“El cine no tiene problemas con nada, salvo con el fútbol. La excelencia del juego no ha sido captada en una buena película. Ni en una mala”. La frase, de Santiago Segurola, no puede ser más atinada. La complejidad del juego no se lleva bien con la puesta en escena. Y a las ortopédicas escenas de fútbol de la tan mítica como fallida ¿Evasión o victoria? (John Huston; 1981) o de cualquier otro intento de cine futbolero me remito. Tal vez por eso, si hay un punto en el que el cine y el fútbol han demostrado empezar a entenderse ha sido en el del documental, que permite explorar pequeñas y grandes historias a menudo situadas en los márgenes, enterradas bajo el aluvión mediático que se dedica al Barça, el Madrid, la Champions, los errores arbitrales y demás lugares comunes. O hurgar en la cara B del deporte más famoso del universo.
En los últimos años, la no ficción cinematográfica cada vez ha ido dedicando más atención, y con más tino, al deporte rey, a menudo desvelando historias fascinantes que brotan en los rincones menos conocidos del planeta fútbol, o que se ocupan de los aspectos a los que menos atención presta el mainstream mediático. La proliferación y consolidación de pequeños pero vigorosos festivales especializados es la prueba. A la cabeza, el Thinking Football, que desde hace seis años se celebra en Bilbao impulsado por el Athletic de Bilbao, o el Offside, el Festival Internacional de Cine Documental de Fútbol, que ya va por la quinta edición en Barcelona, y empieza a expandirse, este año con ediciones en Tesalónica, Milán y Lisboa. Repasamos algunos de los docus que han pasado por el festival bilbaíno y el barcelonés, celebrados respectivamente en marzo y abril.
Kenny (Stewart Sugg; 2017)
A Kenny Dalglish, más que probablemente el mejor jugador escocés de siempre y la mayor de las leyendas del Liverpool, con el que ganó tres copas de Europa a finales de los 70 y principios de los 80, le estaba faltando una película que hiciera honor a su legado, no solo futbolístico. Kenny va mucho más allá de sus logros en el terreno de juego y los banquillos, y se dedica a escrutar la personalidad no de una estrella sino de hombre, a menudo indescifrable y marcado por dos tragedias: la de la final de la Copa de Europa de 1985 en el estadio de Heysel, en la que murieron 39 personas, y, cuatro años después, la del estadio de Hillsborough, en la que fueron 96 las víctimas mortales. En la primera, causada por los hooligans ingleses, Dalglish estaba en el once titular. En la segunda, en la que nada tuvieron que ver los hooligans, era el entrenador. En su última parte, el film explora como esa segunda tragedia marcó al escocés, que se volcó en el apoyo a las familias de los fallecidos, todos ellos aficionados de los red devils. Se echa en falta más claridad a la hora de narrar los hechos, muchos de los cuales se dan por supuestos, como si el film estuviera dirigido solo al público británico más futbolero, pero Sugg consigue un retrato íntimo, eficacísimo y conmovedor.
Locos por el fútbol (Volfango De Biasi; 2017)
“La locura no existe, la locura es el fútbol, porque es el deporte más bello”. Con esta declaración de intenciones, de uno de los personajes que aparecen en el film, arranca Locos por el fútbol, que también propone un emotivo retrato, en este caso coral. La película se centra en la docena de integrantes del equipo italiano que, por iniciativa de un psiquiatra, un entrenador y un ex boxeador, compite en un mundial de fútbol-5 para enfermos mentales. La iniciativa parte de un psiquiatra, un entrenador y un ex boxeador. De Biasi documenta tanto los preparativos como la competición y, sin obviar algunas tensiones, muestra la evolución de la relación entre los jugadores, hombres heridos que encuentran en el equipo y la competición un reducto en el que sentirse iguales a cualquiera, de tener, como dice uno de los protagonistas, un sueño de verdad, en lugar de tan solo lidiar con sus pesadillas.
Casuals: la historia de una moda nacida en las gradas (Mick Kelly; 2011)
El movimiento casual fue un fenómeno sin precedentes: una subcultura forjada en las gradas de los estadios británicos en esos últimos 70 y primeros 80 en los que el Liverpool reinaba en Europa, una tribu urbana que no se inspiraba en la escena musical, sino en lo que sucedía en los campos de fútbol. Casuals repasa desde el punto de vista de la moda, aquella tendencia que inundó los barrios populares británicos de chándals de Serrgio Tachinni, polos Lacoste y zapatillas Adidas, prendas en las que, en los ásperos años del thatcherismo, una deprimida juventud de clase obrera buscaba una forma de lo que ahora se llama empoderamiento. Está narrada con agilidad y pasión de fan, pero se echa en falta una mirada más crítica con una tribu urbana indisoluble del hooliganismo que convirtió ir al fútbol en deporte de riesgo, y de la alienación ultraconsumista que constituye la adicción a las marcas.
Forever pure (Maya Zinshtein; 2017)
En las antípodas de las propuestas buenistas que proliferan entre los documentales futboleros, esta terrorífica radiografía de la cara más oscura de la sociedad israelí cuenta la historia de cómo la afición del Beitar Jerusalem, uno de los equipos más importantes de Israel, planteó un pulso y acabó torciéndole el brazo a su propietario, un magnate ruso que había comprado el club como vehículo para conseguir la alcaldía de Jerusalén, y que perdió interés en él tras su derrota electoral. Claro que el motivo que desencadena el enfrentamiento son los fichajes de dos jugadores chechenos y musulmanes para un equipo en cuyas gradas se exhiben pancartas ultranacionalistas y con lemas como “Siempre puro”. La réplica a los fichajes es un rotundo rechazo de los ultras del club, orgullosamente racistas, expresado de la forma más agresiva posible, y una escalada de odio racial progresivamente virulenta que acaba por contagiar a la mayoría de la afición, que da la espalda al equipo. El precio para que las aguas vuelvan a su cauce es, como el final del film, simple y llanamente desolador.
The Workers Cup (Adam Sobel; 2017)
En Qatar, ese país en el que Xavi, genio inigualable con el balón en los pies, dice que, aunque no hay un régimen democrático, la gente es feliz, tiene más de 1,6 millones de trabajadores inmigrantes, que constituyen el 60% de la población. El 90% trabajan en los preparativos del mundial del 2022, en condiciones que Amnistía Internacional ha denunciado de manera reiterada. The Workers Cup documenta la peripecia de un puñado de ellos, seleccionados para integrar el equipo con el que su empresa disputará la competición organizada entre los contratistas que construyen las instalaciones. Son mano de obra barata, empleados que viven recluidos en campos levantados específicamente para ellos, provenientes de países mucho más pobres y sin alternativa a seguir trabajando, en jornadas de hasta 12 horas y seis días por semana y por sueldos que en algunos casos no superan los 200 dólares mensuales. La competición les proporciona un punto de fuga, a cambio de participar de un show concebido como parte del lavado de imagen con el que se pretende suavizar la imagen internacional de Qatar y de su planificación mundialista.
Fuera de juego (Richard Zubelzu; 2017)
Fuera de juego es un loable intento de hablar de un tabú, el de la homosexualidad en el fútbol y, más concretamente, en el fútbol español, donde los insultos homófobos todavía son la norma en las gradas y el silencio y la hipocresía, en los vestuarios, los palcos y los estamentos federativos. La película no pasa de ser un esforzado pero poco inspirado reportaje, carente además de testimonios de peso, pero señala los problemas que dificultan que el asunto se empiece a normalizar como ya lo ha hecho en tantos otros ámbitos. Entre los entrevistados, apenas dos futbolistas: uno en activo, el capitán del Leganés, Martín Mantovani, y uno retirado, Roberto Solozábal. Y ningún representante de los grandes clubs: ni Barça, ni Real Madrid, ni Atlético. Cuenta el director cuando le entrevistan que no quisieron participar, ni tampoco la Federación Española de Fútbol. Habría estado bien que eso quedara mucho más claro en un film que lo más valioso que tiene es su mera existencia, y en el que lo más elocuente acaba por ser precisamente esa sucesión de ausencias.