Se formó en filosofía, teología, historia de las religiones y psicología, y estudió con Abraham Maslow y Hanscarl Leuner, entre otros. Su investigación con psicodélicos se inició en Alemania en 1963. Entre 1967 y 1977 desarrolló investigaciones con LSD, psilocibina, DPT y MDA en el Maryland Psychiatric Research Center, junto con Walter Pahnke, Stan Grof y Richard Yensen, investigando el potencial de estas sustancias para el tratamiento del alcoholismo y otras adicciones, neurosis severas y estrés psicológico en pacientes de cáncer, así como su aplicación con propósitos educativos en profesionales de la salud mental.
William (o Bill, como le gusta que le llamen) estuvo a finales de mayo en Barcelona participando en el Ciclo de Psicología Transpersonal organizado por el Espai Gestalt. Su conferencia, “Psicología transpersonal, psicodélicos y experiencias místicas: la odisea de un investigador psicodélico”, tuvo lugar en el Aula Magna de la Casa Convalescència-UAB del Hospital de Sant Pau, escudado por el psiquiatra Joan Obiols, exdirector del Departamento de Salud Mental Pública de Andorra y actual presidente de la Fundación Iceers; el farmacólogo Jordi Riba, uno de los mayores expertos mundiales en el estudio de la ayahuasca, y un servidor, que ejercía de organizador del evento y maestro de ceremonias. Además de esta lección magistral, impartió durante dos días el seminario “Psicoterapia psicodélica: lecciones de más de veinticinco años de trabajo”, para un grupo muy interesado y de alto nivel, ante el que repasó su amplia experiencia trabajando con diferentes sustancias psicodélicas en contextos legales, incluyendo el LSD, la psilocibina, el MDA y el DPT. El Dr. Richards nos habló además del entrenamiento requerido y las habilidades necesarias para convertirse en un psicoterapeuta psicodélico, las posibles aplicaciones de los psicodélicos en diferentes contextos (medicina, educación, religión y desarrollo espiritual) y el uso de la música durante las sesiones con psicodélicos. Durante el seminario se presentó por primera vez la versión con subtítulos en castellano del documental A New Understanding: The Science of Psilocybin (‘Una nueva comprensión: la ciencia de la psilocibina’), que recoge el trabajo realizado por Bill Richards y su equipo en la Universidad Johns Hopkins, así como el estudio con pacientes terminales de cáncer que se ha realizado en la Universidad de Nueva York.
Bill y su pareja Edna se alojaron en mi casa durante su estancia en Barcelona, y tuve la ocasión de compartir mucho tiempo con ellos durante los cuatro días que estuvieron en la Ciudad Condal. Bill es una persona cercana, empática, humilde y con un gran sentido del humor. Su voz grave y su uso preciso de las palabras reflejan un profundo conocimiento y una gran sabiduría acumulada a lo largo de los años y de las más de mil sesiones de psicoterapia con psicodélicos en las que ha participado personalmente.
Las investigaciones con psilocibina que el Dr. Richards está realizando actualmente en la universidad Johns Hopkins han sido subvencionadas por al Heffter Research Institute, una asociación sin ánimo de lucro centrada en el estudio de las aplicaciones médicas legales de diversas sustancias psicodélicas, y centrada especialmente en la psilocibina. Categorizada en el grupo de las triptaminas psicoactivas, la psilocibina es el componente psicoactivo de los hongos psilocibe, también conocidos como hongos mágicos, hongos sagrados o monguis. Una especie con ciento cincuenta variedades diferentes empleada en contextos rituales, religiosos y de sanación durante miles de años por diferentes culturas para inducir estados ampliados de consciencia. La psilocibina fue sintetizada en 1959 por Albert Hoffman y fue objeto de diversas investigaciones en Europa y Estados Unidos. Desde finales de los años noventa y principios del milenio, se ha convertido en una de las sustancias principales del renacimiento de investigaciones con psicodélicos. En estos momentos los estudios realizados con esta sustancia superan la veintena, entre los que están los promovidos por William A. Richards, una eminencia en la materia desde hace más de medio siglo.
Bill, ¿cómo empezaste a trabajar con psicodélicos?
Originalmente estudié filosofía, historia de las religiones y teología; y después psicología clínica. Empecé mi investigación con psicodélicos en 1963 en Gotinga, Alemania, mientras realizaba una estancia como estudiante, en una época en la que esta investigación era legal y para nada algo controvertido. Hanscarl Leuner estaba haciendo un estudio con psilocibina y me presenté voluntario, sin saber cuáles eran sus efectos. Así que me dieron una inyección de psilocibina en una habitación pequeña y oscura y me dejaron solo.
No era el mejor contexto...
No, aquello fue en los inicios, antes de que supiéramos sobre la importancia del set (preparación) y el setting (contexto) y de apoyar a la persona en el proceso. Pero sentía mucha confianza. Así que me relajé y, para mi sorpresa, mi mente se abrió a aquella consciencia mística. Entonces empecé a ser conocido como el joven estudiante americano que había tenido una experiencia mística. Y el resto de mi carrera profesional en cierto sentido ha sido un intento de entender mejor esta experiencia y de aplicarlo a la psicoterapia.
¿Tuviste un acceso místico ya en tu primera experiencia?
Sí. Después me convertí en voluntario en la clínica guiando a personas anglófonas durante sesiones con psilocibina o LSD.
¿Qué representan para ti sustancias como el LSD o la psilocibina?
Parece ser que sustancias como la psilocibina o el LSD, si son usadas de forma responsable y con el conocimiento necesario, tienen un gran potencial para acelerar el proceso psicoterapéutico y, quizá, catalizar el desarrollo espiritual de la persona. Bajo mi punto de vista, los psicodélicos mayores (LSD, psilocibina, mescalina, etc.) parecen ser diferentes llaves universales que dan acceso al mismo abanico de estados ampliados de consciencia, incluyendo las experiencias místicas y trascendentes. La diferencia entre ellas se encuentra en el tiempo que tardan en hacer efecto, su duración y otros detalles, pero a nivel fenomenológico todas ellas pueden dar acceso al mismo rango de experiencias.
¿En tu época en Alemania siempre trabajaste en el mismo contexto?
Empezamos a experimentar en otros contextos y dando más apoyo a la persona en Alemania. Walter Pahnke, un investigador de Harvard que estaba trabajando con Tymothy Leary, vino a Gotinga y sugirió que hiciéramos otro experimento, aumentando la dosis y cambiando el contexto. Propuso salir del laboratorio, utilizar una habitación amplia con luz natural y algunas plantas y poner un poco de música clásica. Entonces tomé la psilocibina otra vez y tuve una de las experiencias más profundas de toda mi vida. Así fuimos descubriendo las diferencias que producía la preparación y el contexto, el set y el setting.
“La psilocibina o el LSD, si son usadas de forma responsable, tienen un gran potencial para acelerar el proceso psicoterapéutico y catalizar el desarrollo espiritual de la persona”
Después volviste a Estados Unidos.
Sí. Seguí mi formación en Boston, y en 1967 varios investigadores nos movimos a Baltimore para hacer investigación con psicodélicos en el Maryland Psychiatric Research Center, en Spring Grove. Realizamos tratamientos con alcohólicos, neurosis severas y adictos a varios narcóticos. Después desarrollamos un trabajo con pacientes terminales de cáncer, para tratar el estrés psicológico que acompaña al cáncer: la ansiedad, la depresión, el miedo a la muerte y el aislamiento interpersonal. Aquellos fueron unos años muy excitantes.
¿Qué sustancias usasteis en Spring Grove?
Al principio usamos principalmente LSD. Después nos interesamos por sustancias de efecto más corto: psilocibina, DPT y MDA.
¿Dabais dosis altas de LSD en aquel periodo?
Sí. Empleábamos dosis de 350-450 microgramos. Cuidábamos mucho el contexto y la preparación. Nos preocupábamos en crear una relación de confianza con la persona, dando la sustancia en un contexto de confidencialidad, seguridad y privacidad. Estas son variables muy poderosas que determinan si la persona va a ser capaz de confiar y aceptar estados de conciencia diferentes, inusuales y muy profundos.
¿Cómo era el contexto en el que trabajabais?
Era muy similar al que empleamos ahora en la Universidad Johns Hopkins. Un salón con un ambiente confortable, con cuadros agradables en las paredes, un sofá cómodo, un equipo estéreo de alta calidad y un baño privado. Todo este tipo de comodidades creaban una sensación relajante de sentirse como en casa, sin interferencias externas. Usábamos parejas de terapeutas hombre-mujer durante las sesiones. Creemos que este es el ideal en terapia.
¿Las sesiones se enmarcaban dentro de un proceso psicoterapéutico?
Sí. Normalmente las personas tenían ocho horas de preparación a lo largo de dos semanas, para construir una relación de confianza. Después la sesión duraba todo el día. El número de horas variaba: con psilocibina eran ocho horas: seis horas del efecto de la sustancia, más una hora antes y otra después de los efectos. Con LSD, de diez a doce. Pero para uso clínico la psilocibina es una sustancia ideal, porque el efecto dura lo suficiente para poder trabajar, y las personas son capaces de procesar y fijar lo que han trabajado ese día.
¿Cuántas sesiones hacíais por paciente?
Entre una y tres sesiones, separadas un mes entre ellas, para poder integrar lo que había sucedido. Después de cada sesión recibían al menos cuatro horas de integración, trabajando los insigths que habían tenido durante la experiencia.
¿Qué clase de experiencias tenían las personas durante las sesiones?
El espectro total de experiencias: psicodinámicas, visionarias, experiencias de unidad... Estas últimas parecen ser las más potentes en términos de facilitar un cambio conductual. Creo que esto se debe a que la memoria de la experiencia se mantiene en la persona de una forma muy vívida, y cambia el concepto de quién es uno, quiénes son los demás y cuál es la naturaleza de la realidad. Aproximadamente dos tercios de las personas que recibían una dosis alta tenían una experiencia mística.
¿Por qué se paró la investigación en Spring Grove?
Cada vez era más complicado conseguir financiación, a pesar de los resultados positivos que estábamos obteniendo, y finalmente paramos en 1977. Aún teníamos el permiso, pero no financiación. Hubo otros factores en aquel periodo histórico que influyeron en lo que sucedió: el consumo masivo de drogas, las noticias sensacionalistas, la guerra de Vietnam...
Fuiste el último que siguió trabajando en Spring Grove con psicodélicos.
Sí, fui el último de todo el grupo. Di la última sesión con psilocibina a un paciente de cáncer en 1977. Creo que aquella fue la última sesión con psicodélicos que se hizo en Estados Unidos hasta el año 2000. A finales de los noventa escribí un protocolo para trabajar con psilocibina en la Johns Hopkins con Roland Griffiths y Robert Jesse. Obtuvimos los permisos para realizar el estudio, y el año 2000 comenzamos con los primeros voluntarios.
¿Cuál fue el tema de vuestro primer estudio en la Universidad Johns Hopkins?
Era un estudio con personas sanas, funcionales, con un trabajo y una vida “normal”, y que no tenían experiencia previa con psicodélicos. Cada persona tenía entre dos y tres sesiones, y al menos en una sesión les administrábamos una dosis alta de psilocibina. Las otras sesiones podían ser psilocibina en dosis bajas o un placebo activo. Por las mañanas les dábamos la sustancia en cápsulas idénticas, y después el resto era igual: el entorno, la presencia de los dos guías, el mismo setting de música clásica, estando recostados en el sofá y atendiendo a lo que sucediera en su interior.
“Trabajamos con pacientes de cáncer que padecen ansiedad, depresión y miedo a la muerte. Las personas que tienen experiencias místicas viven de una manera más plena hasta que les sobreviene la muerte”
¿Cuáles fueron los resultados?
Como en los estudios de Spring Grove, dos tercios de los voluntarios tuvieron experiencias de carácter místico cuando se les administraba la dosis alta de psilocibina. Además, esta experiencia produjo en ellos cambios conductuales positivos. La mayoría de los voluntarios señalaron que sus vidas estaban más desarrolladas espiritualmente tras la experiencia, que eran más compasivos, más tolerantes y menos egoístas. Canalizaban la agresividad de una forma más constructiva. Y alrededor de un sesenta por ciento consideraban esa experiencia como una de las cinco experiencias más espiritualmente significativas de sus vidas.
¿Publicasteis los resultados de esta investigación?
Sí, en la revista Psychopharmacology en el 2006, bajo el titulo “Psilocybin can ocasion mystical-type experiences having substantial and sustained personal meaning and spiritual significance” (‘La psilocibina puede producir experiencias de tipo místico, teniendo un significado personal y una significación espiritual sustancial y sostenida’). Y en el 2008 publicamos otro artículo en el Journal of Psychopharmacology.
¿Cómo fue la reacción de la comunidad científica a estos artículos?
La reacción a ambos artículos fue muy positiva y respetuosa. Hemos recibido comentarios de figuras líderes de la comunidad psiquiátrica. La prensa internacional también publicó artículos valorando la investigación, y no hubo ninguna reacción sensacionalista como las que caracterizaron los años sesenta.
Porque de hecho la Johns Hopkins es una de las universidades más prestigiosa de Estados Unidos.
Sí, es una institución altamente respetada.
¿Estáis trabajando en nuevos proyectos con psicodélicos?
Hemos completado un segundo estudio, en el que dábamos psilocibina en cuatro dosis diferentes y un placebo activo a dieciocho voluntarios. En este estudio encontramos que las dosis altas producen experiencias de tipo trascendente con mayor frecuencia. Las dosis bajas producen experiencias más estéticas y psicodinámicas, pero no el estado espiritual profundo. Y existe un cierto nivel-dosis para cada persona a partir del cual sucede este tipo de estado. Ahora tenemos dos proyectos principales. Por un lado, estamos trabajando con pacientes de cáncer que padecen ansiedad, depresión y miedo a la muerte. Es una investigación muy significativa, porque las personas que tienen experiencias místicas típicamente pierden el miedo a la muerte. No necesariamente prolongan su tiempo de vida, pero viven de una manera más plena hasta que les sobreviene la muerte. Tienen una comunicación más abierta y honesta con las personas, y se aproximan a la muerte con más curiosidad que ansiedad. Puede facilitar esa transición. Es la misma investigación que realizamos en los sesenta, y actualmente se está desarrollando en varias universidades en Estados Unidos. Publicaremos los resultados de este estudio a finales de este año, y puedo adelantar que han sido muy positivos. Por otro lado, estamos haciendo un estudio con voluntarios sanos, enfocado en la integración de las experiencias místicas. Producimos estas experiencias en los voluntarios con psilocibina, y después les animamos a adoptar una práctica de meditación, con el objetivo de integrar la experiencia.
¿Estáis encontrando voluntarios fácilmente?
Tenemos una larga lista de espera. No hay problema para encontrar gente que quiera ser parte de este estudio. Al principio fue más lento con los pacientes de cáncer. Hay muchos tabús en este caso: el tabú de confrontarse con la muerte, de tomar sustancias psicodélicas, de tener experiencias religiosas profundas. Pero después fuimos encontrando menos resistencias y muchas personas se presentaron voluntarias.
¿Tenéis algún otro proyecto en mente?
Estamos pensando en trabajar con alcohólicos y adictos a otros narcóticos. Ya hemos finalizado un pequeño estudio piloto con adictos a la nicotina, personas que han fallado repetidamente en sus intentos de dejar de fumar. Les damos una experiencia con psilocibina en un contexto terapéutico, y los resultados han sido muy positivos: alrededor del ochenta por ciento de los participantes dejaron de fumar completamente, incluso a los seis meses de finalizar el tratamiento.
Tenéis muchos proyectos.
Hay muchos otros estudios que nos gustaría hacer si tuviésemos el dinero. Pero al gobierno le cuesta mucho financiar este tipo de estudios. Pero los psicodélicos son una herramienta increíblemente valiosa para la psiquiatría y la psicología. El potencial es inmenso.
¿Cómo ves el futuro del trabajo con psicodélicos?, ¿crees que se expandirá?
En los sesenta se fue extendiendo, hubo varias conferencias internacionales, y después se prohibió su uso. Por otro lado, estas sustancias han estado entre nosotros al menos dos mil años. Personalmente estoy muy contento de que estén siendo explorados por la ciencia nuevamente. Si no tenemos ningún evento sensacionalista, creo que la investigación seguirá expandiéndose. Y en el futuro veo centros donde las personas puedan ir para participar en investigaciones o por motivos religiosos, donde se les haga un chequeo médico, se decida la cantidad adecuada de droga pura que se puede administrar de forma responsable y segura a cada persona, con una buena preparación, supervisión e integración. No veo por qué no tiene que pasar.