Veinte bocanadas de humo azul –ni una más, ni una menos– y, de pronto, ¡alejop!, ya estás dondecuando te habías propuesto y ya estás en otras coordenadas de la dimensión espacio-tiempo y ya estás aquí o allá, pero hace veinte años.
El proverbio chino dice: “El mejor momento para plantar un árbol era hace veinte años, el segundo mejor momento es ahora”. El mejor momento para lanzar una revista de cultura cannábica en papel era hace veinte años, y el segundo mejor momento… un momento, un momento: ¡esa revista ya existe! La tienes entre las manos, y a lo mejor resulta que hace veinte años también la tenías entre las manos. Abres la revista y te encuentras a ti mismo leyendo una revista en la que sales tú mismo leyendo esa misma revista. ¡Metarrollo! Si te desplazas veinte años atrás –ni uno más, ni uno menos– pueden pasar muchas cosas. Si resulta que ahora tienes setenta años, resultará que ahora-entonces tendrías cincuenta. Ajá: cuando tenías cincuenta te parecía que ya tenías demasiados años, y andabas por ahí diciéndole a todos que uno nunca se baña dos veces en el mismo jacuzzi y que la vida es un asunto serio y que ahora, o sea entonces, era demasiado tarde para enterarse porque la broma se había acabado: todo esto decías cuando tenías cincuenta años, ¿qué tienes que decir ahora? Si resulta que ahora tienes cuarenta, resultará que ahora-entonces tendrías veinte. ¡Veinte años! La inmortalidad, la embriaguez, una garza que cruza el cielo y un chimpancé que se acaricia las partes erógenas y grita: “¡Metafísica o muerte!”. El mejor momento para tener veinte años era hace veinte años: fin del proverbio. Si resulta que ahora tienes veinticinco años, ahora-entonces tendrías cinco años: ¿cómo eran las cosas entonces? No estás del todo seguro, pero tienes a mano un puñado de recuerdos inventados e inducidos: los abrazos a mamá, los dedos en el enchufe y ese incidente con una estrella de la televisión que te removió el flequillo. “Feo, feo”, te dicen que dijiste. Recuerda esto, te han dicho siempre, y tú recuerdas lo que haga falta porque dispones de las herramientas para crear recuerdos, sabes cómo es un niño de cinco años y lo único que tienes que hacer es pensar: “Yo era así”. Pero a lo mejor resulta que ahora tienes veinte años y hace veinte años lo que hacías era precisamente nacer, salir al mundo: “¡Buahhhh!”. Nacer es fácil, solo tienes que embadurnarte de unto y de sangre y aullar como un gorrinillo. ¡Ese eres tú! ¿Y qué pasa si tienes dieciocho años?, ¿qué pasa si no habías nacido hace veinte años? Eso sí que es interesante, tienes que desplazarte hacia la nada, hacia la inexistencia y el vacío perfecto. Dios mío: aquellos sí que eran buenos tiempos. ¿No te acuerdas?, ¡cómo olvidar ese punto diminuto que contenía el universo!, ¡esa décima de segundo que no se acaba y que aún no ha empezado! ¡Tu mejor época! El mejor momento para no existir también fue hace veinte años (el segundo es ahora).