“We are smoking Kosovo”, puede sonar escalofriante en boca de un serbio de madrugada. Pero parece que, efectivamente, es así: si estás fumando en Belgrado, lo más seguro es que lo que estés fumando venga de Kosovo. La región disputada durante siglos por serbios y albaneses ha regado los Balcanes de sangre y de drogas. Desde su independencia en 2008 tras dos décadas de violentísimos enfrentamientos, Kosovo, con su raquítico estado, se convirtió en un patio de recreo para la mafia albanesa y las redes internacionales de tráfico de heroína. También en una herida en la conciencia nacional serbia que supura paranoia y revancha. Hay un libro sobre la atribulada relación del nacionalismo serbio con la montañosa provincia kosovar cuyo título resume tantas y tantas cosas en esta región de Europa: From myth to genocide (“Del mito al genocidio”).
Una mano ensangrentada

La mano ensangrentada hace referencia a los 16 muertos en el derrumbe de la estación de autobuses de Novi Sad.
Pero se supone que todo eso aquí no les preocupa demasiado. Es un jueves por la noche en un bar de ambiente underground y alternativo en el segundo piso de un añoso edificio del centro de Belgrado. Las paredes están cubiertas de carteles de películas, conciertos de punk, arte contemporáneo y pegatinas políticas. Se siente el olor a yerba y el latido de la música electrónica desde el portal. Una vez arriba, en torno al billar y a las mesas repartidas por el local, casi todo el mundo luce en su ropa chapas o parches con el logo de una mano ensangrentada. Hace ya cinco meses que los estudiantes serbios ocupan las universidades de todo el país en un pulso sin precedentes al gobierno corrupto y nacionalista de Aleksandar Vučić.
También los chavales que me informan de que nos estamos fumando a Kosovo llevan el símbolo de la mano bien visible, así como unas insignias que dicen “Generalni strajk” (huelga general). Son un grupo diverso de estudiantes de Historia, Arte, Filosofía, Ingeniería y Arquitectura que vienen al bar a comentar los últimos acontecimientos de las protestas, tramar nuevas conspiraciones e intercambiar rumores. Se comenta que la policía está elaborando unas listas negras con los nombres de todos los estudiantes que están participando en los encierros de las facultades. Eso puede complicarles la vida y el futuro laboral no solo a ellos, sino también a sus familias.

En el campus universitario de Novi Sad, la ciudad en la que empezaron las protestas, los estudiantes ocupan las facultades desde noviembre.

Estudiantes del campus universitario de Novi Sad.
El hartazgo viene de lejos, pero el derrumbe de una marquesina en la estación de tren de Novi Sad –recién inaugurada tras unas obras millonarias– hizo detonar la indignación. Esta vez la corrupción había costado vidas. 16 víctimas del sistema clientelar y autoritario que ha colonizado todas las instituciones serbias. De ahí el símbolo de la mano ensangrentada. Para muchos de los jóvenes que llevan desde noviembre ocupando universidades y protestando en las calles se trata de una pelea a vida o muerte: o logran cambiar el país o emigrarán obligados por la represión y el hostigamiento a cargo de la policía y de hooligans a sueldo del partido gobernante.
Teodora Gracanin, estudiante de inglés que fue testigo del colapso de la estación de Novi Sad, expresa así la terrible disyuntiva que afrontan los revoltosos: “Si la situación continúa así tendré que emigrar porque aquí no encontraré trabajo salvo que me una al partido [SNS, Partido Progresista Serbio]. Pero antes prefiero morir o vivir en la calle que afiliarme al partido”.
Funambulistas entre dos mundos

Una manifestación de estudiantes corta la calle en Belgrado.
“Si la situación continúa así tendré que emigrar porque aquí no encontraré trabajo salvo que me una al partido. Pero antes prefiero morir o vivir en la calle que afiliarme al partido”
El movimiento de los estudiantes –asambleario y anónimo, horizontal y disidente– descoloca a todo el mundo en el país. Primero al Gobierno y a sus terminales mediáticas y culturales, pero también a la inoperante y anuente oposición oficial. No son un partido ni quieren serlo. No tienen un programa ni aspiran a elaborarlo. Saben que la inercia institucional está envenenada y procuran mantenerse alejados. Sus reivindicaciones se limitan a pedir transparencia en la investigación del accidente y la inhabilitación de los políticos y policías que participaron en la represión de la protesta. Eso dice la asamblea, aunque la docena larga de estudiantes con los que pude hablar matizan o añaden ideas de su propia cosecha.
Solo en el grupo de amigos con el que comparto la yerba kosovar –me dicen que el hash apenas se estila por allí– conviven ideas y proyectos políticos antagónicos. Todos participan en las protestas, pero con aspiraciones muy distintas: uno admira al filósofo Alexander Duguin y al teólogo Pável Florenski y desconfía del liberalismo laico occidental; otra es una progresista que añora las conquistas sociales de Yugoslavia; un tercero propone un gobierno tecnocrático de expertos que erradique la corrupción; y otro es un sofisticado liberal europeísta que quiere “transparencia, instituciones independientes y libertad individual”.

Dos estudiantes de la facultad de comunicación de Novi Sad.

Sala de plenos de una de las universidades ocupadas en Novi Sad.
En Serbia, las preferencias ideológicas están inevitablemente entrelazadas con la vacilante identidad cultural del país. “Somos el oriente de occidente y el occidente de oriente”, explica, entre trago y calada, uno de los estudiantes. La tensión entre esos polos atraviesa todo el espectro político serbio: Europa o Rusia; laicismo u ortodoxia; cosmopolitismo o nación; libertad o tradición… Se supone que en este pub de Belgrado todos miran más a Bruselas que a Moscú, que les atraen más las discotecas de Berlín que el servicio militar, y que no sienten la autonomía de Kosovo como una imperdonable amputación de la nación ortodoxa serbia. Pero solo se supone. Las cosas en los Balcanes siempre son más complejas.
Hay un trasfondo cultural en el levantamiento estudiantil que se advierte ya en la vestimenta de los jóvenes que pululan por los pasillos de las facultades ocupadas. Muchas de ellas llevan el pelo corto o teñido de colores; y entre ellos se ven patillas y chaquetas Harrington o melenas y chupas de cuero. De algún modo, los integrantes del movimiento son herederos de aquella contracultura que tanta importancia tuvo en los últimos años de la Yugoslavia socialista, antes de que las guerras y la desintegración del estado arrasasen con todo.

Un tractor con la mano ensangrentada, símbolo de las protestas contra el gobierno.
Paradójicamente, visto desde 2025, aquellos punks de Liubliana, Belgrado, Zagreb o Sarajevo compartían con el régimen comunista contra el que se rebelaban más de lo que les hubiera gustado admitir. Al menos si se lo compara con la moda entre tradicionalista y mafiosa que hizo furor en los 90. La cultura dizelaši representa algo parecido a nuestros canis: una estética barriobajera, apología de la vida criminal y el dinero fácil, coches tuneados derrapando por Belgrado y canciones de turbofolk loando las hazañas de las milicias serbias contra musulmanes y croatas. Una mala digestión de subculturas gringas y tradición autóctona que aún está muy presente entre los jóvenes seguidores del partido de Vučić.

Flores frente a la estación de Novi Sad en homenaje a las dieciséis víctimas del derrumbe.
Propuse, sin éxito, terminar la noche subiendo al parque de Kalemegdan donde se levanta la fortaleza que dio origen a la ciudad. Desde allí se divisa la confluencia entre los ríos Sava y Danubio. Europa se partió en dos mirándose de cerca y cara a cara en estas tierras. Aquí estuvo la línea divisoria entre el imperio romano de Occidente y el imperio bizantino; y por aquí caía más o menos la frontera entre los austrohúngaros y los otomanos. Con un poco de suerte, la yerba de Kosovo y los tragos de rakija nos ayudarían a ver las fronteras difuminarse y toda Serbia podría empezar a pisar en tierra firme. Al día siguiente tocaba volver bien temprano a los fríos pasillos de las universidades ocupadas. Este país no puede evitar ser un funambulista entre dos mundos.

Estampas de Belgrado.