La 97° ceremonia de la entrega de los Premios Oscar 2025 tuvo lugar hace varios días, cuando se galardonaron a las producciones audiovisuales –a consideración de la Academia- que se estrenaron durante el año pasado. Un detalle que pasó casi desapercibido en los films que se disputaron la coronación a mejor película es que en la gran mayoría de ellas, las drogas estuvieron presentes. Pero la temática de las sustancias ya no se aborda como se hacía años atrás, como por ejemplo en Trainspotting, donde la vida de un grupo de amigos británicos se caía a pique por su adicción a la heroína. Ahora, el uso de las drogas está naturalizado en el desarrollo de los personajes y no se trata de un asunto de indignación, pánico o denuncia. Hollywood ya comprendió que el consumo de estupefacientes es parte de la sociedad; tan solo falta que lo asuma la política.
La primera demostración de esta tesis se encuentra en Anora, dirigida por Sean Baker. La protagonista, interpretada por Mikey Madison, es una trabajadora sexual que entabla una fugaz relación amorosa con el hijo de un poderoso magnate ruso. Juntos se divierten de diversas maneras, y el consumo de drogas forma parte de esa dinámica: fuman marihuana en bongs y vapes, comparten cocaína e, incluso, en la recta final de la película, un personaje secundario recurre a opioides para calmar el dolor de una nariz rota. Pero lo importante en cada uno de estos consumos es que no se trata de una práctica que rompa la trama ni que sea el eje principal. Las drogas están presentes en la cotidianeidad.
El segundo caso se encuentra en The Brutalist, una de las favoritas de este año y que fue dirigida por Brady Corbet. Aquí, Adrien Brody interpreta a László Toth, un reconocido arquitecto que logra sobrevivir al Holocausto y viaja a EEUU en busca del sueño americano. Hasta que es contratado por un magnate estadounidense, el protagonista de la historia suele fumar opio para calmar los dolores de su nariz rota. Si bien en un punto desarrolla una adicción, esta no se presenta como un problema en sí mismo, sino como un reflejo del profundo daño psicológico que el protagonista no logra afrontar. De hecho, la película busca que el público empatice con su sufrimiento y comprenda cómo las amapolas se convierten en su única vía de escape.
Emilia Pérez, de Jacques Audiard, fue la película que tuvo más nominaciones. Unas 13 en total. Pero tan solo ganó en dos ternas: mejor actriz de reparto, obtenido por Zoe Saldaña, y mejor canción original. Gran parte del poco éxito en la premiación se debió a los dichos racistas y xenófobos de la actriz española Karla Sofía Gascón. Aunque el director tampoco se quedó atrás, ya que declaró que “el español es un idioma de pobres y migrantes”. De todos modos, el film dejó bastante que desear por su trama confusa y repleta de lugares comunes. Pero lo interesante es que aquí el universo de las drogas también funciona como un marco de la historia, ya que el protagonista –un narcotraficante mexicano- transiciona a mujer.
Por último, La Sustancia es una película de terror gore que aborda, desde la ciencia ficción, la obsesión de una mujer relativamente mayor de verse joven. Si bien en este caso no se desarrolla el uso de ninguna droga específica dentro de las conocidas, se utiliza una sustancia para verse de la manera más hegemónicamente bella posible. Se trata de una práctica extendida en la sociedad.
De esta manera, cuatro de las diez mejores películas nominadas a los Oscar abordaron el uso de las drogas de una forma natural y muy alejada de la demonización constante de los medios tradicionales de comunicación. Las sustancias ya fueron normalizadas por Hollywood, tan solo falta que la política tome cartas en el asunto sobre una práctica que en la sociedad ya está presente. Prohibirlas no ha sido una solución, sino una profundización de la crisis sanitaria.