Nos quedamos con la miel en los labios en la sesión número 63 de la Comisión de Narcóticos, ocurrida en Viena la primera semana de marzo. Se presumía el voto de las recomendaciones de la OMS para reclasificar el cannabis en las listas de fiscalización hacia un horizonte más tolerante.
Incluso, tres días antes del inicio de la reunión, en un gesto histórico, el nuevo presidente de la JIFE mostró una actitud crítica respecto a la vigencia de los tratados de fiscalización de las drogas. El sr. Joncheere dijo que 2021 será “un momento apropiado para ver si (los tratados) todavía son aptos para un propósito, o si necesitamos nuevos instrumentos y enfoques alternativos para hacer frente a estos problemas”. Por primera vez se intuía que podía saltar por los aires el maldito “consenso de Viena” que es la omertá de la diplomacia prohibicionista. Pero, en una maniobra ya más que habitual, el tercer día de reunión, se decidió chutar el balón hacia adelante y posponer la votación hasta el siguiente encuentro en Viena, previsto para diciembre de este año. Ciertamente, todo apunta a que estamos cerca de que caiga la última gota de sensatez que haga rebosar el baso de la hipocresía mundial que es “el problema de las drogas”. Desde esta humilde tribuna decimos: abracemos de una vez “la solución de las drogas”. Una solución que imposibilite que más mandos policiales se lucren del narcotráfico, un planeta en el que nadie sea multado por hacer lo que le apetezca con su cuerpo y consciencia y, por que no, unas ciudades que permitan abrir 35 CSC al año, ¡o más!