La reciente reclasificación del cannabis en los convenios de fiscalización de Naciones Unidas es indicador inequívoco de que las políticas de drogas tienden al asentamiento sociocultural, o si prefieren, a la normalización. Soy consciente de que podemos entender la reclasificación del cannabis como una victoria pírrica. Sacar el cannabis de la lista IV, es decir, la lista que presuntamente contiene las sustancias sin ningún poder terapéutico, era una obviedad clamorosa. Como si millones de personas no diesen fe de las propiedades medicinales de esta planta milenaria. Pero mantener el cannabis en la lista I, es decir, sustancias con un alto poder adictivo, es aún una tropelía que debe subsanarse con suma urgencia. Queda un largo camino, pero como dijo el poeta: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.
Para algunos, como es mi caso, los parsimoniosos pasos los entendemos como saltitos de estornino, aunque para los guardianes de las esencias del prohibicionismo son vividos como una amenaza. Son conscientes de que las reformas de las políticas de drogas son inevitables, pero no se van a quedar impasibles. Movilizarán todos los recursos por tierra, mar y aire para entorpecerlas. Piensen que para algunos prohibicionistas reconocer el fracaso del actual modelo los sitúa en un brete: toda una vida dedicada a conseguir unos objetivos que eran molinos de viento. Toda una carrera profesional en balde. En consecuencia, la guerra contra las drogas vuelve a atacar por el frente del conocimiento. El objetivo es imponer un régimen de verdad que siembre dudas sobre la idoneidad de la reforma.
Prohibicionismo científico
El prohibicionismo científico lo entendemos como el conjunto de acciones recubiertas de credibilidad científica cuyo objetivo es obstaculizar la reforma de las políticas de drogas. Es la evolución natural del prohibicionismo moral. Si este entendía las drogas como elementos corruptores de los sentidos que convertían a las personas usuarias en abyectas, criminales y chifladas, el prohibicionismo científico se abstiene, al menos consciente y formalmente, de deslindar cuestiones morales para emplear recursos fundamentados en el método científico. Más allá del envoltorio y la estrategia, los propósitos de ambos son los mismos, aunque la pátina moral del prohibicionismo científico en ocasiones es demasiado evidente. Obvio: de tal palo, tal astilla. Ambos consideran las drogas deleznables, pero el prohibicionismo moral es insostenible en sociedades como las nuestras, que rechazan a “los gobernadores morales de almas”. El científico consigue los mismos resultados amparándose en la ciencia. ¿O acaso la ciencia no es el nuevo dogma que ordena el sistema moral de nuestras sociedades? Creo que sí. Por eso, todo lo que remita a ciencia es aceptado acríticamente como válido y fiable, y sus recomendaciones deben seguirse. Así, en la actualidad, casi todas las acciones prohibicionistas para criminalizar la reforma de las políticas de drogas se amparan en la ciencia. Pero, ¡ojo!, una ciencia elaborada desde los mimbres biomédicos. No conozco ningún científico social, es decir, profesionales de la antropología, la criminología o la psicología social, que sea prohibicionista. Todos los que conozco proceden de disciplinas que omiten la historia de las drogas, los contextos de consumo y las condiciones de existencia de las personas usuarias de sustancias. Cómo se aborda el objeto de estudio es capital para obtener unos u otros resultados.
Los ejemplos de prohibicionismo científico son infinitos: el relato de la escalada, el mito de la puerta de entrada, drogas y enfermedades mentales, entre un muy largo etcétera. Los resultados del prohibicionismo científico siempre apuntan en un mismo sentido: las drogas son intrínsecamente malas. Para llegar a estas conclusiones se valen de diferentes métodos, especialmente del ensayo clínico en animales. Los experimentos prohibicionistas se fundamentan en prácticas alejadas de la realidad sociocultural. Por ejemplo, se administran dosis terribles que ni la persona más jarta de todas las jartas puede llegar a consumir ni por asomo. Además de omitir sistemáticamente el valor simbólico de las drogas y su dimensión sociocultural. En el caso de los humanos, Zinberg, por poner un ejemplo clásico, o Romaní, por poner uno cercano, demuestran que el contexto es el elemento definitorio para entender los efectos de los estupefacientes. Generar conocimiento sobre las drogas en un contexto como el laboratorio en unos sujetos como los ratones tiene una transferibilidad escasa, por no decir nula, a la realidad social.
¿Que los ratoncitos se vuelven psicóticos cuando se les administran unas dosis que vendrían a ser cuarenta porros diarios durante treinta años? Pues sí, así es, pero nadie mantiene esos consumos. Pero esto, para el prohibicionismo científico, poco importa. Lo importante es publicar que el cannabis provoca esquizofrenia. Este el objetivo. Esto es lo que sale en prensa. Esto es lo que recuerdan las personas alejadas de las drogas. Y, en este escenario, a estas personas cuando les preguntamos: ¿está usted a favor de legalizar el cannabis? La respuesta solo puede ser una: no. Objetivo cumplido. En los últimos años, a tenor de las experiencias regulatorias de Colorado, Oregón, Washington, entre otros estados yanquis, o Canadá o Uruguay, la maquinaria prohibicionista se ha puesto en marcha para “acreditar científicamente, con una ciencia basada en la evidencia”, que la legalización en primera instancia es una amenaza para la salud colectiva, y en general, un reto que puede hacer colapsar el orden social. El objetivo es claro: disparar en la línea de flotación de la regulación. Creo que aún son pocos los artículos “científicos” publicados, pero con el tiempo el arsenal bélico prohibicionista se desplazará hacia este objetivo. De cajón: cada país que regula es una derrota para el prohibicionismo. Como si aún no les quedase claro que la guerra contra las drogas la perdieron el mismo día que la declararon.
‘Cherry picking’
El cherry picking, o la falacia de prueba incompleta, es una estrategia de argumentación para defender nuestra opinión basada en el empleo únicamente de los datos o los argumentos que avalan nuestra tesis, omitiendo, más o menos intencionalmente, los otros datos disponibles que no nos son favorables. El cherry picking es usado con sumo gusto por el prohibicionismo científico. Quiero exponer un ejemplo clamoroso. El artículo publicado en la Revista Española de Drogodependencias, en su segundo número del año 2020, titulado “Efectos de la legalización del cannabis sobre la salud física: una revisión sistemática”. Solo con la lectura del resumen del artículo queda acreditado que a los autores no les gusta la legalización del cannabis. Para sustentar “científicamente” su opinión, realizaron una revisión de artículos publicados en relación con el título del artículo. Buscaron, según sus palabras, en “la base de datos Web of Science Core Collection (WOS)”; los descriptores usados en el campo tema fueron cannabis, marijuana, legalization y health.
Buscaron artículos publicados entre el 2013 y el 2019. En la citada base de datos obtuvieron 290 artículos. Una base de datos de corte netamente biomédica. Un servidor realizó exactamente la misma búsqueda en una base de datos más amplia y de más calidad, como es PsycINFO, y el resultado fueron 2.944 artículos científicos. Casi nada, la diferencia. Claro, en PsycINFO hay artículos sociológicos que demuestran que la legalización comporta multitud de beneficios. Los autores reconocen que buscar exclusivamente en Web of Science Core Collection es una limitación de su revisión. Pero, no sé, una cosa es una limitación de un estudio y otra cosa es hacer caso omiso a más de dos mil quinientos artículos. Por tanto, la coletilla del título es totalmente torticera: ¿una revisión sistemática? Sería: “una revisión de los artículos que avalen nuestro rechazo a la reforma”, o más concretamente: “una revisión basada en el cherry picking”.
Los autores se centran en cuestiones netamente físicas. De acuerdo, este era su objetivo, pero solo se centran en aspectos que han afectado negativamente a la salud física. Por ejemplo, emplean el artículo de Wang et al. (2013) para demostrar que ha aumentado el número de ingresos hospitalarios por ingesta accidental de cannabis por parte de menores de edad, sin atender las limitaciones del método empleado ni la antigüedad de los datos. La conclusión es clara: con la legalización, los menores tienen más a mano el cannabis y terminan en el hospital. Inadmisible. También abordan el aumento del consumo entre población adulta y las consecuencias funestas en otras enfermedades. Eso sí, destacan que disminuyen el uso de opiáceos y el número de suicidios en los estados donde el cannabis es legal. A pesar de esto, no hacen hincapié en cómo las personas usuarias de cannabis mejoran su calidad de vida, cómo les ayuda a mitigar infinidad de dolencias o mejora muchos otros factores que podemos entender como “salud física”. Y, además, no hacen ninguna referencia a las implicaciones económicas y sociales de la legalización, especialmente lo que supone en el debilitamiento del narcotráfico. Entiendo que el objetivo era solo estudiar los efectos de la legalización sobre la salud física, pero tal como se presentan los resultados parece que la reforma de las políticas del cannabis sea en su conjunto negativa. Cherry picking para defender la prohibición.
Cómo continuar
Queda claro que la línea del frente se ha situado en el ámbito del conocimiento. Las próximas batallas serán argumentativas. La mayoría de los prohibicionistas científicos no se oponen frontalmente a la reforma, sino que siempre esgrimen que debe demostrarse “científicamente” su idoneidad. Por eso siempre invocan, a modo de tótem posmoderno, a la discusión entre posiciones. Pues no. No es el momento de discutir. Ya no hay nada que discutir. Es el momento de actuar. Es el momento de la reforma.