Y entonces empieza a nevar. Entonces la nieve. Uuuuuh. La nieve es una experiencia profunda y lenta, con visos de totalidad. Cuando nieva, lo único que pasa es que nieva, y todo lo demás cesa. Hablamos de cuando nieva y tú estás ahí para contarlo. Si tú no estás, ¿cómo puedes estar seguro de que nieva? De modo que la nieve eres tú. Tu puedes ser la nieve.
Tú puedes nevar. Hay una manera muy sencilla de nevar, consiste en salir a la calle cuando nieva y dejarse nevar encima. ¡Nievo! ¡Nievo! Nievo nieve. Si lo haces –ya sabes: si crees en lo que haces y todo eso– con los brazos en cruz y con un cañón de marihuana entre los labios, formando aureolas de humo azul que abarcan los copos yacientes, formarás una bella figura, trágica y ridícula, algo así como un muñeco de nieve a punto de ser fusilado, y la nieve caerá lentamente sobre ti sin hacerte ningún daño, igual que caen –¿te acuerdas del otoño?– las hojas de los árboles.
La nieve, y más concretamente el copo de nieve, es la metáfora perfecta de la vida de cada uno de nosotros. Los copos de nieve caen lentamente pero, si lo pensamos con detenimiento, ¿cuánto dura esa lentitud? La nieve es un hecho fugaz, o al menos el copo de nieve lo es, lo era, lo ha sido. La vida de la gente también es un hecho lento –¡a veces se hace tan larga!– y fugaz a la vez: de repente, la vida ha pasado. Esa es la razón por la cual cuando nieva, cuando vemos nevar, nos ponemos trascendentales y nevamos con la nieve. ¿Y qué pasa cuando no nieva?, ¿qué pasa en esos sitios en los que nunca nieva? SIGUE LEYENDO. Así que cuando nieva, donde nieva, la nieve cae sobre ti o más bien permanece suspendida con tendencia a caer, cae y no cae porque es grave e ingrávida a la vez, un asunto serio y ligero al mismo tiempo y te provoca un frío digamos ardiente. Se derrama sobre ti la unión de contrarios, el sincretismo perfecto y redondo de lo que es no es. Un momento, un momento. Tenemos que hablar de la nieve, y de las nueve nuevas nubes de nieve y de las naves de nieve que no nievan y no van a ninguna parte porque el acto de nevar, que en realidad no es un acto sino un acontecimiento, es una negación del tiempo. El tiempo: esa cosa que transcurre y eso que pasa y que ahora, cuando nieva, no pasa ni transcurre, no avanza porque la nieve, el nevar, se ha convertido en un hecho íntimo que te concierne de manera excluyente: ahora eres una planta –antes eras un muñeco de nieve en los fusilamientos del 3 de mayo–, ahora eres un cactus con un brazo más largo que otro. La mayoría de los cactus no sabe lo que es la nieve y no les importa mucho. En el desierto se forman remolinos de polen que caen sobre las espinas de los cactus como una gran noche blanca y trascendente. Porque resulta que la nieve –no se ha dicho hasta ahora– es, era, ha sido blanca.