Ansiedad, rabia, frustración y depresión son algunos de los síntomas que se pueden detectar en este encierro colectivo en el que nos hemos visto envueltos durante esta inesperada cuarentena. Mientras escribo esto habrá pasado más de un mes desde que nos vimos obligados a escondernos en casa. Algunos estaréis hartos de la familia; otros ya habréis discutido con vuestras parejas cien veces; otros habrán logrado aislarse aún más mediante un exilio interior; otros estaréis solos sin posibilidad de ver a nadie más. Es cierto que dentro de lo que puede ser un desastre, estar encerrado en casa no parece tan malo, sin duda. Pero lo malo no es solo el encierro, es el miedo que se cuela por las rendijas del fortín de tu casa. Ese que se instala a vivir en tu mente y no se le puede echar. Un miedo que nos llega por nuestras propias inseguridades ante el futuro, por la incertidumbre del mundo pospandemia, por las mentiras en las redes sociales, por la fragilidad de nuestros lazos con el mundo, así como por el recordatorio de lo cerca que está siempre la muerte. Aquellos que no hayan sufrido ninguna pérdida tal vez sean los más afortunados. Algunos doctores aseguran que muchos de nosotros vamos a sufrir estrés postraumático cuando podamos volver a una vida normal. Sin embargo, la vida ya no va a ser normal, al menos por un tiempo muy largo. ¿Volveremos a abrazarnos sin miedo al contagio?
Si leyendo esto se te han puesto las orejas coloradas, una especie de tenaza te ha apretado el estómago y te han dado ganas de partirle la cabeza a alguien, no te preocupes, eso es el miedo o la angustia haciendo mella en ti. Somos humanos, y el miedo y la ira son dos emociones que se dan la mano. Aquí te traemos una lista con cuatro títulos que te pueden ayudar a descargar esa rabia que llevas dentro. Siempre es mejor dirigir el odio contra objetos de ficción que contra la realidad. La gente no tiene la culpa de tus problemas y menos la que tienes cerca. Haz caso a Sigmund Freud y sublima tus neurosis con el arte. Date una descarga de adrenalina jugando con tus colegas, matando demonios o haciendo frente a una pandemia zombi. ¿Ves? ¿A que ahora estás más tranquilo?
‘Doom Eternal’ (id Software, 2020)
Lock’n’Load
Doom Eternal, la secuela del ¿reinicio? de la saga Doom del 2016, llegó justo en el momento en que la pandemia nos obligó a retirarnos de puertas para dentro. Un movimiento preciso para realizar una finta y esquivar el confinamiento con una huida hacia delante. Doom Eternal quiere ser la esencia perfecta y refinada del juego de disparos en primera persona, la cima de esa montaña de juegos cuya plantilla fue elaborada en el primer Doom de id Software del 1993, diseñado por John Romero y John Carmack. Sí, es cierto que id Software creó primero Wolfenstein 3D, pero Doom fue la clave para todo esto.
La propuesta de Doom Eternal sigue siendo la misma que Doom 1993 y que Doom 2013: matar demonios, salvar al planeta y no mirar atrás. El viaje del héroe aquí, si es que podemos llamar héroe a Doomguy, su singular protagonista, es la máxima expresión del nihilismo aplicado a la destrucción masiva de criaturas malévolas. Que tus acciones como jugador lleven a liberar a la Tierra de una invasión masiva de demonios de otra dimensión no se puede concebir como un acto desinteresado o de compromiso con lo común. A Doomguy parece que le importa bien poco si la Tierra permanece, el punto de mira está sobre la cabeza de las figuras demoniacas que han acabado con la civilización. No es un filántropo; es un asesino de demonios.
Es tranquilizador jugar a Doom Eternal en tiempos oscuros, pues nos pone sobre la mesa dos elementos que ayudan a canalizar la frustración: la pesadumbre y el dolor que la catástrofe de la COVID-19 nos ha dejado encima de la mesa. Por una parte, su indiscutible calidad técnica está al servicio de la ultraviolencia que debes desatar contra los demonios. Cada encuentro de Doom se diseña como un baile de destrucción, un puzle sobre cómo acabar con tus rivales sin parar de moverte ni un solo segundo. La apuesta por la adrenalina y el goce extático de la violencia desmesurada es la mejor arma de Doom Eternal.
Por otra parte, alivia pensar que las cosas podrían ser tan fáciles de resolver como nos propone Doom Eternal: acabar con un problema global a cañonazos. Doom es como ese cuñado en el bar que te arregla la pandemia en una semana si le dejases a él tomar las decisiones de estado. Es el triunfo de la voluntad sobre todas y cada una de las capas de la realidad. Es la mecha que enciende a los patriotas exaltados. Sí, es cierto, pero también es el bálsamo reconfortante que nuestra mente, tan limitada, tan atada al presente, tan sola, necesita para afrontar uno de los futuros más inciertos al que nos hemos visto abocados sin excepción todos los habitantes de la Tierra.
CoD: ‘Warzone’ (Activision, 2020)
Civilización y barbarie
Warzone es el Battle Royal de Call of Duty. Es cierto que con Black Ops IV la franquicia ya presentó su primera incursión en este género de moda. Sin embargo, Warzone es el que les está funcionando a las mil maravillas. Además, este Warzone ha caído justo en el momento en que la cuarentena ha obligado a mil muchachos y muchachas hormonados a permanecer en casa. Estos que ya tienen una edad para asegurar que el Fornite es “para niños” y quieren subirse al carro de “lo adulto”, que en nuestra sociedad civilizada consiste en ponerse un traje de paramilitar y liarse a tiros en nombre de la libertad. Fascismo fascinante.
Call of Duty, la franquicia de juegos sobre conflictos bélicos en su mayor parte inventados, es el paradigma del modelo estadounidense de entender la paz mundial: mandar a tierras ignotas a grupos de fuerzas especiales saltándose la concordia internacional. La imagen rota de un mundo en el que la diplomacia es eso que hacen unos chupatintas que no tienen ni idea de nada y los militares son los verdaderos garantes de la paz, vaya ironía. Si a esto le sumamos un tono oscuro que recuerda a las producciones para televisión de la Fox, el panorama que nos plantea es que la única barrera entre la civilización y la barbarie terrorista es entregar nuestra libertad a los comandos del Capitán Price, paradigma de acabar los conflictos internacionales con un tiro en la cabeza del villano de turno. Todo esto empaquetado como producto de acción blockbuster que firmaría Michael Bay los ha convertido en la franquicia más popular del mundo.
Warzone es un producto asociado a CoD que es gratuito. El Battle Royal no ofrece demasiadas novedades si se compara con otros del mismo género. Su virtud es el tono realista y un mapa excelente hiperdetallado donde van a competir las ciento cincuenta personas que se tiran desde el avión a ver quién sobrevive. Si está triunfando en estos primeros compases de la pandemia, es porque en realidad está bastante bien. Desde mi perspectiva esto no es porque destaque por calidad u otros motivos formales, sino porque, insisto, es divertido. Es divertido juntarse con tres o cuatro amigos, hablar con ellos un rato de tus cosas, tirarte en paracaídas, recorrer el mapa, elaborar estrategias perfectas y, cuando ya crees que está todo controlado para ganar, un grupo de quinceañeros que van ciegos de Monster acaban con toda tu escuadra mediante una emboscada por la espalda.
Tan paradójico como su mensaje de fondo de la “paz es la guerra”, Warzone es la excusa que nos sirve para recordar a través de la barbarie de la guerra que debemos permanecer juntos y conectados. Recordarnos que eso de estar conectados era fundamental para la civilización.
‘Tormentor x Punisher’ (E-Studio, 2017)
Recargar un arma disparando otra
La única manera de hacer justicia a Tormentor x Punisher es hablando a gritos. Lo que significa que todo este texto debería estar escrito en mayúsculas. Como no es posible, imagínense que es así.
Tormentor x Punisher va al grano: una muchacha se entera de que el planeta Fuck You! está lleno de demonios (sí, el planeta se llama Fuck You!). En menos que abres una lata de Burn, se presenta allá cuando los demonios están celebrando que llevan cinco minutos sin conflictos y revienta esta fiesta matando al demonio maestro de ceremonias. Con el cráneo pegado al cañón del arma, como si fuera logo de una discoteca de polígono industrial, la chica se lía a tiros con todo lo que tenga cuernos y rabo.
Este arcade de vista cenital 2D es tan frenético y las partidas tan intensas que antes de que puedas decir “let’s fucking do this” ya has muerto. No existe un fin más allá de eliminar una infinita oleada de demonios y una serie de jefes. Es un bucle infinito en el que no acabas de saber si eres tú la que está encerrada con los demonios o son ellos los que lo están contigo. Cuando entras en este juego, abandona toda esperanza y deja que la adrenalina fluya, porque es lo que te va a mantener con vida.
En su aparente sencillez y limitadas mecánicas hay verdadera belleza de diseño. Su pulso firme, comprometido con la velocidad y la agresividad que se le presupone a esta muchacha mata demonios: solo llevas dos armas, una ametralladora y una escopeta. La ametralladora se recarga disparando la escopeta, lo que anticipa este loop infinito de violencia condenado a tu fracaso. Detrás de esta mecánica de disparo se esconden ideas de lujo: es un juego que premia por matar demonios de manera creativa, lo que a la larga aumenta la capacidad destructiva de tu armamento. Por ejemplo, algunos proyectiles de los demonios se pueden desviar para que electrocuten a otros demonios; si los matas mientras están electrocutados, lograrás que una bala de tu escopeta sea eléctrica.
Tormentor x Punisher es uno de estos casos en los que se demuestra que con poquísimos elementos se puede hacer un juego de diez y, por otra parte, qué difícil es pulir esas ideas para que sea tan redondo como parece. Indispensable en cualquier ludoteca.
‘World War Z’ (Saber Interactive, 2019)
Zombis ‘ad nauseam’
En el 2008, Valve publicó Left 4 Dead, un cooperativo multijugador para cuatro jugadores en el que estos se enfrentaban a un apocalipsis zombi. Este videojuego y su secuela fueron un auténtico bálsamo de frescor en el panorama de los juegos orientados al juego en línea. Llegó en la mejor época del fenómeno zombi de la cultura popular, antes de que se convirtiera en un cajón de sastre del género de desastres.
Dos años antes, Max Brook, hijo de la leyenda de cine de comedia Mel Brooks, publicó Guerra Mundial Z, un libro en el que se contaba la lucha de la humanidad contra una pandemia en la que la gente se trasformó en zombis. Pese a lo mediocre de su pulso narrativo y ser pobre desde un punto de vista narrativo, el libro tuvo mucho éxito y sigue siendo uno de los best sellers del apocalipsis zombi. En el 2013 se estrenó la adaptación del libro a la gran pantalla dirigida por Marc Foster e interpretada por Brad Pitt. Una película que poco o nada tiene que ver con el libro y que tuvo una acogida tibia por parte de la crítica. Reconozco que a mí me entretiene mucho. Lo que la película ofrecía como novedad dentro del universo zombi fueron las hordas de no muertos corredores, capaces de organizarse en grupo para alcanzar objetivos insalvables; por ejemplo, podían saltar un muro gigantesco apilándose unos encima de otros.
World War Z, el videojuego, no se sabe si se adapta a la película o al libro, pero no se corta en pillar todas y cada una de las mecánicas que funcionaban bien en Left 4 Dead. Incluso copia descaradamente las categorías de zombis especiales: uno que te infecta, otro que pega voces y atrae a las hordas, el que tira gases, el que corre más y te caza, etc. No hay un ápice de originalidad en cómo plantea sus niveles si se compara con el referente, excepto que World War Z es un shooter en tercera persona y Left 4 Dead lo era en primera persona. Ni siquiera se puede decir que sea una actualización de Left 4 Dead, porque este sigue haciendo las cosas mejor que su clon. World War Z incorpora elementos como niveles de experiencia en los personajes, personalización de las armas basada también en niveles y poco más que no sean tópicos de los videojuegos de corte actual, es decir, sensación de progreso para aparentar que este tiene más duración de la que tiene.
Lo más destacable de World War Z es cómo han reproducido las hordas de zombis. Hay momentos en los que uno ve como un tsunami de zombis se lanza sobre una posición que tienes que defender. En realidad son muchos menos de los que parece, pero el juego te engaña lo suficiente como para que creas que el cielo se está cayendo sobre tu cabeza.
Dicho esto, World War Z es divertido. No es un buen juego, pero es divertido, lo cual es decir bastante. Sobre todo lo es en un tiempo de encierro como este. Conectarte con amigos y cooperar con un objetivo común suele reforzar más la empatía en tiempos donde la vamos a necesitar y mucho cuando nos toque reconstruir lo que la pandemia haya dejado. ¿Quién nos iba a decir que el apocalipsis iba a ser tan silencioso?