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Los años fumados: una historia oral de ‘Cáñamo’

Una conversación entre Moisés López y Jaime Prats

Moisés López y Jaime Prats han sido y son parte fundacional y fundamental de la tripulación de ese Pequod que es Cáñamo, la primera y más resistente de las publicaciones cannábicas editadas en España. Con motivo del vigésimo aniversario que dicha cabecera celebra en este número, les invitamos a ambos a reconstruir, sopesar y meditar la trayectoria de lo que para ellos ha constituido un “proyecto de vida”.

Cejas blanqueadas de rotundo espesor enarcan la bondadosa mirada de Moisés López, reciente sexagenario que ya empieza a gastar aspecto patriarcal, a medio camino entre el Moisés bíblico y el capitán Ahab. Todavía en la cincuentena, Jaime Prats ofrece una imagen de tipo reservado y parece el contrapunto perfecto, un Ismael que persigue con igual tenacidad al Leviatán del prohibicionismo. Ambos han sido y son parte fundacional y fundamental de la tripulación de ese Pequod que es Cáñamo, la primera y más resistente de las publicaciones cannábicas editadas en España. Con motivo del vigésimo aniversario que dicha cabecera celebra en este número, les invitamos a ambos a reconstruir, sopesar y meditar la trayectoria de lo que para ellos ha constituido un “proyecto de vida”.

Moisés (M): Mi primer contacto con el activismo cannábico fue a los dieciocho años, en 1976-77, en la representación del Don Juan Tenorio en el Borne. Por allí corrían unos italianos repartiendo unas pegatinas que decían “Liberate Marihuana”. Me llamó mucho la atención que hubiera gente trabajando por ese asunto. A partir de ahí empecé a cultivar en mi casa con ayuda del libro de Rosenthal, pero no me funcionó. Así y todo, desde entonces nunca he dejado de estar vinculado a la marihuana.

Jaime (J): A finales de los setenta descubrí la magia de esta planta. Desde entonces quise que fuese compañera de mi vida. Abandoné los estudios al acabar la carrera y no poder acceder a una beca para estudiar la subcultura de la marihuana en la Cataluña de los ochenta.

M: Después de los años de universidad, que no me llevaron a ninguna licenciatura salvo la de bares, me puse a trabajar porque era padre. Mi familia me consiguió un trabajo en Editorial Planeta y empecé a ganar mucho dinero, pero no perdí mis inquietudes culturales por ello. Un día por la radio escuché que se había formado la Asociación Ramón Santos de Estudio sobre el Cannabis. Fui a su sede, y para mi sorpresa esta era la Librería Makoki, que conocía de toda la vida. Me afilié a ARSEC y pasé a colaborar con la asociación.

J: Junto a unos amigos que estábamos cabreados con la imposición de la “ley Corcuera” quisimos crear una asociación cannábica para defender nuestros derechos. En ese momento tuvimos conocimiento de una recién creada asociación de este tipo, ARSEC, y optamos por asociarnos a ella. Ahí nuestra lucha social y política para defender nuestros derechos fue constante. Implicamos al fiscal antidrogas al respondernos una pregunta sobre la legalidad de una producción colectiva para nuestro consumo privado. Su respuesta nos alentó y plantamos aquel campo en Tarragona, con la consiguiente intervención policial y el inicio del proceso judicial.

Jaime Prats, Moisés López y Kim Serra
Jaime Prats, Moisés López y Kim Serra, el comité editorial de la revista, expandiendo la semilla cañamera al otro lado del charco. Ilustración: Cristóbal Fortúnez

M: A Gaspar Fraga le tenía visto porque iba mucho con la pandilla de Nazario y Ocaña. También coincidimos en las Jornadas Libertarias, donde yo actué con mi banda de rock, Aribau. Al cabo de un par de años me lo encontré en mi barrio, Gracia, y nos hicimos colegas y descubrimos que ambos estábamos afiliados a ARSEC. Como en Holanda y Alemania había un auge del tema del cannabis, tomé la decisión de viajar a Ámsterdam y ver qué se cocía por allí, con la idea de montar una comercializadora de productos de cáñamo. Yo solo no podía porque era muy laborioso, de modo que le propuse participar a Gaspar. Aceptó con la condición de que no quería hacerlo por dinero, sino para divertirse. Nos hicimos unas tarjetas con el nombre de La Cañamería, un nombre ingeniado por Jaime Prats, y conseguimos muchas muestras de prendas de cáñamo. Pero en la primera edición de la primera de las ferias cannábicas, la alemana Cannabusiness, Gaspar conoció al editor de la revista Hanf y pensó que en lugar de una comercializadora era mejor hacer una revista. Dijo que la gente de Hanf nos ayudaría.

J: La asociación, gracias a la publicidad ocasionada por la plantación, creció de manera desorbitada. Ahí nos dimos cuenta de la necesidad de tener un órgano de cohesión que sirviera de altavoz para informar y acabar con la demonización de la planta. Si a eso unimos que en plena batalla electoral por la alcaldía de Barcelona se presentó en la sede social Miquel Roca diciéndonos que si no construíamos un lobby para presionar al Parlamento para que cambiara las leyes no conseguiríamos nada, ya tuvimos todas las razones para iniciar la aventura de Cáñamo.

A Aznar no le dio tiempo

M: Decidimos montar una empresa porque no era honesto aprovecharnos de ARSEC, responsable del despertar de la cultura cannábica en España, y fuimos a ver a Felipe Borrallo. Registramos el nombre de Cáñamo y de La Cañamería Global, y luego buscamos posibles colaboradores en ARSEC. Jaime Prats, que ya había pensado en convertir el boletín de ARSEC en revista, resultó ser la persona ideal. Jaime había colaborado también en el especial marihuana de Ajoblanco, que funcionó muy bien, lo cual para nosotros fue muy revelador. En la siguiente asamblea de ARSEC, que entonces contaba con tres mil socios, ofrecimos a todos la posibilidad de participar en nuestro proyecto. En total nos juntamos diecinueve socios, y así nació La Cañamería Global.

“El cambio más significativo y doloroso fue la reducción de plantilla fija que teníamos. No nos dimos cuenta de que habíamos crecido en desmesura”, Moisés

J: La necesidad de aunar fuerzas y crear un mercado donde existieran empresas que quisieran invertir en un cambio de leyes también nos haría posible el crecer de rebote gracias a la publicidad. Después comprobamos que podíamos tener nuestro nicho tras el éxito del número de la marihuana que editó Ajoblanco con nuestra colaboración. En una asamblea general se propuso a los socios invertir para hacer posible la publicación de nuestra revista, y en junio del 1997 sacamos el primer número.

M: Aunque no fue socio, Claudi Feliu, quien fue director de Zeleste, ayudó mucho a Gaspar a definir nuestras ideas, a darle forma empresarial al proyecto. Kim Serra, como nosotros, fundador y miembro del consejo de administración, también aportó mucho en ese sentido, y nos permitió instalar nuestra oficina en su empresa de eventos; cuando esta cerraba a las cinco, entrábamos los de Cáñamo. Estuvimos un año allí, hasta que tuvimos oficina propia, cuando pasamos de bimestral a mensual. En gran parte gracias a Kim, el proyecto mantiene ese carácter empresarial que nos diferencia de lo sistematizado.

J: Hubo dos intentos más de montar una revista cannábica aproximadamente en el mismo periodo que Cáñamo se puso en marcha, El Cogollo y High Times España, pero no cuajaron. La mayor complicación con la que nosotros nos encontramos fue la actitud agresiva del gobierno de Aznar, que ya tenía en mente castigarnos con una multa administrativa alegando que éramos causantes del aumento de consumo entre los jóvenes.

M: Justo antes de la guerra de Irak y de que perdiese Aznar las elecciones, al final de su legislatura se creó una comisión de sabios de cara a realizar un estudio sobre el mal que estábamos causando las publicaciones y editoriales cannábicas vendiendo la idea de que el cannabis era inocuo. Esto no era cierto, al menos en el caso de Cáñamo, que siempre ha diferenciado su uso y su abuso. Fueron a por nosotros, y cuando nos enteramos nos preparamos. Acudimos al despacho del abogado Marc Palmés, pero finalmente no hizo falta intervenir. El PP perdió las elecciones, y tanto Acebes, ministro de Interior, como el delegado del Plan Nacional sobre Drogas ya no pudieron hacer nada al respecto. Nunca más han vuelto a molestarnos. Cuando regalamos semillas, que fuimos los primeros en hacerlo, sí que tuvimos alguna llamada extraña, pero como la ley no decía nada de la venta de semillas, tampoco pasó nada.

J: La línea editorial estaba clara desde el principio: dar voz a todos los antiprohibicionistas, a la par que enseñar el autocultivo y educar en un consumo responsable informando de todas las sustancias modificadoras de la consciencia. El espíritu rebelde y combativo contra la prohibición nos venía de aquella época en que la educación franquista católico-romana imperaba. Ahora mucha juventud se cree que la marihuana es legal por la facilidad de acceder a su uso.

M: La línea editorial la decidió Gaspar, ya que era el director de la revista. Esa línea es la que figura en el editorial del número uno, donde nos presentamos como portavoces del movimiento antiprohibicionista, tomando como punto de partida los trabajos que se estaban realizando en ARSEC. Fue una época conflictiva, por la división entre activismo y empresa. Era la época en que el sector del cannabis empezaba a cobrar autonomía. Para que la gente viese que eso existía, teníamos un catálogo y comprábamos productos en Europa, donde a su vez los encargaban a China y Tailandia, lo cual los encarecía mucho. Vendíamos esos productos por correo, y la gente empezó a montar grow shops como los que veía en sus viajes a Holanda o Alemania. Pensamos que, en lugar de hacerles la competencia, era mejor tenerlos como anunciantes, y así empezó a crecer el sector, hasta estabilizarse un número de quinientos o setecientos grow shops, que en los últimos quince años no ha descendido.

Sin pelos en la lengua, aunque sí con hebras

J: Fuimos los primeros con Cáñamo Shop en vender productos cannábicos. Los primeros grows nacieron de nuestro entorno, y aprovechamos el crecimiento de la industria para crecer con ellos. Estoy convencido de que el autocultivo existirá a pesar del miedo que se tiene por el desembarco de las grandes empresas. Hay futuro. El cannabis se ha puesto de moda como “medicamento”, el CBD como mitigador del dolor y relajante muscular, sin efectos psicoactivos importantes, y está teniendo mucho éxito.

“Gaspar leía Cáñamo de pe a pa. Él fue quien ideó Cáñamo. Era el gran compañero de andanzas, un maestro de la vida y el Oráculo al que preguntarle… El cabrón sabía todo”, Moisés

M: Nosotros nunca hemos banalizado nuestras acciones. Siempre hemos tenido un carácter combativo y reivindicativo, de ilusión y entusiasmo. Si no le pones entusiasmo cada día no puedes aguantar durante veinte años. El regalar semillas ha sido siempre algo activista y reivindicativo por nuestra parte. Si hay semillas, hay plantas. Y si hay plantas, hay sector. Regalando semillas reivindicamos el sector. Que la gente haga con las semillas lo que quiera o lo que deba. No queremos que solo sea un hecho propagandístico o comercial, aunque naturalmente se nota en las ventas de la revista cuando regalamos semillas... Nos ha permitido sobrevivir a la crisis que ha habido en España en el sector editorial, pero también ha hecho posible que nos expandamos conociendo a gente afín en Chile, Uruguay, Portugal, México y Colombia, países en los que hemos hecho y estamos haciendo nuevas ediciones de la revista.

J: Nunca hemos deseado hacer proselitismo ni apología ni que nos acusen de ello. El lenguaje lo hemos cuidado mucho, y los artículos publicados han estado contrastados. Los legales consumidores de una sustancia prohibida no tenían antes ninguna fuente de información fiable. Si como lector yo veía algún reparo intentaba rápidamente arreglarlo, como cuando el exceso de publicidad nos hizo aumentar el número de páginas para poner más contenido. Las decisiones importantes se deciden en asamblea; ha habido divergencias, pero acostumbramos a adoptar las medidas con consenso. Por comentar una, podría haber sido el peso que se le da al cultivo de la marihuana dentro de la revista o la conveniencia o no de regalar semillas. Los colaboradores que publican en Cáñamo nunca han tenido ningún tipo de censura. La revista no tiene pelos en la lengua, aunque ha intentado siempre ser respetuosa con todos los actores cannábicos.

Revistas Cáñamo

M: Cada vez estamos más convencidos de que en Cáñamo podemos decir lo que nos dé la gana. Lo que realmente reivindicamos nosotros es la eutanasia. Vivir y morir cuando queramos, sea con sustancias o con la forma de vida que escojamos. De la piel para dentro mandamos nosotros. Ese es el fondo de lo que decimos, pero la forma también es muy importante. La calidad de Cáñamo radica en saber decir las cosas sin molestar a los demás ni hacer proselitismo. Desde el 2016, en esta nueva etapa de Cáñamo, con los contenidos bajo la dirección de Fidel Moreno, la revista tiene un tono más descarado y más periodístico. Y ahora acabamos de lanzar la nueva web, que ya es el lugar de referencia sobre drogas del ámbito hispano, antiprohibicionista, con contenidos diarios y con temas tratados en profundidad sobre la cultura del cannabis.

J: Cáñamo se ha adaptado a la evolución del consumo. Hace veinte años la marihuana estaba circunscrita a un ambiente de hippies y neorrurales, así como el hachís a un ambiente más marginal. Hoy en día, la normalización ha hecho que el consumo sea más transversal. La legislación no ha variado mucho, quizás sea más agresiva para con la tenencia. Lo que ha variado ha sido la interpretación de las leyes. Lo que en un principio el Tribunal Supremo calificaba como “peligro abstracto”, hoy el mismo tribunal reconoce que hay un cultivo que no tiene relevancia penal porque no está dedicado al tráfico. Claro que las interpretaciones pueden diferir en algunos casos: fuimos los primeros en querer organizar una feria-concierto cannábica. Cuando lo teníamos todo ligado, el Ayuntamiento de Barcelona nos rescindió el contrato que teníamos firmado para el alquiler del espacio donde iba a realizarse el evento. La excusa era que íbamos en contra de la política de drogas que impartían. Dos años después, otra empresa que tenía mejores contactos lo consiguió.

“El sector industrial del cannabis conoce la revista y sabe que si quieres existir en este mundo has de pasar por Cáñamo”, Jaime

M: A la hora de hacer autocrítica creo que durante mucho tiempo hemos tirado del carro con lo que había. Ahora somos más selectivos con lo que publicamos, antes recurríamos a las opiniones que había disponibles en el sector, y ahí te puedes encontrar con mucha charlatanería, y en ese sentido muchas veces la hemos cagado. Desde hace años vamos con mucho cuidado para que no nos la metan doblada. En ocasiones nos han mandado artículos que de haberlos publicado nos podrían haber cerrado la revista. Cada vez nos tomamos más en serio lo que la vida nos ha dado, que ha sido la oportunidad de crear un proyecto editorial.

Cogollos lujuriosos

J: Los cogollos han sido como la pornografía del cannabis.

M: Este verano hicimos la prueba de sustituir los cogollos en portada por personajes. Sacamos a Paco León y Pablo Carbonell, dos personas muy populares. Pero las expectativas que teníamos no se cumplieron ni de lejos. De haber puesto cogollos en portada en esos dos números, se habrían vendido más, de eso no me cabe duda. Los cogollos no nos han fallado nunca. Si no salen en portada, las ventas bajan. A la gente le gusta el cogollo. En Interviú, si no apareciera una mujer ligera de ropa en la portada, les pasaría lo mismo. En los primeros años, como no teníamos competencia, nos arriesgábamos más con las portadas y nos las trabajábamos muchísimo. A partir del número cincuenta nos dimos cuenta de que teníamos que centrarnos en el cogollo. La competencia lo hacía, y era por algo. El cogollo identifica al lector con lo que está buscando. Lo que quiere el lector es eso. En esos primeros números dedicamos una portada a Manu Chao y lanzamos una campaña publicitaria de ese ejemplar en concreto, y a pesar de ello las ventas descendieron. Nos sucedió lo mismo con El Gran Wyoming, Fernando Sabater, Alaska, Escohotado, Ojos de Brujo...

“Teníamos claro que en nuestro inicio los lectores eran activistas y procannábicos. Ahora, con la normalización, estamos con la idea de abrirnos a un público que le guste un tipo de lectura más amplio”, Jaime

J: Cáñamo está muy bien editada, y eso supone que la publicidad sea necesaria para continuar el trabajo. Tiramos veinte mil ejemplares cada mes, y nuestras ventas están entre el cuarenta y el noventa por ciento de la tirada. Pero además de las que se venden en quiosco, hay una importante distribución a suscriptores y envíos. Está claro que la publicidad es importante, pero sin las ventas no podríamos sobrevivir.

M: El perfil de lector que teníamos desde que nació Cáñamo era el de hombre, mayor de edad, claro está, porque es lo que la ley exige, con una edad indeterminada pero con predominio de los treinta a los cincuenta años. Diría que ese perfil se sigue manteniendo, aunque ahora mismo mucha de la gente que interviene en Cáñamo tiene entre dieciocho y treinta y cuatro años, que es la edad que teníamos nosotros cuando empezamos, y sabe lo que quiere el público, por lo que la revista ha ganado otro target. Por ejemplo, hay más mujeres leyendo Cáñamo, cuando antes era un ámbito predominantemente masculino. Y en la web los usuarios principales son jóvenes de todo el ámbito hispánico y ya no hay un predominio tan claro de hombres. Se está dando un relevo generacional de lectores.

Gracias, virgencita
Virgencita
Ilustración: Cristian Robles

Buñueliano retrato de la peripatética aventura devenida del primer viaje a México de la embajada plenipotenciaria cañamera. Un milagro mariano digno de Quinto milenio. Moisés López lo rememora:

“Me iba a México con Gaspar Fraga, y cuando estaba haciendo el equipaje por la noche, vi una camiseta de la Virgen de Guadalupe que me habían reglado en un restaurante mexicano del barrio de Gracia y pensé en ponérmela al día siguiente para el viaje, debajo de la camisa. Era un vuelo intercontinental, y te ofrecían bebidas. Gaspar empinó el codo más de la cuenta y le dio por encenderse un cigarrito. No se podía fumar y una señora protestó a la tripulación. Le llamaron la atención a Gaspar y la señora le comentó que sufría de asma. Entonces Gaspar le ofreció unas pastillas. Eran de perlas suizas, pero estaban hechas con cannabis, y Gaspar le dijo en broma a la señora que eran pastillas de marihuana. Eso provocó que el personal del avión pusiera sobre aviso a seguridad en el aeropuerto de México. La verdad es que fue horrible. Nos detuvieron y nos llevaron a la enfermería para hacernos un examen y comprobar qué tipos de sustancias habíamos ingerido. A Gaspar le miraron todos los agujeros del cuerpo. Cuando me llegó el turno me metieron en un cuarto donde se encontraban el oficial médico y varios agentes de policía, un escenario dantesco. Como allí hacía mucho calor, me desabroché la camisa, y al ver la camiseta de la Virgen de Guadalupe, para mi sorpresa me dejaron libre. Lo que pasó luego fue que el enlace que teníamos de Ciudad de México a Guadalajara, adonde viajábamos porque allí se celebraba una feria del libro, lo habíamos perdido con todo el follón del aeropuerto. Teníamos las maletas allí, y las llevábamos cargadas de libros. El barco que llevaba todo nuestro material a la feria se había quedado en el golfo de México, en el puerto Houston, parado a causa de un tifón, sin poder zarpar hacia Veracruz. Nos llamó la consignataria diciéndonos que no podríamos tener nuestro material hasta un par de días después. Por eso nos habían concedido un permiso especial para, aparte del equipaje, transportar setenta kilos de material cada uno, básicamente libros y artículos referentes a la marihuana. Cuando pasamos aduanas abrieron las bolsas y vieron todo aquel material, con el consiguiente mosqueo por parte de los aduaneros. “Esto es mota”, nos dijeron. Volví a desabrocharme la camisa a lo Superman para que viesen a la Virgen, y automáticamente nos dijeron: “Pasen”. Todo fue como lo cuento. Pura magia. Cuando volvimos de Guadalajara a Ciudad de México para pasar unos días, lo primero que hice al día siguiente fue ir al santuario de la Virgen de Guadalupe para darle las gracias. No creo en estas cosas, pero en esta señora, sí, porque nos funcionó”.

El Lector
El Lector
Ilustración: Cristian Robles

Profusa y rolliza, Cáñamo es una revista de lectura presumiblemente abrumadora. ¿Hay alguien que se la pueda leer enterita? Haberlo, haylo. He aquí la prueba:

“Gaspar Fraga se leía la revista de pe a pa. Creo que ha sido el único de nosotros que lo ha hecho. El caso es que tenemos a un suscriptor de toda la vida en Jaén al que llamamos El Lector, y puedo asegurar que se lee Cáñamo de cabo a rabo. Cuando cometíamos un fallo de cualquier tipo, nos llamaba o nos escribía para decírnoslo. Una vez repetimos accidentalmente el editorial del número anterior. Naturalmente cuando lo advertimos nos quedamos todos hechos polvo, pero El Lector fue, valga la redundancia, el único lector que se dio cuenta de ello”.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #235

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