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Dácio

El último trócolo

Dácio Mingrone fue la primera persona que organizó, como tales, sesiones para tomar ayahuasca en España. Dácio no interfería en el pedo de las personas ni molestaba ni adoctrinaba. Cada cual, con sus misterios. Parece poco pero es mucho. Mucho. 

Hola. Yo conocí a Dácio Mingrone en 1993. Fue una de esas felices e inesperadas casualidades que nos depara, a veces, la vida. Un buen día, una amiga del curro, conociendo mi acrisolada afición por la química recreativa, me invitó a un “trabajo” organizado por una gente que había conocido, que estaba metida en terapia gestáltica, y en el que iban a tomar una “droga rara” que traían de Brasil. Me apunté en el acto. 

Dácio Mingrone, brasileño de ascendencia italiana, perteneció al culto del Santo Daime, una de las dos organizaciones, en cierto modo iglesias seglares sincréticas, autorizadas en Brasil para la toma del yagé o ayahuasca como vehículo de comunión ritual. Fue en Colonia 5.000, en Rio Branco, estado de Acre. Allí comenzó Dácio su trabajo de autoconocimiento: “El conocimiento va en dirección de no dejarse sugestionar por la sociedad de consumo, de apaciguar la mente y de concebir la simplicidad y la alegría de la vida”. 

Era invierno, me acuerdo porque llevaba chupa. El lugar de encuentro era un piso enorme en la calle Atocha, cerca de la famosa tienda de miel. Allí, con tres o cuatro docenas de desconocidos y mi amiga, que desde esa noche lo fue para siempre, descubrí que la misteriosa droga brasileña era un bebedizo amarronado de sabor inconcebiblemente espantoso que nos iba dando Dácio en vasitos, según nuestras necesidades. Me hicieron falta tres vasos, pero me cogí un pedo supercalifragilisticoespialidoso. Vomité todo lo vomitable y volví a mi casa andando por las nubes sobre un Madrid bello y raro, en una noche radiante de luz nueva. 

Dácio Mingrone fue la primera persona que organizó, como tales, sesiones para tomar ayahuasca en España. Ya un poco tarifando del Daime, Dácio hizo sus “trabajos” en Babia, comarca de Turre, provincia de Almería, allá por el ya lejano 1988, en unos encuentros organizados por el inefable buscador chileno Claudio Naranjo. Los encuentros de Babia se volverían a celebrar y en ellos siempre estuvo Dácio. Además de su bien ganada fama de don Juan, estando en Babia el apuesto Dácio Mingrone aprovechó para reclutar personal para los “trabajos” independientes que ya pensaba organizar en Madrid. “Es providencial conocer esta planta de poder. Una vez que se han tenido cierto tipo de experiencias con esta planta se abre un horizonte que, por lo menos, señala hacia donde debe dirigirse uno”. 

La de la calle Atocha fue la primera de unas cuantas experiencias que tuve con la ayahuasca de Dácio. Una bebida potente de sabor progresivamente más y más horrendo a cada toma. Me hace gracia que Escohotado llamara a la bebidita “una LSD floja”, pero era una de las bravatas extemporáneas del Maestro, de la que hubo de retractarse. Recuerdo la casita en Robledo de Chavela, las estrellas titilando sobre el río Cofio, el bosque… Dácio rulaba por allí, cantaba con pasión himnos daimistas desprovistos de la caspa religiosa y andaba pendiente de quien lo necesitara. Recuerdo las cancioncitas de Dácio impulsándome a volar más y más alto, recuerdo a su novia convirtiéndose en una jaguara negra... Dácio no interfería en el pedo de las personas ni molestaba ni adoctrinaba. Cada cual, con sus misterios. Parece poco pero es mucho. Mucho. Con Dácio también descubrí el secreto nunca revelado de la ayahuasca: como no bebes no hay resaca. ¡Albricias! 

Dácio Mingrone murió en el fatídico año 2000. Dejó un hueco imposible de llenar, pero, al menos, se ahorró la contemplación del heterogéneo lodazal en que ha devenido el mundillo de la ayahuasca que él contribuyó decisivamente a crear. Perdón, llamémoslo por su nombre actual: el nicho de mercado de la ayahuasca. El ímprobo “trabajo” de Dácio consistió fundamentalmente en actualizar y adaptar la experiencia con la bebida a personas europeas con otra formación, otra experiencia y otras inquietudes. Todo eso ha sido barrido por el aquelarre niueich de misticismo a tiempo parcial, por la ubicua psicoterapización (válgame el palabro) y, muchas veces, por el mero afán de lucro. En ese contexto ayahuasquero es más necesario que nunca reivindicar una figura como la de Dácio Mingrone. “De lo que se trata, la auténtica visión de la ayahuasca, es cuando contemplas la verdadera realidad de todo, cuando consigues ver las mismas cosas pero con otros ojos. No son visiones de colores o de cosas extraordinarias, sino la propia realidad en su totalidad y profundidad. Esta sería la visión”. Gracias, Dácio. Adiós. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #323

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