Las limitaciones legales y las políticas de plataformas mantienen a la industria cannábica prácticamente fuera de las vías publicitarias convencionales. En ese vacío emergió una economía de creadores que combina educación, entretenimiento y activismo: podcasts, boletines, consultorías y líneas de productos privadas permiten monetizar sin depender de anuncios tradicionales.
En ese nuevo ecosistema, los creadores han capitalizado una ventaja que va más allá de la mera promoción comercia y construyen comunidades que reinterpretan el cannabis. En sus contenidos conviven explicaciones sobre marcos regulatorios, sesiones sobre reducción de daños, reseñas de productos y narrativas personales que desmontan estigmas.

Canal de YouTube de @Koala.puffss.
Esa mixtura de contenido —didáctico y cercano— ha demostrado tener más impacto en la percepción pública que campañas corporativas formales, en parte porque los creadores pueden adaptar el discurso a audiencias específicas y sortear las restricciones de las plataformas mediante formatos alternativos.
La diversificación de ingresos es otra clave: ventas directas, membresías, patrocinios puntuales, merchandising y consultorías legales o de producto permiten a estos creadores sostener proyectos independientes. Además, su trabajo alimenta un ecosistema que favorece la innovación —desde nuevos formatos de divulgación hasta modelos comerciales híbridos— y, en muchos casos, presiona a poderes públicos y empresas a abrir canales de diálogo sobre regulación y normalización.
El papel de los creadores muestra que la prohibición, lejos de alcanzar su objetivo, ha incentivado formas alternativas de comunicación capaces de ofrecer educación sobre la marihuana y herramientas prácticas para los usuarios, donde conversación en torno a la planta ya no se dirige desde los canales tradicionales, sino desde comunidades y voces que articulan información, cultura y demanda.