“¿Cómo le hablo de los porros?”, se preguntan muchos padres cuando sus hijos llegan a la adolescencia. En el siguiente texto se ofrecen distintas alternativas para que los progenitores afronten el desafío con sensatez y sin dramatismo. El autor acaba de publicar el ensayo Del tabú a la normalización. Familias, comunicación y prevención del consumo de drogas, y es coordinador de la Unidad de Políticas de Drogas de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Antes que nada, aviso a navegantes, el presente texto expone algunas reflexiones de cómo los padres y las madres, que fuman o fumaron porros, pueden utilizar su experiencia personal para educar a sus hijos en el tema del cannabis. Digo esto porque lo que sigue a continuación interpela directamente a los padres, pero el contenido del texto no excluye que quienes viven sin hijos también puedan encontrar alguna idea para dar algún consejo a los colegas o tomar nota de la situación para que sea de utilidad por si llega el momento.
Siempre cuesta encarar una charla sobre los porros con tu hijo. Los porros te han acompañado durante años, te han dado bastantes alegrías y alguna pena, sobre todo en forma de receta policial en aplicación de la “ley Corcuera”. Pero ahora la niña ha dejado de ser niña, ha crecido y ha alcanzado cierta edad como para quedarse con la copla y tu compañero o compañera te dice: “Habla con la niña de los porros, antes que tengamos un disgusto”. Si te encuentras en esta situación, tal vez sea el momento de coger el toro por los cuernos y empezar a hablar. Pero ¿qué le puedo decir si yo fumo porros desde antes de que cayera el muro de Berlín?, ¿le explico cómo son los porros desde mi punto de vista?, ¿o digo alguna mentirijilla?, ¿explicarle mi historia es una invitación sin cláusulas a que fume porros? Estas y otras cuestiones pueden acecharte… Veamos qué podemos hacer para que nuestra experiencia sea de utilidad a nuestros hijos.
Lo que hicieron nuestros padres
La gran mayoría, por no decir la totalidad de padres y madres con hijos e hijas en fase preadolescente o adolescente, tuvisteis una educación radicalmente distinta a la que dais vosotros. Y qué decir de la opinión de vuestros padres y madres sobre drogas, tal vez algunos estaban mínimamente informados, pero la gran mayoría entendían “la Droga” como el monstruo que os podía arrebatar la vida de un bocado. En algunos casos, la profecía se cumplió, especialmente entre aquellos que se montaron en el caballo. La desinformación comportaba, tal y como apuntó Siniestro Total en la canción “España se droga”, que vuestros padres pensasen que te “inyectabas hachís” y “bebías caballo”. La lógica prohibicionista les hacía entender la abstención como el bien y drogarse como el mal. En la mayoría de los casos, a menos que tuvieras unos padres hippies, la conversación más larga que mantuvisteis con vuestros padres y madres venía a decir: “¿A qué no te drogas, hijo?”. Donde solo cabía una respuesta válida: “Claro que no, mamá. ¡Qué preguntas haces!”. O tal vez os inquirían con un tono más beligerante, acorde con el estilo autoritario de la época: “De drogas nada, ¡eh! Como yo me entere de que las tocas vas a saber lo que vale un peine”. También con una única opción de respuesta: “No, mamá, nunca de la vida me drogaré”.
Y chimpún, hasta aquí toda la prevención ofrecida por vuestros padres. Sin duda, eran otros tiempos y podemos decir, por poco que nos guste, que las cosas se hacían así. Dicho todo lo que se tenía que decir sobre las drogas, a partir de entonces, todo lo que remitiese a drogas se convertía en tabú. Empezaba el juego del gato y del ratón: los hijos hacían lo que querían y los padres no se enteraban de mucho. Cuando advertían algo sospechoso, algunos hacían ver que no veían nada, y el silencio continuaba operando como estrategia preventiva. Otros, los más melodramáticos, montaban en el salón de casa una tragedia de Sófocles. Dramón que acostumbraba a terminar con un solemne juramento por parte del hijo de que nunca más volvería a fumar, aunque al doblar la esquina de casa ya volvía a hacer señales de humo.
Y nosotros ahora, ¿qué les decimos a nuestros hijos?
Pues bien, ya sabemos que los porros formaron parte del menú psicoactivo de diferentes generaciones de jóvenes españoles. A partir de los noventa, el proceso de normalización llevó los porros a todos los rincones de la geografía española, y quien más quien menos hizo sus escarceos cannábicos. Sin atisbo de duda, el cannabis es la sustancia más normalizada en la sociedad española, y en la actualidad casi ha desaparecido el discurso contra “la Droga” que confunde marihuana con heroína; bien, siempre queda algún outsider que nada a contracorriente. La normalización, entre otras consecuencias, ha comportado que ahora lleguéis a padre o madre de púberes, y esto os obliga a querer ofrecer un mensaje preventivo que supere los rancios mensajes prohibicionistas. Pero no es fácil. Las estrategias para resolver la fórmula preventiva entre quienes le habéis dado al fumeque son varias, pero no todas óptimas.
La opción “a mí que registren”, es decir, hacer ver que nunca has fumado porros ni sabes de qué va el tema, puede funcionar para hacerse pasar por un papá “de toda la vida” ante los ojos de tus amigos meapilas que aún ven al demonio cuando alguien se fuma un porro, pero del todo ineficaz para ofrecer mensajes mínimamente sensatos a tus hijos. ¿Qué le dirás?: “Yo de joven conocí a gente que fumaba porros y terminaron fatal”. Sabes que es mentira; tal vez conociste a alguien que tuvo problemas, pero más allá de los porros, seguro que habían otras vicisitudes existenciales que propiciaron los aprietos. La comunicación sincera es la clave, y aquí no vale utilizar el propio bagaje para coscarse cuando el chaval va fumado. A vosotros os podía funcionar: “Mamá, tengo los ojos rojos por la moto”, pero a ellos no. Por tanto, aprovechar vuestra experiencia únicamente con fines controladores y amenazar con un sutil “a mí no me vas a engañar” queda muy lejos de mejorar la comunicación en el seno familiar. Tal vez penséis que “un buen padre debe decir a sus hijos NO a las drogas, porque es lo que espera la sociedad”. Sin duda, es así para la “sociedad” construida sobre los valores puritanos del prohibicionismo, pero sabemos que el NO a las drogas, y más cuando existe contacto con los psicoactivos, es del todo inútil. ¿Por qué no ofrecer un mensaje eficaz que invite a la reflexión y empodere a la chavalería? Si queremos evitar errores del pasado debemos plantear nuevos escenarios preventivos; reconocer los propios consumos puede ser un primer paso para evitar a nuestros hijos situaciones indeseadas. A lo dicho: nada de esconderse bajo el ala.
Debemos aprovechar el devenir diario para ofrecer píldoras de conocimiento que con el tiempo se convertirán en mecanismos de protección
La segunda posición, “bueno, hay que hablar de los porros”, consiste en mantener una actitud normalizadora y sensata sobre los porros. Cuando los niños eran pequeños te podías fumar algún peta sin que advirtiesen diferencia alguna con el tabaco, pero con cierta edad te da reparo fumar delante como si nada porque te da miedo que sepan de qué va el cuento. Si así es, es el momento de entablar una conversación sincera, en la cual expongáis con la máxima naturalidad posible qué es el cannabis, cuáles son sus efectos, usos, consecuencias y demás información verosímil y útil para minimizar los riesgos asociados. Sin dramatismo ni grandilocuencias. Tampoco hace falta montar un cónclave familiar para hablar del tema, sino que debemos aprovechar el devenir diario para ofrecer píldoras de conocimiento que con el tiempo se convertirán en mecanismos de protección. Si realizamos la conversación en un clima adecuado podrán preguntar sus dudas sin tapujos, y lo más importante de la cuestión, les quedará claro que sus padres y madres van a estar a su lado a las duras y a las maduras. Solo así los padres y madres os podréis convertir en referentes educativos válidos. Omitir realizar algunas charlas preventivas significa invocar el silencio como forma de abordar la cuestión de las drogas. Y que los hijos e hijas tengan que apañárselas para aprender a dominar los porros, y más si saben que sus padres fuman, representa un fracaso superlativo. Los padres y madres fumadores tenéis la responsabilidad de ofrecer una prevención basada en la normalización.
Debemos ahorrarnos las actitudes indulgentes. Por ejemplo, ser el proveedor de nuestro chaval porque le queremos evitar el trance de que le vendan basura. Craso error
La tercera posición: “los porros, como el tabaco y el alcohol, es una substancia con sus riesgos y sus placeres”. Algunos siempre habéis fumado ante vuestros hijos, y nunca os habéis escondido, porque entendéis que hacerlo representaría un ejercicio de cinismo categoría prémium. Este talante progresista subvierte la lógica prohibicionista, pero debemos ahorrarnos las actitudes indulgentes. Por ejemplo, ser el proveedor de nuestro chaval porque le queremos evitar el trance de que le vendan basura. Craso error. No cabe duda de que es una putada que vendan mierda por ahí, pero aprender a comprar canela fina es un ejercicio de aprendizaje, un ritual de paso hacia la adultez. Huelga decir que esta situación es producto del prohibicionismo; acabar con él ayudará a minimizar los abusos del mercado negro y mejorará la calidad. Dicho esto, las estrategias de prevención deben ser “gota a gota”, es decir, ofrecer la información justa y necesaria para ofrecer respuestas sensatas a sus necesidades, y evitar los abordajes a manta, donde se explican todas las experiencias personales sin cortapisas y con ciertos tintes de grandilocuencia.
En este momento histórico, en que la reforma de las políticas del cannabis está sobre la mesa, los progenitores somos una pieza central para conseguir normalizar la substancia. Si hasta el momento los padres y madres habían funcionado como el bastión más adicto al prohibicionismo, la normalización ha posibilitado la deserción de la mayoría de aquellos que conocen las drogas de primera mano. Por tanto, las familias poseen el poder de minar, aunque sea de forma capilar y micro, la hegemonía prohibicionista, por ejemplo, formular las quejas pertinentes cuando los hijos reciben en la escuela estrategias preventivas alarmantes y quiméricas; ya veréis qué gracia os hace cuando vuestro hijo o vuestra hija os venga todo preocupado porque en el colegio le han dicho que si cultivas vas a la cárcel y si fumas puedes morir. Es responsabilidad de todos normalizar el cannabis, y los padres y madres tenemos un papel central. Para hacerlo debemos utilizar la prevención basada en la normalización, es decir, ofrecer herramientas preventivas para manejar asertivamente los riesgos asociados a las drogas, hablar con naturalidad del cannabis porque es una substancia presente en nuestra sociedad, y tarde o temprano, nos guste o no, los chavales tendrán que lidiar con él. Mirar a las drogas de frente es el único camino posible si queremos finiquitar los onerosos desencuentros de las familias con las substancias.