La Primera Iglesia del Cannabis nació el 1 de julio de 2015 en Indianápolis, como una respuesta directa a la aprobación de la Ley de Restauración de la Libertad Religiosa (RFRA, por sus siglas en inglés) en Indiana. Su fundador, Bill Levin, identificó un vacío en la legislación que podría permitir el uso sacramental del cannabis bajo la protección de la libertad religiosa.
El culto no tardó en hacerse viral gracias a su doctrina llamada "Los Doce Mandamientos Divinos", una serie de preceptos que promueven valores como la alegría, la privacidad, la generosidad y la espiritualidad cotidiana –entre ellos, “Sonríe y comparte el buen humor”, “No te metas en asuntos ajenos”, “Sé generoso con el mundo” y “Cultiva la espiritualidad diaria”–, junto con el pago simbólico de 4,20 dólares mensuales. Sin embargo y más allá de lo lúdico que pueda sonar, esta propuesta planteó una pregunta incómoda para legisladores y tribunales: ¿Qué constituye una religión legítima?
Aunque nunca se fumó cannabis durante los servicios, el solo anuncio de que se haría bastó para provocar reacciones institucionales. La Policía de Indianápolis y la fiscalía del condado de Marion anunciaron que cualquier consumo sería perseguido. Eso bastó para que Levin obtuviera lo que juristas llaman "legitimación activa" que le permitió presentar una demanda frente a la amenaza real de ser procesado por una práctica religiosa.
En 2018, el juez desestimó el caso, alegando que el interés del estado en hacer cumplir las leyes antidrogas era superior al derecho a la libertad religiosa en este caso particular. A pesar del fallo adverso, el caso dejó un precedente simbólico y evidenció cómo la legislación sobre libertad religiosa puede convertirse en un campo de disputa sobre el derecho al uso de sustancias psicoactivas.

A día de hoy, la iglesia sigue funcionando y celebra reuniones semanales. Indiana, sin embargo, permanece como uno de los pocos estados de EE UU donde el cannabis sigue siendo ilegal en todas sus formas, mientras está completamente rodeado por territorios donde sí se ha legalizado, al menos parcialmente. En este escenario, productos como el CBD de alta potencia o el Delta-8 se venden libremente, alimentando una ambigüedad legal que vuelve a poner sobre la mesa la tensión entre moral, ley y consumo.
El caso de la Primera Iglesia del Cannabis obliga a repensar los límites entre la fe, la ley y el uso de sustancias. En un país fundado sobre la libertad religiosa, es válido preguntarse ¿qué define una práctica espiritual válida y cuándo el Estado tiene derecho a intervenir?