La teoría de la puerta de entrada o de la escalada apunta que quien empieza a fumar cannabis continuará consumiendo drogas hasta inyectarse heroína. A continuación exponemos cómo esta exagerada interpretación de las trayectorias de consumo obedece a intereses políticos y en ningún caso existe criterio científico que la avale.
Aunque se la considera una teoría, este ensamblaje de confusas aseveraciones no puede ser considerado como tal. El paradigma científico exige que cualquier teoría debe explicar la realidad que analiza. No es el caso de la teoría de la puerta de entrada, ni mucho menos. A lo más, podríamos considerarla una hipótesis, pero, a la vista de las evidencias que deslindaremos a continuación, esta hipótesis hace aguas por todas partes y solo podríamos considerarla como una interpretación interesada y exagerada. Una interpretación cuyo objetivo es estigmatizar al fumeta y degradar todo aquello que remita al cannabis. La grada prohibicionista ha insistido en otorgarle el rango de teoría a pesar de su nula capacidad explicativa. ¡Qué piel tan fina tienen los prohibicionistas a la hora de encarar la reforma de las políticas de drogas y qué cara tan larga cuando deben reconocer los errores de sus propuestas conceptuales! Como de teoría no tiene nada mejor hablemos de relato.
El relato de la escalada considera que las trayectorias de consumo siguen un orden secuencial, es decir, los jóvenes empiezan a consumir tabaco y alcohol, prosiguen con el cannabis y finalmente emplean otras sustancias como cocaína, éxtasis o heroína. Hasta aquí podríamos aceptar pulpo como animal de compañía. Sin duda, debido a procesos sociales, la chavalería sigue dicha secuencia. Los motivos los encontramos tanto en la oferta (a mayor disponibilidad, mayor probabilidad de consumir) como en la aceptabilidad social (las drogas más consumidas son las más aceptadas socialmente, y las menos toleradas, las más rechazadas). Pero el relato de la escalada apunta, y de ahí su abusiva pretensión, que quien fuma cannabis continuará consumiendo otras drogas cada vez más duras, hasta llegar al fin a picarse caballo en vena. Bajo la apariencia de cientificidad, la secuencia esconde una sutil amenaza: si fumas porros tu alma arderá en el averno de la marginalidad. Estrategia disuasoria sin matices ni medias tintas, porque para ellos la única opción válida es la abstención.
Los padres de la puerta de entrada
Algunas trasnochadas investigaciones de corte biológico apuntaban la falacia de que el cannabis altera los circuitos neuronales del sistema opioide endógeno, provocando que el consumidor necesite administrarse opiáceos, como la heroína, para compensar las tropelías del cannabis
El proceso histórico de cómo se gestó el relato de la escalada nos ayuda a entender por qué se trata de una afirmación tendenciosa desvinculada de cualquier poder explicativo. Todo los “inventos” tienen una madre o un padre. En este caso, la madre del relato de la escalada es la médica americana Denise Kandel. Durante la segunda mitad de los setenta, Kandel empezó a defenderlo con argumentos de aparente cientificidad. Sus publicaciones fueron bien recibidas por la comunidad científica y estimularon la investigación del cannabis como puerta de entrada. De bien seguro que, si no hubiese sino por el Dr. Robert L. DuPont, el relato de la puerta de entrada hubiese quedado circunscrito entre la minoría experta, hasta que los resultados hubiesen dilucidado de forma concreta qué correlación existe entre el consumo de cannabis e iniciarse con otras drogas más duras. Y el tema se hubiese dado por cerrado. Sin más.
DuPont, experto de referencia en materia de drogodependencias y exdirector del National Institute on Drug Abuse (1973-1978), vio en el relato de la puerta de entrada un filón. Adaptó las propuestas de Kandel mediante una narración atractiva y con cierta coherencia explicativa, con el objetivo de conseguir el rechazo visceral del cannabis entre la opinión pública. No le importaba la verdad, quería criminalizar el cannabis y así lo consiguió. El relato se popularizó e hizo fortuna tras la publicación de Getting Tough on Gateway Drugs: A Guide for the Family (1984). El libro de DuPont no dejaba de ser la típica publicación tendenciosa camuflada de solemnidad científica. Como era la época más feroz de la guerra contra la drogas y del “Just say no” de Nancy Reagan, el libro tuvo una tremenda difusión mediática y, en consecuencia, el relato se instaló en el imaginario colectivo de la sociedad americana. Y, como no podía ser de otra manera, el relato se exportó a todos los países de la órbita americana, entre ellos España.
Nuestro país, de larga tradición cannábica, durante los ochenta necesitaba artillería pesada para luchar contra la droga. El relato de la puerta de entrada le vino como anillo al dedo, ya que se pensó que si se atacaba al cannabis, los problemas con la heroína descenderían. No fue así. Solo se consiguió criminalizar el cannabis y crear equívocos y malentendidos conceptuales que poco han ayudado a dar una respuesta sensata a la cuestión de las drogas.
En los países occidentales, como el relato era coherente con los objetivos abstencionistas, se destinó una cantidad ingente de recursos económicos a intentar demostrar de manera fehaciente la existencia de la puerta de entrada. El NIDA lideró multitud de ensayos y también financió a terceros para que ahondasen en el tema. Y, como es lógico, mientras se destinaban recursos económicos y talento humano a investigar el relato de la puerta de entrada, otros aspectos relacionados con el cannabis, como, por ejemplo, el potencial terapéutico, no recibían fondos para desarrollar investigaciones. Esta ha sido la regla de oro de la historia de la investigación científica: tendrás financiación si tus premisas y objetivos son coherentes con la ideología dominante, si no es así, te costará sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor financiar tus investigaciones, siendo muy probable que nunca lo consigas.
Demostraciones trasnochadas y premisas tremendistas
La mito de la puerta de entrada es una interpretación interesada y exagerada cuyo objetivo es estigmatizar al fumeta y degradar todo aquello que remita al cannabis.
Las investigaciones para demostrar el relato de la escalada han sido infinitas y desde todas las orientaciones posibles. Tal vez las más trasnochadas son las de corte biológico, que han insistido en apuntar que el cannabis altera los circuitos neuronales del sistema opioide endógeno. Producto de esta alteración, el consumidor necesita administrarse opiáceos, como la heroína, para compensar las tropelías del cannabis. A posteriori, y de forma inevitable, se vuelve adicto a los opiáceos. Esta propuesta a la vista de los datos epidemiológicos es imposible. En el año 2015, el 7,3% de la población española entre 15 y 64 años había consumido cannabis en el último mes, en cambio, solo el 0,1% tomó heroína durante este periodo de tiempo. Por tanto, si en alguna medida el cannabis afectase al sistema opioide la cifra de usuarios de heroína sería similar a la de cannabis. Vemos que la diferencia entre las prevalencias de ambas sustancias es abismal. Por tanto, debemos descartar cualquier indicio de verosimilitud del relato de la puerta de entrada.
Empezar a consumir determinados psicoactivos se debe a procesos socioculturales mucho más complejos que la simple relación entre sustancias. Los datos epidemiológicos y el sentido común descartan cualquier verosimilitud del relato de la escalada. A pesar de esto, este aún goza de cierta credibilidad entre la opinión pública. Los expertos insisten en investigar el relato y en presentar resultados que lo apuntalan. Darle pábulo solo puede comportar que la profecía se cumpla entre los consumidores inexpertos. Si se les insiste en que fumar porros conduce a tomar otras drogas, en el momento de dar coherencia a situaciones difíciles de comprender, pueden optar por seguir la línea marcada por el relato de la escalada. Por tanto, aunque se persigan las mejores intenciones del mundo, advertir de los riesgos del cannabis a partir de premisas tremendistas puede generar más daños que la propia sustancia.
En definitiva, el relato de la escalada es indefendible desde cualquier punto de vista. A pesar de su debilidad conceptual, debemos reconocerle la capacidad para confundir a la población. Pone en el mismo nivel sustancias tan dispares como el cannabis y la heroína. Confusiones, malentendidos y análisis desenfocados que enmarañan la realidad de las drogas en general, y de las discusiones políticas en particular. Los relatos exagerados inoculan miedo tanto a la población como a los políticos. Este es el responsable que los procesos de reforma de las políticas de drogas sean tan lentos. Por tanto, aunque en el plano farmacológico el relato de la escalada no exista, sus efectos políticos y sociales son bien reales.