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Septiembre o el vacío perfecto

Una nubecita de vapor, una columna de humo, ¿qué tienen dentro? Humo, vapor, o sea, nada o casi nada. Pero dentro de esa nada o casi nada que al fin y al cabo has fabricado tú, con tus manitas, cabe todo o casi todo, porque está todo aquí (tres golpecitos de nudillo en la región frontal derecha). ¿Y las palabras?, ¿qué tienen dentro? Suele decirse –se dice con mala intención– que algunas palabras son huecas. Esas son las mejores. En realidad, todas las palabras son huecas. Y, sin embargo, muy pronto se abatirá el otoño sobre nuestras cabezas, dado que estamos en septiembre.

Una nubecita de vapor, una columna de humo, ¿qué tienen dentro? Humo, vapor, o sea, nada o casi nada. Pero dentro de esa nada o casi nada que al fin y al cabo has fabricado tú, con tus manitas, cabe todo o casi todo, porque está todo aquí (tres golpecitos de nudillo en la región frontal derecha). ¿Y las palabras?, ¿qué tienen dentro? Suele decirse –se dice con mala intención– que algunas palabras son huecas. Esas son las mejores.

En realidad, todas las palabras son huecas. Y, sin embargo, muy pronto se abatirá el otoño sobre nuestras cabezas, dado que estamos en septiembre. Veamos: ¿qué hay dentro de la palabra septiembre? Treinta días, un estado de ánimo, una serie de cosas que ocurren de manera cíclica todos los años. O no. Durante toda tu vida has pensado que dentro de las palabras había cosas, o ideas y acontecimientos. Dentro de la palabra gusano, por ejemplo, había un metazoo invertebrado, cilíndrico y blando y casi siempre segmentado, y dentro de la palabra triquinosis, por ejemplo, estaba la enfermedad parasitaria provocada por la invasión de larvas de triquina y dentro de la palabra triquina tú pensabas que estaba, retorciéndose como un petardo buscapiés, un nematodo de dos o tres milímetros de largo, o sea, un gusano diminuto. Incluso creías que dentro de la palabra silueta había algo, el dibujo de un contorno, cuando es obvio que dentro de una silueta no hay nada: esto podría haberte dado una pista, podrías haber empezado a tirar del hilo. Todo está vacío y el vacío está en todas partes, llenándolo todo. El vacío es la solución a todos tus problemas porque en el vacío no hay nada, pero cabe todo. ¿Qué hay de malo en el vacío? Nada. No hay nada de malo en el vacío porque en el vacío NO HAY NADA. Entonces: ¿qué hay de bueno en el vacío? Una vida en la que no haya nada bueno no es necesariamente mala, pero una vida en la que no haya nada malo se parece bastante a una buena vida. La arbitrariedad del signo lingüístico, digámoslo de una vez, es una circunstancia maravillosa que abre las puertas –ñiiiiaak– a un nuevo estado de percepción y descubre simas de conocimiento en el interior de nubecitas de vapor y columnas de humo y nos sumerge –glu, glu, glu– en la era del vacío perfecto y nos permite comprender, por ejemplo, que dentro de la palabra septiembre no hay nada y está todo.

Nota: Si tienes pensado cogerte vacaciones –¿qué son realmente las vacaciones?, ¿dirías que un preso al que dejan salir a dar vueltas en el patio de la cárcel tiene verdadera libertad durante esa media hora?: ¡No cambies nunca!– durante el mes de septiembre, puedes posponer tu incorporación a la gran era del vacío perfecto hasta –precisamente– octubre, y entonces, cuando los vientos autumnales cubran las aceras de hojas secas, muertas y quebradizas, te preguntarás: ¿qué hay dentro de la palabra octubre?, ¿hay algo?

El vacío perfecto

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #237

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