Estábamos citados a las 8:00 Am en el Hotel Eurostars Grand Marina, en las inmediaciones del moll de les Drassanes de Barcelona y, a efectos prácticos, cerca de la zona donde Cristo perdió su mítica alpargata. Es miércoles, 8 de marzo, y la delegación de Cáñamo llega con algo de razonable retraso, pero con tiempo suficiente para degustar el copioso y preciso desayuno, necesario para resistir una jornada maratoniana que terminará bien entrada la tarde.
Café rápido, alguna minucia sólida para deglutir y al ruedo: el primer Investor Pitch Fórum organizado en Europa por el lobby cannábico The Arcview Group está a punto de echar a rodar por segundo día consecutivo en una sala atestada por el gentío.
Sergio Martínez, primer presentador en subir a la palestra y director ejecutivo europeo de Arcview, comenzó aludiendo a la estatua de Colón que hay ubicada en la Ciudad Condal y que se podía divisar desde la azotea del hotel en caso de que a algún escéptico le diese por comprobarlo. Si nos fijamos bien, veremos en su fuste que unas hojas de marihuana lo engalanan. Claro, como ya es sabido, el cáñamo fue un material imprescindible en una época donde la fabricación de velas con su fibra, tanto para cazar el viento como para iluminar la oscuridad con las mechas resultantes, era primordial. Hoy todavía se sigue utilizando en el mundo fabril, por ejemplo, para la elaboración de alpargatas, cuerdas y diversos revestimientos. Pero, mientras que su peso específico en la industria se ha visto reducido, la tendencia a escala mundial apunta ahora a que el cáñamo ha emergido de las profundidades e irrumpido de nuevo con fuerza en el mercado legal. Esta vez, sin embargo, es evidente que lo ha hecho con un brío renovado en cuanto a usos y conocimientos, siendo el acceso a la información un proceso muchísimo más sencillo y completo que antaño.
El negocio, motor del cambio político
“Me paso tanto tiempo tratando de legalizar la marihuana que a veces me olvido de consumirla, y ayer fue la primera vez que fumé para trabajar” fueron las primeras palabras con las que Troy Dayton –fundador junto a Steve DeAngelo de Arcview en el año 2010– cortejó al público arrancándole sus primeros aplausos. La parte más joven del cerebro bicéfalo de esta organización financiera que busca relacionarse, legalizar y encontrar oportunidades de inversión dentro del sector, prosiguió su discurso comparando el momento actual de Europa con la situación reinante en EE UU hace ocho años. Y no se anduvo con rodeos a la hora de presagiar y encarar el porvenir con optimismo: “Pronto veremos cómo los países van aceptando el cannabis como si fuesen piezas de dominó. Los negocios son el motor del cambio político, y por eso estamos aquí hoy en Barcelona”, sentenció este preconizador de alternar rastas con corbatas como parte del vestuario mariano del siglo XXI.
A continuación, Dayton enumeró la retahíla de datos obtenidos en la sede de San Francisco para concienciar a la sociedad europea de las formidables oportunidades de negocio inherentes a “la industria verde” que, entre uso medicinal y recreativo, experimenta en su país un crecimiento del 25% anual, cifrándose el año pasado en un total de 56.000 millones de dólares anuales. No hace falta ser una lumbrera para percatarse de que ningún nicho ni ningún blue ocean gozan ni por asomo de tamaña bonanza. Pero, además, a nadie se le escapa que en caso de producirse un efecto contagio con la despenalización integral de la marihuana y sus derivados en un número creciente de países, los indicadores de rentabilidad saltarían por los aires. Sin ir más lejos, las estimaciones que maneja Arcview elevan estos números hasta los 130.000 millones de dólares en un horizonte temporal de tres años. De ese total 25.000 millones de dólares provendrían de la marcha del sector en la vieja Europa, cuyo volumen de negocio pasaría a equipararse entonces con el del estado de California.
Proféticos brownies ricos en cannabinoides
Tras la sopa de guarismos llega el momento para que DeAngelo –la otra parte occipital de este lobby que desde 2010 se reúne cada dos meses en Las Vegas– deje su impronta. ¡Y vaya si lo hizo! Pero no fue debido a sus características trencitas sino por formular una pregunta tan inesperada como reveladora. “¿Alguien sabe quién, ¿cómo o cuándo se detectó por primera vez que el cannabis tenía efectos beneficiosos sobre la salud de quienes padecen ciertas enfermedades?”
El ponente, con su voz pausada de barítono, pasa a rescatar del mar de dudas a una audiencia experta que, pese a haber desembolsado algo más de setecientos euros por asistir al evento, acaba de enmudecer. “La primera aplicación terapéutica se descubrió hace cerca de treinta y cinco años, y la culpa la tuvieron unos brownies clandestinos horneados por una valiente enfermera norteamericana que empezó a suministrárselos a sus pacientes seropositivos. Al cabo de poco tiempo se acabaría constatando que, estadísticamente, los enfermos de VIH que empleaban cannabis disfrutaban de una mayor calidad de vida (wellness) y durante más tiempo”.
La alocución de este personaje con hechuras de chamán, unida a sus dotes como “visionario” –según las propias palabras con las que le definió su socio Troy– se saldó con un mensaje claro y directo: quienes aboguen por la despenalización del cannabis no tienen más que “encontrar pacientes que precisen marihuana” porque de esa manera “el resto del trabajo vendrá solo”. El consejo procede no de un iluminado o de un personaje resueltamente extravagante, sino de alguien que en los años noventa lideró el boom del cáñamo industrial con su primera empresa, Ecolution Inc, y que una década después fundó Harborside Health Center, el mayor dispensario legal de cannabis medicinal del planeta. Al poco tiempo constituyó también Steep Hill Laboratories para convertirse en la primera empresa de EE UU especializada en el análisis de distintos cannabinoides para uso médico, y luego… luego llegó Arcview, que hasta la fecha ha financiado a ciento treinta compañías e invertido más de ochenta y cinco millones de dólares en ellas.
De los seiscientos veinticinco inversores acreditados en Estados Unidos –y que han justificado ante este tándem de emprendedores yanquis el nivel exigido de ingresos o propiedades– cuarenta y cinco se desplazaron a Barcelona. Allí pululaban también los denominados sharks, como el canadiense Lorne Gertner, encargados de dentellear metafóricamente a los directores de las empresas seleccionadas e invitadas (dos europeas y dos americanas) con preguntas incómodas sobre escalabilidad, marco legal y barreras de entrada y salida de sus respectivos productos o servicios prestados. Emprendedores y patrocinadores fueron desfilando por el escenario de un recinto donde no cabía un alma más.
En el patio improvisado para fumadores de tabaco Gertner comentó su exitosa iniciativa tokyosmoke, la cual merece la pena explicar, ya que funde bajo un mismo techo con estilo propio actividades tan llamativas como la venta de ropa, cafeteras, parafernalia, cuadros, vaporizadores exclusivos o lámparas de diseño, Y todo ello con el respaldo de cuatro variedades propias de marihuana (Go, Relax, Relief y Balance) que, si se cumplen sus expectativas, pronto serán comercializadas legalmente a lo largo y ancho de la tierra preferida por los los castores.
El éxito del encuentro ha sido tan rotundo que antes de la inauguración de Spannabis –dos días después y en la Fira de Cornellá– se confirmaba que el próximo año Arcview doblará el espacio para dar cabida a un mayor número de empresas y asistentes. Su intención no es otra que erigirse en la plataforma que coadyuve el cambio político necesario para que, tarde o temprano, se regule el comercio de cannabis –farmacéutico, alimentario, recreativo, cosmético, etc.– también al otro lado del océano. Esperemos que para cuando llegue ese momento los europeos seamos tan ingeniosos y prácticos como para transformar el mercado con productos como las palomitas bañadas con THC o CBD de las que ya disfrutan en casi treinta estados del país con la Constitución vigente más antigua del mundo y cuyo borrador, casualmente, fue escrito en 1787 sobre papel de cáñamo.