En las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado es cuando podemos hablar del momento en que los jóvenes occidentales realizan un acercamiento vivencial al budismo. Ya no se trata de eruditos del siglo xix que traducen los primeros sutras budistas, sino de practicantes occidentales que empiezan a conocer la meditación entre otras prácticas budistas.
Aquí entra nuestro personaje Chögyam Trungpa (1939-1987), un budista tibetano que escapó del Tíbet tras la invasión china cuando contaba con veinte años. Algo que narra en su libro Nacido en Tíbet. Trungpa es considerado un tülku o reencarnación de un gran lama de la escuela Kagyu. En el año 63 llegó a Inglaterra, donde gracias a sus sponsors pudo estudiar en Oxford religiones comparadas. Posteriormente, junto a Akong Rimpoche fundaría, en Escocia, Samye Ling, el primer monasterio budista tibetano en Occidente (uno de sus primeros discípulos fue David Bowie). Este monasterio sigue activo, aunque Akong Rimpoche fue asesinado recientemente, de forma misteriosa, en India, cuando llevaba donaciones para construir un templo en Tíbet.
Chögyam Trungpa abandonaría Escocia tras ser invitado a Estados Unidos por algunos de sus discípulos. Poco antes, en Escocia, tuvo un accidente, que algunos achacan a su abuso del alcohol, en el que quedó parcialmente paralizado del lado izquierdo. Fue entonces cuando abandonó sus votos monacales.
Su llegada a Estados Unidos coincidió con el apogeo del movimiento hippie. Sus primeros discípulos consumían marihuana y psiquedélicos, a los que Trungpa en un principio no hizo ascos. Posteriormente, prohibiría el consumo de marihuana entre sus discípulos, razón por la que algunos le abandonaron tras haberle ayudado a construir sus primeros centros en Estados Unidos.
Los sabios locos
El estilo de Chögyam Trungpa tiene ciertos paralelismos con lo que en Tíbet se denomina “sabiduría loca”: maestros que actúan de forma poco convencional. Son yoguis tántricos que utilizan el sexo y las drogas en su camino a la iluminación. Figuras como el biógrafo de Milarepa, Tsang Nyon Heruka, “el Loco”, autor de su antología poética, una de las cumbres de la poesía mística universal. Otros personajes semejantes serían Drungpa Kunley, yogui venerado en el Bután y autor de poemas eróticos y cantos a la iluminación, que llevaba una vida totalmente estrafalaria al margen de la sociedad. Otro caso sería el de Unyon Kungpa Sangpo, conocido como el Loco de U, un yogui tántrico venerado en el Tíbet que llevaba una vida monástica normal hasta que el regente del Tíbet fue a visitar su templo y el Loco de U empezó a comportarse de forma extraña, insultándolo y burlándose de él, para luego desaparecer y no ser reconocido hasta muchos años después en la zona de las cuevas en las que había meditado Milarepa, donde tenía un gran número de seguidores.
Cuenta un monje tibetano de la época que con solo oír su nombre se le ponía la carne de gallina. Le pidió a su maestro que lo dejara ir a verlo. Pero este se negó varias veces arguyendo que era un hombre peligroso, de un carisma extraordinario y que poca gente podía soportar su poderío y profundo dharma. Finalmente, el monje se escapó y tras muchas peripecias logró localizarlo. Cuando lo vio prácticamente desnudo y con un collar hecho con huesos humanos, casi se desmayó y entró en un potente estado modificado de consciencia.
Chögyan Trungpa, en cierta medida, pertenecía a este linaje. Era un personaje contradictorio que podía ser completamente anticonvencional y de repente volverse totalmente tradicional, como cuando el Karmapa visitó Estados Unidos y le organizó una recepción completamente clásica y muy formal. Era un gran amante de la caligrafía y de las artes, y uno de sus proyectos más interesantes, que aún perdura, fue la creación de la Universidad Naropa, en Colorado, en la que impartió cursos sobre la historia del movimiento beat el mismísimo Allen Ginsberg. Trungpa fue gran amigo del legendario maestro zen Shunryu Suzuki, que siempre le respetó, aunque eran dos polos opuestos en su forma de transmitir el dharma.
Ingerir el veneno
Dominaba los textos clásicos del budismo tibetano, pero también era capaz de impartir enseñanzas originales totalmente ebrio. Su relación con el alcohol era curiosa y llegó a escribir algún texto insólito y sin moralina sobre el particular.
De hecho, Trungpa se salvó bastante de las críticas que se produjeron en relación con algunos maestros budistas por su comportamiento en temas de sexo y dinero, pues en ningún momento ocultó su peculiar estilo y libertad absoluta a la hora de relacionarse con sus alumnos. Sus maneras de hacer hubieran sido impensables en otras sanghas. Viajaba en Mercedes y tenía numerosos sirvientes. Aunque casado y con hijos, tenía relaciones sexuales con muchos de sus discípulos. También, como hemos señalado, era un bebedor sin freno. En muchas ocasiones daba sus charlas con un vaso de sake en su mano y a veces le costaba abandonar la sala sin ayuda de alguno de sus sirvientes. Muchos consideran que su alcoholismo fue la causa principal de su temprana muerte cuando contaba con cuarenta y siete años. Pero nunca fue hipócrita en relación con su forma de vida. Como representante de la “sabiduría loca” consideraba que se podía utilizar cualquier comportamiento, por poco convencional o por salvaje que pareciera, como parte del camino espiritual. Como decía uno de sus discípulos: “Su método de practicar el vajrayana era ingerir el veneno; hacer actos propios del samsara (el mundo no iluminado del deseo y el apego) y llevarlos bajo el poder de la mente iluminada”. Trungpa solía advertir a sus estudiantes sobre el poder del tantra, y señalaba que “beber el veneno” era algo peligroso si no estabas muy preparado y no eras realmente libre.
No fue tan afortunado su sucesor, Osel Tendzin, que siguió con el estilo de su maestro, en lo que hace referencia al consumo de alcohol y la sexualidad libre, pero produjo un verdadero escándalo cuando infectó de sida a varios discípulos, creyendo que el dharma lo hacía invulnerable.
El mito de la libertad y el supermercado espiritual
Chögyam Trungpa fue un agudo observador de la mente occidental y supo desenmascarar lo que consideraba el mito de la libertad. Reconocía que los jóvenes occidentales habían abierto un espacio nuevo en la sociedad y que la contracultura estaba llevando la libertad a unas cotas desconocidas, pero Trungpa era consciente de que faltaba algo. Que en el fondo estábamos asistiendo al nacimiento de un neonarcicismo que se convertiría en una epidemia social.
La cultura occidental nos quiere hacer creer que vivimos en una sociedad libre y abierta, que todos tenemos el mismo potencial. Esto nos seduce a aceptar la mentira cultural que podemos hacer todo aquello que deseamos; una idea errónea que sustenta nuestra economía neoliberal. Es un mensaje que actualmente ha ido a más y que hemos interiorizado, pero que es falso. Es la oscura mentira en la era del perfeccionismo, y es la principal causa –como decía Trungpa– del sufrimiento. Hay una verdad que ningún libro de autoayuda, gurú de la felicidad o película de Hollywood quiere que sepamos: que somos imperfectos, limitados y que poco podemos hacer al respecto si no logramos, según el budismo auténtico, trascender el ego.
Chögyam Trungpa escribió en relación con todo esto un gran clásico de la literatura espiritual: Más allá del materialismo espiritual. En dicha obra mostraba cómo la mente occidental consideraba el budismo partiendo desde el mismo espacio del deseo y el apego, e intentaba domar y consumir algo ingobernable como si fuera otro producto cultural. Pero Trungpa desmontó está idea diciendo que el budismo no servía para mejorar el ego sino para destruirlo.
Trungpa nos recuerda que la espiritualidad privatizada es una suerte de Prozac cultural que aporta sensaciones transitorias de felicidad, pero que nunca enfoca el problema básico del sufrimiento, el aislamiento social y la injusticia.
Chögyam Trungpa nos recuerda que la espiritualidad privatizada es una suerte de Prozac cultural que aporta sensaciones transitorias de felicidad, pero que nunca enfoca el problema básico del sufrimiento, el aislamiento social y la injusticia. La liberación y salvación budista se convierten en “sálvese quien pueda”. El voto budista: “los seres sensibles son innumerables, hago el voto de salvarlos a todos”, se transforma en “el último que apague la luz”.
El mundo consumista de los mercados espirituales de la nueva era habla de experiencias espirituales puras, reales o auténticas que están a nuestro alcance, algo semejante a la felicidad que promete el consumo, pero que nunca proporciona (ahí está la gracia). La era del neoliberalismo y capitalismo espiritual.
Tradiciones espiritualmente ricas y complejas son explotadas con un nuevo packaging de la tradición, que luego se vende como lo auténtico. Algo parecido a lo que hacen las compañías farmacéuticas, que, basándose en la sabiduría indígena y chamánica sobre las plantas, patentan su versión química y luego la venden a quienes les han proporcionado dicho conocimiento (de hecho, se está vendiendo el budismo occidental basado en el mindfulness a los asiáticos).
Trungpa nos recuerda que, según el budismo original, el sí mismo individual es precisamente el problema a superar. De lo que se trata es de trabajar con el egoísmo, no solo con el fin de darnos cuenta de que la idea de un sí mismo independiente es una ilusión (y la verdadera causa del sufrimiento), sino que también debemos abrirnos emocionalmente al sufrimiento de los demás, aquellos con los que habitualmente no nos identificamos.
El tiempo ha dado la razón a Chögyam Trungpa. Las nuevas formas de espiritualidad, fruto de lo que podríamos denominar colonialismo espiritual, a pesar de parecer vanguardistas y mostrarse como contraculturales y libres de las formas tradicionales de control social asociadas con las religiones clásicas y convencionales, proporcionan nuevas tecnologías psicológicas para promover el conformismo social, aunque pretendan ser lo último, lo alternativo, lo más in y lo más guay.
Trungpa fue también consciente de que, si tomamos el ejemplo de la meditación, veremos que aquello que algunos consideran el corazón del budismo ha acabado siendo el elemento más manipulable de la tradición. En muchos ambientes ha pasado a ser una técnica de autoexploración o búsqueda de satisfacción personal, ha tomado vida propia, saliéndose del marco budista para entrar en el mundo de la psicología, la empresa, los gimnasios, el bajar la presión arterial, la reducción del estrés o, para el caso, los michelines. Se enseña en los hospitales y prisiones, así como en las empresas, para luchar contra el absentismo laboral. La meditación, por lo tanto, ha entrado en un nuevo espacio en el que sus beneficios, metas, e incluso sus métodos, están expuestos a ser cuestionados y a la revisión no solo a manos de los maestros budistas, sino de los neurocientíficos, los psicólogos y “el público en general”. Lo que no quiere decir que la meditación haya desaparecido de contextos más tradicionales, sino que ha desbordado los muros del monasterio budista y ahora compite en el mercado postmoderno de las ideas y las prácticas.
La visión de Chögyam Trungpa se ha cumplido totalmente, y hoy quedan pocos maestros de su talla nadando a contracorriente e intentando sacarnos de nuestra zona de confort mediante la sabiduría loca.