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Cannabis y anfetaminas en el frente ucraniano

No hay guerra sin uso de sustancia psicoactivas y la de Ucrania no es una excepción. Por las trincheras corren viejos conocidos de todos los conflictos: metanfetaminas para “subir” y cannabis para “bajar”, pero también drogas sintéticas, algunas de las cuales comienzan a estar también presentes en los mercados europeos. Tanto el ejército ruso como el ucraniano intentan limitar su consumo, pero a veces miran a otro lado si los beneficios en el campo de batalla superan a los inconvenientes.

La guerra relámpago (Blitzkrieg) fue posible por la evolución de la doctrina militar prusiana y el desarrollo industrial en Alemania (según los historiadores), o por la energía acumulada del movimiento obrero (según Karl Korsch), pero sin duda fue vitaminada por el generoso reparto de metanfetaminas entre los pilotos de la Luftwaffe y los soldados de la Wehrmacht, como explicó el historiador Norman Ohler en El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich (Crítica, 2016). Probablemente no haya habido ninguna guerra en la historia sin uso de sustancias psicoactivas: para empujar a los soldados a cargar contra el enemigo, para eliminar el miedo y el cansancio, y para matar el aburrimiento cuando no pasa nada en las trincheras, en los puestos de centinela o esperando el próximo destino en los cuarteles. Mientras algunas, como el alcohol, son legales en todo el mundo y han sido empleadas desde hace siglos, la inmensa mayoría no lo son, pero muchos de los oficiales del ejército prefieren mirar hacia otro lado, convencidos de que los beneficios en el campo de batalla superan los inconvenientes. 

La guerra de Ucrania –que entró en su fase más caliente en febrero del 2022 con la entrada declarada del ejército ruso en territorio ucraniano– no es, por supuesto, ninguna excepción para ninguno de los dos bandos. De acuerdo con el medio independiente ruso Verstka, uno de cada diez soldados rusos fuma marihuana para relajarse. En un vídeo grabado con un teléfono móvil de un militar ruso posteriormente capturado por el ejército ucraniano y difundido en canales de Telegram en agosto del 2023, puede verse a varios soldados bebiendo alcohol y fumando hachís –piña, en el slang ruso– de una lata de cerveza, un método improvisado habitual en ausencia de otros más aptos para su consumo. También hay constancia del uso de estimulantes como la metanfetamina –pólvora, en el slang ruso, y una de las sustancias psicoactivas más comunes en los conflictos del siglo xx y xxi por sus efectos estimulantes–, mefedrona y α-pirrolidinopentiofenona (alpha-PVP), conocidos en el mercado ruso y ucraniano como sales. Un informe del Royal United Service Institute publicado en mayo del 2023 sostenía que los soldados rusos parecen estar con frecuencia “bajo la influencia de anfetaminas u otros narcóticos”. 

Cannabis y anfetaminas en el frente ucraniano

Un miembro de las fuerzas de rescate después de un ataque ruso, el pasado 15 de marzo en Odesa.

Si el escritor francés Louis-Ferdinand Céline, veterano de la primera guerra mundial, habló en sus libros sobre cómo el caviar y el champán llegaban sin demasiados problemas a los oficiales en el frente –librados por paracaidistas si hacía falta–, algo parecido puede decirse de este tipo de sustancias entre los soldados. Algunos de ellos eran consumidores antes de ser reclutados, otros deciden probar al verse en una situación en la que están libres de obligaciones familiares y cobran salarios más elevados que los de la mayoría de empleos en la vida civil. La idea de que pueden morir en un enfrentamiento reduce la percepción de riesgo y les anima a experimentar. 

No solo los soldados las traen consigo y las distribuyen entre sus camaradas, sino que llegan a las trincheras directamente a través de mulas, con un coste adicional por los riesgos que asumen al adentrarse en una zona de conflicto y que se ha calculado entre dos y dos veces y media el precio en el mercado ruso. En no pocas ocasiones se ofertan a través de canales de Telegram y se pagan por medio de aplicaciones de teléfono móvil, lo que complica su rastreo. “Es como en Las Vegas”, explicó uno de los soldados a Verstka.

“A nadie le importa una mierda” 

Cannabis y anfetaminas en el frente ucraniano

Los servicios de rescate ucranianos en acción en la ciudad de Nicolaiev, después de un ataque con misiles rusos en junio de 2023.

“Como el refugio es pequeño, todo el mundo sabe si estás tomando drogas en las trincheras –relata otro soldado–. A nadie le importa una mierda, lo principal es que no molestes a nadie y que no salgas del refugio”. ¿Por qué recurren a este tipo de sustancias? “Por aburrimiento –responde–; en guerra estás constantemente esperando que pase algo, a menudo rezando para que termine todo”, pero “cuando fumaba sales en el refugio no me importaba una mierda nada, el aburrimiento es mucho peor”. El alpha-PVP se fumaba en una lata de cerveza vacía usando la caña de un bolígrafo de plástico. El vodka, por su parte, servía como enjuague para eliminar el mal sabor de boca que el alpha-PVP dejaba. “Con el subidón incluso sabía bien”, explicaba este soldado, que reconocía que su sabor es horrible: “Mientras te dura el efecto incluso la ración de cigarrillos sabe bien, pero sobrio cogería antes los girasoles de un campo de minas y me los fumaría”. 

Para relajarse, algunos soldados han recurrido a la Lyrica –el nombre comercial del analgésico pregabalina–, del que se abastecen los propios militares en las farmacias de los municipios abandonados por los combates. “Cuando estábamos en Luhansk, nos cruzamos con los chechenos que había allí, que vaciaban los estantes de Lyrica de las farmacias”, aseguró un soldado a Verstka. Para aumentar el efecto de esta y otras sustancias, los soldados las combinan con tropicamida –dibujos animados, en el slang ruso–, un fármaco empleado por los oftalmólogos para aumentar la dilatación de la pupila en forma de gotas y que en Rusia se utiliza desde hace años como alucinógeno recreativo de bajo coste de forma intravenosa.

Batallones de castigo para los infractores 

Cannabis y anfetaminas en el frente ucraniano

Casco ensangrentado en Járkov el pasado abril y cajetilla de Lyrica, el análgésico que usan los combatientes combinado con tropicamida.

"En la retaguardia, en las grandes ciudades como Kiev y Odesa ha habido un estallido de un hedonismo convulsivo como reacción a la situación de guerra, y el mercado negro se ha visto inundado con las sustancias psicoactivas para uso recreativo habitual"

Aunque las inspecciones son poco frecuentes, la policía militar de vez en cuando efectúa registros y detenciones. Los castigos son severos y no siempre se llevan a cabo bajo el amparo de la ley: Verstka recoge algunas historias de detenciones ilegales y palizas brutales a camellos por parte de uniformados. La tolerancia a la heroína, que hizo estragos entre los soldados soviéticos en Afganistán, es nula, y el trato hacia los consumidores y los camellos de esta sustancia, el más duro. El Ejército ruso tuvo que poner fin a los excesos etílicos que trascendieron en los dos últimos años en algunas de sus bases en Ucrania y no está interesado en que se produzcan más escándalos. Por eso muchos soldados se esperan para consumirlas en otros lugares más discretos. 

El consumo de sustancias en unidades refractarias a su uso puede ser muy arriesgado para los soldados. Los infractores son transferidos a batallones de castigo y enviados a las misiones más arriesgadas, por lo que un soldado describe este destino como equivalente a una pena de muerte. “Seamos honestos, nadie aquí quiere un escándalo, las drogas en el batallón son una mancha para todos nosotros –asegura otra fuente–. Nadie necesita al fiscal y al comité de investigación aquí, y tampoco habrá juicios: es más fácil meterlos en el sótano dos días y redactar un documento diciendo que serán transferidos a la ‘tormenta’ [como se conoce al batallón de castigo]–. No pueden decir que no”, añade. 

“No escribas como si estuviésemos todos drogados en las trincheras –reclamó a este medio ruso un soldado de una unidad de fuerzas especiales–. Yo ni siquiera he oído hablar de eso, hay un montón de gente bebiendo en el frente, pero quién cojones sabe si van hasta las cejas de anfetaminas en el combate”.

Para dormir bajo el fuego de artillería 

Cannabis y anfetaminas en el frente ucraniano

Gimnasio destruido en Kurájove por un bombardeo en 2022.

El alpha-PVP se fumaba en una lata de cerveza vacía usando la caña de un bolígrafo de plástico. El vodka, por su parte, servía como enjuague para eliminar el mal sabor de boca que el alpha-PVP dejaba. “Con el subidón incluso sabía bien”, explicaba este soldado, que reconocía que su sabor es horrible: “Mientras te dura el efecto incluso la ración de cigarrillos sabe bien, pero sobrio cogería antes los girasoles de un campo de minas y me los fumaría”

La situación no es muy diferente en el bando ucraniano. A comienzos de mayo, la organización no gubernamental Global Initiative Against Transnational Organized Crime (GI-TOC) publicó en su página web un informe sobre el consumo de sustancias psicoactivas en el frente ucraniano. En el documento se explica cómo su uso “está extendido y crece” como “un medio de evasión”, tanto a la dura vida en las trincheras como a los reveses sufridos en el campo de batalla, que han minado la moral de los soldados. Estas sustancias también permiten a los soldados mantenerse en estado de alerta o conciliar el sueño “después de varias noches en vela por el constante bombardeo de la artillería” rusa. Quizá poco sorprendentemente, los soldados ucranianos consumen, además de alcohol, las mismas drogas que sus adversarios: cannabis, metanfetamina y alpha-PVP, esta última conocida con los nombres de flakka, blizzard y luna wave. Alpha-PVP se ha impuesto a la metanfetamina porque su efecto es más intenso y su precio, más bajo. 

Como en el bando ruso, estas sustancias llegan a la línea de frente en los bolsillos de los propios soldados o a través de correos, que las camuflan como envíos de ayuda de familiares u organizaciones patrióticas. Las redes de transporte han crecido y los productores han desplazado algunos de sus laboratorios para estar más cerca del frente. Los soldados y oficiales reciben salarios superiores a la media y, dispuestos como están a invertir una parte de los mismos en distracciones, son un mercado atractivo tanto para los productores locales de cannabis –sin otra finalidad que conseguir algo más de ingresos– como para las organizaciones criminales organizadas, la más importante de las cuales es Khimprom. Telegram, de nuevo, es el medio preferido para ponerse en contacto con los usuarios, y los nombres de los canales de este servicio de mensajería se garabatean en las paredes de calles y tiendas. 

Y también como en el bando ruso, las autoridades ucranianas intentan atajar su uso después de que se registrasen varios casos de psicosis entre los soldados producidos por su consumo. Así, los servicios de inteligencia ucranianos (SBU) han desmantelado en los últimos meses laboratorios ilegales en Kiev, Vinnitsa y Ternopil, capaces de producir hasta decenas de kilogramos de pastillas al mes, que no solo llegan al frente, sino que, en el caos resultante, se abren paso también hasta Europa a través de Eslovaquia y la República checa. Allí se venden por Telegram y la dark web.

El informe de GI-TOC, que también habla de un crecimiento de la presencia de heroína –Ucrania es un importante país de tránsito al resto del continente–, señala claramente a “la corrupción en el sistema legal” vigente en el país como responsable. En la retaguardia, en las grandes ciudades como Kiev y Odessa ha habido un estallido de un hedonismo convulsivo como reacción a la situación de guerra, y el mercado negro se ha visto inundado con las sustancias psicoactivas para uso recreativo habituales en las discotecas de todo el hemisferio norte, cuya potencia, sin embargo, los laboratorios han aumentado de acuerdo con las informaciones aparecidas en diversos medios de comunicación.

Cannabis para tratar a los soldados 

Cannabis y anfetaminas en el frente ucraniano

Capturas del vídeo grabado con un teléfono móvil en 2023 en el que varios soldados rusos beben alcohol y fuman hachís en una pipa casera hecha con una lata de cerveza.

Poco después del comienzo de la ofensiva rusa de febrero del 2022, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, propuso en el Parlamento la legalización del cannabis para uso médico. En febrero del 2024, el presidente firmó la ley no sin polémica, ya que los adversarios políticos de Zelenski, tanto dentro como fuera del país, insinúan desde hace años que el líder ucraniano tiene un problema de adicción a la cocaína y a otras drogas. 

La legalización de la marihuana para uso médico, científico y científico-técnico entrará en vigor este mismo año, seis meses después de la firma. El texto de la Rada (parlamento ucraniano) defiende la medida para el “tratamiento del cáncer y los trastornos por estrés postraumático resultantes de la guerra”. Algunas clínicas ucranianas también han experimentado con el uso en terapias, con dos médicos presentes, de psilocibina y bajas dosis de ketamina y MDMA para tratar casos de depresión y trastornos de ansiedad y estrés postraumático entre los soldados, y, aunque sus impulsores presentan los buenos resultados esperando alentar a las autoridades a que aprueben un plan piloto más ambicioso, se trata todavía de casos muy limitados con resultados poco concluyentes. 

Cannabis y anfetaminas en el frente ucraniano

Iglesia de la Ascensión en Lukashivka (Odesa) tras un ataque en mayo de 2022.

La automedicación y los problemas de salud mental en los soldados y los civiles afectados por el conflicto cuando callen las armas son un problema compartido por Ucrania y Rusia del que ahora no se habla, pero al que los médicos y otros especialistas de la salud de ambos países no son ajenos. De momento, debido al conflicto, Moscú y Kiev se acusan mutuamente de producir drogas que terminan en el otro país para debilitarlo. Con todo, conviene recordar que Khimprom actúa a ambos lados de la frontera –en el caso de Ucrania se rumorea que ha llegado a establecer vínculos estables con algunos políticos– y está también presente en la Unión Europea. 

Business Insider preguntó al mismísimo Ohler, el autor de El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich, sobre el uso de sustancias psicoactivas en la guerra de Ucrania. “Me sorprendería si en la guerra entre Ucrania y Rusia no se estuviesen usando drogas –respondió–, son demasiado buenas para cualquier ejército”.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #319

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