, metralletas doradas, chicas en bikini, montañas de farlopa y videoclips que parecen de la MTV. Las redes sociales han permitido sortear la prohibición y han engendrado un nuevo subgénero, el “estilo alterado” (un narcocorrido gore). Las letras mencionan a narcos de forma explícita y se habla abiertamente de “torturaciones”, como en la canción de estilo alterado que tiene 26,5 millones de reproducciones en YouTube “Sanguinarios de la M1”, de los BuKnas de Culiacán. Solo la primera estrofa pone los pelos de punta: “Con cuerno de chivo [AK-47] y bazuca en la nuca. / Volando cabezas a quien se atraviesa. / Somos sanguinarios, locos bien ondeados. / Nos gusta matar”.