Actualmente, algunos psicólogos afirman que la mayoría de la población, por no decir toda, está aquejada de estrés postraumático. Normalmente, cuando pensamos en el estrés postraumático, nos vienen a la mente imágenes de veteranos de guerra, personas que han sufrido ataques terroristas, violaciones, accidentes graves y cosas por el estilo. Pero actualmente la psicología parece tomar al pie de la letra la primera de las cuatro nobles verdades del budismo: la vida es dukkha, sufrimiento. Consideran que el estrés postraumático abarca desde los frecuentes abusos sexuales de la infancia, el bullying, el maltrato psicológico y hasta el abandono, no solo total sino también parcial, que lleva a la ruptura del apego natural del niño con sus progenitores. Como decía Winnicott, no hay padres perfectos, por lo que prácticamente nadie se salva de este ligero estrés postraumático que se desarrolla como insatisfacción constante. Muchas personas lo llevan con soltura, como esos veteranos de la guerra civil con algo de metralla incrustada a los que solo les causa molestias a ratos.
El asunto es que cuando las personas quieren liberarse de este incordio psicológico, a la edad adulta, porque les limita, este parece crecer y en algunos casos llevarlas a lo que los psiquiatras convencionales clasificarían de psicosis. Pero recientemente ha nacido una corriente que considera estos episodios como emergencias espirituales, producidas por el encuentro con lo que Jung llamaba la sombra. Recordemos que esto tiene unos antecedentes con solera en la mística tradicional y su noche oscura del alma.
Quienes han pasado por este duro trance reconocen su poder de renovar al individuo, y han creado grupos de apoyo para los que están inmersos en esta ordalía, considerando que el enfoque psiquiátrico tradicional de diagnóstico y medicación es perjudicial y dañino, pues cierra la posibilidad de dar sentido a la crisis y al crecimiento personal que nos puede proporcionar. Algún psiquiatra más comprensivo ha llegado a hablar de la “paradoja espiritualidad-psicosis”. En realidad, las experiencias más tremendas suelen ser las que dan resultados más positivos. No solo son los psiquiatras, tan prestos a tirar de recetas, sino las comunidades religiosas tradicionales las que ven también de forma sospechosa estos procesos. Cada vez está más clara la relación del trauma con estas cuestiones, por lo que es bueno que ciertos psiconautas, que han buceado en la sombra, marquen el camino de resolución a sus compañeros. En otras culturas, este papel lo cubre el chamán, que un antropólogo definió como artista de la disociación y sanador herido.
Lo que suele suceder en estos procesos es que la armadura ordinaria del ego, en realidad un falso sí mismo que cargamos desde la infancia, se desmorona dejándonos con una sensibilidad extrema; la estructura que nos protegía se hace añicos y, aunque tal vez es la que nos ha mantenido cuerdos, nos ha impedido la plenitud. Es algo parecido a lo que suele ocurrir también con los psiquedélicos, cuyos efectos poseen muchas semejanzas con el tema que estamos tratando. La emergencia espiritual podría considerarse un “mal viaje” que no se acaba de elaborar y completar.
Es interesante en este punto recuperar las tradiciones místicas que han sabido moverse con soltura por estos pantanosos terrenos del alma. De hecho, ello podría hacerse de forma secular sin el contexto religioso tradicional.
Debido al monopolio que tiene la psiquiatra sobre el alma de los mortales, quien quiere escapar a sus redes debe buscar métodos no convencionales como los mismos psiquedélicos, los retiros de meditación, la respiración holotrópica, etc. Suelen ser soluciones arriesgadas que en algunos casos han abierto la caja de Pandora de la crisis, pero en la mayoría de las ocasiones la disolución del ego en un contexto adecuado puede llevar a resultados muy positivos para la persona implicada. Parece ser que estas experiencias van a más. Para algunos psicólogos, toda la humanidad está inmersa en una noche oscura del alma. La dicotomía es ir tirando por este valle de lágrimas con una permanente insatisfacción o coger el toro por los cuernos, lo que tiene su riesgo, y sumergirnos en un proceso psicológicamente trepidante pero cuyo resultado final puede ser una liberación total de la persona de los viejos patrones que la tenían atenazada.