Tomarse la física cuántica en serio es casi una experiencia psiquedélica. Hemos de aceptar que la realidad es totalmente distinta de lo que habíamos imaginado. Así es el poder de la ciencia: desde que Anaximandro eliminó los fundamentos en los que se ubicaba la Tierra, Copérnico lanzó a esta a girar en los cielos, Einstein disolvió la rigidez del espacio y el tiempo y Darwin acabó con la idea de que la humanidad estuviera separada del mundo animal. Nuestra idea de la realidad ha ido transformándose sin cesar. Mediante el avance de la ciencia, la realidad se ve reescrita constantemente.
La física cuántica nos dice que los científicos y sus instrumentos de medición forman parte de la naturaleza. Lo que por lo tanto describe la física cuántica es el modo en que una parte de la naturaleza se manifiesta ante otra parte de la naturaleza. Estamos hablando de lo que se conoce como interpretación relacional, que nos describe el modo en que los objetos cuánticos se manifiestan ellos mismos ante nosotros. Lo que describe es cómo cada objeto físico se manifiesta a cualquier otro objeto físico. El modo en que cualquier entidad física actúa sobre cualquier otra entidad física.
Lo que llamamos realidad es una gran red de entidades que interaccionan, de las que formamos parte y que se manifiestan relacionándose unas con otras. Vivimos en esta red. De hecho, la física cuántica es la teoría de cómo las cosas se influyen unas a otras. Es la mejor descripción de la naturaleza que tenemos en la actualidad. En lugar de ver el mundo físico como una colección de objetos con propiedades definitivas, la física cuántica nos invita a ver el mundo físico como una red de relaciones. Los objetos son sus nódulos. La solidez del mundo a la que nos hemos acostumbrado en la vida cotidiana no refleja la realidad: es el resultado de nuestra visión macroscópica. Una bombilla no emite luz continuamente, sino evanescentes fotones. En pequeña escala, no hay continuidad en el mundo real. Se trata de acontecimientos discretos e interacciones. Este mundo fantasmagórico de la cuántica es nuestro universo.
Toda la información que tenemos del mundo, considerado como algo externo, está en estas relaciones. Puesto que todas las propiedades son relativas, lo que existe en el mundo solo lo hace a través de esta red de relaciones. Una sola ecuación codifica la física cuántica. Implica que el mundo no es continuo sino granular. No se puede caminar infinitamente hacia lo pequeño: las cosas no pueden ser infinitamente pequeñas. El futuro no está determinado por el presente. Esta ecuación nos dice que las cosas físicas solo tienen propiedades en relación con otras cosas físicas, que tienen sentido solo cuando las cosas interaccionan.
La frágil red de nuestra organización mental es poco más que un torpe instrumento para navegar por los infinitos misterios de este mágico calidoscopio en el que vivimos perplejos y que llamamos mundo.
Como decía con ironía Douglas Adams: “El hecho de que vivamos en el fondo de un agujero de profunda gravedad, en la superficie de un planeta cubierto de gas que circula alrededor de una bola de fuego que está a millones de kilómetros, y pensemos que esto es ‘normal’, nos muestra la torcida perspectiva que tenemos de la realidad”.
No solo se producen los fenómenos cuánticos en los laboratorios mientras que en otros lugares gozamos de fenómenos no-cuánticos. Todo fenómeno es un fenómeno cuántico. Curiosamente, es la conclusión a la que llegó el sabio budista Nāgārjuna cuando dijo que no hay nada que exista por sí mismo, independiente de otra cosa. La resonancia con la cuántica es clara e inmediata. Es evidente que Nāgārjuna no sabía nada de física cuántica. Lo que queremos decir es que los budistas ofrecen modos para repensar el mundo, que podemos utilizar si son útiles para describir la realidad. Una perspectiva como la de Nāgārjuna puede que haga más fácil reflexionar sobre el mundo cuántico. Como muchos filósofos y científicos, Nāgārjuna distingue entre dos niveles: la realidad convencional aparente, que es una ilusión, y una realidad definitiva. Pero dicha distinción nos lleva en una dirección inesperada: la realidad definitiva, la esencia, es ausencia, es vacuidad. No existe. Si toda metafísica busca una sustancia básica, una esencia de la que todo dependa, Nāgārjuna sugiere que la sustancia definitiva, el punto del que sigue todo lo demás…, ¡no existe!
¿Es el vacío la única realidad? ¿Es finalmente la realidad definitiva? No, dice Nāgārjuna, toda perspectiva solo existe en interdependencia con algo, nunca existe una realidad definitiva. Incluso el vacío está desprovisto de esencia: es algo convencional. No sobrevive metafísica alguna. La vacuidad está vacía. La realidad, incluidos los humanos, no es más que un delgado y frágil velo, tras el cual…: ¡NO HAY NADA!