Llevo tomando microdosis de LSD regularmente desde hace aproximadamente dos años. Desde entonces, la cosa ha adquirido la categoría de fenómeno: crecen los adeptos y se multiplican los artículos sobre el tema; como este, mi modesta aportación a algo que, si no es una revolución, se le parece bastante. No hay más que visitar el foro de microdosing, con más de trece mil suscriptores en el megacerebro colectivo de internet, Reddit, para darse cuenta de las pasiones que levanta.
Allí cuentan, entre otras muchas cosas, que Albert Hoffman, padre del ácido lisérgico, tomó hasta el final de su vida dosis ínfimas de la sustancia que descubrió accidentalmente el viernes 16 de abril de 1943. Aunque quien ha hecho más por promocionar los efectos de esta nueva droga (o mejor dicho, de esta nueva forma de tomar una vieja droga) ha sido James Fadiman, autor de una de las biblias de lo que ya hay quien llama la segunda revolución psicodélica: The Psychedelic Explorer’s Guide.
En 1966, momento en que el LSD fue ilegalizado como respuesta al creciente uso como droga recreativa que de ella hicieron los hippies y otros agentes contraculturales, Fadiman trabajaba en un proyecto gubernamental que intentaba evaluar la eficacia del ácido, administrado en pequeñas dosis, en la resolución de problemas. Su trabajo quedó interrumpido y no fue hasta el 2010, tras el éxito de su libro, cuando se dedicó a dar conferencias en las que comenzó a cantar las bondades de la autoexperimentación con las microdosis. Resulta irónico que, en ese mismo año, William Leonard Pickard fuera detenido mientras trasladaba un laboratorio de producción de ácido lisérgico, desde un silo de misiles en Wamego, Texas, a una localidad indeterminada. Dicho suceso supuso una caída del noventa y cinco por ciento en la oferta de LSD a nivel mundial.
En 2010, tras el éxito de su libro, Fadiman se dedicó a dar conferencias en las que comenzó a cantar las bondades de la autoexperimentación con las microdosis
Aquel episodio pareció colocar el último clavo en la tumba de la revolución psicodélica, aquella que estalló en algún punto de la mitad de los años sesenta. En pleno nuevo milenio, las cenizas de Timothy Leary hacía tiempo que orbitaban el espacio exterior; los Grateful Dead (o lo que quedaba de ellos tras la muerte de Jerry Garcia en 1995) llevaban más de seis años disueltos, y muy lejos quedaban los días de los viajes lisérgicos en autobús de Ken Kesey y su banda de Merry Pranksters, que Tom Wolfe retrató en su clásico del nuevo periodismo Ponche de ácido eléctrico.
Por suerte, el desarrollo de los acontecimientos en los últimos años aconseja mantener guardado el traje de luto por el LSD. La investigación clínica con sustancias psicodélicas está de nuevo en marcha tras décadas de interrupción. Varios científicos han alzado la voz acerca del potencial de drogas como el LSD, la psilocibina y el MDMA para tratar y prevenir patologías que incluyen el estrés postraumático, las adicciones o la depresión. Además, internet se ha convertido en una fuente inagotable de información acerca de estas drogas, sobre cómo conseguirlas, sintetizarlas o consumirlas, lo que ha ayudado a su popularización. Una prueba del interés de los cibernautas al respecto es el hecho de que dos de las diez ONG seleccionadas por los usuarios de Reddit para recibir una donación colectiva de más de ochenta mil dólares, MAPS y EROWID, se dediquen a promocionar e informar sobre el uso de ese tipo de sustancias y su estudio clínico.
Esta segunda revolución psicodélica (considerarla como tal implica asumir que durante la primera, justa y necesaria, erraron con la dosis) tiene sus propios héroes: Terrence McKenna, psiconauta, autor y divulgador; Alexander Shulgin, químico inventor de más de doscientas treinta sustancias psicoactivas; Rick Strassman, el médico que con su libro DMT: la molécula espiritual reavivó el interés del público por las experiencias enteógenas, o el artista Alex Gray, cuya campaña del 2013 para la construcción de un mausoleo psicodélico se convirtió en el segundo proyecto artístico que más ha recaudado en la plataforma de crowdfunding Kickstarter, al superar los doscientos diez mil dólares.
Y en el centro de todo esto se sitúan las microdosis. Un número creciente, aunque sin especificar, de voluntarios las consumen religiosamente uno de cada cuatro días, durante periodos que pueden ir de una semana a varios meses. Fadiman lleva años recopilando informes sobre su uso, de los que parecen desprenderse una variedad de beneficios terapéuticos. Los efectos incluyen un aumento de la creatividad y productividad y una sensación general de llevar una vida mejor. Hay testimonios de gente que manifiesta una mejora dramática en el trabajo que realiza, los deportes que practica y cualquier otra actividad cotidiana. El asunto llegó incluso a interesar a la edición estadounidense de la revista Rolling Stone, que a finales de noviembre del año pasado publicó un artículo titulado “How LSD Microdosing Became the Hot New Business Trip”, en el que se contaban los casos de varios programadores de Silicon Valley que las habían incluido en su receta cotidiana de creatividad y trabajo intenso. Y más recientemente el tema parece haber llegado oficialmente al mainstream tras la publicación a cargo de Alfred A. Knopf del libro A Really Good Day, de Ayelet Waldman, escritora estadounidense esposa del también escritor y ganador de un Pulitzer Michael Chabon. En él, Waldman relata cómo gracias a las microdosis de LSD consiguió salvar su maltrecho matrimonio y recuperar su malograda salud mental, acechada por la menopausia y una incipiente depresión. Hasta los medios españoles también se han hecho eco del fenómeno; así, los lectores de la edición impresa de El País desayunaron el 14 de abril del año pasado con una información titulada “Tomar LSD provoca hiperactividad cerebral. Dosis ínfimas de ácido disparan las conexiones neuronales”.
Cuando, hace más o menos dos años, comencé a escuchar rumores acerca de todo esto me sonó a ciencia ficción. Una suerte de soma directamente exportada de las páginas de Un mundo feliz. Por eso mismo quise probarlas.
Las microdosis de LSD contienen aproximadamente una décima parte de una dosis normal, muy por debajo de la cantidad a la que empezarías a sentir sus efectos psicodélicos. Tal vez por eso, uno no puede ir a un camello y pedir un puñado. Solo hay dos maneras de conseguirlas: o las compras en la Darknet, o las produces tú mismo. Yo decidí empezar por la Darknet; en ese mar profundo y oscuro navego bien. Tuve que hacerme con unos bitcoines, actualizar mi versión de Tor y conseguir una invitación al mercado negro de turno (desde que cerraron el célebre portal The Silk Road y encarcelaron a perpetuidad a su fundador, Ross Ulbricht, ninguno dura más de un par de meses o tres abierto).
Además, cuenta el hecho de que son muy baratas: diez blotters, que valdrían para medicarse durante más de un mes, cuestan apenas cinco euros; de ahí que ni los camellos en la calle ni los vendedores en estos mercados suelan traficar con ellas. De hecho, en todo este tiempo solo he dado con un tipo que las sirviera. Se hace llamar Kalamakara108 (doble nombre ficticio). Me permito la licencia de traducir su perfil, para dar una mejor idea del tipo de persona de la que estamos hablando:
“Bienvenido a mi nuevo mercado, siempre en mi corazón <3
Gracias por estar aquí.
Es de nuevo para mí un gran honor realizar este valioso trabajo para TI,
gracias por darme la oportunidad.
[…]
¡TÚ eres Dios, eres la Luz, eres el Amor, eres la Realidad y todo es por y para TI!
Y lo que estamos haciendo aquí ahora
es restablecer la conexión de nuestras preciosas mentes y corazones,
pues juntos podemos hacer mucho más!
Es por ello que bendecimos cada sobre cargándolo de amor, energía
y vibraciones de paz.
¡TANTO TÚ COMO YO SOMOS LOS CREADORES DEL GRAN FUTURO DE LA HUMANIDAD!
Ni que decir tiene que Kalamakara108 cumplió; en menos de una semana recibí en el buzón de casa un bendecido sobre de una oscura asociación automovilística, con diez microdosis enviadas por mi fantástico nuevo amigo. Al día siguiente las probé por primera vez. El efecto es muy sutil, no hay ni alucinaciones ni distorsiones de la realidad ni nada de eso que asociamos con los tripis, salvo la estimulación y la sensación tranquila y despierta de estar alerta y curioso ante lo que pasa por delante. Se siente como estar enamorado: un ligero no sé qué, un moi même, mais réussi, que diría François Mauriac. Me tomé el día libre y me dediqué a pasear, retozar y a leer y escuchar música. Antes de dormir, me dije a mí mismo: “Hoy ha sido un gran día”.
Seguí el régimen recomendado por Fadiman y, cada noche en esos días, antes de dormir, me sorprendía a mí mismo repitiendo: “Hoy ha sido un gran día”
Durante un tiempo seguí el régimen recomendado por Fadiman y, cada noche en esos días, antes de dormir, me sorprendía a mí mismo repitiendo: “Hoy ha sido un gran día”. Lo hacía en cualquier fecha, sin importar lo que tuviera por delante: de viaje, en días sin nada especial que hacer o cuando tenía una cita ineludible; para salir o para quedarme en casa leyendo y trabajando. Siempre temprano por la mañana para aprovechar al máximo sus efectos, que duran todo el día. Me encontraba más enfocado, más dispuesto a participar, más atento a todo lo que ocurría a mi alrededor; en definitiva, más empático.
Pronto empezó a ocurrir que el día después de tomar mi dosis se convertía también en un día memorable. Tal vez fuera el buen humor que quedaba de la víspera, o tal vez el recuerdo de una buena conversación o de un cielo de esos que te hacen detenerte y volver a mirar. Sentía como si mi mente estuviera siendo reeducada; se borraban malos hábitos adquiridos para dejar espacio a otros mejores. Ahora no tengo apenas ganas de discutir, me siento más sociable, más generoso y más paciente.
Tanto beneficio no podía quedar en secreto. Empecé a correr la voz. Al principio, mis interlocutores ponían cara de susto a la sola mención de la palabra LSD: “Sí, yo me ponía ciego a tripis cuando era joven, pero ahora…”. La necesidad de compartir mi gran descubrimiento me impulsó a insistir, y poco a poco fui contagiando mi entusiasmo a un reducido número de amigos, que fue creciendo y creciendo.
Ahora estamos organizados y conseguimos las microdosis entre todos; hacemos turnos para pedirlas y recibirlas en nuestros domicilios para después repartírnoslas. No voy a contaros lo bien que lo pasamos, lo mucho que disfrutamos de nuestra amistad y lo felices que somos últimamente; podría entenderse como apología de ciertas sustancias prohibidas. Dejo en vuestras manos valorar por vosotros mismos sus efectos, siempre y cuando tengáis la suerte de toparos con ellas.