Empezar, acabar: ¡todo es lo mismo, maldita sea! ¿Qué más da empezar una cosa que acabarla?, ¿es que no te das cuenta de que se trata de dos fases de un mismo y único movimiento perpetuo? Los años, los libros, las cosechas y la corriente de la vida. Todo.
–Humm. Bueno, bueno: No sé. Yo siempre había pensado que empezar y acabar eran cosas muy distintas. De hecho, tengo entendido que empezar es lo contrario de acabar.
No es fácil entender ciertos conceptos, sobre todo cuando esos conceptos tienen poco interés en ser entendidos. Tampoco es fácil apreciar ciertas obras de arte de ciertos artistas que no tienen ningún interés en ser apreciados. Pero lo que es justo es justo. Algunas ideas son como ciertas obras de arte: cuesta comprenderlas, cuesta valorarlas, pero una vez que lo consigues, ajá, notas cómo se te empieza a hinchar el pecho y cómo se te empieza a dilatar la frente y ahora resulta que caminas un par de pies por encima del suelo y dices: ¡Ya lo tengo! Para zambullirse en la idea circular del tiempo hay que desprenderse de un montón de ideas previas y dejar abierta la espita de las ideas nuevas, impensables e impensadas. Lo cual es fácil cuando eres un experto en desplazamientos espacio-lógico-temporales y cada cierto tiempo y, con la misma naturalidad con la que una ardilla salta de un árbol a otro y una cabra mastica un DVD, proyectas tu universo sobre un buen cañón de marihuana y atraviesas el círculo de humo azul y entonces cualquier cosa es posible y pensable: todo cabe entre los pliegues de tu cerebro. Ñam-ñam. Pero ahora se trata de conseguir que los demás comprendan que acabar y empezar son la misma cosa y que la idea lineal del tiempo es un atraso y carece de fundamento. ¿Cómo conseguirlo? Por medio de una historia: En las estribaciones de la cordillera del Himalaya pervivió, durante siglos, una insólita civilización que, aislada y ajena a los embates de la historia y la geopolítica, a la sombra de su propia ignorancia o sabiduría cósmica, tenía la siguiente particularidad: usaban la misma palabra para empezar que para acabar. Dado que no tenían contacto con ningún otro grupo humano, este hecho no tuvo ninguna incidencia en el curso de la historia y el mundo siguió girando hasta que una tarde, en el ocaso empurpurado de un día que caminaba hacia su principio-fin, un expedicionario escocés que buscaba las fuentes del Nilo, asomó el hocico y dijo:“¿Hola?”, y lo siguiente que hizo fue aprender los rudimentos del idioma de ese extraño pueblo, casarse con varias mujeres y protagonizar varias revoluciones que siempre lo llevaban al mismo sitio hasta que comprendió que empezar y acabar eran allí una sola palabra, una sola idea, y entonces escribió su célebre Gramática de la lengua del país de nunca empezar y siempre acabar y cuando quiso darse cuenta, alejop, ya estaba otra vez fanfarroneando en el Salón de Fumadores de la Sociedad Geográfica de Londres: Nada había comenzado, todo había terminado. ¡Feliz año viejo circular!, ¡feliz año nuevo no lineal!