Hummm: pronto llegará la nieve, se siente en el aire. Aspira hondo. Frío, frío, frío. Asoma sus patitas la Navidad, así que aguanta la respiración, hincha los carrillos y abre las compuertas de la percepción total de todas las cosas. N-A-V-I-D-A-D.
Ahora suelta todo el humo hasta formar un gran muro de bordes redondeados y no digas nada todavía. Navidaaaaaaaaad. Ajá. No digas nada de nada, deja que la luz se expanda por todo tu organismo. Antes de opinar sobre la Navidad conviene tener unas cuantas cosas claras. Por ejemplo, conviene saber que hay dos tipos de personas: las que dicen que hay dos tipos de personas y las que no. Dentro de cada uno de estos tipos de personas hay, a su vez, dos tipos de personas: las que tienen una opinión formada sobre la Navidad y las que no. Dentro de los que tienen una opinión formada sobre la Navidad hay, de nuevo, dos tipos de personas: las que tienen una opinión buena y las que tienen una opinión mala sobre la Navidad. Dentro de los que tienen una buena opinión sobre la Navidad hay, por lo menos, dos tipos de personas: las que sienten la necesidad de compartir esa opinión con los demás y las que no. Y dentro de los que tienen una mala opinión, lo mismo: unos quieren contarlo y otros no.
Mientras tanto, dentro de los que no tienen una opinión formada sobre la Navidad hay, que sepamos, dos tipos de personas: las que quisieran tener una opinión formada sobre el particular y las que no tienen ningún interés. Cuidado. Parece ser que dentro de los que tienen una opinión mala sobre la Navidad y sienten la necesidad de compartirla con el mundo hay dos tipos de personas: las que aportan una serie de razones para sustentar su opinión y las que únicamente dicen “no me gusta porque no me gusta: la odio”. Dentro de los que tienen una buena opinión sobre la Navidad y sienten la necesidad de compartirla con los demás hay, por cierto, dos tipos de personas: los que explican con mucho detalle las razones por las que aman la Navidad y los que consideran innecesarias las explicaciones y se llevan la mano al pecho antes de decir: “Amo la Navidad porque amo la vida: la adoro”.
¡Basta! ¿Basta o no basta? Todo lo dicho hasta ahora debería bastar para hacernos comprender el alcance de nuestras opiniones y su destino final. Todas nuestras opiniones, fundamentadas o caprichosas, y todas nuestras ideas, brillantes o nefastas, son susceptibles de ser atomizadas, cuarteadas en pequeños átomos –átomos cada vez más pequeños– que a su vez pueden ser atomizados hasta el infinito.
Ahora, después de todo esto, y con la luz esclarecedora esparcida por todo nuestro organismo, ya estamos en condiciones de saltar el muro azul de bordes redondeados y emitir nuestra definitiva, imprescindible y original opinión sobre la Navidad: La Navidad esto, la Navidad lo otro y, sobre todo, ¡la Navidad lo de más allá!