No todos los simuladores son juegos. Hay simuladores de combate que sirven, por ejemplo, para aprender cómo actuar en una situación real de combate, cuya intención se aleja de las razones del juego. El objetivo de un simulador es que se aprenda una determinada habilidad en remoto sin los peligros que tendría hacerlo en la vida real si la persona que está ahí metida careciera de experiencia. Además, en un buen simulador se pueden modificar las condiciones para que el usuario que está aprendiendo se encuentre con situaciones complejas que requieran de toda su pericia para lograr superarlas.
Un momento, ¿pero no es esto lo mismo que jugar? Sí y no. Sí, en tanto que la mayor parte de los juegos simulan y nos preparan para ciertos aspectos de la realidad, aunque no mucho más de lo que una película podría producir; no, en tanto que los simuladores tratan de poner el realismo por encima de la diversión. Se trata de aprender una habilidad concreta y, para eso, el simulador debe ser lo más realista posible. La diversión es algo completamente secundario.
Dicho esto, algunos simuladores “duros”, como Microsoft Flight Simulator, bordean la frontera entre el simulador puro y el videojuego. Esto no es culpa del simulador, sino de los fans de ese tipo de experiencias, que han convertido algo que, en principio, es funcional, en un elemento de diversión. De repente, simular los aspectos más rutinarios de la vida, o las habilidades más técnicas y especializadas, puede ser una fuente de entretenimiento, o más, es una forma de vida. Regresar del trabajo y ponerse a trabajar en SnowRunner, pilotar en Flight Simulator o desmontar naves en Shipbreakers. El goce de simular una vida que no se tiene. ¿O es que la vida dejó de ser real hace mucho, mucho tiempo, y lo que nos queda es solo el simulacro?
Sea cual sea la respuesta que uno encuentre en tan complicada relación entre el juego, el goce y el desierto de lo real, estos simuladores han traspasado la barrera de lo puramente profesional para ser productos de culto entre algunos jugadores.
‘Microsoft Flight Simulator’ (Microsoft, 2020)
En el camino, yo me entretengo
Poca gente sabe que uno puede sacarse la licencia de piloto con el Flight Simulator. Sí, es cierto que antes de que te den el carnet de avioneta tendrás que subir a una del mundo real, pero también es cierto que gracias a este simulador de vuelo se puede aprender todo lo que uno pudiera aprender sobre pilotar con una eficiencia notable. Desde 1982, el Flight Simulator es el referente sobre simuladores de vuelo realistas. ¿Quieres hacer un viaje Sídney-Madrid a tiempo real? Puedes. ¿Quieres hacer una acrobacia entre las torres Petronas? Adelante. ¿Un vuelo rasante por debajo del Golden Gate?, ¿una panorámica del Amazonas al anochecer? Sí y sí. ¡Ah! Y, por supuesto, el mayor goce de todos: pilotar hasta tu casa para observar cómo se ve desde el cielo. Algo que parece menor, pero que es lo que casi todo el mundo hace la primera vez que se pone a los mandos de una ligera avioneta Cessna.
Flight Simulator se ha mantenido fiel a sus principios como un simulador de vuelo que aspira al realismo, pero que permite modificar la experiencia del usuario con diferentes capas de dificultad. Nunca ha tratado de ser un arcade. Aunque el juego proponga algunas actividades para animar al aspirante a piloto a que ponga sus habilidades a prueba, el manejo del avión nunca va a responder como en un juego de cazas en el que debes derribar a cientos de aviones enemigos. Aquí no se trata de hacerte sentir poderoso con falsas promesas militarista. Para nada. Entre otras cosas, para qué se quiere poder si puedes volar donde quieras. ¿Puede haber sensación más gloriosa que navegar los cielos? Entonces, ¿para qué destruir?
Incluso aunque el jugador ponga en automático la mayor parte de los valores del avión que quiera pilotar, sigue siendo un juego en el que debes aprender la relación que existe entre la máquina que conduces y las leyes de la física. El goce está en sentir que pilotas, lo cual ya es una tarea notable sin necesidad de elementos extras. En algunas versiones, Flight Simulator te permitía poner el avión en vuelo sin necesidad de despegar, debido a que esta suele ser una de las partes más complicadas cuando no se tiene ni idea de altímetros, barómetros, flaps o cómo subir las malditas ruedas. Flight Simulator no necesita enemigos ni objetivos si uno se compromete con la experiencia de querer ser un piloto. Es un sandbox de vuelo en el que puedes volar sobre el Pan de Azúcar, llevar un avión de pasajeros hasta Okinawa o aterrizar de emergencia en el JFK de Nueva York.
El nivel de realismo de la versión 2020 es espectacular. No pocas listas lo colocaron entre lo mejor del año, de manera bastante acertada, pese a ser el mismo simulador de siempre pero con un punto mayor de excelencia gráfica. Pero, pensémoslo bien: ¿qué mejor momento para disfrutar del Flight Simulator que cuando todos nos vimos obligados a encerrarnos y la gran parte de los vuelos quedaron cancelados? Cuando volar fue imposible, con Flight Simulator podríamos dejarnos caer en Islandia, saludar al Big Ben en Londres, visitar Sevilla o pasar el fin de semana en la Polinesia. Simulando la vida y, a la vez, escapando de ella. La mayor parte de los juegos son contingentes, pero tú, Flight Simulator, eres necesario.
‘SnowRunner’ (Saber Interactive, 2020)
Con mi edad, meterse en estos charcos
Si para ser feliz quieres un camión, este es tu juego. Pero, ¡cuidado!, no es el Truck Simulator, en el que se simulan los trayectos reales de un trasportista en Europa o Estados Unidos: esos grandes viajes por carretera para llevar los bienes y servicios de nuestro mundo capitalista; ese imaginario del camionero con el brazo-de-la-ventanilla quemado por el sol; ese donde los cuñados siempre dicen “ahí se come muy bien porque es donde paran los camioneros”. No, SnowRunner (y MudRunner, su primera parte) no es ese tipo de camionero. Aquí hablamos de ser camionero extremo, el que tiene que llevar pilas de madera desde una cantera hasta el aserradero por caminos embarrados, nieve de tres metros de altura y otras condiciones medioambientales imposibles de soportar para una mente sana. Un simulador de ir muy despacito para que no se te gripe el motor, te revienten las ruedas o pierdas toda la mercancía.
Para el profesional de SnowRunner lo interesante, entre otras cosas, es poder cumplir con los objetivos del escenario en el menor tiempo posible. Esto es, forzar la máquina y la capacidad de superar las mejores rutas a la mayor velocidad posible. Es decir, jugar a ser el mejor, como no puede ser de otro modo cuando no es tu sueldo el que está en la picota. Sin embargo, yo prefiero jugar a SnowRunner como si lo que transportase fuese nitroglicerina y esto fuera la película El salario del miedo, de Clouzot (aunque prefiero Sorcerer, el remake de William Friedkin), pues la idea de que, en cualquier momento, cualquier error va a mandar al carajo mi transporte es mucho más excitante que llevar troncos mientras trato de que el cambión no se quede atorado en un charco. Se deduce que no me gusta mucho SnowRunner. Y, en efecto, me produce el mismo sentimiento que estar viendo la Vuelta Ciclista: sopor. Sin embargo, entiendo perfectamente el punto de estos simuladores, pues, si eres capaz de aguantar el tedio de lo que se te propone, lo que hay está muy bien y supone un desafío interesante para cualquiera que tenga la (extraña) necesidad de meterse en la piel de las personas que se encargan de estas actividades. Si quieres llenarte de barro y nieve hasta las orejas, pero sin la incomodidad de tener que cambiarte luego de ropa, este juego es exquisito. Si sientes una filia pseudoerótica por la ingeniería orientada al transporte de mercancías, también lo es. Y también sirve para iniciar tu camino a una merecida siesta.
‘Hardspace: Shipbreaker’ (Blackbird Interactive, 2020)
Toda mi alma es para la empresa
Shipbreaker no es un simulador de la misma categoría que el resto de los que aquí se han dejado caer, porque trata sobre algo que actualmente no podemos hacer, esto es, desmontar naves espaciales. Se parece bastante al trabajo que hace la gente que desmonta grandes estructuras, como los transatlánticos que hayan pasado a mejor vida, pero el contexto de gravedad cero y el trasfondo de sci-fi lo alejan, necesariamente, de un simulador propiamente dicho. No te van a dar el carné de chatarrero espacial a pesar del nivel de “realismo” que propone Shipbreakers, eso seguro.
Shipbreakers sigue en acceso anticipado desde el 2020. Si resumimos la propuesta al mínimo, trata sobre un empleado de una corporación que debe trabajar desmontando naves para una autoridad portuaria espacial. Lo peor de todo es que el dinero que uno gana con el sudor de su frente va en su totalidad para pagar una deuda casi infinita con la corporación. Si dejamos de lado el comentario social que nos lanza Shipbreakers, el hecho de que no tengas que jugar para ganar dinero enfatiza el lado interesante de la propuesta: desmontar naves espaciales en gravedad cero. Puede parecer poca cosa, pero Shipbreakers establece, con su música minimalista y los bamboleos propios de la ingravidez, una propuesta zen de lo más interesante. Cortar las juntas evitando tocar los módulos que explotan; arrancar la cubierta; sacar el reactor nuclear sin que reviente; lanzar a la trituradora las partes menos valiosas… Y así hasta que no quede nada que desmontar. En serio, puede parecer que uno está trabajando después del trabajo (y, es cierto, de eso va este texto), pero es un trabajo tan poco significativo y banal que resulta relajante: el impulso de la mochila propulsora, agarrarte a la superficie de la nave con los guantes magnéticos, el cortador de metal abriendo una brecha en las compuertas de la nave. Muy satisfactorio. Esto por no mencionar todos los pequeños cuidados que tienes que tener para que la nave no explote y eche a perder la jornada (“¿Abrí las compuertas para que el oxígeno restante saliera de la nave de tal modo que no me vaya a explotar cuando saque el soplete?”).
Cuando esté fuera de acceso anticipado, Shipbreakers tendrá un modo historia en el que podremos progresar, se nos darán objetivos y todo lo que uno puede esperar de un juego de este estilo (incluso, ¿alienígenas?). Sin embargo, el modo pelao tiene suficiente atractivo como para no necesitar una historia detrás. Si acaso, lo que hace falta son más naves diferentes para desmontar, pues cada una de ellas es un pequeño puzle en el que se tienen que ponderar la eficacia y la eficiencia a la hora de deshacer el pecio abandonado. Una obra de ingeniería, os digo.
‘Farming Simulator’ (GIANTS Software, 2019)
De sol a sol
Hay muchos simuladores de gestión en el que controlas fábricas, países, hospitales o, incluso, granjas. Sin embargo, Farming Simulator no trata de gestionar una granja, sino de plantar y recoger la cosecha. Esto va de tractores, cosechadores, arados, camionetas y tardes al sol. La vida rural para el que conoce el pueblo por los programas de televisión. Aunque para el neófito pueda parecer absurdo que exista un simulador de tractores, la realidad es que Farming Simulator tiene un éxito considerable a la altura de Truck Simulator, el simulador de ser transportista. De hecho, si eres muy, muy aficionado al Farming Simulator, puedes adquirir un interfaz con el tamaño de un tractor real de John Deere. ¿Absurdo? Sí, sin duda. Pero esa es la gracia de la vida simulada: ser algo que uno no es y que, si le hubiera tocado que esa labor fuera el sustento de tu vida, tal vez no lo elegiría luego como hobby.
Bueno, hay algo incorrecto en lo dicho en el otro párrafo. Farm Simulator sí que tiene parte de simulador de gestión de recursos. Hay un “modo carrera” en el que el jugador se convierte en el gestor de una granja. Puede comprar terreno, el material para cultivar la tierra, decidir qué tipo de semillas quiere plantar (todas dentro del marco de la legalidad, por desgracia) y, posteriormente, venderlas en el mercado para luego poder mejorar el negocio familiar. Hasta se pueden pedir préstamos a la Caja Rural; bueno, al equivalente ficcional de la banca de los agricultores.
La saga Farm Simulator es el compromiso con el sector primario en un mundo en el que lo rural tiene poco espacio en nuestro imaginario. El campo ha quedado como ese lugar donde el urbanita va a encontrase consigo mismo o a escapar del ruido de la ciudad. Muchas veces se olvida, de forma explícita o implícita, que el campo no es un servicio para el goce del de la ciudad, sino un lugar donde vive gente que debe ganarse la vida. Con Farm Simulator no vas a entender ni por asomo lo dura que es la vida de trabajar el campo, pero, al menos, igual puedes refrescar el imaginario que tenías sobre lo que es estar de sol a sol trabajando la tierra. Simular la vida o mejor que la vida, como prefieras.