Cómo hay que plantear un juicio cuando pillan a un colega con la hierba de todos
Estamos tomando algo en un terraza y pillan al colega al que hemos dejado toda la mandanga... ¿Podemos hacer algo para que no cargue con todo el marrón?
Tomándose unas cervezas en una terraza del barrio barcelonés de Sants, tres amigos decidieron que el domingo siguiente se iban a quedar toda la tarde fumando porros en casa de uno de ellos, sin hacer nada más que charlar y echar unas partidas en la consola.
Las fiestas de Sants habían sido cañeras y ahora tocaba un poco de tranquilidad. Se conocían desde el primer año del instituto, y les apetecía estar los tres solos, sin parejas ni otros amigos, a su rollo, sin dar cuentas de nada por unas horas. Como Joan tenía un conocido que pasaba una maría muy aceptable, decidieron que la compraría para los tres y que la llevaría a casa de Rafa. Acordaron que treinta euros sería más que suficiente, y si bien Rafa tenía en ese momento sus diez euros y se los dio a Joan, Carlos no los tenía y se los dejó a deber. Al cabo de un par de días, Joan fue a pillar la maría y la llevó a casa. Era jueves, y en ese momento se dio cuenta de que el domingo por la mañana trabajaba en el restaurante, y le dio mal rollo tener la maría entre sus cosas durante todo el servicio. Nadie le iba a registrar, pero podría oler, y sería un mal asunto tener que dar explicaciones. Así que llamó a sus amigos y acordaron que esa tarde quedarían para darle la maría a Rafa para que la guardara en su casa hasta el domingo. Hasta ahí todo bien, pero pronto llegaron los problemas. Por un exceso de confianza, quedaron en la calle y, sin demasiados miramientos, Joan entregó la maría a Rafa y Carlos le dio los diez euros. Tuvieron la mala suerte de que en ese momento pasó una pareja de la Guardia Urbana de paisano que les calaron de principio a fin, y como no tenían nada mejor que hacer, decidieron procesar a nuestros protagonistas por seis gramos de marihuana CBD. A partir de ahí lo de siempre: tomaron los datos de los supuestos compradores, requisaron la maría, decomisaron los diez euros y, claro, se llevaron detenido a Rafa.
En este caso, para preparar la defensa no había más que decir la verdad. No había otra alternativa. Negar que Joan le había dado la maría a Rafa no llevaba a ninguna parte: los jueces siempre se creen a la policía. La única posibilidad era explicar por qué le había dado la maría, es decir, volver a plantear la cuestión del consumo compartido. Sin embargo, el problema no era pequeño. Normalmente, los casos por consumo compartido parten de una detención a una persona por posesión de drogas ilegales en una cantidad excesiva para su propio consumo individual. En estos casos, la defensa del acusado debe convencer al juez que aquella sustancia estaba destinada al consumo de un grupo de amigos, y que el acusado tan solo la estaba llevando al lugar de reunión. En estos casos, por lo tanto, lo que hay que explicar es una posesión. Pero en nuestro caso había que justificar un acto de entrega de sustancia en la vía pública. Para ello, en el acto de juicio se presentó documentación que demostraba que el acusado y los supuestos compradores eran amigos desde hacía muchos años, que habían fumado cannabis juntos miles de veces y que lo tres, y no solo el acusado, tenían trabajo, por lo que no necesitaban dedicarse al tráfico para vivir. Entre otros documentos se presentaron fotografías recientes y antiguas donde salían los tres fumando porros en todo tipo de situaciones. Además, en el juicio, el acusado explicó toda la historia: que habían quedado para fumar juntos, que él había comprado la maría para los tres, y que en el momento de ser detenido se la estaba dando a Rafa para no tenerla que llevarla él a su trabajo el mismo domingo. Y sus amigos, citados como testigos, lo corroboraron con todo lujo de detalles. Por lo tanto, no había ningún acto de venta o de difusión indiscriminada de droga. Era un caso claro de consumo compartido. Sin embargo, la juez y la fiscal parecieron no escuchar demasiado. La fiscal mantuvo su petición inicial y la juez condenó a Rafa a quince meses de cárcel por seis gramos de marihuana.
Ahora se ha recurrido la sentencia a la Audiencia Provincial y esperemos que se haga justicia. Lo que está claro es que no solo las asociaciones cannábicas están amenazadas, sino todo aquel que pretenda ejercer su derecho a la libertad y al libre desarrollo de la personalidad. Por lo tanto, mientras los prohibicionistas sigan apoltronados en los escaños parlamentarios, habrá que mantener los ojos bien abiertos.