La nueva generación de consolas está con nosotros desde noviembre, a pesar de todos los problemas de distribución y venta de consolas. A finales de diciembre era aún bastante complicado, por no decir imposible, hacerse con una consola tanto de las de Microsoft –la Xbox Serie X y la Serie S–, como la de Sony –la PlayStation 5–. Habría que decir “series X”, pero vamos a castellanizar el término. En los últimos meses del 2020 se juntó el hambre del encierro pandémico, que aumentó considerablemente las horas dedicadas al videojuego por persona, con el lanzamiento de la nueva generación de consolas. Este inicio de generación fue atropellado y desigual. Causado esto, primero, por una distribución torpe, pues solo se podía comprar la consola en línea, dado que se prohibió la distribución física en tienda para evitar aglomeraciones; y segundo, las consolas fueron llegando en oleadas pequeñas y se agotaban rápidamente, no solo porque hubiera muchos compradores, sino también por demasiados bots que adquirían todas las consolas que el sistema les permitía para luego revenderlas en el mercado secundario.
De entre estas tres opciones, la Serie S fue la más “fácil” de conseguir, dado que las preferencias generales tendieron a adquirir la Serie X, la mayor de la familia. La diferencia entre Serie X y Serie S es notable. Pese a que ambas tienen una CPU similar (3.8GHz contra 3.6Ghz), la potencia de la GPU marca una distancia considerable (12.15 teraflops contra 4 teraflops). Esto significa que, aunque la Serie S ahora mismo es una consola potentísima que puede hacer funcionar casi cualquier juego del mercado mejor de lo que funcionó en la anterior generación, está condenada a tener un recorrido más corto que la Serie X. Esto pasará en el momento en el que los videojuegos pidan más potencia dentro de un par de años. La Serie S también cuenta con algo menos de RAM y de peor categoría, y además solo puede procesar los juegos a resolución de 1080p, mientras que la Serie X está en el rango del 4K. En otras palabras, la Serie S es una opción barata que Microsoft preparó en el último momento viendo que el precio de la PlayStation 5 (sobre todo su versión digital) iba a ser considerablemente inferior al de la Serie X.
Dicho esto, la Serie S es una opción de compra excelente. Es ligera, compacta y ofrece un rendimiento increíble. Más allá de las comparaciones con la Serie X, en las que sale perdiendo siempre, hay que prestar atención a “¿para qué querría comprar esta consola?”. Respuesta: la suscripción al servicio game pass de Microsoft.
Se compara el game pass con Netflix, no sin razones. Se trata en ambos casos de un servicio que se paga mensualmente con unas cuotas fijas y que abren un abanico de productos sin coste adicional. Netflix sirve productos audiovisuales y el game pass, videojuegos. En ambos casos el cliente es propietario de la cuenta pero no de los productos, de modo que, si deja de pagar, pierde el acceso. ¿Por qué pagar por una suscripción en lugar de por los juegos? En realidad es una pregunta que cada uno debe responder, pero se supone que habría que decir que suscribirse es, en teoría, más barato. El game pass da acceso a un catálogo de unos cuatrocientos videojuegos, donde los que más lucen son las novedades exclusivas de Microsoft, como los juegos Gears of Wars y Ori and The Will of Wisps, entre otros. En lugar de pagar unos setenta euros por un juego recién salido del horno, se pagan los (más o menos) catorce euros que cuesta el game pass ultimate y tienes acceso a la novedad más los otros cuatrocientos videojuegos. Este game pass vale tanto para consolas y PC, como para un servicio en la nube que ahora está en fase beta. Comprarse la consola Xbox Serie S es tener que pasar por el game pass: es la mejor manera de aprovecharla si no has sido usuario de Microsoft y tu biblioteca está pelada, como es mi caso. Sin embargo, podrá uno darse cuenta, es un servicio anual caro, por lo que a lo mejor no conviene mantenerlo siempre, sino solo cuando aterrice en el catálogo una novedad y eso haga que merezca la pena mantener la suscripción, y son bastantes por mes. El rendimiento que se le pueda dar a este servicio dependerá de cuánto se gaste en videojuegos al año. Sucede lo mismo que con una plataforma de vídeo bajo demanda: uno deberá ponderar si merece la pena o no. Un mal cálculo hará que se pague por algo que no se va a usar, como sucede con el carnet del gimnasio.
¿Lo mejor? Poder ir picando juegos que en otras circunstancias uno no compraría. ¿Lo peor? Además de no ser propietario de los juegos, la Xbox Serie S tiene un almacenamiento de unos 400 GB, que son, a todas luces, insuficientes para tener una biblioteca amplia descargada. Si te aficionas a esta consola, te tocará comprar un disco duro de expansión, que a día de hoy son carísimos, o ir borrando los que no uses. Micromanejo de tus aficiones lúdicas.
Aproveché las Navidades para rebuscar en el catálogo de game pass y os dejo algunos de los juegos que me fui encontrando y que merece la pena destacar.
‘Ori and the Will of the Wisps’ (Moon Studios 2020)
Más bonito que la vida
Ori and the Blind Forest, la primera parte de esa saga, fue un juego excelente. Pilló la sensibilidad estética de la animación japonesa que se asocia con el Studio Ghibli (El viaje de Chihiro) y la metió en un videojuego de plataformas de estilo metroidvania. Emotiva y brillante, la fórmula es repetida con absoluta precisión y grandeza en la segunda parte: Ori and the Will of the Wisps. Un metroidvania, por cierto, es un subgénero que surgió de los juegos de plataforma Metroid y Castlevania (de ahí su nombre), que invita a un recorrido del mapa no lineal y que se caracteriza por ir adquiriendo habilidades nuevas que nos permitirán explorar zonas que en un principio están cerradas. La diferencia entre una plataforma tradicional como Mario y Ori está en que el segundo invita a explorar el entorno de una manera que no te permite el famoso fontanero.
El videojuego sigue a Ori en la búsqueda de Ku, un buhito mágico que acabó perdiéndose en un bosque donde habitan las criaturas del mal. Árboles, naturaleza, fuerzas primordiales y espíritus del bosque en un enfrentamiento entre la luz y la oscuridad: nada que no se haya visto antes, pero con una sensibilidad interesante que sabe tocar ciertas fibras, tanto a los jóvenes como a los adultos. Es un juego que no exige mucho, por lo que está al alcance de toda persona que quiera acercarse, pero tampoco te regala los logros, por lo que genera esa sensación de éxito cada vez que vamos descubriendo nuevas partes del mapa o adquirimos ese nuevo poder que nos va a permitir llegar hasta el saliente que antes no podíamos alcanzar.
Para el jugador más veterano, Ori es refugiarse en la nostalgia. No tanto por su propuesta formal, que es nueva generación, sino por ese tono ñoño que impregna su sensibilidad (un tanto) forzada. Ahora bien, pese a la imprudencia sensiblera de algunos de sus elementos visuales, compro todo lo que me quiere vender: Ori and the Will of The Wisps es más bonito que la vida misma. ¡Ojalá poder esconderse allí junto a esas criaturas fantásticas!
‘Dead Cells’ (Motion Twin, 2017)
Mejor esto que morirse
Lo que el game pass me ha permitido con Dead Cells es que me reconcilie con un juego que hace un par de años llegué a odiar. El proyecto de Motion Twin pasó por un largo proceso de acceso anticipado con el que ganó una base sólida de jugadores que les dio un feedback respetable. Cuando un acceso anticipado se hace bien, el juego tiene unos mimbres sólidos y la comunidad ofrece soluciones a los desarrolladores, salen cosas tan buenas como Hades, Slay the Spire, Deep Rock Galactic (véase luego) o Dead Cells. El videojuego de Motion Twin es un rogue-like sobre una especie de criatura que parece una plaga y que se resiste a morir. En cada intento trataremos de ir pasando niveles que son ligeramente diferentes y que nos permitirán ir recogiendo células, el equivalente a las almas en Dark Souls, con las que mejoraremos las posibilidades de poder vencer en el próximo intento. Y habrá muchos intentos, porque Dead Cells es un juego difícil, mucho, como le corresponde a los de su género.
Se siente bien, es brillante en ejecución y tiene un humor afilado que lo convierten en una delicia. Ahora bien, yo acabé odiándolo. Tal vez porque venía de una época en la que jugué a demasiados juegos del estilo metroidvania o porque justo recién terminé la obra maestra que es Hollow Knight. Sea como fuere, acabé bastante agotado de Dead Cells. El juego estaba recibiendo grandes alabanzas de la crítica y a mí me dejó entre gélido y enfadado, según la partida.
El game pass, como dije, me ha dejado reconciliarme con Dead Cells. Me sigue enfadando y continúo pensando que no es tan bueno como muchas personas aseguran. Sin embargo, sí que tengo que acabar por reconocer que es divertido a rabiar y ejerce ese efecto de enganche por tratar de superarte un poquito más en cada intento. Esta relación entre ambos no va a acabar en matrimonio, pero seguro que nos haremos llamadas calientes de vez en cuando. Un placer peligroso, sin duda.
‘Wilmot’s Warehouse’ (Richard Hogg y Hollow Ponds, 2019)
Mi hermoso almacén
Uno de los juegos de puzles más original en tiempo. Wilmot’s Warehouse trata sobre ordenar un almacén y servir los productos a los clientes que llegan. Pese a sonar a horror absoluto, es una joya de esta nueva oleada de juegos de puzles rompedores. ¡Ay, qué género más increíble el de los puzles! Cuántos aportes increíbles e innovadores está dando al videojuego como The Witness y Baba is You.
Si sufres algún tipo de desorden obsesivo compulsivo relacionado con tener la necesidad de que todo esté perfectamente colocado, es mejor que te alejes de este juego o, a lo mejor, justo lo contrario. Lo importante en Wilmot’s Warehouse es ordenar los productos de manera eficaz para que cuando se te pidan puedas servirlos a la mayor brevedad. Así, las cajas se van apilando como figuras de Tetris en las que tú eliges cómo los vas a ordenar: ¿por colores?, ¿por utilidad?, ¿por lo que sugieren?, ¿por temas? Nadie te obliga a decidir cómo vas a dirigir tu almacén; tu obsesión por el orden es el límite.
De acuerdo, más que un juego parece un trabajo. Nada que objetar. Sin embargo, Wilmot’s Warehouse es una experiencia hasta cierto modo relajante. Esas fases en las que no hay tiempo y uno puede ordenar el almacén hasta que quede a su gusto, ¡Oh, madre! Zen en estado puro. Marie Kondo estaría orgullosa de ti. ¡Qué paz! ¡Qué equilibrio!
‘Haven’ (The Game Bakers, 2020)
Problemas de pareja
Haven es uno de esos juegos independientes que tratan de situarse entre géneros. Tal vez sea lo más destacable de un producto que tiene una apariencia increíble y un fondo discutible. Entre la novela visual y el juego de rol, Haven cuenta la historia de una pareja que acaba viviendo en un planeta tras tener que abandonar el suyo porque les persiguen. El motivo de por qué son unos proscritos queda, de momento, en el aire.
El fuerte de la historia es la relación de pareja entre los dos protagonistas. Trata de reproducir lo más cotidiano de una pareja que, en realidad, no tiene ni problemas ni dramas. Por una parte, se echa de menos que haya algún problema en el Paraíso entre ambos, pues todo se sucede solo con pequeñas fricciones que tampoco aportan demasiado. Por otra parte, dice mucho de nosotros como consumidores de ficción que estemos esperando que se produzca un conflicto entre ellos cuando ni siquiera es necesario. Sea como sea, el resultado es un tanto aburrido aunque sólido en cuanto a cómo está escrito.
Lo peor del juego es lo vacío que está el mundo y las tareas propias de videojuego que te obligan a hacer solo para que la trama avance. Haven es irregular pero merece mucho la pena jugarlo un rato solo para ver qué se está haciendo de interés dentro del panorama de lo independiente.
‘Deep Rock Galactic’ (Ghost Ships Games, 2018)
Mineros galácticos
Cruce entre Minecraft y juego cooperativo en primera persona tipo Left for Dead, Deep Rock Galactic es una divertida apuesta por aventuras rápidas y trepidantes. Mineros enanos espaciales que se dedican a expoliar un planeta repleto de insectoides: ¿qué puede ser mejor que esto?
Aunque su fecha de salida data del 2018, ha sido en el 2020 cuando se dio luz verde a la versión definitiva. Pese a que el juego es algo repetitivo debido a su bucle de juego (bajar al planeta, cumplir la misión, mejorar el equipo y vuelta a empezar), su sencillez de manejo pero complejo sistema de juego genera situaciones tensas e inquietantes en cada partida. Ayuda a refrescar la sensación de repetición que las cuevas que se exploran son aleatorias, por lo que cada aventura se siente nueva incluso aunque los elementos de base se repitan. La natural oscuridad de las cuevas ayuda a crear una atmosfera de tensa espera. Tal vez lo mejor de Deep Rock Galactic sea que, pese a su tono lúdico, se trate en realidad de un juego de horror.
Engancha a pequeños tragos y, a ser posible, junto a amigos que compartan afición por la espeleología neocapitalista y la falta de respeto por los recursos naturales de otras especies. Deep Rock Galactic es de esos juegos que comenté al principio del texto: opciones para picar que el game pass permite descubrir y a las que, en otras circunstancias, tal vez no nos hubiéramos acercado ni con un palo.