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Viaje al interior del cerebro (de tu bebé)

¿Qué demonios piensa un niño antes de aprender a hablar?, ¿qué demonios piensa de nosotros y del mundo que lo rodea?, ¿nos ama? Hay dos métodos para desentrañar los pensamientos de un niño prelocutivo –se dice así–: uno de ellos es mecánico y artificioso, y el otro es de naturaleza cannábica y trascendental.

¿Qué demonios piensa un niño antes de aprender a hablar?, ¿qué demonios piensa de nosotros y del mundo que lo rodea?, ¿nos ama? Hay dos métodos para desentrañar los pensamientos de un niño prelocutivo –se dice así–: uno de ellos es mecánico y artificioso, y el otro es de naturaleza cannábica y trascendental.

El primero consiste en atornillar en las sienes del niño un prototipo decodificador que convierta sus pensamientos abstractos en oraciones de una cierta complejidad, elaboradas por medio del lenguaje articulado. Después de una mañana en funcionamiento, el convertidor trascribirá cosas como estas: “Qué agradable resulta la oscilación de este objeto trapezoidal que pende sobre mi cabeza” / “Si tiro de esta pestaña sonará esa cancioncita pregrabada en una lengua que no se parece nada a la que usan mis padres: tal vez sea francés, o inglés, incluso japonés” / “Me aburro: si me deshago en alaridos vendrán a sacarme de aquí, me cogerán en brazos y entonces disfrutaré de esa sensación tan placentera conocida como ingravidez”. Está muy bien, ya has satisfecho tu curiosidad, pero la idea de atornillarle un prototipo en la sien a tu niño (o a cualquier niño) hace que te sientas mal. El segundo método no incluye violencia ni forzamientos, y el THC, o principio activo facilitador del pensamiento abstracto, nos resultará de una gran ayuda: en lugar de concretar los pensamientos abstractos del niño, se trata de que nosotros (tú también) pensemos de manera abstracta. Tenemos que fabricar pensamientos sin la mediación del lenguaje articulado, liberar nuestra mente de toda esa porquería de la sintaxis, hasta llegar a lo esencial, a la idea pura. ¿Cómo se hace esto?, ¿es una especie de meditación?, ¿se trata de dejar la mente en blanco? La respuesta, como siempre, es sí y no. Los que lo saben todo sobre la meditación dicen que meditar no es lo mismo que dejar la mente en blanco, y los que saben algo aunque no lo sepan todo –en cualquier caso, saben más que tú– dicen que se parece mucho, y que lo primero que hay que hacer es poner la mente en blanco hasta llegar a no pensar en nada, o a pensar la nada, que al final se acaba convirtiendo en TODO. Pero tú no quieres eso, tú quieres pensar cosas (no son exactamente cosas, sino todo lo contrario), quieres pensar pensamientos que no tengan forma ni sintaxis ni limitaciones. Pensarlo todo, y pensar todas las cosas de manera total, lo cual incluye aquellas cosas no-cosas que no alcanzas a pensar por las limitaciones del lenguaje, o porque no las entiendes. ¿Lo entiendes ahora?

Primer paso: llena tu cabeza de niebla azul. Segundo paso: desenladrilla el muro de tu sintaxis, sintagma a sintagma y letra a letra, hasta llegar a la inconcreción más perfecta. Tercer paso: empieza a pensar en abstracto y no intentes decirle a nadie lo que piensas, entre otras razones porque tus pensamientos NO SE PUEDEN DECIR. Después, junta las manos, levanta las piernas, suelta gases y fluidos y rueda por el suelo, vuelve a la cuna. Vuelve al útero materno y piensa cosas que no son cosas. Y, sobre todo, no se lo digas a nadie.

Viaje al interior 2

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #227

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