No soy amigo de las teorías conspirativas, ni quiero alimentar relatos que no estén fundamentados en evidencias mínimamente solventes, pero en el ámbito del cannabis detecto ciertos “huecos” de conocimiento, alguna que otra opacidad y también inercias político-económicas que nos demuestran que diversos colectivos están interesados en mantener el prohibicionismo por intereses económicos. Entre ellos no comparten los mismos intereses ni presentan motivaciones parecidas, pero todos, mediante diferentes estrategias, mueven la mano negra para salvaguardar su posición antes de que se vea comprometida por la legalización.
La industria farmacéutica
De todos es bien sabido que la industria farmacéutica hace su negocio vendiendo fármacos para curar o mitigar ciertas dolencias. El expediente de esta industria es bastante desolador. En su haber figuran casos en que han antepuesto sus beneficios a la salud colectiva. En los mentideros del mundo cannábico se da por cierto que las farmacéuticas no quieren oír hablar de la legalización porque perderían cuota de negocio. Queda bastante claro que algunos pacientes cuando emplean cannabinoides reducen a la mínima expresión el uso de opioides y/o de otros analgésicos. Los medicamentos no consumidos son ventas no materializadas, en consecuencia, disminuye el beneficio de las farmacéuticas.
En el ámbito español no tenemos suficientes indicios para afirmar que esta industria tenga un papel activo en contra de la regulación (al menos, de momento). Pero hay tres elementos para considerarla como amiga de la prohibición. El primero, en Estados Unidos, el Big Pharma se opone totalmente a la legalización del cannabis; por extensión, aquí, cuando algo se mueva, ya podemos pensar en qué bando se alineará. El segundo, el actual escenario le es propicio; por tanto, no tocar nada es apostar a caballo ganador. El tercero, aunque llegado el momento empiece a vender fármacos con cannabinoides, una parte de los potenciales clientes recurrirán al autocultivo para gozar de los beneficios cannábicos sin pasar por la caja de la farmacia. Ante este escenario cabe esperar que la potente industria farmacéutica, con un volumen de negocio anual mundial de más de un billón (europeo) de dólares, moverá todos sus recursos para mantener su posición de privilegio; por ejemplo, podríamos llegar a ver situaciones tan descabelladas como que llegue a hablar por boca de la ministra de Sanidad... ¿O esto ya lo hemos visto?
La industria cannábica
¿Qué hubiera pasado si en España la industria del cannabis hubiese invertido los millones de dólares que ha puesto en Estados Unidos para conseguir la legalización? ¿España sería igual que Colorado? Algunas voces consideran que una parte de la industria cannábica española se muestra impasible ante la legalización porque el actual escenario ya les reporta suficientes beneficios. Como evidencia, apuntan al escaso apoyo económico que ofrece a los actos, iniciativas o plataformas que organizan los activistas para reclamar la legalización, mientras que en Estados Unidos la industria ha garantizado que las acciones políticas puedan llevarse a cabo sin que la pasta sea un escollo. No cabe duda de que la industria americana es más potente, pero también es cierto que el apoyo económico de la española tiende a ser magro y destinado a acciones puntuales, nunca para sostener iniciativas a medio y largo plazo, que, como bien sabemos, son las que nos permitirán conquistar la legalización. En cierta medida entendemos una posición reacia hacia la legalización. Al fin y al cabo, son empresas que tratan de sobrevivir en un contexto competitivo. Una nueva regulación podría alterar las reglas del juego, con la consecuente pérdida de beneficios, e incluso el cese de actividad. Ante un escenario incierto, es lógico que algunas empresas prefieran mantener el actual statu quo que apoyar una legalización que les podría traer la quiebra. En este sector es muy impopular decir que se está en contra de la legalización, pero no nos debemos sorprender si vemos que una parte de la industria cannábica española está ausente de la línea del frente. Como dijo Evaristo: “Los que se sientan hacen la caja; los que se arriesgan van al cajón”.
Los amigos de la lucha contra la droga
La historia del prohibicionismo comporta que la lucha contra la droga se encarne en las fuerzas de seguridad. Ellos se erigen con el baluarte de la seguridad naciona,l que lucha contra viento y marea para evitar que la droga llegue a nuestros cándidos jóvenes. Algunos se creen la retahíla sobre la cual se fundamenta el control de la oferta. Quienes se la creen son aquellos que han convertido el prohibicionismo en un dogma que no admite enmienda. Según sus propias palabras, ellos son “la guerra contra las drogas”. Estos de momento no atizan la mano negra, pero me gustará ver la cara que ponen cuando, después de diez, veinte o treinta años al servicio de la lucha contra la droga, les digan que se ha acabado el juego. El mito dice que un periodista le preguntó al agente Eliot Ness qué haría cuando terminase la “ley seca”, y éste le respondió: “Tomarme una copa”. Dudamos que nuestros brabucones agentes ibéricos digan “fumarme un porro”, sino todo lo contrario: moverán por tierra, mar y aire todos sus recursos para torpedear cualquier propuesta de legalización. En cierta medida, aceptar la regulación es aceptar que toda su hoja de servicio dedicada al control de la oferta ha sido en balde.
La única licencia para cultivar cannabis con más del 0,2% de THC se la dieron al viejo amigo Abelló. Sí, el capo de Alcaliber
Por otra parte, tenemos una minoría de policías que mantienen excelentes negocios con los narcotraficantes. Una reforma del cannabis daría al traste con la simbiosis que tantos réditos ha dado a policías corruptos y a traficantes. No cabe duda de que el control de la demanda opera de manera capilar y sutil para evitar cualquier reforma. Veremos, cuando se aproxime la legalización, cómo los policías serán quienes más se opondrán. A la vista de las evidencias disponibles, no dudaría en considerarlos como el colectivo que más saldrá perdiendo con el cannabis legal.
Los pastores de la demanda
El prohibicionismo ha colonizado el discurso de una parte importante de médicos, psiquiatras, forenses, psicólogos y demás patulea de las disciplinas “psi”. Algunos, de la misma manera que ciertos policías, asumen las aseveraciones prohibicionistas como parte del dogma de fe. Otros, con una visión estratégica del negocio, observan con inquietud cómo la regulación implicaría el asentamiento sociocultural de un discurso normalizador. Éste expulsaría los mitos y los miedos que ha inoculado la prohibición. En consecuencia, es más que probable que desaparezcan los tratamientos cuyos pacientes son los adolescentes pero dirigidos a satisfacer a padres angustiados. La adicción perdería su posición totémica para explicar el mundo de las drogas y quedaría relegada a una enfermedad minoritaria. Las drogas dejarían de representar una herramienta que los profesionales utilizan para gobernar el alma de los consumidores mediante procesos de culpa, aunque todo esté recubierto de una pátina de cientificidad y se haga en pro de su salud, solo faltaría. En definitiva, que verían vaciadas sus salas de espera y, por extensión, sus bolsillos. Siempre que veo un profesional azuzar el miedo de “la droga” me pregunto cuánto debe ganar con el negoción de la prohibición. Seguro que bastante. No cabe duda de que estos, para frenar la regulación, cada vez emplearán arengas más emocionales. Por ejemplo, en los últimos meses hemos visto cómo dejaban atrás a los menores y ya se centraban en los fetos para demostrar el daño que acarrea la droga. La finalidad es convencer a la opinión pública de que la regulación supondría las Diez Plagas de Egipto, pero lo único que provocaría sería el fracaso de su modelo de intervención.
Poder, amiguetes y élites
En la reforma de las políticas del cannabis deberemos estar atentos para evitar que las élites españolas apliquen la máxima “si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”, promulgada por el gatopardismo. El amiguismo de las élites que ostentan el poder se caracteriza, entre otros elementos, por velar por sus intereses a costa de aplicar políticas extractivas que esquilman el erario y los recursos de un país. En el caso del cannabis, no dudamos que retrasarán la reforma hasta que la situación sea insostenible, ya que el alcohol les representa un buen negocio. Pero cuando ésta se empiece a perfilar, no dudamos que jugarán sus poderosas cartas para acaparar la mayor parte del mercado. Así se ha dado en California, como nos explicaba Guillermo Jiménez en el número 255 de Cáñamo, donde a los pequeños cultivadores se les niegan las licencias para el cultivo legal y se los relega a la clandestinidad. Y no hace falta llegar a la regulación para ver este escenario. En los últimos meses hemos visto como la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios expedía licencias para cultivar cannabis con fines médicos y terapéuticos mediante unos criterios cuanto menos opacos. Y, cómo no, la única licencia para cultivar cannabis con más del 0,2% de THC se la dieron al viejo amigo Abelló. Sí, el capo de Alcaliber, la empresa española que durante décadas ha ostentado el monopolio de la producción de los opiáceos destinados a la industria farmacéutica. Es decir, ya hemos visto que quien goza de buenos contactos con el poder dispone de mucha ventaja.
Mucho me apena afirmar que tal como está organizado el modelo de producción económica, los de siempre moverán todos los hilos habidos y por haber para mantener sus privilegios. Y, cuando la regulación nos alcance, ellos ya se habrán repartido el negocio. Ojalá me equivoque, pero no dispongo de indicios que me hagan pensar lo contrario.