Todas las personas que utilizan Instagram tienen algo en común: aceptaron los términos y condiciones que se les impusieron para ser parte de esta aldea global. En la gran mayoría de los casos sin leerlos por completo. Tan solo algunos que están dispuestos a vivir en los márgenes de la sociedad online pueden darse el lujo de rechazar las políticas de las aplicaciones. Ninguna tienda podría sobrevivir sin el alcance del e-commerce; quien se atreva a no ser parte de la comunicación virtual estará fuera tanto del debate público como de diferentes eventos sociales. Varios autores describieron que el apego emocional que se tiene a las redes sociales es tan grande que las compañías propietarias de ellas han logrado modificar radicalmente las formas que los humanos tienen para relacionarse entre ellos, desde los hábitos de consumo culturales, hasta los procesos democráticos de las naciones.
La antropóloga Paula Sibilia dice en su libro La intimidad como espectáculo que las tecnologías emergentes permiten expandir las fronteras físicas de la individualidad hacia un “yo hipertrofiado”. Los hechos que antiguamente podían ser privados, como el nacimiento de un hijo o el plato elegido para cenar, hace tiempo que pasaron a ser públicos.
En las elecciones presidenciales de EE UU de 2016, la consultora británica Cambridge Analytica recopiló datos de millones de usuarios de Facebook que no dieron su consentimiento y fueron utilizados para orientar la campaña a favor de Donald Trump, quien finalmente fue electo. Más recientemente, el republicano volvió a ganar los comicios y la penetración de X (ex Twitter), comprada por Elon Musk, fue clave en los resultados por la acción de los algoritmos que privilegiaba las publicaciones de Trump por encima de su contrincante y candidata demócrata, Kamala Harris.
“Cuando me cerraron la cuenta, yo pensé que lo había perdido todo. Nunca había sentido un vacío tal. Lo más duro fue a nivel psicológico porque desarrollas una ansiedad y un miedo tremendos al sentir que tu negocio está en manos de un trabajador de Meta”, cuenta Ángel López Cuerpo
Esta realidad acontece en una era que, para el exministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varoufakis, es una sigilosa sucesora del capitalismo: el Tecnofeudalismo. El filósofo y ensayista Byung-Chul Han la llama “explotación de la comunicación”. Para él, los usuarios no son esclavos, como tampoco lo eran los campesinos medievales, y, sin embargo, consienten la cesión gratuita de una infinidad de datos personales –el gran negocio de las aplicaciones digitales–, a cambio de nutrir el narcisismo al que se refiere Sibilia.
El nuevo señor feudal establece las reglas de la aldea online, incluso por encima de las leyes de los propios Estados. Quien ose rechazar los términos y condiciones, será castigado con el exilio. Cuando los acepte, misericordiosamente será bienvenido. Mientras, los reyes de la realidad virtual son jueces, fiscales y soberanos de lo que sucede en un territorio en el que los CEO son inapelables. Un caso de esto es la censura que Instagram le aplica a los creadores de contenido sobre cannabis. A pesar de que no estén cometiendo un delito en los países en los que suben sus imágenes o producen sus vídeos –existen como sabemos diferentes tipos de regulaciones sobre los derivados de la planta–, la red social elimina su publicación. Pero hay un grupo de influencers que está dispuesto a presentarle batalla al Tecnofeudalismo. En diálogo exclusivo con Cáñamo, tres importantes comunicadores de la industria del cannabis denuncian que la empresa Meta silencia su voz de manera unilateral e injusta. Ellos ya están planteando demandas judiciales contra la compañía de Mark Zuckerberg.
Los casos

El valenciano Ángel López Cuerpo y la chilena Paola Sagués, influencers cannábicos en lucha.
Ángel López Cuerpo nació hace 24 años en Valencia y hasta el día de hoy continúa viviendo allí. Él fue censurado por primera vez un 20 de abril. Paradójicamente, el famoso 4/20 de la cultura cannábica coincide con la fecha de nacimiento de Adolf Hitler. A @dr.whisk3rss, como es conocido Ángel en Instagram, le pareció un dato colorido para hacer un vídeo sobre historia, tanto del dictador más famoso del mundo, como de los jóvenes californianos que tenían una hora diaria para irse a compartir unos porros. La publicación de treinta segundos fue eliminada porque infringía las normas de la plataforma por nombrar a la planta. Al mes, le volvió a suceder lo mismo. En esta ocasión se trataba de unas instrucciones para liar un cigarro de marihuana. La situación se repitió hasta que su cuenta fue bloqueada, lo que significa que no se muestran sus contenidos a personas que no sean seguidoras. En la jerga de los influencers esto se lo llama “baneo” e implica la pérdida constante de seguidores y la caída estrepitosa de las métricas de una cuenta. Un perfil que no tiene alcance no sirve para vender. En otros términos, también se traduce en la inminente pérdida de empleo para Ángel, quien vive de producir contenidos para diferentes marcas de la industria del cannabis. Hacia diciembre del 2023, un grupo de tres mil haters se unieron para denunciar repetidamente sus posteos y la cuenta fue cerrada de forma permanente.
Paola Sagués es chilena, tiene 39 años y sabe lo que es lidiar con grupos reaccionarios desde que la red social de moda seguía siendo Facebook. En 2018, un conjunto de evangélicos conservadores inició una campaña en su contra porque cultivaba “las plantas de Satán”. En el momento no le dio mucha importancia porque su comunidad en Instagram no paraba de crecer. Por eso, la censura que vive ahora es la que más está sufriendo. No solo porque, hasta el momento, ha perdido los 450 mil seguidores que había acumulado en los perfiles @muypaola y @StgoVerde, una agencia de comunicación fundada por ella. Mediante sus redes, Paola también movilizaba al activismo cannábico. Ante el cierre de sus cuentas, la influencer denuncia que Meta silencia una expresión política que reclama por medios pacíficos el fin de la guerra contra las drogas y la regulación integral de la marihuana. Al igual que Ángel, ella infringía las normas por decir ciertas palabras como “semilla”, “420” o “comunidad”.

El argentino Matías Litvak, referente de la industria del cannabis en Israel, es Director de Cultivo en Oxygene Genetics y Market Manager de Athena.
Matías Litvak es argentino y a sus 42 años es uno de los referentes de la industria del cannabis en Israel. Él es el Director de Cultivo en Oxygene Genetics y Market Manager de Athena, dos compañías gigantes en el campo productivo de la planta. También cuenta con la habilitación del Ministerio de Salud de su país para cultivar marihuana con fines medicinales y transportar hasta 40 gramos de flores. En su cuenta de Instagram, que actualmente tiene 60 mil seguidores, sube contenido de divulgación científica relacionado al cannabis. Entre algunas de sus producciones más destacadas, Litvak hizo vídeos sobre las salas de cultivo de gran escala en las que trabaja, la intimidad de los laboratorios para elaborar extracciones y también sobre su participación en diferentes conversatorios acerca de los usos terapéuticos del cannabis. Antes de que la verificación de las cuentas fueran abonadas, él ya había recibido esta calificación por ser un personaje público reconocido por su labor profesional. Sin embargo, su perfil @litvak.matías fue bloqueado y cerrado varias veces.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, la censura es “la intervención que practica el censor en el contenido o en la forma de una obra, atendiendo a razones ideológicas, morales o políticas”. Es lo que padecen los tres casos mencionados, que también comparten una particularidad: no están cometiendo ningún delito sancionado por las leyes promulgadas en sus países.
Ante el cierre de sus cuentas, la influencer Paola Sagués denuncia que Meta silencia una expresión política que reclama por medios pacíficos el fin de la guerra contra las drogas y la regulación integral de la marihuana
Ángel se encuentra en España, en donde no se castiga el consumo en espacios privados y no debería ser sancionado porque hace contenido sobre reducción de daños. “Cuando me cerraron la cuenta, yo pensé que lo había perdido todo. Nunca había sentido un vacío tal. Todo lo que quería hacer giraba alrededor de mi proyecto y me lo habían quitado. Había dejado mi trabajo para dedicarme a ser influencer. Lo más duro fue a nivel psicológico porque desarrollas una ansiedad y un miedo tremendos al sentir que tu negocio está en manos de un trabajador de Meta. He tenido pérdida de cabello, mal humor y malas conductas hacia mis seres queridos. No tenía un duro y no podía permitirme pagar un psicólogo”, cuenta Ángel. Para continuar su trabajo, él decidió abrirse una nueva cuenta –a la que ya siguen 136 mil seguidores– y moderar el tono de sus contenidos.
En Chile, donde se encuentra Paola, se ha despenalizado la venta de semillas de cannabis hace más de una década y desde el año pasado existe un sistema legal que protege a los usuarios medicinales, a partir de la indicación de un profesional de la salud. Pero, hasta hoy, ella no hay podido recuperar sus dos cuentas de Instagram con las que trabaja. “La plataforma no la usamos solo para visibilizar la industria. También es una herramienta política. A mí me han eliminado noticias públicas que habían salido en la televisión, solo porque estaba la palabra ‘marihuana’. Es muy grave censurar a una disidencia política”, asegura Paola.
Litvak es un usuario terapéutico de cannabis registrado en Argentina y hace divulgación científica sobre la empresa en la que trabaja, que además cuenta con una licencia productiva concedida por el Estado de Israel. Los tres referentes consultados denuncian que están siendo discriminados por la censura de Instagram en sus contenidos. Por este motivo están empezando a preparar demandas contra Meta, la empresa propietaria de la mencionada red social. Pero el caso más avanzado es el de Litvak, quien en un diálogo exclusivo con Cáñamo brinda detalles de la inédita causa judicial.
La demanda

“No deberían censurarme por lo que comparto en mis redes. No hago ninguna apología para consumir cannabis. Mi contenido es sobre consumo responsable, cultivo y uso terapéutico. Es muy polémico que me cierren la cuenta cuando estoy dando información sobre reducción de daños y una industria que, en mi país, está permitida”, dice Litvak sobre las leyes de cannabis medicinal y producción que rigen en Argentina desde 2017 y 2022, respectivamente. Litvak suele compartir vídeos sobre su autocultivo cuando visita su nación natal, también genera contenido de su trabajo cotidiano en la ciudad de Givat Hen. En ambos lugares, no comete ningún delito porque la planta goza de diferentes tipos de regulación.
“En Israel hay siete tipos de licencias, como cultivo, mejoramiento genético, elaboración de productos medicinales, distribución y venta. Acá se fuma marihuana en todos lados. La gente se arma porros en los restaurants de más alto nivel. En Tel Aviv, le he pedido fuego a los policías para encenderme uno y no pasa nada”, amplía Litvak sobre la situación de la planta en el país de Oriente Medio.
“Ninguna empresa puede estar por encima de las leyes de un país”, asegura Matías Litvak, uno de los primeros de la cultura cannábica en rebelarse y desatar una revolución contra el Tecnofeudalismo.
Los contenidos de Litvak fueron borrados continuamente por Instagram, hasta que su cuenta fue bloqueada y estuvo desaparecido por varios meses. “La gente me escribía preguntándome si estaba vivo”, recuerda. La situación no le afectó en su economía personal como a los influencers que dependen de los ingresos por las publicidades que realizan. Pero confiesa que sí lo dañó “emocional y psicológicamente”. “Cuando me cierran la cuenta había perdido el contacto con mi comunidad. Aportaba conocimientos y ahora estoy muy desmotivado, me siento raro hablándole a una cámara. Perdí el ritmo y no subo una historia hace más de seis meses. En un momento pensé que habíamos llegado a un cambio social y, de repente, me están censurando como si fuera un Pablo Escobar de la marihuana. No está bueno”, dice Litvak, quien, cansado de esta situación, está iniciando una demanda contra Meta. La denuncia se radicará en su país de nacimiento contra “Facebook Argentina S.R.L. (Sociedad de Responsabilidad Limitada)”, la única empresa de Mark Zuckerberg registrada en esta nación sudamericana.
“Estamos construyendo dos cosas. Primero, una demanda por daños y perjuicios a Matías. Él tiene una actividad y su cuenta de Instagram tiene un rol importantísimo en su desarrollo. Nosotros pretendemos que la compañía reconozca que vulneraron libertad de expresión y de tener un negocio, dos derechos protegidos por la Constitución argentina”, explica Santiago Crimer, abogado de Litvak y la persona encargada de llevar adelante el litigio que se va a presentar las próximas semanas contra Facebook Argentina S.R.L. “Vamos contra ellos vía exhorto a EE UU porque Meta ni siquiera tiene constituida la empresa en el país. Entonces, esto también es un acto de soberanía y exigiremos una compensación económica porque es la única manera de molestar a estos tipos”, sostiene Crimer.
El abogado cuenta que busca crear un precedente para ponerle límites a las compañías propietarias de las redes sociales, ya que en su país ni siquiera existe una normativa que las defina para implementar sus derechos y obligaciones. “Las plataformas aportan algo extraordinario. Pero no es sinónimo de anarquía en cuanto a su responsabilidad y no significa que puedan hacer lo que quieran”, dice Crimer sobre la censura que Instagram aplica a los contenidos relacionados al cultivo y uso medicinal del cannabis, que son dos actividades legales en Argentina.
“Ninguna empresa puede estar por encima de las leyes de un país”, asegura Litvak, uno de los primeros de la cultura cannábica en rebelarse y desatar una revolución contra el Tecnofeudalismo. ¿Será posible la utopía?
¡A las barricadas (virtuales)!

Paola Sagués.
En la actualidad, existen algunas experiencias de organización colectiva para hacerle frente al Tecnofeudalismo. Una de ellas es el sindicado de creadores de contenido, creado en Barcelona hace poco más de dos años e impulsado desde la Unión General de Trabajadores de España (UGT). La iniciativa ha nacido con el respaldo de importantes figuras, como el politólogo Alán Barroso, el escritor Mauricio Schwarz y el arqueólogo Mikel Herrán. Entre alguno de sus reclamos, los trabajadores no solo pretenden modificar los algoritmos de las plataformas para que sus producciones no se vean limitadas, sino que buscan además ser incluidos en el Estatuto del Artista y modificar la Ley Audiovisual para que la UGT pueda negociar con los gigantes de Silicon Valley.
También están los que quieren generar un cambio dentro de las empresas de redes sociales, como el abogado catalán Francesc Feliu. Él representa a 30 trabajadores subcontratados de Meta que tienen la tarea de censurar los contenidos que infringen las normas y a quienes denuncian que se encuentran bajo unas condiciones deplorables, tanto por el poco salario que cobran, como por la vulneración de otros derechos laborales. Hasta el momento, Feliu ha ganado un solo caso. En enero del año pasado, el Juzgado Social n° 28 de Barcelona determinó que los problemas de salud mental que sufría un moderador de contenido fueron responsabilidad de la compañía que lo había contratado, CCC Barcelona Digital Services, y que por este motivo debía serle reconocida la baja laboral.
No son muchos los casos de organización colectiva que buscan hacerle frente a la tiranía de los CEO de las plataformas digitales. Pero la resistencia está en marcha. A partir de la elaboración de este reportaje, los influencers cannábicos se pusieron en contacto para analizar la posibilidad de realizar una demanda conjunta e internacional por la censura que sufren de parte de Meta. Para ello crearon un grupo de Whatsapp en el que se comunican desde diferentes partes del mundo y se comparten consejos para lidiar con la eliminación de sus contenidos. Al cierre de esta edición, ya eran 32 los miembros de esta barricada digital. ¿Será posible la revolución contra el Tecnofeudalismo?