Lo primero que tienes que hacer es llenar tu cabeza de niebla y de visiones autónomas. Las visiones autónomas son aquellas cosas –imágenes, escenas, planos secuencia– que desfilan por tu cabeza al margen de la así llamada realidad.
La así llamada realidad es, a su vez, una visión autónoma que desfila por el mundo al margen de otra realidad de rango superior y que se considera autónoma, la cual, a su vez, etc., etc., thc. ¡Big Bang! Nada acaba nunca, todo empieza siempre. ¿Y cómo llenamos nuestra cabeza de visiones autónomas?: inundándola de niebla y, después, limitándonos a fluir. ¿Cómo inundamos nuestra cabeza de niebla? THC, THC, ETC. Una vez hecho esto, buscaremos una de esas tiendas de electrónica en las que venden o estarían dispuestos a vender –si alguien estuviera dispuesto a comprar– gafas de realidad virtual y entraremos con gran determinación, desplazando una cantidad de aire muy superior a nuestro propio volumen. Seremos como una ola –como una gran ola– que pasa por encima de la moqueta azul, y diremos:
–Me sale el dinero por las orejas y me gustaría probar –señalaremos con el dedo índice y guiñaremos un ojo– uno de esos chismes.
–¡Ajá!
El dependiente –los dependientes de las tiendas de electrónica son muy ceremoniosos– se doblará en una aparatosa reverencia, emitirá un gemido de satisfacción y te llevará de la mano hasta una especie de trono acolchado y con orejeras. Te atornillará unas gafas de realidad virtual y te dirá:
–¿Qué quieres ver?: ¿el interior de una jaima en el desierto del Sáhara?, ¿una final de la Copa América desde el centro del campo?, ¿una operación a corazón abierto desde las entrañas del paciente?
–Hummm…
– ¿O tal vez algo… un poco más fuerte?
Algo un poco más fuerte solo puede ser una cosa: pornografía en tiempo real. Una orgía –por ejemplo– multiétnica desde el centro de la cama (redonda). Todas esas cosas que ocurren alrededor de la gente cuando sus sueños se hacen realidad (virtual).
–No sabes nada. Aparta.
Así que, con las gafas de realidad virtual puestas, pero sin encender, y con tu cabeza llena de niebla y de visiones autónomas, empezarás a moverte hacia los lados, a lanzar gritos de sorpresa y a suspirar. Te llevarás las manos a la cabeza. ¡Será todo tan real que parecerá la maldita realidad! Parecerá –por ejemplo– que estás en el interior de una tienda de electrónica, en el centro mismo de las cosas, sentado en una especie de trono acolchado y con unas gafas de realidad virtual atornilladas a las sienes, moviéndote de acá para allá, mientras un dependiente te mira y comprende que nunca venderá un maldito par de esas estúpidas gafas.
–¡Es todo tan real! –dirás– ¡Es como estar en una tienda de electrónica, sentado en una especie de trono acolchado y moviéndote de aquí para allá mientras un dependiente te mira y piensa: “Nunca lo conseguiré”! Deberías probarlo.
Y, al final, el dependiente te desatornillará las gafas y tú parpadearás, te frotarás los ojos y te parecerá que todo ha sido un sueño y que todo es un sueño, y será verdad (será verdad que todo es un sueño): antes y ahora.