El fenómeno de la consciencia ha fascinado a filósofos y a científicos a lo largo de milenios. Sigue siendo uno de los mayores misterios sin resolver. En realidad, los abordajes al tema de la consciencia son variadísimos y, en la mayoría de los casos, los investigadores no se ponen de acuerdo.
Algunos intentan abarcarlo fenomenológicamente, estudiando los grados de consciencia que, por ejemplo, van del coma al despertar, pasando por el sueño, los estados no ordinarios de consciencia, etc.
Como suele ocurrir en otros casos, algunos hechos son tan esenciales y contraintuitivos (la materia está compuesta básicamente de espacio vacío, la Tierra es una esfera que gira en uno de los billones de sistemas solares existentes en nuestra galaxia, organismos microscópicos producen enfermedades, etc.) que debemos recordarlos una y otra vez, hasta que se insertan en nuestra cultura y se convierten en fundamentos de una nueva forma de pensar.
El misterio básico de la consciencia, un tema que deja perplejos tanto a filósofos como a científicos, tiene un lugar especial y definitivo en estos hechos totalmente contraintuitivos que el ser humano ha ido poco a poco, a contrapelo, desentrañando.
En realidad, en muchas áreas de estudio, como la física cuántica, nuestras intuiciones y creencias no solo son inútiles, sino que constituyen un obstáculo al progreso. Una intuición es simplemente la poderosa sensación de que algo es cierto sin tener una comprensión de la razón que hay tras este sentimiento, que puede representar o no algo verdadero acerca del mundo.
En relación con lo que suele entenderse por consciencia podemos ir tan lejos como decir que pocos (si es que algunos) de nuestros comportamientos necesitan de la consciencia para llevarse a cabo. Pero, en un nivel intuitivo, asumimos que los seres humanos actúan de cierto modo y son conscientes –y debido a que experiencias como el miedo, el amor y el dolor se sienten como poderosos motivos dentro de la consciencia–, creemos que nuestros comportamientos están dirigidos por nuestra consciencia de ellos, pues si no no se producirían. Sin embargo, en la actualidad, se ha vuelto evidente que muchos comportamientos que normalmente atribuimos a la consciencia, y los tomamos como prueba de su existencia, pueden producirse sin intervención de la consciencia, por lo menos en teoría.
Cuando hablamos de consciencia, normalmente nos referimos a un “sí mismo” que es el sujeto de todo lo que experimentamos; todo aquello de lo que somos conscientes o parece suceder alrededor de este sí mismo. Observamos lo que se experimenta como una experiencia unificada, con acontecimientos en el mundo que se despliegan de un modo integrado. Pero en realidad, como nos dicen las neurociencias, los procesos que vinculan a los fenómenos son en parte los responsables de ello, presentándonos la ilusión de que los acontecimientos físicos están perfectamente sincronizados con nuestra experiencia consciente de ellos en el momento presente. La vinculación también ayuda a solidificar otros preceptos en tiempo y espacio, como el color, la forma y la textura de un objeto; todos ellos procesados por el cerebro de forma separada y luego mezclados antes de llegar a nuestra consciencia como un todo unificado. A veces estos procesos de vinculación se interrumpen, debido a enfermedades neurológicas o daños cerebrales, dejando al paciente en un mundo confuso en el que visiones y sonidos ya no están sincronizados (como en el caso de la agnosia de los sentidos), o los objetos familiares se ven por sus partes pero son irreconocibles (agnosia visual).
Por ejemplo, en la experiencia psiquedélica de la “no-dualidad” comprobamos que la consciencia sobrevive, en cierto modo, a la desaparición del sí mismo, que no es tan indispensable como creíamos.
En realidad, una de las razones de que las personas que toman psiquedélicos experimentan estos estados alterados de consciencia es que esta clase de sustancias interrumpen los procesos de vinculación. Lo que ayuda a la suspensión de la sensación de ser un sí mismo distinto y separado del mundo.
Actualmente, algunos investigadores están llegando a la conclusión de que la consciencia no debe reducirse a los seres humanos, o a algunos animales, y insisten en que la consciencia no está necesariamente ligada al sí mismo. Se trata de lo que podríamos llamar un nuevo panpsiquismo, que propone que la consciencia es intrínseca a toda forma de procesamiento de la información.